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Authors: Eiji Yoshikawa

Musashi (192 page)

BOOK: Musashi
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Una doncella de unos veinte años entró en aquel momento y sirvió el té con gráciles movimientos. Dirigiendo una mirada al recién llegado, le invitó a tomar una taza.

Kakubei movió la cabeza con admiración.

—Me alegro de verte, Omitsu. Estás tan bonita como siempre.

Ella se ruborizó hasta el cuello de su kimono.

—Y tú siempre te ríes de mí —replicó antes de salir rápidamente de la estancia.

—Dices que cuanto más te acostumbras a tu halcón, más te gusta —comentó Kakubei—. ¿Y qué me dices de Omitsu? ¿No sería mejor tenerla a tu lado en vez de un ave de presa? Hace algún tiempo que deseaba preguntarte acerca de tus intenciones respecto a ella.

—¿Por casualidad ha visitado ella tu casa en una u otra ocasión?

—Admito que ha venido a hablarme.

—¡Será estúpida! No me ha dicho una sola palabra de ello. —Kojirō lanzó una mirada airada a la blanca shoji.

—No te irrites por eso. No hay ninguna razón por la que no hubiera de visitarme. —Aguardó hasta que la expresión de Kojirō se suavizó un poco, y entonces siguió diciendo—: Que una mujer esté preocupada es lo más natural. No creo que dude de tu afecto por ella, pero cualquiera en su posición se preocuparía por el futuro. ¿Qué será de ella?

—Supongo que te lo contaría todo.

—¿Por qué no habría de hacerlo? Lo más ordinario del mundo es que eso suceda entre un hombre y una mujer. Uno de estos días querrás casarte. Tienes esta gran casa y muchos servidores. ¿Por qué no?

—¿No puedes imaginar lo que diría la gente si me casara con una muchacha a la que he tenido previamente en mi casa como doncella?

—¿Qué importancia tiene eso? Desde luego, ahora no puedes abandonarla. Si no fuese una novia apropiada para ti, la situación podría ser incómoda, pero esa chica es de buena familia, ¿no? Me han dicho que es la sobrina de Ono Tadaaki.

—Sí, eso es cierto.

—Y la conociste cuando fuiste al dōjō de Tadaaki y le hiciste ver el lamentable estado en que se encontraba su escuela de esgrima.

—Sí. No me enorgullezco de ello, pero no puedo ocultarlo a alguien tan íntimo como tú. Había pensado contarte todo lo sucedido más tarde o más temprano... Como has dicho, sucedió tras mi encuentro con Tadaaki. Ya estaba oscuro cuando partí hacia mi casa, y Omitsu, que por entonces vivía con su tío, cogió un farolillo y me acompañó por la cuesta de Saikachi. Sin pensarlo dos veces, coqueteé un poco con ella por el camino, pero ella lo tomó en serio. Cuando Tadaaki desapareció vino a verme y...

Ahora le tocó a Kakubei el turno de sentirse azorado. Hizo un gesto con la mano para hacer saber a su protegido que ya había oído lo suficiente. En realidad, sólo se había enterado muy recientemente de que Kojirō había aceptado a la muchacha en su casa antes de trasladarse de Edo a Kokura. Le sorprendía no sólo su propia ingenuidad, sino también la capacidad de Kojirō para atraer a una mujer, tener una relación sentimental con ella y mantener en secreto todo el asunto.

—Déjalo todo de mi cuenta —le dijo—. Por el momento, sería bastante inadecuado que anunciaras tu matrimonio. Lo primero es lo primero. Puede hacerse después del combate.

Como muchos otros, confiaba plenamente en que la justificación definitiva de la fama y la posición de Kojirō tendría lugar al cabo de unos días.

Recordó lo que le había llevado allí y prosiguió:

—Como te he dicho, el consejo ha decidido el lugar del encuentro. Puesto que uno de los requisitos era que esté situado dentro de los dominios del señor Tadatoshi, pero donde las multitudes no tengan fácil acceso, se ha convenido que lo ideal sería una isla. La isla elegida es una de pequeña extensión llamada Funashima, entre Shimonoseki y Moji.

Se quedó unos instantes pensativo antes de continuar.

—Tal vez sería conveniente examinar el terreno antes de que llegue Musashi. Eso podría darte cierta ventaja.

Su razonamiento consistía en que, al conocer la disposición del terreno, un espadachín podía hacerse una idea de cómo procedería la lucha, sabría hasta qué punto debía atarse fuertemente las sandalias, cómo utilizar el terreno y la posición del sol. Como mínimo, Kojirō tendría una sensación de seguridad, cosa que sería imposible si llegaba al lugar por primera vez.

Kakubei sugirió que alquilaran un bote de pesca y, al día siguiente, fuesen a ver la isla de Funashima. Pero Kojirō mostró su desacuerdo.

—Lo fundamental del Arte de la Guerra consiste en la rapidez con que uno consigue una apertura. Incluso cuando un hombre toma precauciones, a menudo sucede que su contrario las ha previsto y ha ideado formas de contrarrestarlas. Es mucho mejor abordar la situación de una manera imparcial y moverse con perfecta libertad.

Al ver la lógica de este argumento, Kakubei no volvió a mencionar la idea de ir a Funashima.

Kojirō llamó a Omitsu, la cual les sirvió sake, y los dos hombres bebieron y charlaron hasta bien entrada la noche. A juzgar por la relajación con que Kakubei tomaba su sake, era evidente que estaba satisfecho de la vida y sentía que sus esfuerzos por ayudar a Kojirō habían sido recompensados.

Entonces le habló como haría un padre orgulloso.

—Creo que sería correcto decírselo a Omitsu. Cuando esto haya terminado, podemos invitar a sus parientes y amigos aquí para la ceremonia matrimonial. Está muy bien que te entregues con ahínco a la espada, pero también debes tener una familia para que tu nombre se perpetúe. Cuando te hayas casado, sentiré que he cumplido con mi deber hacia ti.

Al contrario que el viejo y alegre servidor del señor feudal, con muchos años de servicio a sus espaldas, Kojirō no mostraba ningún signo de embriaguez. Pero de todos modos, últimamente tendía al silencio. Una vez se decidieron los pormenores del combate, Kakubei sugirió y Tadatoshi aceptó que liberasen a Kojirō de sus deberes. Al principio había disfrutado de un ocio desacostumbrado, pero a medida que se aproximaba el día señalado y acudían más visitantes, se vio obligado a agasajarles. Últimamente eran pocas las ocasiones en que podía descansar. No obstante, era reacio a encerrarse y hacer que los sirvientes rechazaran a la gente en la puerta. Si hiciera tal cosa, la gente pensaría que había perdido su compostura.

La idea que se le ocurrió fue la de ir al campo a diario, con el halcón sobre el puño enguantado. Cuando el tiempo era bueno, caminar por campos y montañas con el ave por única compañía era beneficioso para su espíritu.

Cuando los ojos azul intenso del halcón, siempre alertas, localizaban una presa en el cielo, Kojirō lo soltaba. Entonces sus propios ojos, igualmente alerta, lo seguían mientras remontaba el vuelo y se lanzaba sobre su víctima. Hasta que las plumas empezaban a caer al suelo, retenía el aliento, inmóvil, como si él mismo fuese el halcón.

—¡Estupendo! ¡Así se hace! —exclamaba cuando el halcón mataba a su presa.

Había aprendido mucho del ave rapaz, y como resultado de aquellas excursiones de caza, su semblante mostraba más confianza a cada día que pasaba.

Al regresar a casa por la noche, se encontraba con Omitsu, cuyos ojos estaban hinchados de tanto llorar. A Kojirō le dolían los esfuerzos que hacía la muchacha para disimular su llanto. A él le parecía inconcebible que Musashi pudiera derrotarle. No obstante, la cuestión de qué sería de Omitsu si él moría en la pelea, cruzaba por su mente.

También veía la imagen de su madre fallecida, a la que apenas había dedicado un pensamiento en muchos años. Y cada noche, cuando se dormía, una visión de los ojos azules del halcón y los hinchados ojos de Omitsu acudía a visitarle, mezclada, de una manera extraña, con el recuerdo huidizo del rostro de su madre.

Antes del decimotercer día

Shimonoseki, Moji, la ciudad fortificada de Kokura... Durante los últimos días muchos viajeros habían acudido a esos lugares, pero pocos se habían marchado. Las posadas estaban al completo y los caballos se alineaban unos al lado de los otros en los postes a los que estaban atados.

El bando promulgado por las autoridades del castillo decía así:

El decimotercer día del presente mes, a las ocho en punto de la mañana, en la isla de Funashima, situada en el estrecho de Buzen, en Nagato, Sasaki Kojiro Ganryu, samurai de este feudo, por orden de su señoría, combatirá con Miyamoto Musashi Masana, rōnin de la provincia de Mimasaka.

Queda rigurosamente prohibido que los seguidores de cualquiera de los dos contendientes acudan en su ayuda y naveguen hasta Funashima. Hasta las diez de la mañana del decimotercer día no se permitirá la entrada en el estrecho a barcos de recreo, de pasajeros y de pesca. Cuarto mes [1612].

El bando fue colocado de manera bien visible en los tablones de anuncios situados en todos los cruces principales, embarcaderos y lugares de reunión.

—¿El decimotercer día? Es pasado mañana, ¿verdad?

—Gentes de todas partes vendrán a presenciar el encuentro, para poder hablar de él al regresar a sus casas.

—Claro que vendrán, pero ¿quién irá a presenciar un combate que tendrá lugar en una isla a dos millas de la costa?

—Bueno, si subes a lo alto del monte, puedes ver los pinares de Funashima. La gente vendrá de todos modos, aunque sólo sea para contemplar embobados los barcos y las multitudes en Buzen y Nagato.

—Espero que siga haciendo buen tiempo.

Debido a las restricciones de las actividades marítimas, los barqueros que, en otras circunstancias, habrían obtenido unos buenos beneficios, no podían trabajar. Sin embargo, los viajeros y los habitantes de las poblaciones vecinas vencieron los obstáculos, afanándose por encontrar lugares adecuados desde donde pudieran tener un atisbo de la excitación reinante en Funashima.

Hacia mediodía del undécimo día, una mujer que amamantaba a un bebé deambulaba arriba y abajo delante de una casa de comidas económicas, en el lugar donde la carretera de Moji entraba en Kokura.

La criatura, fatigada por el viaje, no cesaba de llorar.

—¿Tienes sueño? Anda, echa una siestecita. Vamos, vamos, duérmete, cariño.

Akemi golpeaba rítmicamente el suelo con un pie. No llevaba maquillaje alguno. Con un niño al que alimentar, el cambio operado en su vida era considerable, pero no había nada en sus circunstancias actuales que lamentara.

Matahachi salió del local, vestido con un kimono sin mangas de color discreto. El único atisbo de la época en que aspiraba a convertirse en sacerdote era el pañuelo anudado con que se cubría la cabeza, en otro tiempo rasurada.

—Vaya, ¿qué es esto? —dijo—. ¿Todavía llorando? Deberías estar dormido. Entra, Akemi. Yo lo cogeré en brazos mientras comes. Y come mucho, para que tengas leche abundante. —Tomó al niño en brazos y empezó a tararearle una nana.

—¡Vaya, qué sorpresa! —exclamó alguien detrás de él.

—¿Eh? —Matahachi miró al hombre, incapaz de reconocerle.

—Soy Ichinomiya Gempachi. Nos conocimos hace varios años en el pinar cerca de la avenida Gojō de Kyoto. Supongo que no me recuerdas. —Matahachi siguió mirándole inexpresivamente, y Gempachi añadió—: Ibas por ahí diciendo que te llamabas Sasaki Kojirō.

—¡Ah! —exclamó Matahachi—. El monje del bastón...

—El mismo. Me alegro de volver a verte.

Matahachi se apresuró a hacer una reverencia, lo cual despertó al bebé.

—Vamos, no empieces a llorar de nuevo —le dijo en tono suplicante.

—Tal vez sabrías decirme dónde está la casa de Kojirō —dijo Gempachi—. Tengo entendido que vive aquí, en Kokura.

—Lo siento, pero no tengo la menor idea. Yo mismo soy un recién llegado.

Dos ayudantes de samurai salieron entonces del local, y uno de ellos se dirigió a Gempachi.

—Si buscas la casa de Kojirō, está al lado del río Itatsu. Si quieres, te mostraremos el camino.

—Eres muy amable. Adiós, Matahachi. Volveremos a vernos.

Los ayudantes de samurai se alejaron y Gempachi se apresuró para darles alcance.

Matahachi, al reparar en el polvo y la suciedad de las ropas del hombre, pensó: «A lo mejor ha venido hasta aquí caminando desde Kōzuke». Le impresionaba mucho que la noticia del combate se hubiera extendido hasta lugares tan lejanos. Entonces acudió a su mente el recuerdo de su encuentro con Gempachi, y se estremeció. ¡Qué inútil, qué trivial, qué sinvergüenza había sido en aquellos días! Pensar que había tenido incluso la audacia de hacer pasar como propio el certificado de la escuela Chūjō, de asumir la personalidad de... No obstante, el hecho de que pudiera darse cuenta de lo grosero que había sido era una señal esperanzadora. Por lo menos había cambiado desde entonces, y se dijo: «Supongo que incluso un estúpido como yo puede mejorar si permanece despierto y lo intenta».

Akemi, al oír de nuevo el llanto de la criatura, abandonó su comida y salió precipitadamente del local.

—Perdona —le dijo—. Lo cogeré ahora mismo.

Una mujer entrada en años y de aspecto amable se les acercó y dijo:

—¡Qué encantadora criatura! ¿Qué edad tiene? Oh, mira, se está riendo.

Como si hubiera recibido una orden, el criado que la acompañaba se agachó y contempló el rostro del bebé.

Caminaron juntos durante un trecho. Luego, cuando Matahachi y Akemi se desviaron hacia una calle lateral para buscar una posada, la mujer se detuvo.

—Ah, ¿vais por ahí? —Entonces se despidió de ellos y, casi como si acabara de ocurrírsele, les dijo—: También parecéis viajeros, pero ¿sabéis por casualidad dónde está la casa de Sasaki Kojirō?

Matahachi le dio la información que acababa de oír a los dos ayudantes de samurai. Mientras la veía alejarse, musitó sombríamente:

—Me gustaría saber qué estará haciendo mi madre en estos momentos.

Ahora que tenía un hijo propio, había comenzado a apreciar los sentimientos de su madre.

—Anda, sigamos —le dijo Akemi.

Matahachi se levantó y miró inexpresivamente a la anciana. Ésta tendría más o menos la misma edad de Osugi.

La casa de Kojirō estaba llena de invitados.

—Es una gran oportunidad para él.

—Sí, así se establecerá su reputación de una vez por todas.

—Le conocerán en todas partes.

—Eso es cierto, pero no debemos olvidar quién es su adversario. Ganryū deberá tener mucho cuidado.

Muchos habían llegado la noche anterior, y los visitantes no cabían en el gran vestíbulo, las entradas laterales, los pasillos interiores. Algunos procedían de Kyoto u Osaka, otros de Honshu occidental, incluso uno había venido desde el pueblo de Jōkyōji, en la lejana Echizen. Puesto que la casa no contaba con suficientes servidores, Kakubei había enviado algunos de los suyos para que echaran una mano. Samurais que habían estudiado bajo la dirección de Kojirō iban y venían, impacientes y expectantes.

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