El juego de Ripley (30 page)

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Authors: Patricia Highsmith

Tags: #Intriga

BOOK: El juego de Ripley
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La llamada era de Heloise. Estaba muy contenta porque había llamado a Noëlle y ésta le había dicho que un amigo suyo, Jules Grifaud, que era decorador de interiores, se había comprado un chalet en Suiza y quería que Noëlle y Heloise fueran con él en coche y le hiciesen compañía durante una semana o más, mientras arreglaba sus cosas en el chalet.

—El paisaje de los alrededores es tan bonito —dijo Heloise—. Además, también podemos ayudarle

A Tom se le antojó fatal, pero si Heloise estaba entusiasmada, eso era lo importante. Tom ya se figuraba que Heloise acabaría por no hacer aquel crucero por el Adriático, como una turista corriente.

—¿Estás bien, cariño?… ¿Qué estás haciendo?

—Pues… trabajando un poquito en el jardín… Sí, todo está muy tranquilo.

19

Alrededor de las siete y media, cuando se encontraba ante la ventana de la sala de estar, Tom vio el Citroën azul oscuro —le pareció que era el mismo que viera aquella mañana— pasando por delante de la casa, esta vez a mayor velocidad que la anterior, aunque no tanta como la del coche que se dirige a un punto concreto. ¿Era el mismo? Bajo la luz del crepúsculo los colores resultaban engañosos, apenas se notaba la diferencia entre el verde y el azul. Pero el coche que acababa de pasar era un descapotable y su capota, de color blanco, estaba sucia, igual que el de la mañana. Tom miró hacia la verja de entrada de Belle Ombre: la había dejado entornada, pero el chico de la carnicería la había cerrado al irse. Decidió dejarla cerrada aunque no con llave. Chirriaba un poco.

—¿Qué ocurre? — preguntó Jonathan.

Jonathan estaba bebiendo café. No había querido té. El nerviosismo de Tom se le estaba contagiando y, por lo que había podido comprobar, Tom no tenía ningún motivo para sentirse tan inquieto.

—Me parece que he visto el mismo coche de esta mañana. Un Citroën de color azul oscuro. El de esta mañana llevaba matrícula de París. Conozco la mayor parte de los coches de estos alrededores y sólo dos o tres personas tienen automóviles con matrícula de París.

—¿Ha podido ver la matrícula esta vez?

Para Jonathan ya era de noche, así que había encendido una lámpara a su lado.

—No… Voy a buscar el rifle —Tom subió como si tuviese alas y volvió inmediatamente con el rifle, sin dejar ninguna luz encendida en el piso de arriba—. Desde luego —dijo a Jonathan—, no pienso utilizar ningún arma de fuego si puedo evitarlo. Es por el ruido. No es temporada de caza y un disparo seguramente atraería a los vecinos… o alguien tal vez se pondría a investigar. Jonathan…

—¿Sí? — dijo Jonathan, que se había levantado.

—Puede que tenga que blandir este rifle como si fuese una maza

—Tom le mostró cómo debía hacerlo para que la parte más pesada del arma, la culata, resultase lo más eficaz posible—. Ya ve cómo funciona, en caso de que tenga que dispararlo. Ahora tiene puesto el seguro —se lo enseñó también.

«Pero no están aquí», pensó Jonathan. Y al mismo tiempo se sintió extraño, irreal, tal como se sintiera en Hamburgo y Munich, cuando sabía que sus blancos eran reales e iban a materializarse.

Tom calculó cuánto tiempo tardaría el Citroën en recorrer la carretera circular que conducía de vuelta al pueblo. Cabía la posibilidad, desde luego, que se dieran media vuelta en algún lugar apropiado y volvieran a pasar por delante de la casa.

—Si aparece alguien en la puerta —dijo Tom—, me da la impresión de que me acribillarán cuando la abra. Para ellos sería la forma más sencilla, ¿comprende? Después, el tipo de la pistola sube corriendo al coche que le espera y se largan.

Jonathan se dijo que Tom estaba algo sobreexcitado, pero le escuchó atentamente.

—Otra posibilidad es que arrojen una bomba por esa ventana —dijo Tom, señalando la que daba al jardín principal—. Como hicieron en el caso de Reeves. De modo que, si le parece bien… lo siento, pero no estoy acostumbrado a comentar mis planes. Suelo tocar de oído. Pero si le parece bien, ¿quiere esconderse entre los arbustos que hay a mano derecha de la puerta principal… los de la derecha son más espesos… y atizarle con el rifle a quien suba los escalones y llame a la puerta? Puede que no llamen a la puerta, pero estaré vigilando con la Luger por si a alguien se le ocurre tirar una bomba: Si está en la puerta, atícele rápidamente, porque el tipo también actuará de prisa. Llevará una pistola en el bolsillo y todo lo que querrá es verme mejor.

Tom se acercó a la chimenea, donde había querido encender fuego olvidándose después, y cogió uno de los leños de la cesta de madera. Luego lo dejó en el suelo, a la derecha de la puerta principal. El leño no era tan pesado como el jarrón de amatista que había en la cómoda junto a la puerta, pero resultaba mucho más fácil de manejar.

—¿Qué le parece si la puerta la abro yo? — preguntó Jonathan—. Si saben qué aspecto tiene usted y me ven a mí, entonces…

—No —a Tom le sorprendió el valiente ofrecimiento de Jonathan—. En primer lugar, puede que no esperasen a ver quién abría, sino que hicieran fuego en el acto. Y si se parasen a mirarle y usted les dijera que yo no vivo aquí, o que no estoy en casa, le apartarían de un empujón y entrarían a ver o… —Tom se echó a reír, imaginándose a los mafiosos hiriendo a Jonathan en el estómago y empujándolo hacia dentro al mismo tiempo—. Creo que usted debería apostarse junto a la puerta ahora, si está dispuesto. No sé cuánto tiempo tendrá que permanecer ahí, pero ya le llevaré algo de comer cuando haga falta.

—Desde luego.

Jonathan cogió el rifle y salió. La carretera que pasaba por enfrente de la casa estaba tranquila. Se apostó bajo la sombra de la casa y practicó con el rifle, levantándolo tan alto como fuese necesario para descargar un golpe sobre la cabeza de quien llamara a la puerta.

—Así está bien —dijo Tom— ¿Le apetece un whisky ahora? Puede dejar el vaso entre los arbustos. Da igual que se rompa. Jonathan sonrió.

—No, gracias.

Se ocultó entre los arbustos, unos arbustos en forma de ciprés, de un metro y medio de altura; también había laureles. Estaba muy oscuro y Jonathan pensó que quedaba absolutamente oculto. Tom cerró la puerta.

Jonathan se sentó en el suelo, con la barbilla apoyada en las rodillas y el rifle a su lado, cerca de la mano derecha. Se preguntó si la espera duraría una hora o tal vez más. ¿O seria un juego inventado por Tom? Jonathan no podía creer que se tratara solamente de un juego. Tom no estaba loco y creía realmente que aquella noche podía ocurrir algo, y esa pequeña posibilidad hacia aconsejable tomar precauciones. Luego, al oír que se acercaba un coche, Jonathan sintió una punzada de auténtico miedo, el impulso de entrar corriendo en la casa. El coche pasó de largo a gran velocidad. Jonathan ni siquiera consiguió verlo a través de los arbustos y la verja del jardín. Apoyó un hombro sobre el tronco delgado de un arbusto y empezó a sentir sueño. Al cabo de cinco minutos yacía cuan largo era, boca arriba, pero todavía completamente despierto; empezaba a notar el frío del suelo penetrándole en los omóplatos. Si el teléfono sonaba otra vez, posiblemente sería Simone. Jonathan se pregunto si Simone en un arrebato de mal genio, cogería un taxi para presentarse en casa de Tom. O tal vez llamaría a su hermano Gérard, que vivía en Nemours, y le pediría que la llevase en su coche. Esto último era algo más probable. Jonathan dejó de pensar en esa posibilidad por que resultaba demasiado espantosa. Ridícula. Impensable. ¿Qué explicación le daría si ella le encontraba escondido entre los arbustos fuera de la casa, aun cuando consiguiera ocultar el rifle?

Jonathan oyó que la puerta de la casa se abría. Se había quedado medio dormido.

—Aquí tiene una manta —susurró Tom. La carretera estaba desierta y Tom salió de la casa con una manta de viaje que entregó a Jonathan—. Póngasela debajo. El suelo debe de resultar muy incómodo.

Al oír sus propios susurros, Tom comprendió que los de la Mafia podían venir a pie, sigilosamente. No había pensado en ello antes. Volvió a entrar en la casa sin decirle una palabra más a Jonathan.

Tom subió al piso de arriba y en la oscuridad examinó la situación desde las ventanas, tanto las de delante como las de detrás. Todo parecía estar en calma. La luz de un farol brillaba sobre la carretera a unos cien metros de la casa, a la izquierda, en dirección al pueblo, pero no alcanzaba muy lejos. Tom sabía muy bien que la luz no caía enfrente de Belle Ombre. Reinaba un silencio absoluto, aunque eso ya era normal. Incluso se habrían oído los pasos de alguien que transitara por la carretera, a pesar de que las ventanas estaban cerradas. Tom se dijo que ojalá pudiera poner un poco de música. Se disponía a apartarse de las ventanas cuando oyó débilmente unos pasos en el camino de tierra y entonces vio una linterna no muy potente que se acercaba a Belle Ombre por la derecha. Tom estaba seguro de que, quienquiera que fuese la persona de la linterna, no entraría en Belle Ombre, y no entró, sino que siguió su camino y se perdió de vista antes de llegar al farol. No pudo distinguir si se trataba de un hombre o de una mujer.

Quizá Jonathan tendría hambre. Eso no tenía remedio. También Tom la tenía. Pero, sí, claro que podía remediarse. Tom bajo las escaleras, todavía a oscuras, rozando la barandilla con la punta de los dedos, y entró en la cocina —en la sala de estar y en la cocina la luz permanecía encendida y preparó unos canapés de caviar. El caviar era el sobrante de la noche anterior y el tarro estaba en la nevera, de modo que tardó poco en preparar los canapés. Tom se dirigía hacia la puerta con la bandeja de canapés cuando oyó el ronroneo de un coche que venía por la izquierda. El vehículo pasó por delante de Bellle Ombre y se detuvo a mano derecha. Luego se oyó débilmente el golpe de una portezuela al cerrarse a medias. Tom dejó la bandeja sobre la cómoda que había aliado de la puerta y empuñó la pistola.

Se oyeron pasos firmes y no demasiado apresurados en la carretera y luego sobre la grava del jardín.

«Este no es de los que tiran bombas», pensó Tom.

Sonó el timbre. Tom aguardó unos segundos y luego, en francés dijo:

—¿Quién es?

—Abra, por favor. Quisiera preguntarle una dirección —dijo una voz masculina con un acento francés perfecto.

Jonathan, que permanecía agazapado con el rifle desde que se oyeran los primeros pasos, surgió rápidamente de los arbustos al oír que Tom corría el pestillo de la puerta. El hombre estaba dos escalones más arriba, pero Jonathan era tan alto que la diferencia no importaba. Alzó el rifle y con todas sus fuerzas golpeó la cabeza del hombre con la culata justo en el momento en que el desconocido se volvía ligeramente hacia él debido al ruido que hiciera Jonathan al salir de entre los arbustos. El golpe le dio detrás de la oreja izquierda, justo debajo del ala del sombrero. El hombre se tambaleó, chocó contra la hoja izquierda de la puerta y se desplomó.

Tom abrió la puerta, cogió los pies del sujeto y tiró de él hacia el interior de la casa, mientras Jonathan le ayudaba sosteniendo al caído por debajo de los hombros. Luego Jonathan recogió el rifle y entró también. Tom cerró la puerta, cogió el leño y empezó a descargar golpes sobre la cabeza rubia del hombre, cuyo sombrero se encontraba ahora sobre el mármol del vestíbulo, vuelto al revés. Tom alargó la mano para coger el rifle y Jonathan se lo entregó. Entonces Tom golpeó una de las sienes del hombre con la culata de acero.

Jonathan apenas podía dar crédito a sus ojos. La sangre corría por el mármol blanco. El caído era el guardaespaldas fornido y rubio, de pelo rizado, que tan nervioso se había mostrado en el tren.

—¡Un hijo de perra menos! — susurró Tom con satisfacción. Este es aquel guardaespaldas. ¡Mire la pistola!

El arma asomaba por el bolsillo derecho de la chaqueta del sujeto.

—Metámoslo en la sala de estar —dijo Tom, y ambos tiraron y empujaron el cuerpo por el vestíbulo—. ¡Cuidado que la sangre no manche esa alfombra! — Tom apartó la alfombra de un puntapié—. El próximo tipo llegará dentro de un minuto. Estoy seguro. Por fuerza serán dos, puede que hasta tres.

Tom cogió un pañuelo —lavanda, con las iniciales bordadas— del bolsillo del pecho del caído y limpió la mancha de sangre en el suelo, cerca de la puerta. De un puntapié hizo volar el sombrero, que pasó por encima del cuerpo postrado y fue a caer cerca de la puerta que comunicaba el vestíbulo con la cocina. Después Tom cerró el pestillo de la puerta principal, procurando no hacer ruido.

—Puede que el siguiente no resulte tan fácil —susurró.

Se oyeron pasos sobre la grava y el timbre sonó dos veces, nerviosamente.

Tom se echó a reír en silencio y empuñó la Luger. Por señas indicó a Jonathan que sacara su pistola también. De pronto, a Tom le entraron convulsiones de risa y se dobló sobre sí mismo para reprimirlas; luego se irguió, sonrió a Jonathan y se secó las lágrimas de los ojos.

Jonathan no sonrió.

El timbre volvió a sonar. Fue un timbrazo largo, insistente.

Jonathan vio que la expresión de Tom cambiaba en una fracción de segundo. Tom frunció el ceño, hizo una mueca, como si no supiese qué tenía que hacer.

—No emplee la pistola —susurró Tom— a menos que se vea obligado.

Alargó la mano izquierda hacia la puerta. Jonathan supuso que Tom se disponía a abrir y a disparar contra el hombre, o encañonarlo con la Luger.

Luego volvieron a oírse pasos sobre la grava. El hombre que se encontraba fuera se dirigía hacia la ventana que quedaba a espaldas de Jonathan y. que ahora estaba completamente cubierta por las cortinas. Jonathan se echó a un lado.

—¿Angy?… ¡Angy! — susurró el hombre.

—Pregúntele a ése qué es lo que quiere —susurró Tom—. Háblele en inglés… como si fuera usted el mayordomo. Déjele entrar. Yo le tendré encañonado… ¿Se siente capaz de hacerlo?

Jonathan no quiso pararse a pensar si se sentía o no capaz de hacer lo que Tom le indicaba. Se oyó ahora un golpe en la puerta y luego sonó el timbre otra vez.

—¿Quién es, por favor? — preguntó Jonathan, colocándose ante la puerta.


Je… je voudrais demander mon chemin, s'il vous plaît.

El acento no era demasiado bueno.

Tom sonrió con satisfacción.

—¿Con quién deseaba hablar, señor? — preguntó Jonathan.


¡Une direction!,… ¡S'il vous plaît
—chilló la voz, en la que ya se advertía la desesperación.

Tom y Jonathan intercambiaron una mirada y con un gesto Tom le indicó que abriese la puerta. Tom se encontraba inmediatamente a la izquierda de quien estuviese ante la puerta, pero sin que pudiera vérsele al abrirla.

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