Devorador de almas (20 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: Devorador de almas
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El guerrero arrojó el asta astillada a la cabeza de Malus y echó mano de su espada, pero en ese momento el cuerpo musculoso de
Rencor
con un violento movimiento, le arrancó la cabeza al caballo. El animal cayó hacia adelante, salpicando a Malus con su sangre caliente y acre. El noble lanzó un alarido triunfal y espoleó a
Rencor
, que saltando por encima del guerrero que había quedado en tierra, se lanzó a galope tendido por el Camino de los Esclavistas. Al pasar, Malus se inclinó y trató de alcanzar al hombre con su espada, pero una última mirada hacia atrás le demostró que no le había hecho ningún daño sustancial. Acto seguido, se dedicó a examinar la herida de
Rencor
.

Unas formas oscuras brotaron de la niebla justo delante de ellos. Malus apenas tuvo tiempo de ver a los cinco druchii que formaban una línea bloqueando el camino antes de que su jefe hubiera gritado «¡fuego!» y llovieran sobre él los virotes de ballesta.

A esa distancia era imposible que un ballestero consumado errara el blanco.
Rencor
lanzó un rugido furioso y vaciló cuando un proyectil lo alcanzó en el musculoso pecho. El bramido tapó el ruido de los tres virotes que alcanzaron a Malus: uno le atravesó el espaldarón izquierdo y, al mismo tiempo, la protección del hombro y el peto por debajo de la clavícula mientras otro lo alcanzaba por la izquierda, justo debajo de las costillas. El tercer proyectil hizo blanco en la pantorrilla derecha, por debajo de la rodilla. Por una cruel jugarreta del destino, la punta dio en una pequeña hendidura y encontró asidero suficiente para penetrar la armadura en lugar de golpear en una parte más redondeada y resbalar.

No sintió dolor. Debido en parte al vrahsha y en parte a la conmoción de tantos golpes, durante unos instantes no notó nada y su mente estaba extrañamente clara. Vio a los hombres dispersarse al paso de
Rencor
mientras recargaban sus armas. Más allá, en un corrillo defensivo del lado norte de la carretera, esperaban los caballos de los guerreros. Malus tiró de las riendas para dirigir su montura hacia los animales, y el gélido, animado por el frenesí de la batalla, le obedeció de buena gana. Sin los jinetes para tranquilizarlos, los caballos se pusieron como locos al ver la carga del nauglir y se desperdigaron en todas direcciones antes de que el reptil pudiera ponerles una garra encima.

Malus empleó una combinación de rodilla y rienda para poner a su cabalgadura en la pista del caballo que huía hacia el oeste. Se dio cuenta, con un curioso desapego, de que el proyectil alojado en su hombro había inmovilizado las placas de la armadura, lo que le trababa el brazo. Por delante de él, el caballo iba a galope tendido, con las orejas hacia atrás y la lengua fuera, pues le iba la vida en alejarse de la sibilante respiración de la bestia de guerra. Poco a poco, pero sostenidamente, la distancia entre los animales se fue agrandando. El nauglir era incansable y duro como la piedra, pero no muy rápido. Éso no preocupaba demasiado a Malus, pues lo que quería era hundirse en la niebla todo lo posible antes de que los ballesteros pudieran volver a dispararle.

Un disparo apresurado de uno de los ballesteros pasó surcando el aire a la derecha de Malus. El noble se pegó todo lo que pudo a su montura, sin aliento por el dolor que le producía montar. Su mirada se fijó en una anilla de acero sujeta a un eslabón giratorio en la perilla de la montura. En batalla, las riendas del gélido se pasaban a través del anillo para mantenerlas más cerca del cuello del reptil, de modo que así fueran más difíciles de enganchar o de cortar.

Malus echó mano del cinto de la espada torpemente y, tensándolo, lo enganchó a la argolla. Con gran esfuerzo, cogió el extremo que había pasado por la anilla y lo sujetó a la parte tensa de su cinturón haciendo un lazo.

Oyó el silbido de frustración de
Rencor
al ver que su presa desaparecía en la niebla delante de ellos. Malus suspiró profundamente y sujetó bien el cinturón antes de perder la conciencia presa de un dolor feroz.

El contacto de la lluvia fría sobre la cara despertó a Malus.

Abrió los ojos y vio a lo lejos la superficie plomiza del Mar Maligno, velado por movedizas cortinas de lluvia. Después de un instante, se dio cuenta de que ya no se movían, y todos sus sentidos se activaron ante la señal de alarma para enviar una oleada de energía a sus miembros. Lenta y cautelosamente se incorporó, reparando con retraso en que estaba casi fuera de la montura, sujeto apenas por menos de quince centímetros de su cinturón de cuero.

Sintió un dolor que empezaba por la pierna y soltó un involuntario quejido al mismo tiempo que trataba de reacomodarse en la silla. Toda la parte izquierda de la armadura, desde el hombro hasta la rodilla, presentaba surcos de sangre seca y oscura. Miró al cielo, tratando de calcular la posición del sol en medio de la lluvia. Le pareció que era un sol de tarde, pero en su estado bien podía equivocarse.

«Lo primero es lo primero», pensó, tomando una resolución firme. Al menos, los proyectiles tenían cabezas capaces de perforar la armadura, o sea que eran aguzadas y no anchas y con púas.

Echó mano al que sobresalía de su pantorrilla y lo sujetó con cuidado. Respiró hondo, apretó los dientes y tiró.

El virote salió con una efusión de sangre y produciendo un dolor espantoso. Empezó a verlo todo borroso, pero cerró los ojos y respiró hondo, hasta que pasó el momento. A continuación, prestó atención a los que tenía clavados en el costado.

Cuando hubo extraído todos los proyectiles, se paró a estudiar la situación. Ninguno de los que lo habían alcanzado en el torso habían penetrado demasiado, en especial el del hombro, pero la herida de la pantorrilla era otro cantar. Había entrado a fondo en el músculo y le dolía más que las otras dos juntas.

—Tz'arkan —dijo Malus con los dientes apretados—. Ayúdame.

El demonio no respondió.

Malus maldijo con todas sus fuerzas y volvió a llamar a Tz'arkan una y otra vez, pero el demonio no respondía. ¿Habría abusado del pozo de poder del demonio? Durante un fugaz momento, se atrevió a pensar que tal vez Tz'arkan lo había dejado definitivamente, incapaz de mantener el control de su alma. Una mirada al anillo que llevaba en el dedo y a las venas negras que palpitaban como gusanos a lo largo del dorso de su mano hizo que rápidamente desechase toda esperanza. Al final, el noble se vio obligado a recurrir a una medida desesperada que llevaban siglos usando los caballeros del gélido. Sacó su botellita de vrahsha y vertió una pequeñísima cantidad en cada una de las heridas, que quedaron entumecidas de inmediato y le arrancaron al noble un profundo suspiro de alivio. Usar la baba de nauglir para tratar heridas representaba un gran riesgo, ya que podía producir infecciones, locura o incluso la muerte al introducirse la toxina en un corte abierto, pero por el momento las ventajas superaban a los riesgos. De todos modos, si no se ponía en marcha de inmediato, era hombre muerto.

Moviéndose con cuidado, Malus se dejó caer de la montura y apoyándose en su pierna sana examinó las heridas de
Rencor
.

La lanzada que había recibido en la garganta era profunda, pero se curaría con el tiempo. El virote de ballesta se había desprendido en algún momento —Malus sospechó que el gélido se la había arrancado porque le molestaba— y había dejado una herida irregular, que ocasionaría problemas si no se la atendía. Cuando el noble se lo ordenó, el gélido se pudo de pie, lo cual era una señal alentadora. Cualquier gélido capaz de ponerse de pie, también podía andar.

El noble sacó un odre de agua de sus alforjas y tomó un buen trago; a continuación, trató de orientarse. Ahora estaban mucho más cerca de Har Ganeth. Malus vio perfectamente la ominosa ciudad y sus murallas llenas de sangre. Al mirar hacia atrás no vio por ninguna parte la torre fortificada que se había perdido en medio de la lluvia y de las escarpadas colinas.

Los hombres de Lurhan andarían por ahí, acercándose. Estaba seguro de que los supervivientes de la partida de búsqueda habrían vuelto al fuerte y habrían despertado al campamento. Sin embargo, los caballos, cansados, no serían capaces de hacer un buen tiempo ese día, especialmente con esa lluvia, de modo que al menos tenía unas horas para decidir qué hacer a continuación.

Har Ganeth no era un refugio seguro. Ningún hombre en su sano juicio ponía un pie en la Ciudad de los Verdugos si valoraba en algo su vida. Y si sus sospechas eran fundadas y Urial había huido hacia allí con Yasmir, lo único que conseguiría sería cambiar un peligro por otro.

A cuatro días más de viaje hacia el oeste, el Camino de los Esclavistas se cruzaba con el Camino de la Lanza, a la sombra de Naggarond, sede del propio Malekith. Malus reprimió un escalofrío. ¡Prefería probar suerte en Har Ganeth que buscar refugio tras las murallas del Rey Brujo!

¿Qué otras posibilidades había? Hag Graef estaba a tres días hacia el sur por el Camino de la Lanza. Allí esperaban Silar junto con Hauclir y el resto de sus hombres, y con oro suficiente para huir de Nagaroth si le placía. Pero ése era el lugar al que los hombres de Lurhan esperarían que fuera; peor aún, siete días en el camino les darían una buena ocasión de darle alcance con sus cabalgaduras más veloces. No estaba en condiciones de ofrecer resistencia, y mucho menos de combatir. Además, prefería cortarse el gaznate que dejarse llevar encadenado al Hag.

Sólo le quedaba el norte, el desolado y helado norte. Si podía llegar al Camino de la Lanza antes que los hombres de Lurhan, podría despistarlos dirigiéndose a los Desiertos. Pero ¿qué le esperaba en ese caso? No había nada entre Naggarond y las atalayas fronterizas, excepto... Malus se enderezó y adoptó una actitud pensativa.

—¿Me atreveré? —preguntó en voz alta—. No sienten el menor afecto por Lurhan ni por Hag Graef, eso es indudable, pero tampoco por mí. A pesar de todo, puedo recurrir a mis vínculos de sangre; tal vez bastaría...

Un plan empezó a tomar forma en su cabeza. Las oportunidades de éxito era pocas, pero mucho mejores que las otras opciones.

Tuvo que intentarlo tres veces, pero después de varios minutos de agonía pudo volver a montar. Cogió las riendas de
Rencor
con la mano sana.

—¡Arriba,
Rencor
—ordenó, y el nauglir obedeció—. ¡Tenemos mucho camino por delante, pero al final habrá un establo y carne de caballo buena y fresca! Marchamos hacia el norte, adonde no se atreverán a seguirnos los hombres de Lurhan. El propio Malekith se ha ocupado de eso. Es hora de que me reúna con mi tío. Muerto Lurhan, espero que él y yo tengamos bastante de qué hablar.

Con un tirón de las riendas y un toque de talones,
Rencor
se puso en marcha, y sus zancadas largas e incansables los dirigieron rápidamente hacia el oeste. El noble se reafirmó en su idea de cabalgar toda la noche poniendo al nauglir al límite de sus fuerzas para llegar al cruce de caminos antes que sus perseguidores. Una vez en el camino hacia el norte, los hombres de Lurhan estaban invitados a seguirlo; de hecho, su presencia resultaría muy conveniente.

Absorto en sus planes, Malus corría por el Camino de los Esclavistas hacia los desiertos helados y el Arca Negra de Naggor, el reino de Balneth Calamidad.

11. El camino del odio

Pasaron días; Malus ya no estaba seguro de cuántos. Había veces en que no sabía siquiera si era de día o de noche.

No hubo descanso ni pausa en su huida de los hombres de Lurhan. Los vengativos guardias del vaulkhar marchaban más de prisa en sus caballos, de modo que Malus jamás se paraba más de unos cuantos minutos.
Rencor
seguía adelante, incansable. Sus patas palmeaban las negras piedras del Camino de los Esclavistas mientras Malus perdía y recuperaba la conciencia, y deliraba por la pérdida de sangre y la fatiga.

Dejaron atrás Har Ganeth por la noche, lo bastante cerca como para oír los lamentos de las multitudes sacrificiales al otro lado de las murallas de la ciudad. El olor a sangre era tan intenso que incluso a media legua de la ciudad Malus tuvo que luchar encarnizadamente para que el nauglir no se desviara del camino, hasta que por fin el viento dejó de traer hasta ellos el poderoso influjo.

Las cosas empezaron a verse borrosas poco después de que se acabara la comida. Malus sabía que
Rencor
podía correr toda una semana con lo que había cazado y había comido por el camino, pero el noble no era tan afortunado. Tampoco podía darse el lujo de dejar que el gélido se pasara toda una noche cazando en el bosque. Al empezar y terminar cada día, Malus estudiaba el camino por detrás de ellos y calculaba por la nube de polvo que levantaban sus perseguidores la distancia a que se encontraban, y siempre quedaba claro que los cazadores más rápidos habían compensado con creces la distancia ganada por él la noche anterior. No podía hacer otra cosa que mantenerse fuera del alcance de los sabuesos del vaulkhar.

Durante las largas horas en la montura solía invocar el nombre de Tz'arkan y convocar el poder del demonio para curarlo. Nunca obtuvo respuesta. El noble maldecía al demonio, lo llamaba cobarde y alfeñique, pero ni siquiera se inmutaban las serpientes en torno al atribulado corazón de Malus.

Tres días y dos noches después de pasar Har Ganeth, a Malus lo sacó de su sopor el gruñido amenazador de
Rencor
. El noble se removió en la silla pensando irracionalmente que el nauglir se había parado al lado del camino para dormir y los hombres de Lurhan les habían dado alcance, hasta que oyó los débiles quejidos suspendidos en el aire nocturno.

Malus sujetó las riendas con todas sus fuerzas. En cuanto vio ante sí las altas estacas negras que se elevaban hacia el cielo se dio cuenta de que había llegado al punto en que el Camino de la Lanza y el Camino de los Esclavistas se cruzaban. Cuerpos en diversos estados de descomposición estaban amarrados a las estacas de doce metros de altura, con los miembros estirados y los huesos rotos por la forma de atarlos a los inclementes postes a los que estaban sujetos con alambres. Casi todos ellos estaban orlados por un fuego verde que los consumía y que se introducía en las cuencas vacías y en las bocas abiertas.

Algunos de los cuerpos llevaban días allí colgados; otros habían durado años, erosionados poco a poco por la acción violenta del viento y el hielo. Todos ellos habían nacido en noble cuna y muchos habían sido personajes bastante más destacados y poderosos que Malus. Todos habían transgredido las leyes del Rey Brujo y ahora sus espíritus temblaban de agonía mientras sus cuerpos eran consumidos por la implacable Tierra Fría.

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