La Plaga (25 page)

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Authors: Jeff Carlson

Tags: #Thriller, #Aventuras, #Ciencia Ficcion

BOOK: La Plaga
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Ruth frunció el ceño. La situación en Timberline era muy parecida a cómo funcionaban las cosas a bordo de la estación espacial, de manera fría y provocando escisiones. Durante la semana anterior había visto actuar a muchos de los científicos de allí con la misma crueldad, como sólo puede suceder en el seno de una familia. Se burlaban de los conceptos de sus rivales, intercambiaban insultos sobre quien tuviera la responsabilidad del desorden o la contaminación que había en los laboratorios compartidos.

Ruth intentaba que eso no la afectara. Había hecho lo posible por cerrarse a todo eso. Utilizaba una sonrisa y un carácter de trato fácil como si fuera un traje de laboratorio contra ello.

Tal vez si las cosas hubieran ido mejor con Ulinov se habría sentido diferente. Quizás si...

Sin embargo, era más fácil limitar su visión al microscopio y mantenerse al margen. Era mejor estar sola, por lo menos estaba acostumbrada.

Ni siquiera hizo caso a un evidente revés.

Cuando aún estaba en el hospital, Gary LaSalle y su equipo habían descargado sus archivos y empezado a examinar todo lo que creían útil. Antes de que le enseñaran Timberline, habían realizado la primera de varias pruebas de perfeccionamiento en su microscopio atómico.

Ruth tampoco habría esperado. Pero ésa no era la cuestión. Esperaba consolidar su nombre y reputación con una presentación formal de su investigación y una muestra del MMFA y los módulos de aplicación personalizada, pero se dio cuenta de que no la beneficiaría quejarse. De todos modos, siempre había tenido la intención de compartir su trabajo.

LaSalle no compartía nada. El consejo le había concedido derechos exclusivos las 24 horas del día sobre los aparatos de Ruth, por lo menos al principio, así como el primer acceso a sus archivos.

Era invalidar todo lo que Ruth había hecho.

Desde los primeros días de la plaga, ella se había alineado con el grupo del «cazador asesino». Conceptualmente, el NAN asesino era una auténtica arma, específica y controlada. Aún tenían que perfeccionar el método de discriminación, pero funcionaba, pese a no ser del todo eficaz.

El NAN «copo de nieve» de LaSalle era en igual medida una reacción química y una máquina, y funcionaba con un vínculo atómico natural. Inhabilitaba a los nanos haciéndoles formar grupos no funcionales. Cada grupo así formado se volvía a combinar después alrededor del nano original y así se creaban otros grupos de nanos mayores que atacaban a más nanos haciéndolos inviables. Desde principios de abril, LaSalle había realizado con éxito tres pruebas en condiciones de laboratorio.

El NAN asesino también funcionaba en entornos previstos, pero con una tasa de acierto máxima del 58,8 por ciento. LaSalle simplemente los destruía todos dentro de la cámara de prueba.

Ruth no había sido la única en apuntar el peligro evidente. Otros científicos destacados de Timberline habían presentado las mismas objeciones, pero LaSalle insistía en que su copo de nieve sólo afectaría a los nanos porque era, en esencia, incapaz de ejercer su fuerza en estructuras moleculares mayores y más complejas. Ruth no entendía cómo podía asegurarlo, aunque no había visto esquemas del copo de nieve desde principios de marzo.

Tampoco nadie fuera de su grupo había visto nada reciente.

Por lo general, los equipos de investigación mantenían una política de máxima transparencia porque el control de sus colegas era su única garantía. Sin embargo, eso cambió cuando el consejo dio prioridad a LaSalle dos meses antes. La reorganización de los laboratorios había aislado al grupo de LaSalle en un ala de la tercera planta, que ahora reclamaban entera. Su gente no podía evitar que otros científicos accedieran al salón de la residencia, aunque ellos no desvelaran sus avances.

Ruth no creía que el consejo fuera demasiado confiado, después de todo lo ocurrido. Su decisión implicaba que LaSalle había realizado pruebas favorables con ratas o hierbajos y otros entes expuestos al copo de nieve.

Aun así, ella confiaba en su instinto. El bicho de LaSalle no podía funcionar como él decía. Podría afectar a la integridad molecular de todos los seres orgánicos: mamíferos, insectos, plantas, incluso bacterias. No volvería a haber vida en este mundo nunca jamás.

En aquel momento necesitaba un respiro más que nunca.

No tenía alternativa. Para la gente sin conocimientos técnicos era demasiado fácil oír sólo lo que querían, y sin nada nuevo con lo que deslumbrar al consejo presidencial, sin un mínimo progreso, tal vez nunca consiguiera que la escucharan.

Miró deliberadamente su instrumento óptico, pero Aiko seguía con su recital de quejas.

—No es justo. Todos estamos ocupados. Si alguien tiene que ir, no debería ser...

Ruth bajó la cabeza para impedir el contacto visual y se concentró en meter el dedo índice dentro de la escayola. El picor de su piel sin lavar era real, pero era más importante la reacción de Aiko.

Aiko alzó la voz, en un intento de recuperar la atención de Ruth.

—Están hablando con alguien ahí fuera por radio.

Ruth levantó la mirada.

—Es verdad. Te lo juro. —Aiko tenía los ojos oscuros clavados en la cara de Ruth—. Un tío que ayudó a montar el nano de la plaga ha conseguido llegar a una montaña con una radio. Está vivo, a duras penas, pero su historia está comprobada del todo, y jura que nos puede llevar hasta sus archivos, los aparatos, todo.

—¡No me digas!

Aiko se echó a reír.

—Sabía que...

—Vernon —gritó Ruth—, eh, Vernon, ¿has oído eso?

Aiko parpadeó y se quedó boquiabierta por la sorpresa. Aquello le había dolido. Entonces retrocedió un paso como para proteger a Ruth de su colega mientras éste apartaba la cabeza de un sistema de aislamiento a presión.

Vernon Cruise era un hombre más bien menudo, uno sesenta, con una densa mata de pelo de color rubio rojizo y gafas. Ejercía de abuelo de mucha gente de allí. Era lo bastante viejo para haberse jubilado, y estaba orgulloso, con razón, de sus contribuciones en el trazado del esquema de la estructura de los nanos. Lo malo es que intentó explicárselo todo a Ruth en su tercer día, y de nuevo el cuarto. Le colocaba su portátil y sus informes ante la cara cuando ella estaba ansiosa por familiarizarse con el bicho por ella misma.

Podrían haber sido amigos, pero Ruth seguía recelosa. No eran sólo las escuchas, cualquiera de sus compañeros de laboratorio podría ser un espía del consejo presidencial, para seguir recibiendo buen trato, o ganar comida o tabaco extra.

Ulinov le había hecho un favor. Había dejado muy claro cuál era su lugar allí.

—¡El ejército va a enviar otro avión a California! —soltó Aiko, antes de que Ruth pudiera decir nada más—. El tío que construyó el nano aún está vivo.

Vernon levantó las cejas, pero Ruth no se molestó en reprimir una exclamación.

—¡Ah!

Aquel hombre misterioso había pasado de ser un miembro del equipo de investigación al diseñador jefe, así que el rumor se extendería.

—Espero que sea cierto —dijo Ruth.

Se quedó casi sin fuerzas al dirigirse a toda prisa al despacho de James. Si hubiera estado en otra planta, Ruth habría tenido que sentarse a descansar. Llevaba seis días con la rehabilitación, al principio sólo estiramientos, luego pesas ligeras y una cinta andadora. Odiaba interrumpir su trabajo por las tardes, pero reconocía que era mejor que recuperara la forma física si quería ser eficaz mentalmente toda la jornada.

—Ahora no... —dijo James cuando ella abrió su puerta de un empujón.

Estaba en su escritorio, con la espalda recta, las manos sobre unos pocos papeles que tenía enfrente.

El senador Kendricks estaba sentado en la otra silla, también rígido.

—Hablando del rey de Roma... —dijo, y giró la cabeza y su sombrero blanco de cowboy.

Tras ellos se veía un día precioso, el cielo limpio y azul, y el horizonte cercano de cimas nevadas. Las ventanas del laboratorio estaban todas cegadas con tablas, y Ruth aún se sentía confusa cuando entraba allí de día y encontraba un agujero rectangular en la pared lleno de luz solar y montañas.

—Doctora Goldman —dijo James. Su tono formal era una advertencia— Mi despacho tiene una puerta por algo.

—No, no. —Kendricks la hizo entrar con un gesto—. También puede dar su opinión. —Se puso en pie y señaló su silla—. Por favor. Sé que todavía se está recuperando de las piernas.

Ella no se opuso, le permitió que le hiciera aquel pequeño favor. ¿Estaban hablando de California?

—La eché de menos el otro día —dijo Kendricks.

Ruth sonrió, un nuevo acto reflejo detestable. Cada vez se veía más falsa.

—Me han dicho que fue muy bien.

Al final había habido un desfile, dos días antes, pero el comandante Hernández sugirió que no valía la pena correr el riesgo de llevarla en coche a la ciudad, y Ruth se alegró de no tener que perder el tiempo. También estaba contenta por poder evitar a Ulinov, Gus y Deb. Le habría gustado dar las gracias en persona a Bill Wallace, pero aún tenían que darle el alta del hospital.

—Fue mejor que bien —dijo Kendricks—. Fue... fue algo increíble. Todo el mundo los aclamaba. Todos unidos.

Ella asintió y forzó otra sonrisa.

—Debería haber estado allí. Todos ustedes. Tal vez les habría animado ver por qué están trabajando.

Jornadas de convivencia en pleno apocalipsis. Basura. Sin embargo, era posible, incluso probable, que Kendricks entendiera a la gente mejor que Ruth. Los ánimos dentro de los laboratorios eran imprevisibles en el mejor de los casos, y tenían suficiente para comer, duchas, luces y la opción de hacer caso omiso del mundo que había al otro lado de aquellas paredes vigiladas. ¿Hasta qué punto se vivía peor en la ciudad, en tiendas y camiones, en las minas? Era de un cinismo asqueroso presuponer que el consejo hubiera organizado una celebración con el único objetivo de reforzar su autoridad.

Aun así, Ruth había reconsiderado la decisión de las autoridades de cambiar el calendario y declarar que aquel era el Año Uno. El Año de la Plaga. La expresión era a la vez acertada, correcta y muy fácil de manipular, si se analizaba con cierta perspectiva... y en aquellos momentos Ruth dudaba de todo.

Era un lema de propaganda de primera, engañoso e inteligente. Jugaba con las expectativas, el miedo y la esperanza. Era una manera de dar al gobierno de Leadville aún más legitimidad, hacerse más necesarios e importantes.

—Creo que todo el mundo en el laboratorio está aproximándose a un éxito real —dijo ella, con la intención de conducir la charla hacia el rumor de Aiko—. Lo digo con toda sinceridad. Sólo necesitamos encajar algunas piezas más.

—Bueno, de eso estábamos hablando. De poner las cosas en su lugar. —Kendricks se volvió hacia James y dijo—: Gary LaSalle la tiene en muy alta estima, señorita Goldman, y James lleva mucho tiempo diciéndome lo mismo.

«Dios mío.» Ruth apartó la mirada de Kendricks por un instante, pero James no reaccionó. Tenía sus oscuros ojos vigilantes enmarcados entre su pelo corto y su barba.

—Nos gustaría que se uniera al equipo de LaSalle —dijo Kendricks.

—De ninguna manera.

James hizo una mueca, un cambio de postura apenas perceptible. Kendricks se limitó a encogerse de hombros.

—Sé que no es de su agrado, señorita Goldman, pero me gustaría apelar a su patriotismo.

—Señor, eso... —Meneó la cabeza—. Trabajé para el departamento de Defensa con una autorización sin restricciones. No es justo que... —No importaba lo que fuera justo. Volvió a intentarlo—. Mi compromiso con el trabajo que estamos haciendo aquí es total.

—Eso es lo que necesitamos. Un compromiso total.

—El nano de LaSalle es muy peligroso, señor. No soy la única que lo dice.

James intervino, se apoyó en el escritorio y habló en un tono que seguía siendo de una formalidad inusitada:

—Usted no conoce algunos aspectos de la situación, doctora Goldman.

Kendricks se volvió hacia él.

—Ni una palabra más.

—Si es sobre el tipo de California —dijo Ruth—, el rumor ya está corriendo por ahí.

James meneó la cabeza. «No.»

Kendricks siguió observándolo un momento antes de mirar a Ruth.

—Ya veremos cómo termina lo de California, si ese hombre puede hacer lo que dice. Tenemos problemas más graves.

—¿Cómo puede ser... más graves? ¿Más que vencer a la plaga?

—Los chinos han desarrollado una nanotecnología bélica —dijo Kendricks—. No está autorizada para saber nada de esto... pero, por el amor de Dios, me pregunto qué le pasa por la cabeza para no colaborar con nosotros después de todo lo que ha ocurrido. ¿Se da cuenta de que casi no sobrevivimos a El Año de la Plaga?

De nuevo aquella expresión. La utilizaba a propósito, como un arma, para amenazarla y hostigarla.

Ruth tenía razón. Siempre la había tenido. El copo de nieve no sólo afectaría a la plaga, y el consejo ya no tenía intención de utilizarlo para ese único fin.

Sería un arma incomparable con un regulador para evitar que proliferara sin fin, y en los archivos de Ruth, entre los estudios realizados durante la eterna espera a bordo de la estación espacial, estaban las bases de tal regulador.

Ruth trató de confundirlo.

—No podría ayudar a LaSalle aunque quisiera. Mi especialidad es un campo completamente distinto, no tiene nada que ver.

—No es verdad —replicó Kendricks, y volvió a inclinar la cabeza—. Él dice que sus ideas han sido de gran ayuda.

Entonces tendría parte de responsabilidad si ocurría algo. Por Dios. Un arma de destrucción masiva perfecta, con más poder letal que un arma nuclear, sin secuelas ni contaminación.

Sería fácil soltar el copo de nieve de forma segura, en cápsulas lanzadas desde un helicóptero, desde un avión por encima del Himalaya, ocupado por cien mil personas, que quedarían hechas papillas tras cada descarga...

El corazón le latía con tal fuerza que le dolía, y la paralizaban la vergüenza y la rabia.

—Sé que ustedes dos no son amigos —dijo Kendricks—. Digamos que no la ponemos directamente bajo las órdenes de LaSalle. Trabajarán juntos, pero cada uno será su propio jefe.

Como si el problema fuera su ego.

—Es una locura. Están locos. —No se arrepintió de sus palabras—. Cuando venzamos a la plaga se habrá acabado... con todos los conflictos. Salvamos a todo el mundo y las batallas cesan en todas partes. ¡No necesitamos nanos bélicos! Todos podremos volver abajo.

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