Cachondeos, escarceos y otros meneos

BOOK: Cachondeos, escarceos y otros meneos
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El Cela más provocativo e iconoclasta recorre el universo del erotismo como un huracán de pasiones descarnadas y sugerentes evocaciones. Nada escapa a su genial recreación ni a su certera palabra. La señorita tortillera, el coleccionista de polvos casuales, la diaconisa libidinosa o el digno cornudo se pasean, junto a otros diversos especímenes de la peculiar fauna celiana, por los vericuetos del sexo patrio. Descubra los múltiples nombres del arte del amor en el diccionario secreto que la obra incluye, y disfrute con esta colección de narraciones, rijosilla y magistral, de los más insospechados cachondeos y escarceos eróticos que la inigualable pluma de Camilo José Cela es capaz de crear.

Camilo José Cela

CACHONDEOS, ESCARCEOS Y OTROS MENEOS

ePUB v1.1

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11.07.11

Prólogo y Vocabulario secreto:

Pedro Abad Contreras

La lectura de este libro no está

recomendada a menores de 16 años

Colección:

Biblioteca Erótica 12

2ª edición: Abril 1991

Copyright: Camilo José Cela, 1991

Copyright: Ediciones Temas de Hoy, S.A. (T.H.), 1991

Ediciones:

Temas de Hoy, S.A. (T.H.)

Paseo de la Castellana, 93

28046 Madrid

Impreso en:

Fernández Ciudad, S.L.

I.S.B.N.: 84-7880-073-5

Depósito legal: M. 10736_1991

PRÓLOGO

Si en una improbable entrevista trascendental, —una entrevista de cuyos resultados dependiera algo sonado, digamos, por ejemplo, que me otorgasen ese puesto de arzobispo de Manila que Camilo José Cela todavía no ha conseguido que le den, aunque todo se andará—, hubiera de responder a la pregunta de cuál me parece la característica más definitoria de C.J.C. como escritor, —y seguramente también como individuo, porque en él ambas cosas son seguramente una sola y única cosa—, respondería que su pasión por el lenguaje. Pasión por el lenguaje que es tan vieja como él, voraz y apasionado lector adolescente rodeado de los felices e interminables mamotretos de los clásicos de Rivadeneyra, enfermo del pecho y de literatura que inventa "voquibles" —como decía Sancho Panza—, para sustituir el "aburrimierdo" de tantas horas de lecho, apasionado ya, sobre todo, por las palabras, los repertorios de palabras y las palabras que no encontraba en los repertorios.

Sólo esa pasión explica que haya tenido tiempo de escribir, además de varias docenas de libros de poesía, novela, artículos y cuentos, obras tan importantes en el campo de la lexicografía como los dos volúmenes del
Diccionario secreto
(1968, 1971), los cuatro de la
Enciclopedia del erotismo
(1976-1977), y su revisión abreviada en los dos tomos del
Diccionario del erotismo
(1988), sólidas obras de madurez, mucho más sólidas de lo que podría dar a entender su propio autor, a quien le gusta aplicar a esos trabajos otro voquible de lo más expresivo: "ejercicios de erudipausia". Sin entrar en detalles sobre esas obras, —que exigirían muchos más saberes de los que poseo y también, probablemente, otro espacio y otro lugar—, quiero dejar aquí constancia de esos millares de páginas sabias como aviso de navegantes a quienes, por ignorancia o comodidad, tienden a simplificar lo complejo. Los trabajos lingüísticos de C.J.C. le supusieron un gran éxito editorial, pero también, —quizá sea por eso mismo, aunque también lo sea por desgracia—, una gran contribución a esa idea simplista y facilona del Cela escatológico y mal hablado que tanto les gusta mantener a quienes no conocen ninguna de sus obras y hablan más de oídas que de leídas. También pasa con Quevedo, los chistes de Quevedo y las ediciones apócrifas de Quevedo.

En efecto, para nadie es un secreto que mucha gente tiene indisolublemente adherido, —tan indisolublemente que no se les soltaría ni con decapante o aguarrás—, al nombre de C.J.C. el empleo sistemático, constante, sobreabundante y abusivo, —por innecesario—, de ese lenguaje que algunos suelen llamar desgarrado, barriobajero, prostibulario o de rompe y rasga, —según quien se lo llame, naturalmente—, y otros de cualquier otra manera poco, mucho o nada descalificadora, que eso va en gustos: uno que presuma de culto, por ejemplo, igual dice disfémico, por decir algo y quedar como los ángeles (o de puta madre, que también se suele decir así para más preciso y clarificador señalamiento).

En
Tobogán de hambrientos
, una de las obras empleadas para compilar el Vocabulario que se incluye en este volumen (y que es una de las más divertidas y sin embargo menos conocidas de su autor, además de constituir, —como todas las incluidas y, en general, todas las que se pueden entender en la línea de sus "Apuntes carpetovetónicos"—, un riquísimo repertorio de las inagotables posibilidades expresivas, gramaticales y léxicas, del castellano coloquial), Cela habla de "la literatura de rompe y rasga, esa literatura que ahora se estila tanto, —y en la Edad Media también—, y que consiste en llamar a las cosas por su nombre y sin mayor mérito". ¡Hombre, tampoco es eso! Las cosas tienen su nombre, claro está, y la literatura de rompe y rasga, al parecer, también, pero es preciso poder escribirla sin caer en la trivialidad ni quedar como un cochero (en los últimos tiempos los celadores del ánimo inquisitorial de cada profesión, estado civil o credo acostumbran a exigir que se pida perdón porque el idioma disponga de frases hechas más o menos denigratorias o displicentes con profesiones, estados civiles o credos; por suerte, pedir perdón a los cocheros por la frase hecha parece innecesario, por extinción del colectivo, que es como se le dice al oficio; de todas formas, si queda alguno, que perdone: no es más que una frase hecha, sin el más mínimo atisbo de
animus injuriandi
).

Puede ser que llamar a las cosas por su nombre no tenga mayor mérito, pero es necesario conocer el nombre de las cosas a las que se quiere llamar y hay cantidad de cosas que tienen varios nombres e, incluso, hay algunas cosas que tienen muchísimos (si alguien lo duda, que acuda al inventario de palabras
non sanctas
que adorna este libro y eche la cuenta, por ejemplo, del número de voces que se registran para nombrar a las putas y que, aunque cada una de ellas tenga su matiz de significado específico, deben sumar unas cincuenta). Lo que sucede es que el talento, el genio del escritor está en saber y poder emplear todos esos nombres, y muchos más, con gracia y con precisión, en dominar el juego de los matices y de la adecuación del nivel de la lengua que utiliza al tema para el que lo utiliza, al dibujo del personaje que lo usa y al registro intencional de lo que va contando. Y en esto no caben demasiadas discusiones: Cela es el maestro de los maestros y sabe mezclar como nadie los diferentes tonos expresivos y registros lingüísticos, romper una tirada pedante con un exabrupto, compensar una parodia con una frase cortante o ligera, ironizar con las palabras, —y, muy especialmente, sobre las palabras—, lograr un efecto cómico o poético con un verbo o un superlativo puesto en el lugar adecuado, hacer malabarismos con la fonética o efectuar una conveniente salida de tono y mutis por el foro.

Volvamos al asunto de los tacos, por qué no. Unos de los muchísimos actos y saraos que, con las excusas y motivos más diversos y variopintos, desde los razonables y lógicos hasta los más inverosímiles y peregrinos, se suelen hacer últimamente en honor a C.J.C., —tenga o no tenga maldita la gana de recibirlos—, fueron los actos que el Círculo de Lectores (entidad con probada afición a los homenajes a C.J.C. —y también a otros de sus autores, desde luego—; aunque, para ser justos, habría que decir que desde el punto de vista del Círculo son homenajes bien merecidos: sólo de sus tiradas de
La familia de Pascual Duarte
, por ejemplo, llevan vendidos un millón muy largo de ejemplares) organizó oportunamente para celebrar lo de que le hubieran concedido el premio Nobel. Este homenaje, —ya hemos quedado en que era justificado—, incluía la publicación de un
Retrato de Camilo José Cela
, un bonito retrato con textos y fotos en el que aparecía una larga entrevista con C.J.C., firmada al alimón por Juan Cueto y por mí. En la entrevista, al comentarle, como era de rigor, "esa fama suya de escritor escatológico, de personaje mal hablado, aficionado a los tacos", Cela nos contestaba lo siguiente:

—Yo he procurado escribir como se habla aunque, claro, no sé hasta qué punto lo habré conseguido. A mí me cuelgan el sambenito de los tacos, pero injustamente. Por ejemplo, en la conversación no suelo decir tacos, y en todo caso creo que estoy por debajo de la media española, soy uno de los españoles menos mal hablados que hay. Sin embargo, en algunos libros, si creo que el personaje lo requiere tengo que hacérselos decir, claro, naturalmente. Porque los tacos tienen que estar en su sitio. Bueno, pues la gente se rasga las vestiduras. Ya se sabe, la farsa. Lo que es evidente es que esos que se escandalizan de ciertas palabras, usan esas mismas palabras en el casino. El español, con frecuencia, tiene una lengua para la familia y otra para el casino, y esto es una farsa, sí, la hipocresía en el uso del lenguaje. Cuando publiqué mi
Diccionario secreto
, que es un diccionario de autoridades, me limité a ordenar y a estudiar estas voces, sin pronunciarme sobre si su uso es preconizable o no, que probablemente en muchos ámbitos no lo sea y en otros muchos dé exactamente igual. La gente utiliza el taco, habla así naturalmente. Y el que piense lo contrario, allá él, será que vive en una especie de campana neumática, en el limbo. Cuando en televisión, hace muchos años, dije aquellas tres palabras famosas, lo único que hice fue responder a la pregunta que se me había formulado: "¿Cuáles cree usted que son los tres tacos más utilizados?". Y yo los dije. Si hubiera dicho "cáspita", "córcholis" y "caramba", hubiera mentido. Dije las que me parecía que eran más frecuentes, que no hay por qué repetirlas ahora. Es un vocabulario que usa todo el mundo. Y es que no hay una lengua poética y una lengua no poética, y el taco, si está fuera de su sitio, es detonante.

O sea, que más claro, el agua, y que todas estas líneas y palabras sobraban, porque no vienen a decir más que lo que el propio Cela nos dice en esta larga cita: que la lengua es una, y todas sus palabras tienen el mismo derecho a la existencia, aunque unas se usen más que otras, unas en unos ámbitos y otras en otros. En cuanto a lo del sambenito de los tacos, ya es harina de otro costal. Para estudiar la mayor o menor frecuencia de la aparición de voces malsonantes en los relatos celianos, léanse los que conforman la colección que tienen en sus manos. O sea, que menos lobos. Lo que pasa, sin duda, es que, como están en su sitio, no hay que darles más vueltas. Así de sencillo.

Pedro Abad Contreras

PRIMERA SINGLADURA

No demasiado fanático o irreversible, que el martirologio no es mi fuerte, ni tampoco más dogmático ni veleidoso de lo preciso, sino cachondo por lo bajines y como disimulando y paladín de Soledad Corcuera, en las tablas Gorda de Algeciras, aquí me tienen ustedes, señoras incomprendidas y vagamente libidinosas y caballeros ansiosos y sutilmente cornudos (¡Saluda, Julián: no seas ordinario!) dispuesto a contarles, un mes tras otro y a la pata llana, algunos acaeceres contemporáneos y, en general, aleccionadores y tirando a provechosos. Veamos.

En mayo de 1931 se publicó en Madrid una revista titulada
En España ya todo está preparado para que se enamoren los sacerdotes
.

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