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Authors: Daniel H. Wilson

Tags: #Ciencia ficción

Robopocalipsis (35 page)

BOOK: Robopocalipsis
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Hace poco hemos descubierto la situación de una máquina superinteligente que se hace llamar Archos: la inteligencia artificial que está detrás del alzamiento de los robots. Esa máquina está escondida en un lugar apartado en el oeste de Alaska. Llamamos esa zona los Campos de Inteligencia de Ragnorak. Las coordenadas están incluidas en formato electrónico al final del mensaje.

Existen pruebas de que con anterioridad a la Nueva Guerra, Archos anuló la ley de defensa de robots antes de que fuera aprobada por el Congreso. Desde la Hora Cero, Archos ha estado utilizando nuestra infraestructura robótica existente —tanto civil como militar— para atacar cruelmente a la humanidad. Es evidente que el enemigo está dispuesto a pagar un enorme precio en esfuerzos y recursos para seguir diezmando nuestros centros de población.

Y lo que es peor, las máquinas están evolucionando.

En el espacio de tres semanas, hemos hallado tres nuevas variedades de cazadores-asesinos robóticos diseñados para desplazarse por terrenos accidentados, penetrar en nuestros búnkeres en cuevas y destruir a nuestro personal. El diseño de esas máquinas ha sido posible gracias a las estaciones de investigación biológica recién construidas que están permitiendo a los robots estudiar el mundo natural.

Las máquinas están diseñándose y construyéndose a sí mismas. Van a aparecer más variedades. Creemos que esos nuevos robots tendrán una agilidad, una capacidad de supervivencia y un poder mortífero mucho mayores. Se someterán a ajustes para luchar contra los humanos en vuestro medio geográfico y vuestras condiciones climatológicas.

Que nadie dude de que el ataque combinado de esas nuevas máquinas, capaces de trabajar las veinticuatro horas del día, se desencadenará dentro de poco en vuestra tierra natal.

Os rogamos que confirméis esta información a vuestros líderes y que hagáis todo lo posible por instarlos a que reúnan una fuerza ofensiva que pueda desplazarse a las coordenadas de Alaska para poner fin a la evolución de esos robots asesinos e impedir la aniquilación total de la humanidad.

Marchad con cuidado, pues sin duda Archos percibirá que os aproximáis. Pero tened la plena seguridad de que vuestros soldados no estarán solos. Milicias similares se reunirán en todo el territorio ocupado por humanos para combatir a nuestro enemigo en su propio terreno.

Tomad en cuenta esta llamada a las armas.

Os garantizamos que a menos que todos los centros humanos situados en las proximidades de Alaska tomen represalias, la lluvia de máquinas asesinas autónomas aumentará enormemente en complejidad y furia.

A mis compañeros humanos

Saludos del

especialista
Paul R. Blanton

Mucha gente cree que estas palabras, traducidas en docenas de idiomas humanos, son las responsables de las represalias organizadas que la humanidad emprendió aproximadamente dos años después de la Hora Cero. Además, existen pruebas muy desalentadoras de que esta llamada a las armas fue recibida en el extranjero, lo que desembocó en un ataque a Archos ampliamente indocumentado y condenado en última instancia al fracaso preparado por fuerzas de Europa del Este y de Asia
.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217

3. El estilo del cowboy

Alguien tiene que hacerse responsable.

LONNIE WAYNE BLANTON

NUEVA GUERRA + 1 AÑO Y 4 MESES

Cuatro meses después de que llegáramos a la legendaria fortaleza defensiva de Gray Horse, la ciudad se sumió en el caos. La llamada a las armas había sembrado la indecisión y había paralizado el consejo tribal. Lonnie Wayne Blanton confiaba en su hijo y defendía la reunión del ejército y la movilización; sin embargo, John Tenkiller insistía en que se quedaran a defenderse. Como describo en estas páginas, al final los robots tomaron la decisión por ellos
.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217

Estoy en el borde de los riscos de Gray Horse, soplándome las manos para entrar en calor y contemplando cómo el alba rompe como el fuego sobre las Grandes Llanuras. Los tenues mugidos de miles de vacas y búfalos se elevan en la silenciosa mañana.

Con Jack en cabeza, nuestro pelotón avanzó sin parar hasta llegar aquí. En todos los sitios donde hemos estado, la naturaleza ha vuelto a la vida. Hay más pájaros en el cielo, más insectos en los arbustos y más coyotes en la noche. Conforme pasan los meses, la madre tierra lo ha engullido todo menos las ciudades. Las ciudades son donde viven los robots.

Un chico cherokee delgado se encuentra de pie junto a mí, llenándose la boca metódicamente de tabaco de mascar. Está observando las llanuras con sus inexpresivos ojos marrones y no parece reparar en mí en absoluto. Pero resulta difícil no fijarse en él.

Alondra Nube de Hierro.

Aparenta unos veinte años y va ataviado con un sofisticado uniforme. Tiene una bufanda negra y roja metida por dentro de una chaqueta con cremallera corta, y lleva las perneras de su pantalón verde claro remetidas en unas botas de cowboy pulidas. De su cuello moreno cuelgan unas gafas negras. Sujeta un bastón con plumas colgando. El bastón está hecho de metal: una especie de antena que debe de haber arrancado a un caminante explorador. Un trofeo de guerra.

El muchacho parece un piloto de caza del futuro. Y aquí estoy yo, con mi uniforme del ejército hecho jirones y salpicado de barro. No sé cuál de los dos debería sentirse avergonzado por su aspecto, pero estoy convencido de que soy yo.

—¿Crees que iremos a la guerra? —pregunto al chico.

Él me mira un instante y a continuación vuelve a contemplar el paisaje.

—Puede. Lonnie Wayne está en ello. Ya nos avisará.

—¿Te fías de él?

—Es el motivo por el que estoy vivo.

—Ah.

Una bandada de pájaros atraviesa el cielo aleteando, y la luz del sol reluce en sus alas como el arco iris en un charco de aceite.

—Todos parecéis muy duros —dice Alondra, señalando al resto de mi pelotón con el bastón—. ¿Qué sois, soldados?

Miro a mis compañeros de pelotón. Leonardo. Cherrah. Tiberius. Carl. Están hablando, esperando a que Jack vuelva. Sus movimientos son familiares, relajados. Los últimos meses nos han convertido en algo más que una unidad: ahora somos una familia.

—No. No somos soldados, solo supervivientes. Mi hermano, Jack, es el único soldado. Yo solo estoy en esto por diversión.

—Ah —dice Alondra.

No sé si me ha tomado en serio o no.

—¿Dónde está tu hermano? —pregunta Alondra.

—En el consejo de guerra. Con Lonnie y los demás.

—Así que es uno de esos.

—¿Uno de qué?

—Una persona responsable.

—Eso dice la gente. ¿Tú no lo eres?

—Yo voy a mi aire. Los viejos van al suyo.

Alondra señala detrás de nosotros con el bastón. Allí, esperando pacientemente en fila, hay docenas de lo que esas personas llaman tanques araña. Cada tanque andante mide unos dos metros y medio. Sus cuatro patas robustas están fabricadas por robots, hechas de fibrosos músculos sintéticos. El resto de los carros de combate han sido modificados por seres humanos. La mayoría de los vehículos están equipados con torretas de tanque y soportes con pesadas ametralladoras en la parte superior, pero veo que una tiene la cabina y la pala de una excavadora.

¿Qué puedo decir? En esta guerra todo vale.

Los robots no aparecieron en Gray Horse de repente; tuvieron que evolucionar para llegar hasta aquí. Eso significa enviar exploradores andantes. Y algunos de esos exploradores fueron atrapados. Algunos fueron desmantelados y ensamblados de nuevo. El Ejército de Gray Horse prefiere luchar con robots capturados.

—¿Tú eres el que descubrió cómo liberar los tanques araña? ¿Cómo lobotomizarlos? —pregunto.

—Sí —contesta él.

—Joder. ¿Eres científico o algo por el estilo?

Alondra se ríe entre dientes.

—Un mecánico es un ingeniero con vaqueros.

—Caramba —digo.

—Sí.

Contemplo la pradera y veo algo extraño.

—Oye, Alondra —digo.

—¿Sí? —contesta él.

—Tú vives por aquí, así que a lo mejor me puedes aclarar una cosa.

—Claro.

—¿Qué cojones es eso? —pregunto, señalando.

Él mira la llanura. Ve el metal sinuoso y brillante retorciéndose entre la hierba como un río oculto. Alondra escupe tabaco al suelo, se vuelve y hace señales a su pelotón con el bastón.

—Es nuestra guerra, colega.

Confusión y muerte. La hierba es demasiado alta. El humo es excesivamente espeso.

El Ejército de Gray Horse está formado por todos los adultos sanos del pueblo: hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Algo más de mil soldados. Han estado perforando durante meses y casi todos tienen armas, pero nadie sabe nada cuando esas máquinas asesinas empiezan a cortar la hierba y a atacar a la gente.

—Quédate con los tanques —dijo Lonnie—. Quédate con el viejo
Houdini
y no te pasará nada.

Los tanques araña hechos a medida atraviesan la pradera en una fila irregular, dando un paso medido tras otro. Sus enormes patas se hunden en la tierra húmeda, y las carcasas de su torso aplastan la hierba, dejando una estela detrás de ellos. Unos cuantos soldados van agarrados a la parte superior de cada tanque, con las armas en ristre, escudriñando los campos.

Salimos a enfrentarnos a lo que hay en la hierba. Sea lo que sea, tenemos que detenerlo antes de que llegue a Gray Horse.

Yo permanezco con mi pelotón, siguiendo a pie al tanque llamado
Houdini
. Jack está encima de él con Alondra. Yo tengo a Tiberius avanzando pesadamente a un lado y a Cherrah al otro. El perfil de ella se ve bien definido a la luz de la mañana. Resulta felina, ágil y feroz. Y, no puedo evitarlo, hermosa. Carl y Leo van juntos a varios metros de distancia. Todos nos concentramos en no separarnos de los tanques: son nuestro único marco de referencia en este interminable laberinto de hierba alta.

Durante veinte minutos, avanzamos pesadamente a través de las llanuras, haciendo todo lo posible por mirar a través de la hierba y ver lo que nos aguarda. Nuestro principal objetivo es impedir que las máquinas se acerquen a Gray Horse. Nuestra intención secundaria es proteger los rebaños de ganado que viven en la pradera: el alma de la ciudad.

Ni siquiera sabemos la clase de robots a los que nos enfrentamos. Solo que son nuevas variedades. Siempre hay novedades con nuestros amigos los robots.

—Eh, Alondra —grita Carl—. ¿Por qué los llaman tanques araña si solo tienen cuatro patas?

—Porque suena mejor que gran caminante cuadrúpedo —grita Alondra desde el tanque.

—Bueno, a mí no me lo parece —murmura Carl.

La primer sacudida lanza tierra y plantas desmenuzadas por los aires, y empiezan a oírse gritos en la hierba alta. Una manada de búfalos huye en desbandada, y el mundo resuena con las vibraciones y el ruido. Caos inmediato.

—¿Qué hay ahí, Jack? —pregunto.

Él está agachado encima del tanque araña mientras la pesada ametralladora gira de un lado al otro. Alondra conduce el tanque. Su mano enguantada rodea con fuerza una cuerda que a su vez rodea la carcasa, al estilo de los rodeos.

—¡Todavía nada, hermanito! —grita Jack.

Durante unos minutos no hay objetivos; únicamente gritos anónimos.

Entonces algo aparece moviéndose ruidosamente entre los tallos amarillos de la hierba. Todos nos giramos y le apuntamos con las armas: un enorme hombre osage. Está jadeando y arrastra por los brazos ensangrentados un cuerpo inconsciente. Al hombre parece que le haya caído un meteorito encima. Tiene una herida profunda y sangrante en la parte superior del muslo.

Más explosiones arrasan a los soldados situados delante de los tanques. Alondra da un tirón con la mano, y
Houdini
empieza a moverse al trote, los motores chirriando mientras avanza a toda velocidad para prestar ayuda. Jack se vuelve y me mira, y se encoge de hombros cuando el tanque se interna en la hierba.

—Socorro —ruge el gran osage.

Joder. Hago una señal al pelotón para que se detenga y miro por encima del hombro del osage cómo nuestro tanque araña se aleja otro paso de nuestra posición, dejando atrás una franja de hierba medio aplastada. Cada paso que da nos deja más expuestos a lo que sea que aguarde allí fuera.

Cherrah se arrodilla y hace un torniquete al hombre inconsciente en la pierna herida. Yo agarro al gimoteante osage por los hombros y le doy una pequeña sacudida.

—¿Qué ha hecho esto? —pregunto.

—Los bichos, tío. Son como bichos. Se suben encima de ti y luego explotan —dice el osage, secándose las lágrimas de la cara con su carnoso antebrazo—. Tengo que sacar a Jay de aquí. Se va a morir.

Las sacudidas y los gritos se suceden ahora más rápido. Nos agachamos cuando suenan unos disparos y unas balas perdidas atraviesan la hierba. Suena como una masacre. Una fina lluvia de partículas de tierra ha empezado a caer del cielo azul despejado.

Cherrah alza la vista del torniquete y nos miramos con seriedad. Es un acuerdo silencioso: tú vigila mi espalda y yo vigilaré la tuya. De repente me sobresalto cuando una lluvia de tierra desciende a través de la hierba y repiquetea contra mi casco.

Hace mucho rato que nuestro tanque araña ha desaparecido, y Jack con él.

—Está bien —digo, dando una palmada al osage en el hombro—. Eso detendrá la hemorragia. Llévate a tu amigo. Nosotros vamos a avanzar, así que os quedaréis solos. Mantén los ojos abiertos.

El osage se echa a su amigo al hombro y se marcha apresuradamente. Parece que lo que ha atacado a Jay ya se ha abierto paso entre las primeras filas y viene a por nosotros.

Oigo a Alondra gritar desde algún lugar por delante de nosotros.

Y, por primera vez, veo al enemigo. Modelos antiguos de amputadores. Me recuerdan las minas corredoras de la Hora Cero en Boston, hace millones de años. Cada uno es del tamaño de una pelota de béisbol, con una maraña de patas que empujan de algún modo su pequeño cuerpo por encima y entre las matas de hierba.

—¡Mierda! —grita Carl—. ¡Larguémonos de aquí!

El soldado larguirucho empieza a huir. Instintivamente, lo agarro por la pechera de su camisa sudada y lo detengo. Tiro de su cabeza hasta mi altura, miro sus ojos muy abiertos y pronuncio una palabra:

—Lucha.

Mi voz no se altera, pero mi cuerpo arde de la adrenalina.

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