Los Sonambulos (41 page)
El Reichstag, escenario de la última batalla entre el Ejército Rojo y los fanáticos supervivientes de las SS, yacía como un cadáver en descomposición, acribillado por los proyectiles. A su sombra, el mercado negro prosperaba entre los pocos muñones de árboles que sobrevivían a lo largo del dique del Spree. Donde una vez se había parado a observar las idas y venidas del camión de la ropa blanca, unos civiles con los zapatos remendados y los sombreros raídos pregonaban ávidamente su mercancía de relojes, cubiertos de plata y valiosos objetos de porcelana, que cambiaban por comida y cigarrillos a los soldados ocupantes. Dos chicas jóvenes, con el pelo pulcramente recogido en unas trenzas y los andrajosos vestidos lavados y limpios, estaban sentadas en el bordillo junto a unos montones de libros viejos que vendían a cinco pfennigs cada uno. Cuando Willi pasó por su lado tranquilamente, unos oscuros ojos de hipnotizador saltaron desde la tapa de uno de ellos, haciendo que se detuviera en seco. ¡Dios santo! Se le hizo un nudo en la garganta.
—Dos por nueve —canturrearon las chicas.
Sin dejar de mirar fijamente la extraña expresión kabuki que en otro tiempo había visto hechizar, y de qué manera, a la muchedumbre, les entregó un marco y cogió el libro.
Los diez secretos de la vida,
de Gustave Spanknoebel, el Rey de la Mística. Berlín, 1932. Clairvoyant Press. La editorial de Gustave, recordó. El propio tacto del libro, el olor, el crujido del papel viejo, parecieron deshojar el tiempo, arrojando imágenes en color delante de sus ojos… De Putzi, enseñando sus fantásticas piernas vestida con aquel ceñido traje rosa; de Gunther, apareciendo de repente de la nada, abrazándolo; de Fritz, acelerando su lustroso y precioso yate; del pequeño BMW plateado; de Kai, con el pendiente de oro brillando al sol, rodeado de tranvías trepidantes, la vorágine del tráfico y el ajetreo enloquecido de la Alex.
Todos desaparecidos, como el viejo Berlín.
Unos pequeños escalofríos le recorrieron como alfileres la columna vertebral cuando le dio la vuelta al libro. Con sombrero de copa y frac, envuelto en su larga capa negra, el maestro dominaba toda la contraportada exigiendo saber con aquellos ojos tan penetrantes. «¿Ha empezado a vivir ya de una vez querido amigo? ¿O sigue siendo otro sonámbulo?».
Los sonámbulos
es una obra de ficción que se basa, no obstante, en un considerable número de hechos históricos. Los detalles acerca de las maquinaciones políticas que desembocaron en la subida al poder de los nazis son fidedignos. Los lugares existen en la realidad; excepto el cementerio de indigentes y el asilo para lunáticos de Oranienburg, que son inventados. El campo de concentración de Sachsenhausen se abrió en 1936, no en 1932. Los experimentos médicos de los nazis con seres humanos vivos —trasplantes de huesos, esterilizaciones, vivisecciones y otros— ocurrieron, efectivamente, aunque un decenio después de que tenga lugar esta historia. Los médicos de las SS son todos ficticios, salvo Josef Mengele, el Médico Loco de Auschwitz, que no se unió a los nazis hasta finales de la década de 1930. Por su parte, el personaje del Gran Gustave está basado en buena medida en el verdadero Erik Hanussen, que ocultó su condición de judío y llegó a convertirse en el vidente de Hitler, hasta que fue abatido a tiros, como se describe, poco después de la llegada de los nazis al poder. Ernst Roehm y Kurt von Schleicher son figuras históricas y, como se narra en el libro, ambos encontraron la muerte durante la sangrienta purga conocida como la Noche de los Cuchillos Largos.
