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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Malditos (19 page)

BOOK: Malditos
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—Es motivo suficiente para convocar un cónclave —anunció Cástor a su hermano—. Traer a un esbirro a escena podría considerarse como un acto de guerra dentro de la casta.

—¿Han podido ver la cara del esbirro? —preguntó Casandra.

Helena asintió y procuró no estremecerse al recordar cómo aquella criatura había girado la cabeza, como si fuera un extraterrestre.

—Tenía los ojos rojos —respondió con expresión de asco.

—¿Héctor te dijo el nombre de este esbirro? —quiso saber Palas—. Nos sería de gran ayuda saber a quién nos estamos enfrentando.

—No. Pero se lo puedo preguntar cuando vuelva a llamar —respondió Helena con mucho tacto, pues sabía que el mero hecho de pronunciar el nombre de Héctor entristecería a Palas.

Sabía que el único deseo de Palas era poder hablar con su propio hijo directamente. No era justo que Héctor no pudiera estar allí, con todos ellos, pensó, algo enfadada. Le necesitaban.

Casandra ordenó a todo el mundo que acudiera a la biblioteca. La pequeña fue directa hacia un libro tan frágil que incluso Cástor y Palas lo habían desmontado para colocar cada página en una cubierta de plástico.

Helena se acercó a Casandra al mismo tiempo que la menor de los Delos hojeaba la pila de páginas y enseguida reparó en que aquel libro era muy antiguo, tan antiguo como el rey Arturo.

—Se trata de un códice de la época de las Cruzadas —informó Casandra mientras señalaba una página con una ilustración de un caballero ataviado con una armadura negra. Al igual que el esbirro, tenía los ojos pintados de rojo carmesí y unos rasgos cadavéricos.

—Se parece muchísimo a él —opinó Helena mientras observaba la imagen de detenimiento. Era una obra de arte hermosa, pero no era una fotografía, sino un dibujo. Se encogió de hombros y añadió—: Pero no puedo asegurarte que sea él. ¿Todos los esbirros tienen el mismo aspecto?

—No, algunos poseen una mirada sombría y polifacética, y otros una tez ligeramente colorada. Se rumoreaba que unos pocos tenían antenas escondidas debajo de los cascos de guerra —continuó Cástor con aire pensativo—. Helena, ¿estás segura de que esbirro que viste tenía los ojos rojos?

—Oh, sí, de eso no tengo ninguna duda —contestó procurando ser positiva—. Además le brillaban mucho.

—Automedonte —concluyó Palas mirando a su hermano.

Fue entonces la primera vez que Helena escuchó a Cástor pronunciar una palabrota en inglés, y de las más desagradables, al mostrarse de acuerdo con Palas.

—Tiene sentido —opinó Casandra—. Ningún vástago se ha jactado de haberle matado.

—Porque nadie puede vencerle —comentó Lucas mirando a Helena, negando con la cabeza, como si no pudiera creer lo que estaba sucediendo—. Es inmortal.

—De acuerdo, eso es lo que no entiendo —dijo Helena un tanto nerviosa. Buscaba una grieta, una explicación lógica que mejorara la situación y la hiciera parecer un poquito menos nefasta—. Si los esbirros son inmortales, ¿por qué el mundo no está plagado de esas bestias?

—Oh, pueden perecer en la batalla. Y, de hecho, la mayoría de ellos fueron asesinados en algún momento de la historia de la humanidad. Pero Automedonte es distinto de los demás —dijo Ariadna en tono de disculpa—. Existen leyendas de soldados que aseguran haberle cortado la cabeza para después ver cómo el propio Automedonte la recogía del suelo y volvía a colocársela sobre el cuello para continuar luchando.

—Me tomas el pelo —soltó Helena con las cejas arqueadas—. ¿Cómo puede ser? No es un dios. Un segundo, ¿es un dios? —le preguntó a Ariadna.

—No, no es un dios —respondió su hermana pequeña, Casandra—, aunque existen la remota posibilidad de que comparta sangre con uno. Es solo una conjetura, pero si Automedonte se hermanó con un dios inmortal hace miles de años, antes de que los encerraran para siempre en el Olimpo, Automedonte sería invencible, y nadie podría matarle, ni siquiera en una guerra.

—¿Hermanarse? ¿Hablas en serio? —preguntó Helena, algo incrédula. Se imaginó a dos críos debajo de una casita del árbol pinchándose los dedos con un imperdible.

—Para los vástagos, hermanarse es un rito sagrado y, de hecho es bastante complicado hacerlo fuera de combate —aclaró Jasón con una sonrisa al comprender la confusión de Helena—. Deber estar dispuesto a morir por alguien, y ese alguien a sacrificar su vida por ti. Y justo cuando os estéis salvando la vida mutuamente, debe producirse un intercambio de sangre.

De inmediato, Helena lanzó una mirada a Lucas. Solo podía pensar en cómo habían conseguido romper la maldición de las furias al estar a punto de morir el uno por el otro. Por la expresión de Lucas, sabía que estaba pensando lo mismo. No habían intercambiado una gota de sangre la noche que se desplomaron desde el cielo, pero se había salvado la vida y eso les había unido por y para siempre.

—No puedes provocarlo, ni tampoco planearlo. Es algo que surge en una situación extrema —puntualizó Lucas—. Y si ambos logran sobrevivir, a veces comparten algunos poderes vástagos. Así que imagínate si uno de ellos es un dios. En teoría, podrías gozar de su inmortalidad.

—Pues no sabéis seguro si ese es el caso de Automedonte —retó Helena—. Casandra ha dicho que era solo una conjetura.

—Tienes razón, pero las conjeturas de Casandra suelen ser bastante acertadas —espetó un tanto malhumorado.

—¡No hagas una montaña de un granito de arena! ¡Has estado exagerando desde el primer segundo en que te lo conté! Cuando más lo pienso, más dudo de que esté realmente en peligro —continuó, un tanto a la defensiva.

El rostro de Lucas empalideció de repente.

—¡Basta! —gritó Noel desde el umbral—. Lucas, sube a tu habitación e intenta dormir.

El joven dio varias vueltas por la cocina para contestar a su madre, pero Noel no le dio la oportunidad de iniciar otra riña.

—¡Estoy harta de veros discutir! Estáis tan agotados que lo que decís ha dejado de tener sentido. Helena, vete con Ariadna. Esta noche dormirás aquí.

—No puedo dejar a mi padre solo con esa cosa en el jardín —protestó Helena, dejándose caer sobre el escritorio de Cástor.

Noel tenía razón. Fue como un jarro de agua fría, pero todo aquel campo de minas emocional por el que tenía que navegar cada vez que aparecía Lucas estaba acabando con ella. Estaba exhausta.

—Confía en mí, Helena. Si estás aquí, esa criatura no andará muy lejos.

Sé que te va a costar aceptarlo, pero Kate y tu padre estarán más seguros sí, a partir de ahora, pones un poco de distancia —aconsejó Noel con todo el cariño y tacto que pudo, aunque las palabras eran muy duras—. Lucas, quiero que acompañes a tu padre y a tu tío al Cónclave. Creo que te iría muy bien pasar unos días en Nueva York.

—¡Noel! Todavía no ha cumplido los dieciocho —reprochó Cástor un tanto indignado.

—Pero es el heredero de la casta de Tebas —contrapuso Palas con delicadeza—. Creonte está muerto. Después de Tántalo, tú eres el siguiente en la lista. Y eso convierte a tu hijo mayor en el heredero. Lucas tiene todo el derecho a asistir al Cónclave antes de cumplir la mayoría de edad.

—Tántalo podría tener otro hijo —propuso Cástor, impaciente.

—El paria, marcado por la muerte, no podrá traer más hijos al mundo —citó Casandra con diversas voces desde una esquina de la sala.

El sonido estremeció a Helena, que sintió un escalofrió por toda la espalda, como si alguien hubiera vertido un hilo de agua helada por el cuello de la camiseta. Todos se volvieron para ver la fantasmagórica aura del oráculo titilar alrededor de la figura de Casandra, envolviéndola de un espeluznante manto que cambiaba de color, tiñendo su silueta de purpura, azul y verde. De repente, su dulce rostro infantil se transformó en el de una anciana.

—Lucas, hijo del Sol, siempre ha sido el elegido heredero de la casta de Tebas. Y así debe ser —murmuró el oráculo mientras el pequeño cuerpo de Casandra se convulsionaba.

De repente, el resplandor se apagó y Casandra reculó varios pasos. Miró a su alrededor con expresión aterrorizada y se abrazó el cuerpo, encogiéndose de miedo ente la ropa. Helena quería mostrarle su apoyo para tranquilizar a la pequeña, pero no podía ignorar el estremecimiento que le sacudía el cuerpo. No podía obligarse a salvar la distancia hasta Casandra, que seguía asustada en un rincón.

—Todo el mundo a la cama —mandó Noel con voz temblorosa, rompiendo el silencio.

Empujó a todos hacia la puerta y los acorraló junto a las escaleras. La pequeña Casandra se quedó a solas en la biblioteca. Helena se arrastró hacia la habitación de invitados y cayó rendida en la cama, sin molestarse antes de desnudarse ni en apartar las sábanas.

Al día siguiente, cuando se despertó, la joven estaba recubierta de cieno seco. Helena se había acostado de tan mal humor que cuando llegó al Submundo apareció hundida en una ciénaga prehistórica, sumergida hasta el cuello. No era la misma fosa de arenas movedizas, lo que representó un tremendo alivio, pero apestaba de idéntico modo. Invirtió todos sus esfuerzos en impedir que el agua pantanosa le entrara en la boca mientras intentaba salir de aquella marisma y, como siempre, estuvo a un tris de ahogarse. Después de una noche de pánico, Helena se despertó más cansada que el día anterior.

Se levantó de la cama y descubrió que llevaba la camiseta medio rota, que tenía el pelo enredado con ramitas y hojas podridas y que había perdido un zapato. Como no podía ser de otro modo, se topó con Lucas de camino al cuarto de baño. El joven se quedó mirándola perplejo durante varios segundos, escudriñando cada parte de su destartalada figura sin moverse, completamente rígido.

—¿Qué? ¿Vas a volverme a gritarme? —desafió Helena, demasiado agotada como para hablarle con más tacto.

—No —susurró—. Estoy harto de pelearme contigo. Es evidente que no sirve de nada.

—¿Entonces, qué?

—No puedo hacerlo —se dijo a sí mismo—. Mi padre está equivocado.

Helena todavía no había procesado las palabras cuando, súbitamente, Lucas abrió la ventana más cercana y, de un brinco, se lanzó hacia el cielo.

Le vio alejarse volando, demasiado exhausta como para sorprenderse.

Continuó caminando hacia el cuarto de baño, dejando un rastro de mugre y barro tras cada pisada. Al fijarse en cómo había ensuciado el pasillo, no quiso ni imaginarse cómo quedaría el baño cuando se desvistiera. La única solución que se le ocurrió en ese instante fue meterse en la ducha vestida. Mientras frotaba la camiseta convertida en jirones con una pastilla de jabón con aroma a limón empezó a partirse de risa. Eran unas carcajadas inestables, que amenazaban en convertirse en sollozos en cualquier momento.

Ariadna llamó a la puerta. Helena se tapó la boca con la mano, pero era demasiado tarde. Ariadna entendió el silencio de Helena como una señal de que algo estaba sucediendo y entró en el cuarto de baño a empujones.

—¡Helena! ¿Estás…? Oh, vaya.

El tono de voz de Ariadna cambió de preocupado a estupefacto en una milésima de segundo. Advirtió que Helena estaba completamente vestida a través de la mampara de la ducha.

—Vaya, sabes que te has saltado un paso, ¿verdad?

Helena rompió a reír otra vez. La situación era tan absurda que lo único que podía hacer era reírse.

—¿Ni siquiera te has quitado un zapato? —bromeó Ariadna.

—Me he… levantado… ¡con solo uno puesto! —explicó Helena alzando el pie descalzo y señalándolo.

Las dos jovencitas se desternillaban de risa ante el desaliñado aspecto de Helena.

Ariadna la ayudó a limpiar la suciedad más superficial de la ropa y entre las dos arrastraron todas las sábanas hasta el lavadero. Cuando al fin entraron a la cocina para desayunar, todos habían acabado.

—¿Dónde está Lucas? —preguntó Noel mirando ansiosa detrás de Helena.

—Saltó por la ventana —respondió Helena.

Cogió una taza y se sirvió café. Al levantar la cabeza se percató de que todos la miraban con los ojos como platos.

—No estoy de broma. Nos hemos encontrado en el pasillo y, al verme, saltó literalmente por la ventana. ¿Alguien más quiere café?

—¿Te dijo adónde iba? —preguntó Jasón, preocupado.

—No —dijo sin alterar la voz.

Le temblaban las manos, pero, aun así, consiguió verter un poco de leche en la taza y dio un sorbo. En el estado que estaba supuso que un café con leche caliente le calmaría los nervios. Notaba el cuerpo ardiendo y gélido al mismo tiempo.

—¿Helena? ¿Estás enferma? —preguntó Noel arrugando el ceño.

Helena lo negó con la cabeza, un tanto confundida por la pregunta. Era imposible que un vástago contrajera una enfermedad mortal, pero al tocarse la frente notó un sudor frío. En ese instante oyó el motor de un coche eléctrico que avanzaba por la carretera y aparcó junto a la casa.

—¡Lennie! ¡Trae tu culo y échanos una mano con estos libros! —gritó Claire desde la entrada del garaje.

Helena se asomó por la ventana de la cocina y vio a Claire y a Matt apeándose del coche de su amiga. Agradecida por la interrupción, se encabulló de la mirada inquisitiva de Noel y corrió a ayudarlos.

—Hemos oído que tienes un problema con una hormiga —dijo Clare con una sonrisa mientras cargaba a Helena con un montón de libros.

—Porque eso es exactamente lo que necesito, ¿verdad? —bromeó con pesar—. Más problemas.

—No te preocupes, Len. Nos dividiremos en dos grupos y los abordaremos por partes. Seguro que encontramos una solución —dijo Matt, convencido. Se colocó una mochila repleta de libros sobre la espalda y cerró el maletero de golpe. Mientras se dirigía hacia la casa, rodeó a Helena con el brazo y añadió—. Claire y yo estamos en la lista de los más buscados de PETA por pura casualidad, ¿sabes?

Justo cuando Helena, Claire y Matt estaban a punto de cruzar el umbral de la puerta principal oyeron a Cástor y a Palas despidiéndose y prefirieron quedarse fuera para dejarles unos momentos a solas. Por lo que Helena había entendido, el Cónclave era una especie de reunión de suma importancia y urgencia, como un juicio de la Corte Suprema y una cumbre internacional juntos. Una vez iniciado, no se permitía a nadie abandonar la sala hasta que se tomaba una decisión, de modo que a veces estas reuniones podían durar semanas.

Helena procuró no prestar demasiada atención a los abrazos de despedida, aunque no pudo evitar oír a Cástor arrastrar a Noel a otra habitación para preguntarle si Lucas finalmente los acompañaría o no.

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