Read Devorador de almas Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
En la sala de exposición, Malus vio a Lohar acompañado del guerrero de Tennucyr. El esclavista gritaba órdenes frenéticamente a los guardianes presas del pánico que trataban de explicarle lo que había pasado. Cuando Lohar vio que Malus irrumpía en la sala blandiendo una porra ensangrentada, se le puso la cara blanca como el papel. El hombre de Tennucyr lanzó un grito de sorpresa, como si hubiese visto a un fantasma. Malus le mostró los dientes en una sonrisa feroz.
—¿Qué tal otra apuesta, pequeño?
Lohar lanzó un grito y se lanzó contra Malus; desenrolló su látigo con un movimiento fluido y rápido, capaz de lacerar la cara del noble. Un esclavo se hubiera amedrentado ante semejante acometida, pero no un guerrero endurecido en el combate. Malus esquivó el golpe y corrió hacia Lohar; blandiendo la porra con ambas manos, alcanzó al hombre en la entrepierna. El esclavista se dobló en dos y emitió un grito ahogado, que cesó cuando Malus le dio en la nuca un revés que lo dejó seco en el suelo.
Malus giró en redondo para enfrentarse al hombre de Tennucyr y sólo alcanzó a ver su espalda cuando atravesaba a todo correr la puerta abierta del recinto.
El guerrero corría hacia su montura a la máxima velocidad que le permitían sus piernas sin molestarse en mirar hacia atrás. Malus salió a la calleja, hizo puntería y arrojó la porra contra el hombre con todas sus fuerzas. El pesado garrote salió dando vueltas por el aire, golpeó al guerrero en la cabeza y lo derribó al suelo.
De la casa de Noros salía el eco de la lucha cuando Malus llegó al hombre de Tennucyr y le dio la vuelta poniéndolo de espaldas sobre el suelo. El hombre estaba recuperando la conciencia cuando el noble le quitó la daga del cinturón.
Malus se arrodilló sobre el pecho del druchii y apoyó la punta de la hoja debajo de su barbilla.
—Mal momento para despertarse —le dijo fríamente—, pero debo decirte que tu suerte se ha torcido por fin.
El guerrero parpadeó.
—¿Mi suerte? ¿Qué quieres decir?
El noble se acercó y lo miró a los ojos.
—Pues que no puedo darme el lujo de manchar de sangre tu armadura o estropearía mi disfraz —dijo, e inclinando la daga hacia arriba atravesó el cerebro del hombre.
Malus clavó los talones en los flancos de
Rencor
y atravesó a galope tendido el barrio de los Esclavistas. Detrás de sí todo era fuego y ruinas.
La armadura del guerrero no era de su medida, y se movía y rechinaba sobre su pecho y sus hombros a cada paso del nauglir. Sentía los avambrazos y las grebas peligrosamente flojos, amenazando con deslizarse de sus miembros. Había tenido poco tiempo para ajustar todas las correas y comprobar que las hebillas estuvieran cerradas mientras una multitud de esclavos descontrolados campaba por sus respetos por la casa de Noros. Cuando logró colocarse el hadrilkar y la armadura del muerto, el recinto estaba ardiendo y esclavos armados salían corriendo a la calle ávidos de derramar más sangre de esclavistas.
Los esclavistas druchii y sus hombres se asomaban al exterior por el otro extremo del callejón, escuchando la conmoción a lo lejos y observando con alarma creciente la columna de humo que salía del recinto de Noros.
—¡Los esclavos de Noros han escapado! —les gritaba Malus a su paso—. Están quemando todo lo que encuentran a su paso. ¡Atrancad las puertas y armad a vuestros hombres!
Los esclavistas se retiraban del camino del noble y empezaban a gritar órdenes a los suyos. Malus seguía al galope esperando que a nadie se le ocurriera preguntarse qué asunto tan urgente tenía entre manos uno de los hombres de lord Tennucyr.
En cuestión de minutos, Malus llegó al pasaje curvo que conectaba los distintos niveles del Arca Negra. Los guardias que cobraban el peaje a los druchii que pasaban fruncieron el entrecejo al ver la marcha que llevaba el noble, pero Malus se limitó a espolear su cabalgadura dispersando tanto a soldados como a ciudadanos al girar a la derecha y dirigirse a los niveles más altos de la fortaleza rodeada por el hielo.
—¡Dad la alarma! —les gritaba a cuantos encontraba—. ¡El barrio de los Esclavistas está ardiendo!
Las figuras aparecían y se retiraban hacia las sombras, mientras Malus subía por la larga rampa, con expresión de ira o de miedo en sus pálidos rostros. Al noble le pareció que olía a humo e imaginó las consecuencias de un incendio de envergadura en las bóvedas cerradas del arca. Justo en ese momento Malus tuvo la sensación de que unas escamas duras rozaban por dentro sus costillas y oyó la voz de Tz'arkan en su cabeza.
—Vas en la dirección equivocada, pequeño druchii —dijo el demonio con frialdad—. Como siempre, vas de cabeza a los brazos de tus enemigos.
Malus sacudió la cabeza y rechinó los dientes ante el repentino regreso del odiado demonio. En cuanto tuvo puestas la armadura y el collar de servicio del guerrero muerto había pensado en dirigir a
Rencor
hacia abajo por la larga rampa y salir corriendo al helado desierto. Sin embargo, se había dado cuenta de que huir del arca sólo le daría una ilusión de seguridad. Al otro lado de las murallas sería un hombre perseguido por los guerreros del Hag y por los asesinos. Su única esperanza era probar suerte con Balneth Calamidad y confiar en que la enemistad entre el Señor Brujo y Hag Graef —y la misteriosa tregua con Malekith— fueran suficientes para detener a sus enemigos el tiempo suficiente para poder librarse, por fin, del maldito acoso de Tz'arkan.
—¡Qué oportuna tu preocupación! —dijo el noble con sorna—. Especialmente después de haber estado tan callado cuando me cazaron como a un lobo tras el combate en Vaelgor Keep.
—Necio —le espetó el demonio—. Te mantuve vivo después de tu metedura de pata con los hombres de Lurhan y cuando te dejaron erizado de proyectiles. De no haber sido por mí esa infección se hubiera llevado por lo menos tu pierna, y eso si no te mataba después de días de dolor y de delirio. Soy tu aliado más fiel, Darkblade, pero eres demasiado tonto para darte cuenta.
Malus no daba crédito a sus oídos.
—¿Aliado? ¿Acaso me dijiste que era Lurhan quien tenía la daga? No, te burlaste de mí con acertijos. Por lo que a mí respecta no fue sino otro de tus malditos juegos.
—¿Te he mentido alguna vez, Malus? —dijo el demonio entre dientes—. No. Ni una sola vez.
—Pero ¿me has dicho en alguna ocasión toda la verdad? —le replicó el noble—. Responde si puedes. Sé perfectamente que Calamidad es mi enemigo. No hay en Naggaroth nadie que no sepa que Calamidad es mi enemigo, maldito espíritu. Por una vez dime algo útil y explícame el motivo, si es que lo hay, por el cual no debería probar suerte con él.
—Te utilizará contra Hag Graef —respondió Tz'arkan—. Serás una arma con la que apuntará al corazón mismo de la ciudad.
La advertencia era tan absurda que el noble no pudo por menos que reírse.
—¿Es que eres tan simple, demonio? Por supuesto que lo hará. ¿Acaso has pensado que no se me había ocurrido a mí? Es una espada de doble filo, demonio. El intentará utilizarme para sus fines, y lo mismo haré yo con él. Así es como se juega este juego. —Malus esbozó una sonrisa feroz—. ¡Ningún señor feudal se aprovechará de un druchii de Hag Graef!
Rencor
superaba otra revuelta del largo camino ascendente cuando una explosión sonora, estremecedora, sacudió la piedra misma del arca. El ruido se propagó como un trueno, reverberando en los huesos del noble, y todavía no se había desvanecido del todo cuando le siguió otra. Era el toque de un tambor grande y terrible que hacía llegar una portentosa llamada de alarma a todos los túneles y cavernas de la enorme fortaleza. El sonido acentuó más la sonrisa calculadora de Malus. El caos y el pánico eran sus verdaderos aliados en ese momento; cuanto más durara la alarma, tantas más oportunidades tendría de llegar a la fortaleza de Calamidad y de conseguir una audiencia con el propio Señor Brujo. Una parte de su mente no hacía más que maquinar una propuesta que plantear al Señor Brujo y que éste no pudiera rechazar.
El tambor seguía con su llamada de alarma cuando Malus llegó al siguiente nivel por encima del barrio de los Esclavistas. Después de atravesar a toda velocidad el oscuro pasaje curvo, se encontró dejando atrás a un sorprendido grupo de guardias de peaje y subiendo por el costado de una enorme caverna. Un espacio enorme, húmedo y oscuro se abría a su derecha y por un momento sintió una especie de mareo ante el cambio súbito del entorno. La cámara era tan enorme que el lado más alejado se perdía en una difusa neblina de luces brujas cuyo resplandor permitía ver los lados relucientes de docenas de columnas de mármol, que se alzaban a una altura de casi treinta metros hacia el techo abovedado. Entre las columnas, Malus entrevio pequeños edificios y callejas más estrechas repletas de druchii armados y resueltos. Luego, la rampa llegó a la parte más alta de la gran cámara y las estrechas paredes de un pasaje subterráneo se volvieron a cerrar en torno a Malus.
Minutos más tarde, el noble olió el aire puro y frío, y se dio cuenta de que se acercaba a la cima del arca. En ese momento, a la vuelta del camino, se oyó el paso medido de soldados marchando, y el noble se apresuró a pegar a
Rencor
a la pared interior justo a tiempo para evitar la marcha imparable de un regimientos de lanceros naggoritas que acudían a marchas forzadas al combate que se estaba librando abajo. La luz de las lámparas se reflejaba en las superficies curvas de sus petos y relucía como la helada en los hermosos faldares de pesada malla. En sus caras se veía el ansia de combatir mientras pasaban a toda prisa junto a Malus sin una sola mirada de curiosidad.
Un pequeño destacamento de ballesteros seguía a los lanceros y luego una gran tropa de caballeros montados en gélidos que llevaban en sus lanzas pendones negros y rojos. «Es una respuesta rápida y temible», pensó el noble con cierta admiración. Ni siquiera los guerreros de Hag Graef podrían haber reaccionado tan velozmente.
En cuanto hubo pasado el regimiento, el noble espoleó su montura para que apurara el paso, consciente de que el levantamiento no duraría mucho cuando llegaran los guerreros del arca. Tan empeñado estaba en marchar de prisa que no se dio cuenta de que el pasadizo se iba nivelando gradualmente y de que el aire era más limpio, hasta que superó una última revuelta y se encontró avanzando de cabeza y a galope tendido hacia una alta verja de barras de hierro erizada de pinchos como espinas.
—¡Sooo! —gritó Malus, tirando de las riendas y con los ojos desorbitados, mientras
Rencor
, lentamente, acusaba la orden, pero no podía frenar al resbalar sus pies sobre la piedra pulida.
Avanzaban imparables hacia los aguzados pinchos que se veían cada vez más cerca, hasta tal punto que el noble tuvo que reprimir el impulso de saltar de la montura. En el último minuto, las garras del nauglir consiguieron afirmarse y su tonelada de peso dejó unos profundos surcos en la piedra cuando la bestia de guerra consiguió, por fin, detenerse. La verja se alzaba como un muro a la derecha de Malus, tan cerca que podía tocarla. Un pincho relucía a menos de quince centímetros de su cuello descubierto y otro apuntaba de forma amenazadora a su greba derecha.
Al otro lado de la verja montaba guardia un contingente de lanceros, que con los ojos como platos, habían contemplado la repentina y peligrosa llegada del noble. Malus identificó en seguida al jefe del grupo y lo miró fijamente con mirada dura.
—¡Abre la puerta, maldita sea! —le espetó—. ¡Hay una sublevación general de los esclavos y traigo un mensaje urgente para el Señor Brujo!
El tono imperativo de la voz de Malus hizo que los guardias se lanzaran sobre el torno que controlaba la verja. Al cabo de un momento, se abrió una puerta giratoria con un chirrido, y el noble guió a su gélido a través del estrecho acceso. El capitán de la guardia le gritó algo, pero el noble no le hizo el menor caso, y nuevamente se lanzó al galope.
Superada la verja había un ancho túnel en arco de unos diez metros. Sobre las oscuras paredes grises del otro extremo se reflejaba la luz del sol.
—Ya casi estamos —se dijo Malus, y al cabo de unos instantes, salió a una amplia plaza urbana rodeada por las ciudadelas de la élite de la ciudad.
El noble había pensado que se encontraría con puestos callejeros y con ciudadanos haciendo sus recados, pero se vio en medio de un campamento armado. Compañías de lanceros que vestían negras armaduras estaban formadas por regimientos a uno y otro lado del túnel. Al otro lado de la plaza, la caballería ligera esperaba con nerviosismo, inquietos los caballos de guerra ante la presencia de una gran compañía de caballeros del gélido totalmente desplegados a cierta distancia. Malus sintió que un millar de ojos se volvían hacia él cuando salió de la oscuridad del túnel tratando de no reflejar su sorpresa al darse cuenta de que no tenía la menor idea de adónde iba.
Improvisando sobre la marcha, pasó revista a las torres que se cernían a su alrededor y escogió la que se elevaba por encima de todas las demás y que se destacaba contra un bosque de mástiles erosionados hacia el nordeste. Sin reducir la marcha, Malus atravesó la plaza en esa dirección y se metió en la primera calle que encontró. Suspiró aliviado al ver que no había gritos de alarma ni señales de persecución. No era más que un caballero entre tantos, empeñado en atender a los asuntos de su señor.
Las calles de la ciudad alta estaban desiertas; las puertas de las ciudadelas, cerradas a cal y canto ante el sonido del tambor de alerta. Malus fue haciendo camino por el laberinto de calles con la mayor rapidez posible, sin perder de vista en ningún momento la alta torre. Lenta pero inexorablemente, su azarosa trayectoria lo fue acercando a su objetivo, hasta que, de sopetón, se encontró cabalgando por otra gran plaza que se abría al pie de la ciudadela de Calamidad. También ésta estaba atestada de tropas en situación de alerta. Muchos de los soldados llevaban armaduras recién lustradas y armas a las que no había tocado la suciedad del campo de batalla. También en esa ocasión, cientos de ojos se fijaron en Malus cuando entró en la plaza sofrenando a
Rencor
. El noble se dio cuenta de que ésa no era una milicia de ciudadanos convocada por las revueltas en el barrio de los Esclavistas. Eran tropas regulares, muchas de ellas equipadas con pertrechos sin estrenar de los arsenales del Señor Brujo. Calamidad estaba ampliando su ejército. El Arca Negra estaba en pie de guerra.