Robopocalipsis (34 page)

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Authors: Daniel H. Wilson

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Robopocalipsis
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—No pasa nada, cariño. Lo entiendo. No pasa nada.

Dawn me acaricia el pelo unos segundos. Si pudiera cerrar los ojos, lo haría. En lugar de ello, observo cómo la sangre palpita suavemente a través de su cara. Luego Dawn me hace sentar en un ladrillo de hormigón. Los músculos de su cara se tensan.

—Mathilda —dice—, esa máquina se llama autodoctor. La trajimos aquí de la superficie. Hubo gente que resultó herida… hubo gente que murió para traer aquí esa máquina. Pero no podemos usarla. No sabemos cómo. Tú tienes algo especial, Mathilda. Lo sabes, ¿verdad?

—Mis ojos —respondo.

—Eso es, cielo. Tus ojos son especiales. Pero creo que hay algo más. La máquina de tu cara también está en tu cerebro. Has logrado que el pinchador se moviera pensando en ello, ¿no es cierto?

—Sí.

—¿Puedes intentar hacer lo mismo con el autodoctor? —pregunta, retirando de nuevo la cortina.

Entonces veo que esa masa de patas está fijada a un cuerpo ovalado blanco. Hay huecos oscuros donde las patas se unen a la parte principal. Parece uno de los gusanos que Nolan y yo solíamos desenterrar en el jardín.

Me estremezco pero no aparto la vista.

—¿Por qué? —pregunto.

—Para salvar la vida de tu hermano pequeño antes de nada, cielo.

Dawn arrastra el autodoctor al centro de la sala. Durante los siguientes treinta minutos, me quedo sentada con las piernas cruzadas junto a él y me concentro como hice con el pinchador. Al principio, las extremidades del autodoctor solo se agitan un poco. Pero luego empiezo a moverlas de verdad.

No me lleva mucho tiempo controlar todas las patas. Cada una tiene un instrumento distinto sujeto a cada extremo, pero solo reconozco unos cuantos: escalpelos, lásers, focos. Al cabo de un rato, la máquina empieza a parecerme menos extraña. Entiendo lo que se siente al tener una docena de brazos, cómo puedes ser consciente de dónde están tus extremidades y concentrarte en las dos que estás usando al mismo tiempo. A medida que flexiono las patas de araña una y otra vez, empieza a resultarme natural.

Entonces el autodoctor se dirige a mí: «Modo de interfaz de diagnóstico iniciado. Indicar función elegida».

Me sobresalto y me desconcentro. Las palabras estaban en mi mente, como si se desplazaran a través del interior de mi cráneo. ¿Cómo ha podido meterme esas palabras el autodoctor en la mente?

Es entonces cuando percibo al grupo de gente. Unos diez supervivientes han entrado en el túnel. Están unos al lado de otros en un semicírculo, mirándome. Un hombre está detrás de Dawn rodeándola con los brazos, y ella le coge los brazos con las manos. No he visto a muchas personas desde que cambié de ojos.

Una oleada de vibraciones de color naranja rojizo emana hacia mí. Las franjas de luz salen de sus corazones latientes. Es precioso pero también frustrante, porque no puedo explicarle a nadie lo bonito que es.

—Mathilda —dice Dawn—, este es mi marido, Marcus.

—Mucho gusto, Marcus —digo.

Marcus se limita a hacerme un gesto con la cabeza. Creo que se ha quedado sin habla.

—Y estos son los otros de los que ya te he hablado —dice Dawn.

Todas las personas murmuran «Hola» y «Mucho gusto». Entonces, un joven da un paso adelante. Es bastante guapo, con la barbilla bien definida y los pómulos altos. Tiene un brazo envuelto en una toalla.

—Yo soy Tom —dice, agachándose junto a mí.

Aparto la vista, avergonzada de mi cara.

—No tengas miedo —dice Tom.

Desenrolla la toalla de su brazo. En lugar de una mano, Tom tiene un bulto de metal frío con forma de tijeras. Asombrada, lo miro a la cara, y él me sonríe. Empiezo a sonreírle antes de sentir vergüenza y apartar la vista.

Toco el metal frío de la mano de Tom. Al mirarla, me asombro de la forma en que están unidas la carne y la máquina. Es lo más complejo que he visto en mi vida.

Al fijarme mejor en las demás personas, veo alguna que otra pieza de metal y de plástico. No todos están hechos de carne. Algunos son como yo. Como Tom y yo.

—¿Por qué sois así? —pregunto.

—Las máquinas nos alteraron —contesta Tom—. Somos distintos, pero al mismo tiempo iguales. Nos llamamos transhumanos.

Transhumanos.

—¿Puedo tocarte? —pregunta en tono intrigado Tom, señalando mis ojos.

Asiento con la cabeza, y él se inclina y me toca la cara. Me mira fijamente a los ojos y roza suavemente con los dedos la zona de mi rostro donde la piel se convierte en metal.

—Nunca había visto esto —dice—. Está incompleto. El robot no llegó a acabarlo. ¿Qué pasó, Mathilda?

—Mi madre —respondo.

Es lo único que me sale.

—Tu madre detuvo la operación —dice él—. Bien hecho.

Tom se levanta.

—Dawn —dice—, es increíble. El implante no tiene regulador. El robot no tuvo ocasión de bloquearlo. No sé qué decir. No hay manera de saber de lo que es capaz.

Una oleada de latidos cada vez más fuertes brotan hacia mí.

—¿Por qué estáis todos emocionados? —pregunto.

—Porque creemos que tal vez puedas hablar con las máquinas —dice Dawn.

Entonces Nolan deja escapar un gemido. Han pasado dos horas desde que llegamos allí, y tiene un aspecto terrible. Le oigo respirar con pequeños jadeos.

—Tengo que ayudar a mi hermano —digo.

Cinco minutos más tarde, Marcus y Tom han colocado a Nolan al lado del autodoctor. La máquina tiene las patas levantadas, suspendidas como unas agujas sobre el cuerpo durmiente de mi hermano.

—Haz una radiografía, Mathilda —dice Dawn.

Coloco la mano sobre el autodoctor y hablo con él mentalmente:

—¿Hola? ¿Estás ahí? Indicar función elegida. ¿Radiografía
?

Las patas de araña empiezan a moverse. Algunas se apartan, mientras que otras se deslizan sobre el cuerpo de Nolan. Hacen un extraño ruido seco al retorcerse.

Las palabras entran en mi mente acompañadas de una imagen.

—Colocar al paciente en posición supina. Retirar la ropa de la zona lumbar
.

Doy la vuelta con cuidado a Nolan y lo coloco boca abajo. Le levanto la camisa hasta dejarle la espalda descubierta. Tiene manchas de sangre oscuras y resecas en las vértebras de la columna.

—Cúralo
, digo mentalmente, dirigiéndome al autodoctor.

—Error
—responde él—.
Función quirúrgica no disponible. Falta base de datos. Enlace ascendente no presente. Se requiere conexión a antena
.

—Dawn —digo—, no sabe cómo hacer la operación. Quiere una antena para poder recibir las instrucciones.

Marcus se vuelve hacia Dawn, preocupado.

—Está intentando engañarnos. Si le damos la antena, pedirá ayuda. Nos localizarán.

Dawn asiente con la cabeza.

—Mathilda, no podemos arriesgarnos a…

Pero se para en seco al verme.

En algún lugar de mi cabeza, sé que los brazos del autodoctor están levantándose silenciosamente en el aire detrás de mí, con los instrumentos reluciendo. Las incontables agujas y escalpelos quedan suspendidos sobre las patas que se bambolean, amenazantes. Nolan necesita ayuda, y si ellos no me la dan, estoy dispuesta a buscarla yo misma.

Miro al grupo de personas con el ceño fruncido y aprieto la mandíbula.

—Nolan me necesita.

Marcus y Dawn se miran de nuevo.

—¿Mathilda? —dice Dawn—. ¿Cómo sabes que no es una trampa, cielo? Sé que quieres ayudar a Nolan, pero tampoco quieres hacernos daño.

Pienso en ello.

—El autodoctor es más listo que el pinchador —digo—. Sabe hablar. Pero no es lo suficientemente listo. Solo está pidiendo lo que necesita. Como un mensaje de error.

—Pero ahí fuera está el robot que piensa… —interviene Marcus.

Dawn toca el hombro de Marcus.

—Está bien, Mathilda —dice Dawn.

Marcus deja de discutir. Mira a su alrededor, ve algo y atraviesa la habitación. Alarga el brazo, coge un cable que cuelga del techo y lo balancea de un lado a otro para desenrollarlo de un trozo de metal. A continuación me lo entrega, mirando las patas bamboleantes del autodoctor.

—Este cable va al edificio que está encima de nosotros. Es largo, metálico y llega muy alto. La antena perfecta. Ten cuidado, por favor.

Apenas le oigo. En cuanto la antena toca mi mano, una ola gigantesca de información inunda mi cabeza. Mis ojos. Un flujo de números, letras e imágenes satura mi visión. Al principio, nada tiene sentido. Remolinos de color vuelan a través del aire ante mí.

Entonces lo noto. Una especie de… mente. Algo extraño que se abre paso entre los datos, buscándome. Gritando mi nombre: «¿Mathilda?».

El autodoctor empieza a hablar en un murmullo constante.

Exploración iniciada. Uno, dos, tres, cuatro. Solicitación de recuperación del enlace ascendente del satélite. Acceso a la base de datos. Descarga iniciada. Orto, gastro, uro, gino, neuro…

Va demasiado rápido. Demasiado. Ya no entiendo lo que dice el autodoctor. Siento que me mareo a medida que la información penetra dentro de mí. El monstruo vuelve a llamarme, y ahora está más cerca. Me acuerdo de los ojos fríos del muñeco que vi aquella noche en mi habitación y de cómo aquella cosa sin vida susurraba mi nombre en la oscuridad.

Los colores dan vueltas a mi alrededor como un tornado.

«Basta», pienso. Pero no sucede nada. No puedo respirar. Los colores son demasiado intensos y me están ahogando para que no pueda pensar. «¡Basta!», grito mentalmente. Y mi nombre suena otra vez, esta vez más alto, y no sé dónde están mis brazos ni cuántos tengo. «¿Qué soy?», grito dentro de mi cabeza con todas mis fuerzas.

«¡BASTA!»

Suelto la antena como si fuera una serpiente. Los colores pierden intensidad. Las imágenes y los símbolos caen al suelo y son barridos como hojas de otoño hacia los rincones de la habitación. Los vivos colores se aclaran en las deslucidas baldosas blancas.

Respiro una vez. Luego dos. Las patas del autodoctor empiezan a moverse.

Se oyen tenues sonidos de motor cuando el autodoctor empieza a trabajar en Nolan. Un foco se enciende e ilumina su espalda. Un cepillo giratorio desciende y le limpia la piel. Una jeringuilla se introduce en su cuerpo y sale tan rápido que casi no se la ve. Los movimientos son veloces, precisos y están llenos de pequeñas pausas, como cuando las gallinas del zoo infantil giraban la cabeza y picoteaban el grano.

En el repentino silencio, oigo algo bajo la estática de los ruidos de motor. Es una voz.

…siento lo que he hecho. Me llaman Lurker. Estoy eliminando el bloqueo de la torre de comunicaciones de British Telecom. Debería abrir el acceso a los satélites, pero no sé por cuánto tiempo. Si puedes oír este mensaje, las líneas de comunicación siguen abiertas. Los satélites están disponibles. Utilízalos mientras puedas. Las puñeteras máquinas… Oh, no. Por favor. No puedo aguantar más. Lo siento… Hasta luego, Lucas
.

Al cabo de unos diez segundos, el mensaje interrumpido se repite. Apenas puedo oírlo. El hombre parece muy asustado y joven, pero también orgulloso. Espero que se encuentre bien, dondequiera que esté.

Al final me levanto. Detrás de mí, percibo al autodoctor operando a Nolan. El grupo de personas sigue en pie, observándome. Apenas he sido consciente de que estaban allí. Hablar con las máquinas requiere mucha concentración. Ya casi no puedo ver a las personas. Me quedo absorta en las máquinas con mucha facilidad.

—¿Dawn? —digo.

—¿Sí, cielo?

—Ahí fuera hay un hombre hablando. Se llama Lurker. Dice que ha acabado con el bloqueo de las comunicaciones. Asegura que los satélites están disponibles.

Las personas se miran asombradas. Dos de ellas se abrazan. Tom y Marcus se chocan las manos. Emiten pequeños sonidos de felicidad. Dawn posa las manos en mis hombros sonriendo.

—Eso es bueno, Mathilda. Significa que podemos hablar con otras personas. Los robots no destruyeron los satélites de comunicaciones; simplemente nos bloquearon el acceso.

—Ah —digo.

—Esto es muy importante, Mathilda —continúa Dawn—. ¿Qué más puedes oír ahí fuera? ¿Cuál es el mensaje más importante?

Me coloco las manos en los lados de la cara y me concentro. Escucho muy atentamente. Y cuando logro prestar atención más allá de la voz repetida del hombre, descubro que puedo penetrar en la red a través del oído.

Hay muchos mensajes flotando de acá para allá. Algunos son tristes. Otros furiosos. La mayoría son confusos o incompletos o inconexos, pero uno de ellos destaca en mi mente. Es un mensaje especial que contiene tres palabras familiares: «Ley de defensa de robots».

Mathilda no había hecho más que arañar la superficie de sus capacidades. Durante los meses siguientes, perfeccionaría su don especial en la relativa seguridad del subsuelo de Nueva York, protegida por Marcus y Dawn
.

El mensaje que logró captar ese día, gracias al sacrificio postrero de Lurker y Arrtrad en Londres, contribuyó decisivamente a la formación de un ejército norteamericano. Mathilda Pérez había descubierto una llamada a las armas hecha por Paul Blanton, así como la ubicación del mayor enemigo de la humanidad
.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217

2. Llamada a las armas

Hemos descubierto la situación de una máquina superinteligente que se hace llamar Archos.

Especialista PAUL BLANTON

NUEVA GUERRA + 1 AÑO Y 1 MES

El siguiente mensaje fue enviado desde Afganistán. Fue interceptado y retransmitido a todo el mundo por Mathilda Pérez, en Nueva York. Sabemos que, gracias a sus esfuerzos, esta comunicación fue recibida por todo aquel que tenía acceso a una radio en Norteamérica, incluidos cientos de gobiernos tribales, grupos de resistencia aislados, así como los enclaves restantes de las fuerzas armadas de Estados Unidos
.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217

Cuartel general

Comando de resistencia afgano

Provincia de Bamiyán, Afganistán

Para: Supervivientes

De: Especialista Paul Blanton, Ejército de Estados Unidos

Enviamos este mensaje con el fin de animaros a que uséis toda la influencia que tengáis como miembros de un reducto de supervivencia humana en Norteamérica para convencer a vuestros líderes de las terribles consecuencias que sufrirá toda la humanidad si no os organizáis enseguida y desplegáis una fuerza ofensiva que se enfrente a los robots.

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