Tiberio, historia de un resentimiento (5 page)

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Authors: Gregorio Marañón

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BOOK: Tiberio, historia de un resentimiento
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Consignemos, finalmente, la sospechosa preferencia que Augusto demostró siempre por Druso I sobre su hermano; preferencia que consignan los antiguos y reconocen los modernos historiadores. Esta preferencia la transmitió a su hijo Germánico, al que probablemente hubiera querido ver sucederle en el imperio. Druso I y sus hijos fueron, en la larga lucha entre julios y claudios, los representantes más netos de la rama Julia; y aunque para ello había la razón de la sangre materna, la de Antonia, esposa de Druso, de pura sangre Julia, el fervor de Augusto y la clasificación segura del instinto popular, dejan lugar a la sospecha de que en ello intervendría también la común certeza de que Druso era hijo de Augusto.

En contra de esta paternidad adulterina está, según algunos, el parecido que en los retratos se descubre entre Druso I y Tiberio; sobre ello insiste mucho Baring-Gould. Pero no hay que decir que se trata de un argumento a medias, pues aun siendo Druso hijo de Augusto, se podía parecer mucho a su hermano por la madre común. Sin contar con el margen de duda que hemos de dar a estas atribuciones iconográficas de la antigüedad.

Algunos han alegado también en contra de la hipótesis del adulterio, que Livia, que había sido fecunda con Tiberio Nerón, no lo volvió a ser con Augusto. Plinio dada por cierta esta infecundidad del discutido matrimonio y la ponía como ejemplo de esterilidad «por aversión de los cuerpos», extraño comentario que no está de acuerdo con la pasión que, según otros testimonios, sintió Augusto por su antigua perseguida. El argumento es inadmisible, ya que dentro de la relación conyugal hay muchas explicaciones para que, después de un hijo, no venga ninguno más; tanto más si la mujer cambia de marido. Pero, además, Suetonio nos dice que, a poco de la boda, volvió Livia a quedar encinta, frustrándose el nuevo hijo. Fue, pues, también fecunda con Augusto. Y bien pudo este embarazo frustrado dejar, como tantas veces ocurre, lesionada a la madre e incapaz para maternidades nuevas.

Resignación de Tiberio Claudio Nerón

Me han entretenido estas reflexiones sobre las circunstancias que rodearon a este matrimonio, uno de los más extraños que consigna la Historia, porque las creo indispensables para nuestra biografía. Lo que tiene más difícil explicación es la actitud resignada del marido, antiguo enemigo de Augusto y ahora ofertor afectuoso de su propia mujer. Quizá podría pensarse que la sospecha o la certidumbre del adulterio era uno de los motivos de tan inusitado desprendimiento. Sintiéndose anciano y ya vencido, el esposo se retiraba ante el conquistador juvenil. Pero ni aun así comprendemos la humillante complacencia del fiero aristócrata, que no solamente dotó a su esposa para el nuevo matrimonio, sino que asistió en un puesto de honor al banquete de la boda. Veleio, tan ligado a la familia imperial, llega a decir que fue el propio marido el que ofreció a Augusto su mujer. Sin duda, en la moral de entonces había mucho más de rigor aparente que de verdadera médula ética; por lo menos, en estos tiempos de Augusto, de los que pudo decir nuestro Séneca que «sus vicios se mantenían gracias a las virtudes de los antiguos».

Lo indudable es que el matrimonio de Livia fue escandaloso. Y que todos estos comentarios que ocupan nuestra curiosidad de hoy, con veinte siglos por medio, debieron ser tortura insufrible para el espíritu del joven Tiberio, a medida que su conciencia naciente y el soplo de la maledicencia le iban precisando los detalles de esta etapa de su vida infantil e iban destilando nuevas gotas de acidez en su alma.

Y que no son hipótesis gratuitas lo demuestran las relaciones ulteriores de Tiberio con su madre y con su padrastro, que más adelante comentaremos.

CAPÍTULO V - LOS AMORES DE TIBERIO
Matrimonio de Tiberio y Vipsania, la nieta de Ático

El príncipe de la infancia entristecida llegó a la edad del amor. Su vida sexual fue también profundamente desgraciada y, sin duda, uno de los orígenes más caudalosos de su misantropía y de su resentimiento. En parte, por su temperamento retraído, escéptico y poco fogoso; en parte, por puritanismo, era Tiberio el varón indicado para encontrar la solución de su vida instintiva en la pareja monogámica, apacible y sin aventuras. Y en el comienzo de su vida la halló en Vipsania, hija de Agripa y de su primera mujer Pomponia. Esta Pomponia era, a su vez, hija de Pomponio Ático, «el gran amigo de Cicerón», según dicen todos los libros; pero, en realidad, el amigo de todo el mundo, pues fue en aquellos tiempos de guerras civiles y enconadas banderías, maravilloso equilibrista de las más difíciles convivencias. Cito estos antecedentes porque seguramente nos explican, por la ley de la herencia, la pasiva beatitud con que vemos a Vipsania, amante esposa de Tiberio hasta el mismo día de su separación; desde el siguiente, esposa también ejemplar de Asinio Gallo, uno de los mayores enemigos de su primer marido. A todo se avenía sin esfuerzo la nieta de Ático.

No se sabe la fecha de este matrimonio, pero debió ser hacia el año 19 a.C. cuando Tiberio tenía veintitrés años
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Se dice que su madre, Livia, había querido casarle con Julia I, la hija de Augusto, pero fracasó su ambición, pues el emperador prefirió desposarla (viuda ya de Marcelo II) con su general Agripa. Se explica esta actitud de Augusto por su antipatía hacia Tiberio; y quizá también por la profunda estimación que el emperador sentía hacia el gran caudillo, del que, con intuición eugénica, esperaría una robusta descendencia de capitanes heroicos. Sólo más tarde, cuando Agripa murió, dejando bien cumplida su misión paternal en el número aunque no en la calidad, es cuando Augusto consintió en satisfacer el deseo de Livia, casando a su hija, por tercera vez, con Tiberio.

Tiberio, raro de carácter, acertó a ser feliz con Vipsania, la del hereditario conformismo. Dice Suetonio que vivieron en perfecto acuerdo. Tuvieron un hijo, Druso II, que nació hacia el año 11 a.C. por lo tanto, según nuestros cálculos, varios años después del matrimonio; pero la tardanza en la fecundidad se desquitó con la prisa para renovarla, pues al año siguiente de dar a luz, Vipsania estaba embarazada de nuevo. Luego veremos que la maledicencia popular puso en duda la intervención de Tiberio en estas paternidades.

Divorcio de Vipsania

Por entonces sobrevino una de las profundas tragedias de la vida íntima del futuro emperador, quién sabe si la mayor de todas. Era el año 12 a.C. Agripa acababa de morir dejando viuda a Julia I, y Augusto decidió el casamiento de su hija con Tiberio, previo el fulminante divorcio de éste con Vipsania. Es difícil penetrar, con la psicología y la moral de nuestro tiempo, las justificaciones que entonces tenían estos rompecabezas matrimoniales. Parece evidente que Tiberio vivía feliz con su mujer, por segunda vez fecunda. Es evidente, también, que Julia había dejado antes de enviudar prole masculina suficiente para haber asegurado la continuidad de la raza según el deseo de Augusto, si la muerte, que está por encima de la voluntad de los emperadores, no hubiera aniquilado a todos estos vástagos en plena juventud. Lo lógico, pues, hubiera sido dejar a Tiberio tranquilo en su hogar y a Julia viuda, que, para su modo de vivir escandalosamente alegre, le era lo mismo que sus maridos vivieran o no; y, en el caso de que las leyes que imponían el matrimonio la obligasen a éste, haberla casado con cualquier otro novio más a propósito que el taciturno Tiberio; y así parece que lo intentó Augusto un momento, pensando antes que en aquél, en dos simples caballeros: G. Proculeyo y Coteso.

El fracaso de estos propósitos y el elegir, por fin, a Tiberio, es seguro que se debió a la satisfacción que con ello daba Augusto a las viejas aspiraciones de Livia. Tal vez influyeran también intrigas de la propia Julia, pues ya en vida de Agripa esta insaciable mujer, no contenta con sus diversos amantes, intentaba seducir a Tiberio en forma tan notoria, que en toda Roma se hablaba con escándalo de la aventura. Parece que por esta época Julia tenía enorme ascendiente sobre su padre; pudo, pues, muy bien contribuir a que ordenase el divorcio y el nuevo casamiento.

La historia se repite

No consta que Tiberio tratase resistir ante el mandato imperial. Probablemente porque era muy débil de carácter; pero, sobre todo, porque en esta cuestión de los matrimonios por razón de Estado, el oponerse a las órdenes del príncipe, y sobre todo cuando el príncipe se llamaba Augusto, era empresa heroica. Los historiadores de la época nos refieren, por ejemplo, la oposición de Julio César a someterse a las indicaciones matrimoniales de Sila, casi con la misma admiración con que nos cuentan su conquista de las Galias.

Tiberio no era ciertamente Julio César y se dejó quitar la mujer que estaba embarazada, como su madre cuando Augusto la arrancó del hogar de Claudio para desposarla. Su mentalidad, tan sensible a los horóscopos, acaso buscaría en las estrellas una explicación a este sino humillante de los varones de la familia.

Tal vez, desde un punto de vista psicológico, se encuentren motivos para interpretarlo, no como obra del azar, sino como designio subconsciente de Livia, que, al hacer repetir en su nuera el divorcio en plena gestación, justificaba el suyo estando también embarazada, que tanto había dado que hablar a las malas lenguas de Roma; y enseñaba a la vez al resentido Tiberio, con dolorosa lección práctica, que los hombres sujetos a los deberes públicos tenían que pasar por trances como el que sufrió su padre y ahora se repetía en él.

A poco, Vipsania, la divorciada, apenas repuesta de su parto, se unía a Asinio Gallo. No tardó en divulgarse la sospecha de que este importante sujeto, senador, conocido por su impetuoso carácter y por su elocuencia, hubiera tenido relaciones previas con la mujer de Tiberio; y se decía que era él el responsable, no sólo del segundo embarazo que se frustró, sino también del primero, el que dio origen al nacimiento de Druso II. Baring-Gould alega en contra de esta especie el parecido que tienen los bustos de Druso II con los de Tiberio
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No hay inconveniente en admitir que, en efecto, se tratase de una calumnia más; o, como entonces se dijo también, de una deliberada invención de Livia y de Augusto, para atenuar el dolor de la separación de Tiberio con el rencor de saberse vendido. Pero esta precaución fue, si existió, ineficaz. Tiberio jamás se consoló del divorcio impuesto por la voluntad cesárea. Cuando, ya casado con Julia, vio un día pasar a lo lejos a Vipsania, se enterneció tanto que se le escaparon las lágrimas y juró no volverla a ver. Su resentimiento ante la idea de que vivía en brazos de otro —y otro que era uno de sus mayores enemigos— fue creciendo sin cesar y tuvo no poca parte en la tragedia espiritual de su vida.

Asinio Gallo, el rival implacable

El rival, Asinio Gallo, fue implacable hacia él. Era un personaje célebre, hijo de Folión, cónsul en tiempo de Augusto, al que dedicó Virgilio su Égloga IV. Su hijo compuso un paralelo entre él y Cicerón, obra que, por cierto, era una de las lecturas favoritas de Plinio el joven. Se dice que Asinio Gallo, cuya vanidad y cuyas aspiraciones no tenían medida, supuso que era él «el joven que había de gozar de la vida de los dioses», de que habla Virgilio en la Égloga citada; pero lo probable es que el poeta se refiere a Marcelo II, presunto heredero de Augusto por aquellos años. Lo que no admite duda es que Asinio Gallo, fuera o no cierta la profecía de Virgilio, aspiró al trono de Roma, pues Tácito habla expresamente de que Augusto «en sus últimas conversaciones buscaba entre los romanos que tuvieran a la vez ambición y talento para reinar a su posible sucesor»; y los tres candidatos eran Lépido, con capacidad, pero sin ambición; Gallo, con ambición y sin capacidad; y Arruntio, que unía ambas condiciones. Este importante pasaje nos informa, de nuevo, sobre los esfuerzos de Augusto por eliminar a Tiberio de la sucesión; y además, sobre otro de los más hondos orígenes del resentimiento de Tiberio contra Gallo, que osó disputarle el principado.

Constantemente encontramos en las historias señales de la tensión rencorosa que separó siempre a Tiberio de Gallo. Éste, desde su posición inferior, se erguía en actitud valerosa y algo petulante, en cierto modo simbólica de su apellido, frente a su egregio rival. Más adelante referiremos la intervención airada del impetuoso senador cuando Tiberio no se decidía a aceptar el principado. Y hay otros muchos indicios de su rencoroso disentimiento. El año 15 a.C. hubo una gran inundación en Roma; el Tíber, súbitamente crecido, arrastraba restos de casas deshechas y muchos cadáveres; Asinio Gallo propuso que se consultase, para remediar la catástrofe, los libros sibilinos; e inmediatamente se levantó para oponerse a Tiberio, «tan misterioso en religión como en política». El año siguiente, _terió y Fronto, instigados por Tiberio, presentaron en el Senado una queja contra el lujo de Roma y una proposición para combatirlo; Gallo se opuso a todo ello; con su actitud mortificaba intencionadamente a Tiberio, paladín del criterio puritano. Otra vez, debiendo ausentarse el emperador, Pisón, de acuerdo con él, propuso que el Senado, precisamente por no estar el príncipe delante, redoblase su actividad; también esta vez se opuso Gallo alegando hipócritamente que la presencia de Tiberio era necesaria para las deliberaciones. Sobre una cuestión de nombramiento de magistrados surgió algún tiempo después una discusión directa y áspera entre los dos rivales.

Pero la pugna alcanzó su mayor violencia en el período final del reinado de Tiberio, cuando éste, aliado y dominado por Sejano, luchaba contra Agripina I, la viuda de Germánico. Más adelante referiremos con detalle esta violenta batalla. Agripina necesitaba a su lado un hombre influyente y lleno de pasión que contrarrestase la influencia de Sejano. Asinio Gallo, ya viudo, se prestó a esta alianza, puramente política; e, incluso, intentó casarse para hacerla más eficaz, con Agripina. Los dos rivales se encontraban, pues, de nuevo frente a frente. Tiberio negó, como veremos, el permiso para el matrimonio y dejó correr alevosamente el rumor de que Agripina y Asinio Gallo estaban unidos por amoríos escandalosos.

Puede afirmarse que no era verdad. Asinio Gallo estaba por entonces muy envejecido y Agripina era incapaz de comprometer en un devaneo sin sentido toda su fuerza, que era precisamente su virtud. Fue sólo el común odio contra Tiberio lo que les unió.

La venganza de Tiberio

Pero Tiberio sabía esperar. Cuando llegó el momento propicio, acusó a Gallo en una carta al Senado; y Dión nos dice que llevó su perfidia hasta invitarle aquel mismo día a su mesa, haciéndole beber en la copa de la amistad en los instantes mismos en que, en la Asamblea, se leía su acusación (30 d.C.) Su prisión fue terriblemente severa. No tenía a nadie que en la cárcel le sirviese. Sólo le veía un esclavo que le obligaba a comer para evitar su suicidio por el hambre; y los alimentos estaban escogidos de tal suerte «que le impedían morir, sin darle ningún placer». Sólo tres años después, compadecido de su víctima, Tiberio le permitió que se dejara voluntariamente morir. Otros dicen que fue ejecutado por el verdugo. Un tal Sinaco murió también hacia este tiempo, a manos del verdugo, sólo porque era amigo de Gallo
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