En alas de la seducción (34 page)

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Authors: Gloria V. Casañas

Tags: #Romántico

BOOK: En alas de la seducción
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—¡Newen! —volvió a gritar, exhausta, y se arrojó en sus brazos ni bien estuvo a su alcance.

Ocultó la cabeza en el pecho del hombre y lo abrazó con toda su alma, dejando caer la manta, la estatua y el recogido de la falda. Con los ojos cerrados, no quería ver ni escuchar nada, solamente sentir. Sentir la piel ligeramente húmeda del guardaparque, su olor silvestre, el latido acompasado de su corazón, tan potente. Y su voz, su voz hueca que... no le estaba diciendo nada.

Aturdida, levantó la cabeza hacia él, con los ojos anegados en lágrimas, y murmuró, como lo hubiera hecho una niña:

—Me perdí...

Lo que Newen vio, además de las lágrimas y la mirada asustada de Cordelia, fue su preciosa boca enrojecida y ligeramente hinchada. Escrutó silenciosamente el resto y comprobó que la ropa estuviese entera. Tenía el cabello revuelto, sí, pero lo que le preocupaba era la forma en que la muchacha se aferraba a él. Todavía no había podido tocarla con las manos, pues ambas estaban ocupadas, y la joven no lo dejaba deshacerse del rifle ni del farol. Parecía tan necesitada de consuelo, que la imaginación de Newen tejió mil situaciones, todas capaces de encenderle la sangre y alimentar a la fiera que llevaba adentro.

—Shhh... —murmuró, procurando calmar un instante la desesperación de la muchacha.

Con ella colgada de su cuerpo como si fuese una garrapata, Newen cambió de mano el farol y, con el brazo del lado sano, le rodeó la cintura para llevarla a la casa.

Una vez en el interior, apoyó todo en el suelo y se desprendió —no sin dificultad— de los brazos de Cordelia para mirarla con atención a la luz del fuego. La angustia inicial de la muchacha había dado paso a otro tipo de temor. Y Newen no iba a desilusionarla.

Se arrodilló frente a ella y, mirándola a los ojos, dijo con firmeza:

—¿Vino sola?

Cordelia asintió, confusa. Él parecía enfadado con ella ahora.

—¿Dónde está Lemos?

La sacudió para que respondiese enseguida,

—¿Dónde está Lemos?

—Quedó atrás, en el camino.

—¿Cuál camino? ¿Por qué no la acompañó hasta acá?

—¡Qué voy a saber! Vine sola, pero me perdí. De noche no se ve bien. Eso es todo.

De pronto, Newen soltó a Cordelia y se puso de pie. La miró fijo un momento más y luego volvió al lugar donde había apoyado el rifle. Lo recogió con rapidez, y se lo puso al hombro. Antes de salir, giró la cabeza y ordenó:

—Quédese acá. No se mueva.

—Espere, señor Cayuki, usted entendió mal...

—No se mueva de acá.

Newen salió y golpeó la puerta. Detrás iba Dashe, inseparable.

Cordelia no supo qué pensar. ¿Qué quería hacer ese hombre con el rifle? ¿Matar a Lemos? Oh, Dios, no... tenía que impedir esa locura.

—¡Señor Cayuki, espere, escúcheme!

Las zancadas de Newen la obligaban a correr. Cuando estaba a punto de alcanzarlo, comprendió que él estaba buscando algo en el suelo. Se acercó con cautela y descubrió que Newen tenía en la mano... ¡la estatuilla! Junto a la manta que ella había dejado caer.

—¿Qué hace esto acá?

—Voy a explicarle todo, pero si usted se queda y me escucha con tranquilidad.

La muchacha comenzó una historia con su endemoniada voz seductora y su pronunciación exótica. Newen sentía la cabeza mareada como si hubiese llenado el vientre de
pulque.
La veía moverse con donaire, tal cual lo haría la reina del bosque. Gesticulaba, hablaba, sonreía, mostraba. Las manos delicadas danzaban ante él y el cabello relucía bajo la luna menguante. Luna menguante, causa de desdicha. ¿No había tenido suficiente desdicha él en su vida? ¿Para esto había estado sufriendo la incertidumbre de no verla regresar temprano?

El demonio se apoderó de él. Walichu lo tenía marcado, no cabía duda. Estaba en sus garras. Jamás iría al mundo de arriba, jamás. Había dejado que el caballo que llevaba adentro se desbocara. Y ahora ocurriría de nuevo.

Los más viejos decían que Walichu era un demonio hembra, en realidad, por eso resultaba desconcertante. Podía pasar de la crueldad más rampante a la simple picardía. Con Newen se había ensañado. Personificado en la hermosa pueblerina de la estancia del llano, ahora se cebaba en él bajo la forma del Hada de la Nieve. Una furia irracional le impedía atender a las palabras y gestos de esta nueva versión del mal. Si estaba perdido, que lo estuviera del todo. De nada había servido la vida decente que llevaba desde entonces. ¡Que el diablo se lo cobrara, pues!

Ante el estupor de Cordelia, que creía estar convenciéndolo con su discurso, Newen tomó a la muchacha por la cintura, la cargó con un solo brazo como si fuera un fardo de paja, y la llevó de nuevo adentro de la cabaña. Una vez frente al fuego, la tumbó sobre la alfombra y se echó encima de ella, con todo su peso. Cordelia soltó un resoplido, sofocada, y lo miró de hito en hito. Los ojos negros de Newen taladraban los suyos. Cordelia sintió una excitación desconocida al percibir la respiración entrecortada del guardaparque. Esto no se parecía en nada al beso atrevido de Lemos. Esta sensación la arrasaba por completo, la sacudía desde la coronilla hasta los pies, provocándole oleadas en el vientre y erizándole el vello de la piel.

Newen no dejaba de mirarla mientras con sus manos callosas recogía la falda desde abajo, rozando sus piernas a medida que las desnudaba. Sus ojos oblicuos se desviaron por un instante hacia la boca de la muchacha, allí donde aún se veían las huellas de un beso robado.

El beso de Lemos.

Espoleado por los celos, Newen oprimió su gruesa boca contra la de Cordelia, dispuesto a borrar ese beso con el suyo propio. Al principio, ella se resistió, más por temor a lo desconocido que por otra cosa. A medida que la boca ardiente del guardaparque empujaba la suya, Cordelia sintió cómo sus labios se entreabrían solos, de modo natural, como si siempre hubiese sabido qué hacer cuando la besaban. Apenas pudo, la lengua áspera y caliente se introdujo en la boca blanda de la joven, explorando todos sus recovecos, hurgando en sus más profundos secretos. Fue un beso descarnado y salvaje, un beso provocador, pero cuando Cordelia espió entre sus párpados, observó con satisfacción... ¡que Newen tenía los ojos cerrados!

Él mantuvo la presión sobre la boca mientras se las arreglaba para continuar acariciando el cuerpo de la muchacha desde abajo hacia arriba, sintiendo la calidez de los muslos, la suavidad de sus caderas, el hueco grácil de la cintura. Se movió apenas para poder subir también el ruedo de la blusa y así tocar el comienzo de sus senos, pequeños y enhiestos. Bajo la blusa campesina, Cordelia no llevaba corpiño. El escote era demasiado bajo para eso, así que las enormes manos de Newen encontraron enseguida las redondeces que buscaban, apoderándose de ellas con gula. Tímidamente, Cordelia levantó también sus manos, para sentir la textura del cabello lacio de Newen. Era áspero y pesado, podía hundir sus dedos en él y no verlos por un buen rato. Ahuecó las palmas para enmarcar la cara del guardaparque con delicadeza. El pareció sorprendido por el gesto, pero después volvió decidido a la tarea de apropiarse de Cordelia, de hacerla suya frente al fuego crepitante, en la medianoche de un día de fiesta, bajo el influjo del Walichu.

—Newen... —murmuró la joven con arrobamiento.

La dulce voz de Cordelia penetró en la mente embotada del guardaparque con una nota disonante. Levantó la cabeza y la contempló. La muchacha se veía adorable en su florecimiento sensual. El cabello dorado desparramado sobre la alfombra, las mejillas arreboladas, la boca entreabierta, ligeramente húmeda, y los ojos entornados, suplicándole que siguiera, que la tomara. Embriagado de deseo, Newen tiró de ella hasta sentarla frente a él.

—Quiero verte —murmuró con voz enronquecida.

La muchacha asintió, hipnotizada, y como no hizo nada para obedecer aquella orden, el propio Newen comenzó a quitarle su bonita vestimenta, empezando por la blusa, que ya estaba desabrochada y mostraba la blancura de sus senos y el botón rosado que los coronaba. Las manos morenas fueron pasando sobre la piel, acariciando a medida que descubrían el cuerpo femenino, rozando y provocando estremecimientos en Cordelia. Cuando la parte superior del cuerpo quedó expuesta, Newen tomó dos gruesos mechones del cabello rubio y los colocó sobre los pechos, observando fascinado cómo aquellas hebras vestían la perfección de la joven. Siempre como en trance, acercó su boca a uno de los senos y comenzó a lamerlo y succionarlo a través del pelo, humedeciendo todo a la vez, saboreando tanto la piel como el cabello perfumado de la pequeña bruja. Cordelia echó la cabeza hacia atrás, rendida de placer, y dejó que él pasara a endulzar con su boca el otro seno. No pudo reprimir un quejido cuando Newen se separó, dejando un hueco frío allí donde sus labios cálidos habían estado.

—Ven —susurró el guardaparque.

Tomó a Cordelia por la cintura y la colocó de pie ante él, para poder bajarle la falda de un solo movimiento. Las piernas de la muchacha se veían doradas y torneadas por el resplandor del fuego. Una mínima prenda de encaje blanco llamaba la atención del hombre sobre el triángulo que él deseaba descubrir. Más que ocultarlo, el encaje parecía destacar el sitio secreto de Cordelia. Newen levantó la cabeza y miró el rostro de la mujer blanca. Ella también lo miraba, con sus ojos muy abiertos y el cabello cayendo en forma de lluvia alrededor de su cara y cubriendo sus propias manos, que seguían aferrándola por la cintura. Sin dejar de mirarla, Newen acercó las caderas de la joven a su rostro y posó la boca audaz sobre el trozo de encaje, humedeciéndolo como había hecho con los senos. Cordelia temblaba. Nunca había imaginado que podía hacerse eso. No sabía si estaba bien. Pero debía estarlo, porque los ojos se le cerraban de puro placer. Hasta que sintió los dedos del guardaparques hurgando debajo de la trusita. ¡No!

Tuvo un gesto de rechazo, pero Newen la sujetó con firmeza.

—Quieta —fue todo lo que dijo.

¡Hasta en esos momentos ese hombre mandaba! Los dedos habilidosos se deshicieron de la pequeña prenda con un rápido chasquido y antes de que la joven pudiese protestar, su boca se adueñó de ese lugar íntimo, provocándole un calor que la abrasó por dentro. Cordelia sintió que las rodillas no la sostenían. Intentó débilmente apartar la cabeza de Newen de su cuerpo, pero no logró más que enardecerlo. La lengua caliente lamía, sorbía, acariciaba y penetraba hasta que la muchacha no se sintió más dueña de sí, como si algo oscuro la estuviese recorriendo y no pudiese evitar el estallido. En ese instante, Newen se incorporó con rapidez y, levantándola, la tumbó de nuevo sobre la alfombra, cubriéndola otra vez con su cuerpo sudoroso. No hubo preámbulos para lo que sucedió. Con sus piernas poderosas, Newen abrió las de Cordelia y se situó entre ellas, decidido. Levantó la cabeza un momento para mirarla a los ojos y, apretando los dientes, clavó en ella sus caderas, arrancando un grito desgarrador de la garganta de la muchacha, que no pudo contener sus lágrimas. Newen se petrificó. A través del dolor y la conmoción, Cordelia percibió que la expresión del guardaparque había cambiado. Ya no la miraba como si quisiese devorarla. Más bien parecía horrorizado de ella, como si hubiese descubierto algo terrible, algo inesperado. Los labios de Cordelia temblaron un poco cuando intentaron pronunciar su nombre de nuevo. Newen los silenció con otro beso, más tierno esa vez.

—Shhh... Déjame mostrarte, Ayinray.

Y mientras lo decía, llevó su mano a aquel lugar que dolía como si estuviese separado en pedazos y comenzó a acariciarlo con suavidad. Pasadas lentas y superficiales primero, de atrás hacia delante, más profundas después, hasta que Cordelia sintió que las piernas se relajaban y su cuerpo cedía a los requerimientos de aquel hombre brutal que, aun cuando le hacía el amor, la trataba con dureza. Pero las caricias ya no eran tan fieras. Cordelia experimentó un dulce calor otra vez, parecido al de momentos antes, y su boca volvió a curvarse en un gesto apacible, de placer. La mano de Newen se movía más rápida a cada momento y sus ojos seguían clavándola en una mirada posesiva que la muchacha sentía extrañamente excitante.

—¿Te gusta?

Cordelia no podía ni responder, así que sonrió para que él supiese que aquello estaba bien, que ya no le dolía y lo peor había pasado. Entonces, volvió el hombre fiero que imponía su voluntad y él la tomó con fuerza por las caderas para poder hundirse más profundamente en ella. Había un ritmo en aquel movimiento, captó Cordelia, e intentó seguirlo.

Los cuerpos se acoplaban junto al fuego en una danza frenética. El hombre oscuro y la muchacha de la nieve. La dureza en la suavidad, más adentro, más adentro... cada golpe era más intenso que el anterior y más rápido, hasta que el balanceo se hizo convulsivo y terminó suspendido en un grito de Newen que desgarró el aire caliente de la cabaña y ahogó el gemido delicado de Cordelia.

Jadeante, el guardaparque se dejó caer pesadamente sobre la mujer un momento, gozando la presión de sus vibraciones internas, asombrado de haber vivido algo tan intenso con alguien como ella, tan diferente, tan... Levantó la cabeza y la contempló. El pelo dorado, húmedo, se le había pegado a las sienes y las mejillas, tenía la tez rosada por el calor del fuego, la boca blanda conservaba las huellas de sus besos y los ojos... esos maravillosos ojos plateados lo contemplaban con arrebato, como si estuviesen descubriendo una maravilla. Se sintió tentado de acostarse a su lado y abrazarla. Ella parecía desearlo, pues sus manos lo mantenían bien sujeto por los brazos.

¡No! Eso era lo que Walichu quería, que sucumbiera. Ésta era otra prueba, y si no la pasaba, estaría perdido para siempre. Con la sensación de haber recibido un chorro de agua fría en la espalda, Newen se levantó, dejando a Cordelia extrañamente desamparada, y se sentó a un lado, respirando con dificultad.

—Levántate —ordenó.

Aturdida y humillada, Cordelia se incorporó, cubriéndose como podía con la ropa que Newen había desarmado en un instante. No podía mirarlo a los ojos, porque sentía que lo odiaba tanto que él se daría cuenta. ¿Por qué le hacía estas cosas? Ella había creído que estaba a salvo en sus brazos, y él...

Newen colaboró con ella en la tarea de vestirla y luego enderezarla.

Una vez en pie, él atizó el fuego y volvió a ordenar:

—Cierra la puerta cuando yo salga. Dormiré afuera.

—Por mí —dijo Cordelia enfurecida—, ¡puedes dormir en el infierno!

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