Cachondeos, escarceos y otros meneos (8 page)

BOOK: Cachondeos, escarceos y otros meneos
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—Pero, hombre…, ¡tanto!

—Sí, señor: tanto y más, que en esto siempre todo es poco.

—Bueno, bueno…

Como el olivo milenario de la cacha de estribor del carabinero tuerto estaba hueco lo menos en sus tres cuartas partes, los arácnidos y la mantis religiosa ensayaban sus vicios autófagos y heterófagos con el mayor descaro.

—¿Y no será un mal ejemplo para los efebos delicuescentes?

—No creo; la verdad es que son todos una reata de golfos que ya poco les queda por aprender. Quisimos enseñarles a jugar al dominó, para que se distrajeran un poco, pero acabaron apedreándose con las fichas. Al que le tocaba el seis doble le insuflaban viento por el ano, con un soplillo, para que volase. Volar no volaba, eso es lo cierto, pero se revolcaba de dolor entre las carcajadas de todos.

SOBRE LA RETRIBUCIÓN DEL POLVO CONYUGAL

Un juez foráneo ha sentado la jurisprudencia, a mi leal saber y entender tan peligrosa como desequilibradora, de que el marido viene obligado a pagarle los polvos propios (que los ajenos van por otra cuenta) a su mujer. Ahora se ven cosas muy raras y ésta, a no dudarlo, es una de ellas, porque lo adecuado sería que fuera él, —que es quien se esfuerza—, el que cobrase, aunque fuera un estipendio tan parvo como simbólico. Cuestión de principios.

Los polvos conyugales, que por definición suelen ser consuetudinarios y aburridos, adquieren, con la decisión del juez, un nuevo encanto, el del regateo, que quizá le sume novedad, aunque deteriore el erario y lastre la paciencia.

—¿Hacen treinta duros, Paca?

—¡Una mierda, Rigoberto! ¡Una mierda pinchada en un palo y puesta a secar al sol en un solar! ¡Vade retro, incómodo y egoísta escolástico! ¿Sabes que tú quieres joder demasiado barato? ¡Qué forma de depreciar la mercancía, Santo Dios!

En el diccionario se llama débito conyugal; la forma es no poco dramática (débito = deuda), pero también es la establecida. La definición que nos ofrece es tan triste como el concepto mismo: recíproca obligación de los cónyuges para la propagación de la especie.

—¿Te pones en facha, Paca, que voy a propagar la especie?

—No, hermoso: o aflojas la mosca o se va a poner en facha tu madre, para citar un clásico conocido y perdonada sea la manera de señalar. ¡Una tiene sus inabdicables derechos, Rigoberto, ya te los explicó el señor juez, y no hay ninguna razón para renunciarlos! ¿Cotizas?

—¡Pero, mujer, si este mes hemos tenido muchos gastos! ¿Qué culpa tengo yo de ser cachondo y pobre, de estar enamorado y verriondo?

—Eso es cosa tuya. ¿Cotizas?

—No puedo, va contra mis principios; además, este mes tuvimos las matrículas de los nenes y el plazo de siete electrodomésticos, siete.

—¡Pues jódete y baila, hermoso! Eso es cosa tuya, que te metes en gastos alegremente y sin pensarlo. ¡A amolarse tocan, hermano!

—Como tú quieras, Paca; lo que te digo es que tienes un corazón que parece hecho de pedernal, mismamente del más duro pedernal, de ese que saca chispas.

Está bien esto de que la mujer tenga más derechos cada día que pasa, la verdad es que antes no tenía casi ninguno; de lo que ya no estoy muy seguro es de que el señor juez, cuya decisión comento, haya acertado tomándola, porque una cosa es predicar y otra, muy diferente, es tener que rascarse el bolsillo para joder por la Iglesia. ¿Usted me entiende, amable lector? Yo creo que queda claro.

La tasa del polvo en vagina legal y sacramentada —y nunca peor—, admite el precio político, como el trigo, el vino y los viajes por ferrocarril, al objeto de no alterar los pactos debidos y saludables, aunque, en épocas de crisis e impuestos especiales sobre los signos externos de riqueza, quizá fuera justo y prudente prevenir el paralelo y público impuesto especial sobre los signos externos de cachondería, ya que, como decía Adam Smith, jodiendo en familia no se incrementa la renta "per cápita".

La sentencia del juez foráneo aconseja a la esposa cobradora no abusar del precio, para lo que utiliza un argumento que traducido a nuestra latitud equivaldría al celebérrimo "aunque usted pueda, España no puede", que no se sabe bien lo que quiere decir, aunque se supone.

En la aplicación de las pautas marcadas por el juez es posible que surjan muy dispares criterios interpretativos, por ejemplo: si el marido paga el polvo, ¿puede cobrar la cama y el desayuno? A lo mejor salía lo comido por lo servido, con lo que las aguas volvían a sus cauces, la situación se reintegraba a sus orígenes y todos tan contentos; habrá que esperar algún tiempo, a ver por dónde salen los tiros o, al menos, a ver si escampa.

Pensándolo bien, a mí me parece que este juez nos ha salido algo machista, que es como ahora se llama a los conservadores, ya que ese afán de protección a la pobrecita cónyuge perseguida, cipote marital en ristre, hasta el catre cómplice, hiede a tutela de lo que se supone que no se sabe tutelar por sí: digo los intereses, que no el cuévano mágico, de la esposa indefensa. ¡Bueno está lo bueno! Es prudente que los jueces velen por la norma, aunque quizá ya no lo sea tanto el inventarse normas que llevan a confundir el culo con las cuatro témporas, y el coño y su templado uso con la cartilla de la Caja de Ahorros. Los hombres, en nuestra humildad, también tenemos nuestros derechos: pongamos por caso el derecho al débito, que no se endeuda más que quien quiere y sarna con gusto no pica, aunque no por eso deje de escocer.

Mucho me temo que el preconizado arancel del catre va a traer más disgustos que gustos, porque a mí se me hace que no puede funcionar con flexibilidad la mezcolanza del lío o ligue con el hábito al que Dios bendiga (sin abusar, que no es sano). La gente se casa para ahorrar y ver la televisión en zapatillas a cambio de tener la conciencia mansa como en pantano, y si a la gente se le altera la norma acabará todo a linternazos y, si no, al tiempo. La intención del rosario de la aurora fue buena, a no dudarlo; lo que ya no resultó tan bien fue la manta de palos que se repartió de postre.

Son incalculables las consecuencias que sobre el Derecho civil puede acarrear la arriesgada jurisprudencia establecida por el juez desfacedor de entuertos. Las casas, como iban, funcionaban mejor o peor, pero funcionaban. A lo mejor, a partir de ahora lo que no funciona es el cónyuge varón; a este alelamiento producido por el miedo, los psiquiatras le llaman inhibición, y, los endocrinólogos, gatillazo. La manera de señalar es algo que va en gustos y, si se entiende, vale por sí misma.

PARÁBOLA DE LA DAMA ATRAPADA

La noticia corrió como un reguero de pólvora. La noticia ayer se contó en el ágora, hoy hace gemir las prensas y mañana se cantará en romance: a una dama británica, jodona y frágil, la aplastó un amante corpulento en trance de follar en utilitario e inmovilizarse el seductor, a resultas de una hernia discal y extemporánea. ¡Vaya por Dios! Yo siempre pensé que para el noble acto de la jodienda se requiere un mínimo espacio vital: una cama por lo menos canóniga, un sofá, una pradera, una playa, etc. Querer resolver el problema sexual, como ahora se llama, en un armario, en un ataúd o en un 600 quizá tenga su encanto, —y si no, que se lo pregunten a Sarah Bernhardt, que follaba en féretro—, pero también tiene sus riesgos e incomodidades. Las hernias de disco vienen cuando Dios las manda, que no antes ni después, pero Dios, que es muy cauto, las manda sin avisar, —Dios castiga sin piedra ni palo—, y siempre nos pillan desprevenidos y a veces, y lo que es peor, con el culo al aire y el pijo engatillado.

La amante frágil se puso cachonda en inglés, que es más sinóptico, se remangó la falda, se quitó las bragas y dijo
yes
, lo que fue su perdición porque, espatarradita y en decúbito supino, se quedó de un aire debajo de cien kilos flexibles y amorosos, al principio, y después rígidos e hieráticos. Con un pie, —y su último resuello—, la dama pudo tocar el claxon en petición de auxilio; se acercaron los transeúntes, llegaron los bomberos y un par de mecánicos armados de soplete y, entre todos, pudieron liberar a la Dulcinea presa de sus propias artes y recovecos. Fue muy comentada la favorable circunstancia de que el caballero inglés no tuviera trabones en el cipote, como los perros, característica que hubiera retrasado mucho la separación de ambos cuerpos ligados, coaligados y enquilados. ¡Qué Santa Rita de Casia, patrona de disparates e imposibles, sea eternamente loada. Amén!

La juventud debe tomar ejemplo —¡ay, esta juventud!— y aprender que para el polvo automovilístico conviene dejar la puerta abierta, por si acaso. ¿Quién, que haya nacido de madre, puede estar seguro de que jamás se le ha de estrangular un disco de los muchos que tiene? No y mil veces no. La juventud debe reparar en el hecho de que joder alegremente y a la que saltare puede acarrear tristeza: propia y a señora o señorita a la que, ¡a la fuerza ahorcan!, se inmovilizare oprimida por el rijo particular y el tonelaje ajeno. ¿Por qué, ¡oh, jóvenes! no folláis en el verde prado, bajo el aura clemente y sobre la margarita en flor y el trébol manso, como los poetas líricos de los siglos XVI y XVII y el bucólico ganado vacuno? A ver, ¿por qué? Vuestro silencio, ¡oh, juventud alocada!, lo interpreto como expresión de vuestra ignorancia. ¿Os calláis como muertos? ¡Pues a joderse tocan, hermanos, que ya escarmentaréis en vuestro propio cingamocho y en vuestros también propios y parejos acicuécalos! ¡A tomar por saco, por desobedientes y corruptos! ¿Quién atrapó a la dama más que el enemigo malo asomado por la punta del haba del amante vehículo del demonio? ¿Sabéis decirlo? La voz de vuestra conciencia os responde: no señor, no sabemos decirlo. Entonces, locuelos, tontuelos y trapisondistas, ¿por qué no proclamáis vuestra ignorancia a los cuatro vientos?

(Mutación).

En Regent's Park, que fue el lugar del suceso, un señor mayor se dirige a otro que se toca de bombín y va y le dice, digo:

—¿Cuál es su gracia?

—Pues ya lo ve, gentil caballero, unos me llaman Teo y otros me dicen Doro.

—¡Ah, ya! ¿Teodoro?

—No, señor: Doroteo.

Mientras esto acaecía y el mirlo silbaba en la enramada, la señora con el pijo clavado empezó a notar los primeros síntomas de asfixia y aplastamiento.

—¡Ay, ay!

—¿Qué te pasa? —inquirió el verriondo herniado.

—¡Que no puedo más!

—¡Ni yo! ¿No te jode, la cursi?

—¡No tienes conciencia, amor mío! ¡Me estás haciendo la pascua contra el freno de mano!

—No es el freno de mano, es la palanca del cambio.

—Bueno, me es igual.

Cuando arribaron los primeros auxilios y se encontraron con que no tenían por dónde sacar a los enamorados, alguien sugirió:

—¿Y si los dejásemos?

—¡Hombre, no sé! ¡Parece como que da reparo!

—Sí; eso también es cierto. Hoy por ti mañana por mí, ¿verdad, usted?

—Eso es lo que yo me digo. ¿Quién puede asegurar que no se ha de quedar como un palo en un mal momento?

—Bueno: malo, malo… ¡Según cómo se mire!

Al final, como siempre pasa, la cosa pudo tener arreglo y los protagonistas recuperaron su individualidad e independencia, un si es no es maltrechos. La dama estaba sumida en un mar de confusiones que expresaba (pura onomatopeya) con un mar de lágrimas.

—¿Y qué le digo yo ahora a mi marido?

—Mujer, no le digas nada; en estos casos, lo mejor es disimular.

—Sí, disimular, disimular… ¡Eso se dice muy fácil! ¿Cómo le explico que llego tan desarreglada?

—Pues no sé… Métase en el
water
de cualquier
pub
y dése un poco de mano de gato… A veces, con algo de colorete, se superan situaciones muy difíciles y embarazosas.

—¡Por Dios! ¿Y usted cree que también me habrá dejado embarazada?

—No lo sé, señora; tampoco es eso lo que le quise decir. Lo mejor será que se calme; está usted como un poco nerviosa.

—¿Nerviosa? ¡No lo sabe usted bien!

La vida, alrededor del suceso, seguía su curso como si nada. Una de las cosas más desesperantes que hay es ver que a la gente no le importa más que lo suyo.

—¿Y no se habrá inventado nada para despertar la caridad del distraído?

—Pues ya ve usted, parece que no.

(Nueva mutación).

—¿Nos vamos?

—Sí, lo mejor será que nos vayamos yendo. A los tortolitos, que les den morcilla. Bien mirado, la cosa tampoco es para tanto.

—¡Hombre, según cómo se mire!

—Ya le digo: bien mirado.

Los demás automóviles continuaban circulando y en cada pecho, —y cada uno a su ritmo—, seguía latiendo un corazón.

CONVERSACIÓN REGISTRADA EN CINTA MAGNETÓFÓNICA

Don Ulderino de la Braga y Poch puso el aire irredento y concomitante.

—Era muy alegre y jaranera, parecía un cascabel de plata movido por la brisa, pero de repente le entró el aburrimiento y la tristeza, se bebió una botella entera de lejía y terminó en el depósito de cadáveres donde fue violada, de muerta, por quienes se la habían beneficiado en vida, que para eso eran fuerzas vivas y tenían costumbre: el señor cura, el señor alcalde, el señor juez, el señor boticario, el señor notario, el señor secretario, y así hasta treinta, lo más granado del pueblo, puede creerme, señorita, le digo a usted que la flor y nata de la localidad, mejorando lo presente.

—¡Qué horror! ¿Y ahora estará ardiendo en los infiernos?

—Lo más probable, señorita, al menos ésa es la costumbre.

—¿Alude usted a aquello de: a más rijo, mayor hoguera?

—Exacto.

—¡Vaya por Dios!

La señorita Florenciana de Roque y de Blas, menos por el olor a bestia muerta, parecía una novia, daba gusto.

—¿Y por qué le salieron tan mal las cosas?

—¡Vaya usted a saber, señorita! Se conoce que son los oscuros designios de la divina providencia.

—Pues sí, lo más probable.

En este momento intervino la moza Vitesinda de Expósito y de Alcalá de los Gazules, que había ido a orinar.

—¿Al excusado?

—Exacto.

(Toma la palabra la moza Vitesinda).

—Eso es lo que una dice: mal obedecen los labios cuando el corazón murmura.

—¡Jo, qué frase!

—Sí, señorita, pero no es mía; una servidora la copió de Voltaire.

—¡Ah!

Don Ulderino se mesó las partes pudendas…

—¡Alto ahí! ¡No diga usted necedades, cáspita! ¡Las partes pudendas no se mesan: se soban, acarician o remecen! ¡Arregladas las iba a dejar usted, de mesarlas! ¡Ay, santo Dios, santo Dios!

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