—Calmémonos —intervino Walter—. Reconozco que todo esto es bastante confuso, pero de ahí a creerte el objetivo de una conspiración —dijo a Keira— o a llegar a la conclusión de que han querido atentar contra vuestras vidas… seamos razonables.
Walter decía eso para tranquilizarnos. La prueba me la dio cuando, poco después, insistió para que dejásemos Londres mientras las cosas se apaciguaban.
Keira recorría los pasillos de la biblioteca de la Academia fascinada por el gran número de obras que contenía y pidió autorización a Walter para sacar un libro de su estantería.
—¿Por qué se lo pides a él?
—No sé —respondió riéndose de mí—, pero me parece que Walter tiene más autoridad aquí que tú.
Mi colega me miró con un aire que no ocultaba en absoluto su satisfacción, sino todo lo contrario. Me acerqué a Keira y me instalé en la mesa enfrente de ella. Vernos así sentados despertó otros recuerdos. El tiempo no lo borra todo, algunos instantes permanecen intactos en nuestras memorias sin que sepamos por qué lo hacen unos más que otros. Quizá sean algunas confidencias sutiles que la vida nos ofrece en silencio.
Cogí una hoja de un bloc de notas olvidado en una mesa, hice una bola con ella y empecé a masticarla haciendo el máximo ruido posible; cogí otra y, sin levantar la cabeza, Keira me dijo con una sonrisa en la comisura de los labios:
—¡Trágatela, te prohíbo que la escupas!
Le pregunté qué estaba leyendo.
—Una cosa sobre las pirámides, no conocía este libro.
Esta vez nos miró a Walter y a mí como si fuéramos dos críos impacientes.
—Me haríais un gran favor los dos si os fueseis a dar un paseo, o incluso a trabajar, si es que os da por ahí de vez en cuando, pero sobre todo dejadme leer este libro tranquila. ¡Largo! Ahuecad el ala y no quiero veros a ninguno de los dos antes de la hora de cierre. ¿Entendido?
Y nos fuimos a hacer novillos, como nos habían mandado.
En el apartamento resonaba una suite de Bach. Sentado en su salón, con una taza de té en la mano, Ivory jugaba solo una partida de ajedrez. Llamaron a la puerta. Miró su reloj, preguntándose quién podría venir a visitarlo, pues no esperaba a nadie. Se acercó a la entrada con mucho sigilo, levantó la tapa de la caja de caoba que había sobre la consola, cogió el revólver que contenía y lo deslizó en el bolsillo de su batín.
—¿Quién es? —preguntó, y se mantuvo apartado de la puerta.
—Un viejo enemigo.
Ivory volvió a poner el revólver en su sitio y abrió la puerta.
—¡Qué sorpresa!
—Echaba de menos nuestras partidas de ajedrez, amigo, ¿me deja entrar?
Ivory cedió el paso a Vackeers.
—¿Juega solo? —dijo mientras se sentaba en el sillón de enfrente del tablero.
—Sí, y no consigo ganarme, es agotador.
Vackeers desplazó el alfil blanco de Cl a G5, amenazando al caballo negro.
Ivory avanzó rápidamente un peón de H7 a H6.
—¿Qué le trae por aquí, Vackeers? Seguro que no ha venido de Amsterdam para intentar comerme un caballo.
—Llego de Madrid; la comisión se reunió ayer —respondió Vackeers al tiempo que se apoderaba del caballo negro.
—¿Qué han decidido? —preguntó Ivory.
La reina D8 se comió al alfil blanco en F6.
—Dejar que sus dos protegidos prosigan sus investigaciones y apropiarse de su trabajo cuando hayan alcanzado su objetivo, si es que lo alcanzan.
El caballo blanco dejó su casilla y se colocó en C3.
—Lo alcanzarán —dijo lacónicamente Ivory, y avanzó el peón de B7 hacia la casilla B5.
—¿Está usted seguro? —preguntó Vackeers.
El segundo alfil blanco se deslizó de C4 a B3.
—Tan seguro como que usted va a perder esta partida. Esa decisión del consejo no le ha debido de satisfacer mucho.
El peón negro protegido por la torre en A7 avanzó dos casillas y se puso en A5.
—No crea, incluso creo que fui yo quien los convenció. Algunos de los integrantes de la mesa hubieran preferido poner término a la aventura y he de decir que de manera bastante radical.
El peón blanco al que velaba la torre se desplazó de A2 a A3.
—Sólo los imbéciles nunca cambian de opinión, ¿no es verdad? —dijo Ivory mientras deslizaba su alfil de F8 a C5.
—Sir Ashton ha hecho que mataran a un sacerdote en Londres, un accidente.
El caballo blanco fue de G1 a F3.
—¿Un accidente? ¿Han asesinado a un sacerdote por accidente?
Un peón negro se deslizó de D7 a D6.
—Su astrofísico era el verdadero objetivo.
—¡Qué deplorable acción, y hablo de sir Ashton, no de su último movimiento, aunque también!
El alfil negro pasó de C8 a E6.
—Temo que nuestro amigo inglés no acepte la resolución tomada en Madrid. Sospecho que quiere ir por su cuenta.
El alfil blanco se apoderó de su primo negro.
—¿Y se enfrentaría a la voluntad del grupo? Eso sí que es bastante grave. A mí me echaron por mucho menos. ¿Por qué ha venido a decírmelo? ¡Es con los demás con quienes tendría que compartir sus inquietudes!
El peón negro se comió al alfil blanco que se había aventurado imprudentemente en E6.
—No son más que suposiciones, no puedo acusar abiertamente a sir Ashton sin pruebas. Pero si esperamos a tener elementos de cargo contra él, tengo miedo de que sea demasiado tarde para su joven amiga. ¿Le he dicho que sir Ashton también quería eliminarla?
Enroque del rey blanco y de la torre.
—Siempre he detestado su arrogancia. ¿Qué espera de mí, Vackeers?
Peón negro de G7 a G5.
—No me gusta la frialdad que se ha instalado entre nosotros. Ya le he dicho que echo de menos nuestras partidas de ajedrez.
Vackeers avanzó un peón blanco de H2 a H3.
—Esta partida que estamos jugando no es la nuestra, usted lo sabe y sabe también cómo termina. No es tanto que me haya tenido apartado en Amsterdam lo que me ha herido, sino que imaginara que no me daría cuenta de su doble juego.
El caballo negro dejó B8 y se desplazó tres casillas para aterrizar en D7.
—Saca usted unas conclusiones demasiado apresuradas, amigo. Sin mí, no estaríamos tan bien informados.
El caballo blanco se replegó de F3 a H2.
—Si nuestros dos científicos están en el punto de mira de sir Ashton, hay que protegerlos. No será fácil, sobre todo en Inglaterra. Hay que incitarlos a que se vayan lo más rápido posible —replicó Ivory, que avanzó de H6 a H5 el peón negro resguardado por la segunda torre.
—Después de lo que acaban de vivir, no será fácil hacer que salgan de su madriguera.
Vackeers avanzó su peón blanco de G2 a G3.
—Conozco un medio para hacer que dejen Londres —dijo Ivory, y desplazó su rey una casilla.
—¿Cómo piensa hacerlo?
A su vez, el rey blanco avanzó una casilla.
El peón negro en D6 pasó al ataque en D5. Ivory miró fijamente a Vackeers.
—No me ha dicho usted lo que le ha hecho cambiar de opinión. Hace poco, hubiera hecho cualquier cosa para impedirles ir más lejos.
—No hasta el punto de matar a dos inocentes, Ivory; ésos no son mis métodos.
Peón blanco de F2 a F3.
—Ahorrar dos vidas no es lo que lo motiva, Vackeers, tiene que decirme lo que tiene verdaderamente en la cabeza.
Repliegue del caballo negro de D7 a F8.
—En eso soy como usted, Ivory, me hago viejo y quiero saber. El afán de comprender ha triunfado finalmente sobre el miedo. Ayer, durante la reunión, Río preguntó si queríamos ser de los que conocerán la verdad o si preferíamos dejársela a las generaciones venideras. Río tenía razón, la verdad acabará por imponerse, mañana o dentro de cien años, ¿qué cambia eso? No quiero terminar mis días vestido con el hábito de un viejo inquisidor —admitió Vackeers.
El caballo blanco se retrasó de C3 a E2. El caballo negro partió al asalto del tablero y se colocó junto a su reina. Vackeers avanzó un peón blanco de C2 a C3.
—Si de verdad conoce el medio para proteger al astrofísico y a su amiga arqueóloga, empléelo, Ivory, pero actúe ya.
La torre negra pasó de A8 a G8.
—Se llama Keira.
Vackeers avanzó un peón de D3 a D4. El alfil negro reculó de C5 a B6. Un peón blanco comió a un peón negro en E5. La reina negra lo vengó inmediatamente, destruyendo al que se había aventurado demasiado cerca de ella. Se hicieron así veintitrés jugadas sin que ni Ivory ni Vackeers se hablasen.
—Si por fin está dispuesto a admitir lo bien fundado de mis teorías, si acepta hacer lo que le diga, juntos quizá tengamos una posibilidad de contrarrestar los planes de ese imbécil de sir Ashton.
Ivory levantó su torre y la colocó en H4.
—Jaque mate, Vackeers; pero ya lo sabía desde el quinto movimiento.
Ivory se levantó y fue a buscar en un cajón de su escritorio el texto en gueze, cuya traducción había terminado aquella madrugada.
Keira no había dejado la biblioteca de la Academia. Fuimos a buscarla para irnos a cenar, pero quería que la dejáramos acabar sus lecturas en paz. Apenas si se dignó levantar la cabeza y nos echó con un gesto de la mano.
—Cenad entre chicos, tengo trabajo, hale, iros.
Ya podía decirle Walter que era la hora de cerrar, ella no quería oír nada. Fue necesario que mi colega pidiese permiso al vigilante nocturno para que Keira pudiese seguir estudiando todo el tiempo que quisiera. Prometió ir a mi casa un poco más tarde.
A las cinco de la mañana aún no había llegado. Me levanté y cogí el coche, preocupado.
El vestíbulo de la Academia estaba desierto. El vigilante dormía en su garita. Se sobresaltó al verme.
Keira no había podido salir del edificio, ya que las puertas de acceso estaban bloqueadas y sin un pase no podía abrirlas.
Aceleré el paso por el pasillo que llevaba a la gran biblioteca; el vigilante me siguió.
Keira ni siquiera se apercibió de mi presencia; la miré desde detrás de las puertas de cristal, absorta en su lectura. De vez en cuando, anotaba algo en un cuaderno. Carraspeé para anunciar mi presencia, me miró y sonrió.
—¿Es muy tarde? —preguntó mientras se desperezaba.
—O muy pronto, según. Está amaneciendo.
—Creo que tengo mucha hambre —dijo, y cerró el libro.
Ordenó sus notas, volvió a poner el volumen en una estantería y, colgándose de mi brazo, me preguntó si quería acompañarla a desayunar.
Atravesar la ciudad en el silencio de las primeras horas de la mañana es algo mágico. Nos cruzamos con la camioneta de un lechero que comenzaba su jornada; en Londres, no todo había cambiado.
Aparqué en Primrose Hill. La persiana de hierro de un salón de té acababa de levantarse y la patrona estaba preparando sus primeras mesas. Aceptó servirnos.
—¿Qué tenía ese libro tan cautivador para ocuparte así durante toda la noche?
—Me acordé de que el sacerdote no te había hablado de pirámides por descubrir, sino de pirámides escondidas, lo que no es lo mismo. Eso me intrigaba y he consultado varias obras sobre el tema.
—Perdona, pero la diferencia se me escapa.
—Hay tres sitios en el mundo donde hay pirámides escondidas. En América Central, algunos templos fueron descubiertos y después olvidados, con lo que la naturaleza los recubrió de nuevo; en Bosnia, las imágenes por satélite han revelado la presencia de pirámides que no se sabe quién construyó ni por qué razones, y en China hay otra historia muy distinta.
—¿Hay pirámides en China?
—Centenares. Eran totalmente desconocidas por el mundo occidental hasta la década de 1910. La mayoría de ellas se encuentran en la provincia de Shanxi, en un radio de cien kilómetros en torno a la ciudad de Xi'an. Las primeras fueron descubiertas en 1912 por Fred Meyer Schroder y Oscar Maman, y otras fueron halladas en 1913 por la misión Segalen. En 1945, un piloto del ejército americano que efectuaba un vuelo entre India y China, mientras sobrevolaba las montañas Qinling, hizo una foto aérea a algo que bautizó como la pirámide blanca. Nunca se la ha podido situar desde entonces con precisión, pero puede ser mucho más grande que la pirámide de Keops. Un artículo sobre el tema fue publicado en una edición del
New York Sunday News
en la primavera de 1947.
»Contrariamente a sus primas mayas o egipcias, la mayor parte de las pirámides chinas no están construidas en piedra, sino que son de tierra y de arcilla. Sabemos que, como en Egipto, servían de sepultura para los emperadores y las familias de las grandes dinastías.
»Las pirámides siempre han fascinado a las mentes y han dado nacimiento a montones de hipótesis descabelladas. Durante miles de años fueron los mayores edificios construidos en la tierra, ya se tratara de la pirámide roja de la necrópolis de Dahshur en la orilla oeste del Nilo, o de la pirámide de Keops, la única de las siete maravillas del Mundo Antiguo que sigue existiendo. De todas formas hay algo curioso: las pirámides más importantes fueron erigidas más o menos en la misma época sin que nadie haya llegado a comprender cómo civilizaciones tan distantes unas de otras reprodujeron por todas partes un modelo arquitectónico similar.
—Quizá se viajara en aquella época más de lo que suponemos —me aventuré a sugerir.
—Exactamente, lo que dices quizá no sea tan absurdo como parece. He consultado en la biblioteca un artículo aparecido en la
Encyclopedia Britannica
de 1911. Los lazos entre Egipto y Etiopía se remontan a la vigesimosegunda dinastía de los faraones; a partir de la vigesimoquinta dinastía, ambos países llegaron a estar regidos por la misma autoridad. La capital de los dos imperios estaba situada entonces en Napata, en el norte del actual Sudán. Los primeros testimonios de relaciones entre Etiopía y Egipto son todavía más antiguos. Tres mil años antes de nuestra era, hay comerciantes que hablan del país de Punt, las tierras al sur de Nubia. El primer viaje conocido al país de Punt tuvo lugar bajo el reinado del faraón Sahura. Pero escucha bien esto, frescos del siglo XV antes de Jesucristo encontrados en el santuario de Deir el-Bahari representan a un grupo de nómadas cargados de incienso, oro, marfil, ébano y, sobre todo, mirra. Ahora bien, sabemos que, desde las primeras dinastías, los egipcios eran muy aficionados a la mirra, lo que hace suponer que el comercio con Etiopía se remonta a las más antiguas épocas de Egipto.
—¿Y cuál es la relación entre todo eso y tu pirámide china?