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Authors: Eiji Yoshikawa

Musashi (22 page)

BOOK: Musashi
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Terumasa asintió.

—Comprendo lo que quieres decir. Es mejor que abandones este castillo, pero ¿adonde irás? ¿Tienes intención de regresar a Miyamoto y establecerte allí?

Takezō sonrió.

—Quiero recorrer el mundo a solas durante algún tiempo.

—Ya veo —replicó el daimyō, y se volvió a Takuan—. Encárgate de que reciba dinero y ropas apropiadas —le ordenó.

Takuan hizo una reverencia.

—Permitidme que os dé las gracias por vuestra generosidad hacia el muchacho.

—¡Takuan! —Ikeda se echó a reír—. ¡Ésta es la primera vez que me agradeces alguna cosa dos veces!

—Supongo que es cierto. —Takuan sonrió, mostrando los dientes—. No volverá a suceder.

—Está muy bien que vagabundee un poco mientras todavía es joven —comentó Terumasa—. Pero ahora que se marcha solo, renacido, como tú has dicho, debería tener un nuevo apellido. Que sea Miyamoto, pues así nunca olvidará su lugar de nacimiento. A partir de ahora, Takezō, te llamarás Miyamoto.

Takezō apoyó las palmas en el suelo e hizo una profunda y larga reverencia.

—Sí, señor, así lo haré.

—También deberías cambiarte de nombre —intervino Takuan—. ¿Por qué no leer los caracteres chinos de tu nombre como «Musashi» en vez de «Takezō», ya que ambas lecturas son posibles? El nombre escrito no variará. Es conveniente que todo empiece de nuevo en este día de tu renacimiento.

Terumasa, que por entonces estaba de excelente humor, dio su aprobación con entusiasmo.

—¡Miyamoto Musashi! Es un buen nombre, muy bueno. Debemos brindar por él.

Pasaron a la habitación contigua, les sirvieron sake y los dos huéspedes acompañaron a su señoría hasta bien entrada la noche. Se reunieron con ellos varios miembros del séquito de Terumasa, y finalmente Takuan se levantó y ejecutó una antigua danza. Era un experto, sus vividos movimientos creaban un mundo imaginario encantador. Takezō, ahora Musashi, le contemplaba con admiración, respeto y goce, mientras tomaba una taza tras otra de sake.

Al día siguiente ambos abandonaron el castillo. Musashi daba sus primeros pasos en una nueva vida, una vida de disciplina y adiestramiento en las artes marciales. Durante sus tres años de confinamiento había resuelto dominar el arte de la guerra.

Takuan tenía sus propios planes. Había decidido viajar por el país, y dijo que, una vez más, debían separarse.

Cuando llegaron a la ciudad, fuera de las murallas del castillo, Musashi hizo ademán de despedirse, pero Takuan le cogió de la manga.

—¿No hay nadie a quien te gustaría ver? —le preguntó.

—¿A quién?

—¿Ogin?

—¿Vive todavía? —le preguntó, desconcertado. Ni siquiera en sueños había olvidado a la dulce hermana que durante tanto tiempo había sido como una madre para él.

Takuan le contó que cuando él atacó la prisión militar de Hinagura tres años antes, ya se habían llevado de allí a Ogin.

Aunque no la acusaron de nada, se mostró reacia a volver a casa y prefirió quedarse con un familiar en un pueblo del distrito de Sayo, donde ahora vivía cómodamente.

—¿No te gustaría verla? —le preguntó Takuan—. Ella está ansiosa de verte. Hace tres años le dije que podía considerarte muerto, puesto que, en cierto sentido, lo estabas. No obstante, también le dije que al cabo de tres años le llevaría un hermano nuevo, diferente del viejo Takezō.

Musashi juntó las palmas y se las llevó a la frente, como habría hecho al orar ante una estatua del Buda.

—No sólo has cuidado de mí —dijo con una profunda emoción—, sino que has procurado también por el bienestar de Ogin. Eres un hombre realmente compasivo, Takuan. Creo que jamás podré agradecerte lo que has hecho.

—Una manera de agradecérmelo sería permitirme que te lleve al lado de tu hermana.

—No... No creo que deba ir. Saber de ella a través de ti ha sido tan satisfactorio como verla personalmente.

—Pero sin duda querrás verla tú mismo, aunque sólo sea unos minutos.

—No, no lo creo así. Estuve muerto, Takuan, y me siento en verdad renacido. No creo que ahora sea el momento de regresar al pasado. Lo que debo hacer es dar un resuelto paso adelante, hacia el futuro. Apenas he encontrado el camino a lo largo del cual habré de viajar. Cuando haya hecho algún progreso hacia el conocimiento y la autoperfección que estoy buscando, tal vez será el momento de relajarme y mirar atrás, pero no ahora.

—Ya veo.

—Me resulta difícil expresarlo con palabras, pero de todos modos confío en que lo comprendas.

—Así es. Me alegra ver que te tomas tu objetivo tan en serio. No dejes de seguir tu propio juicio.

—Ahora te diré adiós, pero algún día, si no me matan a lo largo del camino, volveremos a vernos.

—Sí, sí. Si tenemos oportunidad de encontrarnos, hagámoslo por todos los medios. —Takuan se volvió, dio un paso y se detuvo—. Ah, sí. Supongo que debo advertirte que hace tres años Osugi y el tío Gon abandonaron Miyamoto para buscaros a ti y a Otsū. Resolvieron que no regresarían hasta haberse vengado, y, a pesar de que son viejos, siguen tratando de localizarte. Pueden causarte algún inconveniente, pero no te plantearán ningún problema grave. No te los tomes demasiado en serio.

—Y una cosa más... Está ese Aoki Tanzaemon. Supongo que nunca has oído su nombre, pero estuvo al frente de las tropas que te buscaban. Quizá no tenga nada que ver con lo que tú dijeras o hicieses, pero lo cierto es que ese espléndido samurai se las ingenió para caer en desgracia, con el resultado de que ha sido relevado para siempre del servicio que prestaba al señor Ikeda. Sin duda también anda errante por ahí. —Entonces Takuan adoptó un tono grave—. Tu camino no será fácil, Musashi. Ten cuidado al avanzar por él.

—Haré cuanto pueda —dijo Musashi, sonriendo.

—Bien, supongo que eso es todo. Me marcho.

Takuan dio la vuelta y se dirigió al oeste. No miró atrás.

—Cuídate —le gritó Musashi. Permaneció en el cruce, contemplando al monje hasta que lo perdió de vista. Una vez solo, se encaminó hacia el este.

«Ahora sólo tengo esta espada —se dijo—. La única cosa en el mundo en la que puedo confiar.» Apoyó la mano en la empuñadura y se prometió: «Viviré de acuerdo con sus principios, la consideraré como mi alma y, al aprender a dominarla, me esforzaré por mejorar, por convertirme en un ser humano mejor y más juicioso. Takuan sigue el camino del zen, yo seguiré el de la espada. Debo convertirme en un hombre aún mejor que él».

Reflexionó en que al fin y al cabo todavía era joven. No era demasiado tarde.

Sus pisadas eran regulares y firmes, sus ojos estaban llenos de juventud y esperanza. De vez en cuando alzaba el borde de su sombrero de junco y miraba a lo largo del camino hacia el futuro, la senda desconocida que todos los humanos deben recorrer.

No había llegado muy lejos, en realidad todavía estaba en las afueras de Himeji, cuando una mujer corrió hacia él desde el otro lado del puente Hanada. Entornó los ojos al sol.

—¡Eres tú! —exclamó Otsū, cogiéndole de la manga.

Musashi dio un grito sofocado de sorpresa.

Otsū le habló en tono de reproche.

—No es posible que te hayas olvidado, Takezō. ¿No recuerdas el nombre de este puente? ¿Has olvidado que te prometí esperar aquí, por muy larga que fuese la espera?

—¿Me has estado esperando aquí durante los últimos tres años? —le preguntó, asombrado.

—Sí. Osugi y el tío Gon me encontraron poco después de que nos separásemos. Enfermé y me vi obligada a descansar. Estuve a punto de matarme al huir, pero lo logré. Estoy esperando aquí desde unos veinte días después de nuestra despedida en el puerto de Nakayama.

Señaló una tienda de esterillas trenzadas en el extremo del puente, un típico puesto de carretera donde vendían recuerdos a los viajeros, y siguió diciendo:

—Conté mi historia a esa gente, y fueron tan amables que me aceptaron como una especie de ayudante, a fin de poder quedarme y esperarte. Hoy es el día novecientos siete, y he mantenido fielmente mi promesa. —Le escrutó el rostro, tratando de sondear sus pensamientos—. Me llevarás contigo, ¿verdad?

Por supuesto, Musashi no tenía ninguna intención de llevarse a nadie con él. En aquel momento se marchaba apresuradamente para no pensar en su hermana, a la que tanto deseaba ver y hacia la que se sentía tan fuertemente atraído.

Las preguntas se atropellaron en su mente agitada: «¿Qué puedo hacer? ¿Cómo voy a emprender mi búsqueda de la verdad y el conocimiento con una mujer, con cualquiera que se entrometa continuamente? Y, después de todo, esta muchacha sigue siendo la prometida de Matahachi». Musashi no podía evitar que tales pensamientos se reflejaran en su rostro.

—¿Llevarte conmigo? —le dijo abruptamente—. ¿Adonde?

—Adondequiera que vayas.

—¡Voy a emprender un largo y duro viaje, no una excursión!

—No te causaré ningún problema. Estoy dispuesta a soportar algunas penalidades.

—¿Algunas? ¿Sólo algunas?

—Tantas como sea necesario.

—Ésa no es la cuestión, Otsū. ¿Cómo puede un hombre dominar el camino del samurai llevando consigo una mujer? Qué curioso sería eso. La gente diría: «Mirad a Musashi, necesita una nodriza que cuide de él». —Ella tiró con más fuerza de su kimono, aferrándose como una niña—. Suéltame la manga —le ordenó él.

—¡No, no lo haré! Me mentiste, ¿no es cierto?

—¿Cuándo te mentí?

—En el puerto. Allí me prometiste que iría contigo.

—Eso fue hace mucho tiempo. Entonces tampoco pensaba hacerlo de veras, y no tenía tiempo para explicártelo. Aún más, no fue idea mía, sino tuya. Yo tenía prisa por partir y no estabas dispuesta a dejarme marchar hasta que te lo prometiera. Accedí a lo que me pedías porque no tuve otro remedio.

—¡No, no, no! No puedes decirme eso en serio, no puedes —gritó la joven, apretándole contra el pretil del puente.

—¡Suéltame! La gente nos está mirando.

—¡Que miren! Cuando estabas atado en el árbol, te pregunté si querías mi ayuda. Estabas tan contento que me pediste dos veces que cortara la cuerda. No negarás eso, ¿verdad?

Otsū intentaba ser lógica en su argumentación, pero las lágrimas la traicionaban. Primero abandonada cuando era una recién nacida, luego plantada por su novio y ahora esto. Musashi sabía que estaba sola en el mundo, sentía por ella un profundo afecto y estaba confuso, aunque externamente mantenía la compostura.

—¡Suéltame! —le dijo de modo terminante—. Estamos en pleno día y la gente nos mira. ¿Quieres que seamos un espectáculo para estos chismosos?

Otsū le soltó la manga y se apoyó en el pretil, sollozando, el reluciente cabello cubriéndole el rostro.

—Lo siento —balbució—. No debería haber dicho eso. Olvídalo, por favor. No me debes nada.

Él le apartó el cabello con ambas manos y la miró a los ojos.

—Durante todo el tiempo que has esperado, hasta hoy mismo, he estado encerrado en la torre del castillo. En esos tres años ni siquiera he visto el sol.

—Sí, eso he oído.

—¿Lo sabías?

—Takuan me lo dijo.

—¿Takuan? ¿Te lo dijo todo?

—Creo que sí. Me desmayé en el fondo de un barranco, cerca de la casa de té de Mikazuki, cuando huía de Osugi y el tío Gon. Takuan me rescató y también me ayudó a conseguir trabajo aquí, en la tienda de recuerdos. Eso fue hace tres años. Desde entonces ha venido varias veces. Ayer mismo vino y tomamos té. No estoy segura de lo que quiso decir, pero éstas fueron sus palabras: «Eso concierne a un hombre y una mujer, así que ¿quién puede saber cuál será el resultado?».

Musashi dejó caer las manos a los costados y miró la carretera que conducía al oeste. Se preguntó si volvería a ver alguna vez al hombre que le había salvado la vida, y una vez más le asombró el interés de Takuan por el prójimo, que parecía ilimitado y totalmente carente de egoísmo. Musashi comprendió su estrechez de miras, su mezquindad al suponer que el monje sentía una simpatía especial sólo por él. Su generosidad abarcaba a Ogin, Otsū, cualquiera que estuviera en apuros y a quien él creyera que podía echar una mano.

«Eso concierne a un hombre y una mujer...» Las palabras que Takuan le había dicho a Otsū pesaban en la mente de Musashi. Era una carga para la que no estaba preparado, puesto que en todas las montañas de libros que había estudiado a lo largo de aquellos tres años no figuraba una sola palabra sobre la situación en la que ahora se encontraba. Incluso Takuan había rehusado intervenir en aquel asunto entre él y Otsū. ¿Había querido decir que las relaciones entre hombres y mujeres dependían exclusivamente de las personas implicadas? ¿Significaba que no existían reglas, como ocurría en el arte de la guerra? ¿Que no había ninguna estrategia a toda prueba, ninguna manera infalible de vencer? ¿O se trataba acaso de una prueba para Musashi, un problema que sólo él podría resolver?

Sumido en sus pensamientos, contempló el agua que fluía bajo el puente.

Otsū le miró a la cara, ahora reservada y serena.

—Puedo ir contigo, ¿no es cierto? El tendero me prometió que me dejaría marchar cuando lo deseara. Iré sólo un momento a explicarle lo ocurrido y recoger mis cosas. Volveré en seguida.

Musashi cubrió con su mano la pequeña mano blanca de la joven que descansaba sobre el pretil.

—Escucha —le dijo en tono lastimero—. Te ruego que te detengas un momento y pienses.

—¿En qué debo pensar?

—Ya te lo he dicho. Acabo de convertirme en un hombre nuevo. He permanecido en este mohoso agujero durante tres años, he leído libros, he pensado, gritado y llorado. Entonces, de súbito, he visto la luz, he comprendido lo que significa ser humano. Ahora tengo un nuevo nombre, Miyamoto Musashi, y quiero entregarme al adiestramiento y la disciplina, quiero dedicar cada instante de cada día a trabajar para mejorarme. Ahora sé cuan lejos tengo que ir. Si decides unir tu vida a la mía, nunca serás feliz. No habrá más que penalidades, y con el paso del tiempo las cosas no mejorarán, sino que serán cada vez más difíciles.

—Cuando hablas así, me siento más cerca que nunca de ti. Ahora estoy convencida de que tenía razón. He encontrado al mejor hombre que jamás podría encontrar, aunque lo buscara durante el resto de mi vida.

Musashi comprendió que sus palabras empeoraban la situación.

—Lo siento, pero no puedo llevarte conmigo.

—Bien, entonces me limitaré a seguirte. Mientras no obstaculice tu adiestramiento, ¿qué daño podría hacerte? Ni siquiera sabrás que estoy cerca de ti.

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