La falsa pista (57 page)

Read La falsa pista Online

Authors: HENNING MANKELL

Tags: #Policiaca

BOOK: La falsa pista
6.86Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Un teléfono móvil es mejor —dijo—. Pregúntales si tienen uno a bordo.

—Ya lo he hecho —respondió Birgersson—. Éstas son personas que consideran que las vacaciones se tienen que disfrutar sin teléfonos móviles.

—Entonces tendrán que acercarse a tierra —dijo Wallander—. Y llamar desde allí.

—¿Cuánto tiempo crees que tardarán? —preguntó Birgersson—. ¿Sabes dónde está Hävringe? Es plena noche. ¿Pretendes que icen velas ahora?

—Me importa una mierda dónde está Hävringe —dijo Wallander—. Además, tal vez naveguen de noche y no estén anclados. Quizás haya un barco con teléfono móvil cerca. Diles solamente que tengo que contactar con ellos dentro de una hora. Con ella. No con él.

Birgersson movió la cabeza. Después empezó a gritar por el teléfono otra vez.

Exactamente treinta minutos más tarde, llamó Agneta Malmström desde un teléfono móvil que les habían prestado en un barco con el que se cruzaron en la ruta marítima. Wallander no se preocupó en disculparse por las molestias. Fue directamente al grano.

—¿Te acuerdas de la chica que se suicidó? —preguntó—. ¿En un campo de colza hace unas semanas?

—Claro que me acuerdo.

—¿Recuerdas también la conversación que tuvimos por teléfono aquella vez? Te pregunté cómo las personas jóvenes pueden hacer esas cosas contra sí mismas. No me acuerdo de las palabras exactas que usé.

—Lo recuerdo vagamente —contestó ella.

—Respondiste con un ejemplo de algo que habías vivido poco antes. Me hablaste de un chico, un niño pequeño, que temía tanto a su padre que había intentado sacarse los ojos.

Su memoria era prodigiosa.

—Sí —dijo—. Lo recuerdo. Pero no era una experiencia personal. Me la había explicado un colega.

—¿Quién?

—Mi marido. También es médico.

—Entonces es con él con el que necesito hablar. Ve a buscarlo.

—Tardaré un poco. Tengo que remar para ir a buscarlo en el bote. Hemos echado el ancla a cierta distancia.

Sólo entonces Wallander se disculpó por molestar.

—Desgraciadamente es necesario —dijo.

—Tardará un rato —repitió ella.

—¿Dónde coño está Hävringe? —preguntó Wallander.

—En medio del mar —contestó—. Es muy bonito por aquí. Pero ahora estamos navegando de noche hacia el sur. Por desgracia el viento es flojo.

Tardaron veinte minutos en llamar de nuevo. Karl Malmström se puso al teléfono. Mientras tanto Wallander se había informado de que era pediatra en Malmö. Wallander volvió a la conversación que había mantenido con su esposa.

—Recuerdo la ocasión —dijo.

—¿Te acuerdas sin más del nombre de aquel chico?

—Sí —dijo—. Pero no puedo gritarlo en un teléfono móvil.

Wallander le comprendió. Pensó con rapidez.

—Hagámoslo de este modo —dijo—. Yo te hago una pregunta. Puedes contestar sí o no. Sin mencionar nombres.

—Podemos intentarlo —contestó Karl Malmström.

—¿Tiene que ver con Bellman? —preguntó Wallander.

Karl Malmström lo captó. Su respuesta fue casi inmediata.

—Sí —dijo—. Así es.

—Entonces te doy las gracias por ayudarme —dijo Wallander—. Espero no tener que molestaros más. Buen verano.

Karl Malmström no parecía molesto.

—Te da sensación de seguridad cuando ves que los policías trabajan duramente —dijo tan sólo.

La conversación se terminó. Wallander le entregó el auricular a Birgersson.

—Tengamos una reunión urgente —dijo—. Sólo necesito unos minutos para pensar.

—Siéntate en mi despacho —dijo Birgersson—. Está vacío por ahora.

De repente Wallander se sintió muy cansado. El malestar le invadía como un dolor sordo en el cuerpo. Todavía no quería creer que lo que pensaba fuese verdad. Había luchado en contra de su intuición durante tiempo. Ya no podía más. El cuadro que aparecía ante él era insoportable. El pavor al padre del niño pequeño. Un hermano mayor al lado. Que vierte ácido clorhídrico en los ojos del padre como venganza. Que emprende una venganza de locura por su hermana, de la que de alguna manera han abusado. De pronto todo era muy evidente. Todo cuadraba y el resultado era espantoso. También pensó que su subconsciente lo había detectado hacía tiempo. Pero él lo había alejado de sí mismo. En cambio, había elegido seguir otras pistas, unas pistas que le alejaban del objetivo.

Un policía llamó a la puerta.

—Ha llegado un fax de Lund. De un hospital.

Wallander lo cogió. Per Åkeson había actuado con celeridad. Era una copia de la lista de visitas a la unidad psiquiátrica en la que Louise había estado ingresada. Todos los nombres estaban tachados, excepto uno. La firma realmente era ilegible. Tomó una lupa del escritorio de Birgersson e intentó descifrarla. Seguía siendo ilegible. Dejó el papel en la mesa. El policía aún estaba en la puerta.

—Ve a buscar a Birgersson —dijo Wallander—. Y a mis colegas de Ystad. ¿Cómo está Sjösten, por cierto?

—Está durmiendo —respondió el policía—. Le han sacado la bala del hombro.

Unos minutos más tarde estaban reunidos. Eran casi las cuatro y media. Estaban exhaustos. Hans Logård seguía desaparecido. Aún no había rastro del coche de los guardias. Wallander les indicó que se sentaran.

«El momento de la verdad», pensó. «Aquí está.»

—Estamos buscando a una persona llamada Hans Logård —empezó—. Naturalmente vamos a seguir haciéndolo. Disparó a Sjösten en el hombro. Está involucrado en el contrabando de muchachas. Pero el asesino no es él. No es Hans Logård quien ha arrancado las cabelleras. Es otra persona totalmente distinta.

Hizo una pausa, como si tuviese que deliberar consigo mismo una última vez. Pero el malestar venció. Ahora sabía que estaba en lo cierto.

—Es Stefan Fredman el que ha hecho todo esto —dijo—. En otras palabras, estarnos buscando a un chico de catorce años que, entre otros, ha matado a su propio padre.

Se produjo un silencio en la habitación. Nadie se movía. Todos le miraban fijamente.

Wallander tardó media hora en explicarse. Después no había dudas. Decidieron que ahora podían regresar a Ystad.

Aquello que acababan de comentar debía guardarse en absoluto secreto. Más tarde, Wallander no pudo determinar cuál había sido la reacción predominante entre los colegas, si el estupor o el alivio.

Se prepararon para volver a Ystad.

Svedberg miraba el fax que había llegado de Ystad, mientras Wallander hablaba por teléfono con Per Åkeson.

—Curioso —dijo.

Wallander se volvió hacia él.

—¿Qué es lo que es curioso?

—Esta firma —dijo Svedberg—. Casi parece que se haya registrado bajo el nombre de Jerónimo.

Wallander tomó el fax de la mano de Svedberg.

Eran las cinco menos diez minutos.

Vio que Svedberg tenía razón.

38

Se habían despedido al amanecer delante de la comisaría de Helsingborg. Todos estaban cansados y ojerosos, pero sobre todo impresionados por lo que ahora comprendían que tenía que ser la verdad del asesino que llevaban persiguiendo tanto tiempo. Habían decidido encontrarse a las ocho de la mañana en la comisaría de Ystad. Eso significaba que tenían tiempo de ir a sus casas a ducharse, pero no mucho más. Después tenían que continuar. Wallander había dicho la verdad. Creía que todo había ocurrido a causa de la hermana enferma. Pero no podían estar seguros. También podría estar en grave peligro. Sólo había una premisa: tenían que temer lo peor. Svedberg iba en el coche de Wallander. El día sería hermoso. Nadie recordaba cuándo fue la última vez que cayó una buena lluvia en Escania. Hablaron muy poco durante el viaje. En la entrada de Ystad, Svedberg se percató de que había olvidado las llaves en alguna parte. Eso le hizo recordar a Wallander que aún no habían aparecido las suyas. Le comentó a Svedberg que podía acompañarle a su casa. Llegaron a la calle de Mariagatan un poco antes de las siete. Linda dormía. Después de ducharse, Wallander le dejó una camisa a Svedberg y ambos se sentaron en el salón a tomar café.

Ninguno de ellos se percató de que la puerta del ropero que había junto a la habitación de Linda estaba cerrada cuando llegaron y ahora estaba entornada.

Hoover había llegado al apartamento a las siete menos diez. Estaba a punto de entrar en el dormitorio de Wallander con el hacha en la mano cuando oyó cómo introducían una llave en la cerradura. Se ocultó precipitadamente en el ropero. Había oído dos voces. Cuando se dio cuenta de que estaban en el salón entreabrió cuidadosamente la puerta. Oyó a Wallander que llamaba al otro hombre Svedberg. Hoover supuso que también era policía. Llevaba todo el tiempo el hacha en la mano. Escuchaba la conversación. Al principio no entendía de qué estaban hablando. Mencionaban un nombre, Hans Logård, una y otra vez. Wallander, al parecer, intentaba explicarle algo al hombre llamado Svedberg. Escuchaba cada vez con más atención y finalmente comprendió que había sido la divina Providencia, la fuerza de Jerónimo, la que de nuevo se había puesto en marcha. Ese hombre, Hans Logård, había sido la mano derecha de Åke Liljegren. Había traficado con chicas, pasándolas de forma ilegal desde la República Dominicana, y tal vez también de otras partes del Caribe. Además era muy probable que hubiese sido él quien le suministraba las chicas a Wetterstedt y quizá también a Carlman. También oyó cómo Wallander presuponía que Hans Logård estaría en la lista de muertes que existía en la mente de Stefan Fredman.

Poco después la conversación cesó. Unos minutos más tarde Wallander y el hombre al que llamaba Svedberg abandonaron el apartamento.

Hoover salió del ropero y se quedó completamente inmóvil.

Después se marchó sin hacer el menor ruido.

Se encaminó a la tienda vacía en la que Linda y Kajsa habían realizado sus ensayos. Sabía que no la usarían más. Por eso había dejado a Louise allí mientras se dirigía al apartamento de la calle de Mariagatan para matar al coronel de caballería, Perkins, y a su hija. Pero cuando estaba allí, en el ropero, con el hacha preparada y oyendo la conversación, dudó. Por lo visto había otro hombre al que tenía que matar. Un hombre al que había pasado por alto. Un hombre llamado Hans Logård. Cuando lo describieron, comprendió que debió de ser él quien salvajemente violó y maltrató a su hermana. Eso antes de drogarla y llevarla a Gustaf Wetterstedt y a Carlman, acontecimientos que acabaron por introducirla en la oscuridad de la que ahora la estaba sacando. Todo estaba bien detallado en el libro que ahora tenía en su poder. En ese libro aparecía escrito el mensaje que guiaba sus actuaciones. Había creído que Hans Logård era un hombre que no residía en Suecia. Un extranjero malvado y viajero. Ahora se daba cuenta de que se había equivocado.

Había resultado fácil entrar en la tienda vacía. Con anterioridad había visto cómo Kajsa dejaba la llave en un listón que sobresalía de la puerta. Puesto que se movía en pleno día, no se había pintado la cara. Tampoco quería asustar a Louise. De regreso al local, la encontró sentada en una silla mirando al vacío. Hoover había decidido llevarla a otro sitio. También sabía adónde. Antes de ir a Mariagatan había ido en la motocicleta para comprobar que las condiciones eran las que quería. La casa estaba vacía. Pero no se mudarían hasta la noche. Se sentó en el suelo junto a ella. Intentó pensar cómo localizar a Hans Logård antes de que lo hiciera la policía. Se dirigió a Jerónimo dentro de sí mismo para pedirle consejo. Pero su corazón estaba extrañamente tranquilo esa mañana. Los tambores eran tan débiles que no podía captar su mensaje.

A las ocho se encontraron en la sala de reuniones. Per Åkeson estaba presente, al igual que un oficial de la policía de Malmö. El intendente Birgersson de Helsingborg estaba conectado mediante un teléfono con altavoz. Todos estaban pálidos pero resueltos. Wallander paseó la mirada por la mesa y pidió una ronda introductoria informativa de la situación.

La policía de Malmö estaba buscando, con mucha discreción, el posible escondrijo que presuntamente estaba utilizando Stefan Fredman. No lo habían encontrado aún. Sin embargo, uno de los vecinos de la casa confirmó que había visto a Stefan Fredman en motocicleta varias veces, aunque su madre no sabía nada de ello. Según la policía el testigo era fiable. La casa en la que vivía la familia estaba bajo vigilancia. Desde Helsingborg, Birgersson les informó a través de los altavoces de que Sjösten estaba bien. Pero desgraciadamente su oreja quedaría muy deformada.

—La cirugía plástica hace milagros hoy en día —gritó Wallander alentador—. Dale recuerdos de todos nosotros.

Birgersson prosiguió. La comprobación actual había demostrado que no pertenecían a Hans Logård las huellas dactilares que había en la revista rota de
Fantomas
, en la bolsa de papel ensangrentada de detrás de la caseta de Obras Públicas, en el horno de Liljegren y en el párpado izquierdo de Björn Fredman. Fue una confirmación que llegaría a ser decisiva. La policía de Malmö estaba comprobando las huellas dactilares de Stefan Fredman en los objetos que habían recogido en su habitación del apartamento de Rosengård. Nadie dudaba de que encajarían allí donde habían descartado a Hans Logård.

Después hablaron de este último. El coche de los guardias aún no se había encontrado. Puesto que había disparado y tanto Sjösten como Wallander podían haber muerto, la persecución tenía que continuar. Debían partir de la base de que era peligroso, aunque todavía no se podía explicar el porqué. En relación con esto, Wallander comprendió que era preciso indicar otra suposición que no podían olvidar.

—Aunque Stefan Fredman sólo tenga catorce años, es peligroso —dijo—. Claro que está loco, pero no es estúpido. Además es muy fuerte y reacciona con rapidez y decisión. En otras palabras, debemos tener cuidado.

—¡Todo esto es tan horroroso, joder! —exclamó Hansson—. Todavía no puedo creer que sea verdad.

—Supongo que nos pasa a todos —dijo Per Åkeson—. Pero lo que Kurt está diciendo es cierto. Todos deben tener en cuenta lo que ha dicho.

—Stefan Fredman sacó a su hermana del hospital —continuó Wallander—. Estamos buscando a la chica que está viajando con Interrail para que le identifique. Pero podemos partir de la base de que será una confirmación positiva. No sabemos si tiene intención de hacerle daño. Lo único importante es que le encontremos. Tenemos que atraparlo para que no pueda lastimarla. El problema es saber dónde están. Tiene una motocicleta y viaja con su hermana detrás. No pueden llegar muy lejos. Además, la chica está enferma.

Other books

Love Me Knot by Shelli Stevens
Rode Hard, Put Up Wet by James, Lorelei
Double Play by Jill Shalvis
Middle River Murders by Ann Mullen
Black Dog Short Stories by Rachel Neumeier
Blood River by Tim Butcher
Golden Hope by Johanna Nicholls
The Italian by Lisa Marie Rice