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Authors: Julia Stagg

Tags: #Relato

L’épicerie (27 page)

BOOK: L’épicerie
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A juzgar por la cantidad de botellas de cerveza esparcidas por doquier, en su mayoría rotas, cuyos brillantes fragmentos cubrían el suelo, debía de haber sido obra de unos gamberros borrachos. Pero cómo era posible, pensó Fabian, que la noche pasada no hubiera oído ningún ruido si su dormitorio estaba justo enfrente.

Al margen de quién pudiera ser el responsable, el ataque había sido ejecutado de forma sistemática e implacable. Fabian supo que aquello significaba un desastre para Stephanie.

Regresó corriendo al bar y dijo a Josette que llamara a la policía y les explicara lo ocurrido.

—¿Para qué? —Stephanie alzó la cabeza, formulando aquella pregunta con un tono de derrota—. ¿Qué puede hacer la policía?

—Es un atentado criminal —dijo Fabian—. Hay que comunicárselo.

Stephanie guardó silencio.

—Ya están de camino —anunció Josette mientras colgaba el teléfono.

Stephanie se pasó la mano por el pelo, mordiéndose el labio inferior.

—Se acabó —dijo con voz temblorosa.

Fabian se sentó frente a ella y le cogió las manos.

—¡No se acabó! ¡Lo arreglaremos!

—¿Cómo? —preguntó con acritud—. No puedo reemplazar el material, ni el invernadero. Es imposible que abra antes de la época de plantación, lo que significa que no podré devolver el crédito… —Tragó saliva, intentando contener las lágrimas—. Tendría que haber puesto la valla —susurró—. Pero no tenía bastante dinero.

Aquellas palabras atravesaron el corazón de Fabian, al pensar en la presión añadida que debía de haber sentido Stephanie al pedirle que le pagara la bicicleta. Sobre todo teniendo en cuenta que tenía una cuenta de ahorros muy abultada.

¡Una cuenta muy abultada!

Josette tenía razón. Había cosas mejores en qué gastar el dinero.

—Yo te daré el dinero —anunció Fabian al tiempo que sentía una oleada de energía al empezar a vislumbrar la manera de ayudarla. Alzó una mano cuando Stephanie empezó a protestar—. ¡Un crédito! Sin intereses. Lo haremos formalmente y podrás pagarme con zanahorias o coles, o lo que sea. Pero no con tomates. No me gustan los tomates.

Stephanie se rio, sorprendida por su propia reacción. Fabian se puso en pie de un salto, sintiéndose de pronto invencible.

—¡Y la valla! Instalaremos la valla esta semana, antes de que traigan el nuevo invernadero.

—¿Sabes cómo poner una valla? —preguntó Josette con incredulidad.

Nada podía desanimar a Fabian.

—No, la verdad es que no. Pero Christian sí sabe. Y estoy seguro de que Paul nos echará una mano.

—Voy a decírselo —se ofreció Josette, y sin perder un segundo fue hacia el teléfono.

—¿Trabajas hoy en el Auberge? —preguntó Fabian, y Stephanie asintió. Él echó un vistazo al reloj—. Entonces tenemos tres horas. Tú puedes ir llamando a los proveedores y empezar a hacer los pedidos, y yo hablaré con la policía. —Le dio el móvil y buscó su cartera—. Que lo carguen todo a mi cuenta —dijo, dejando una tarjeta de crédito sobre la mesa.

Stephanie estaba estupefacta. El ataque al huerto la había dejado de una pieza, la había afectado tan profundamente como si la hubieran apuñalado. Pero aquel arrebato de generosidad era mucho más impactante.

—No sé… qué decir —balbuceó, alzando la vista hacia la alta figura ante ella.

—¡No digas nada! —le aconsejó Josette al regresar al bar—. ¡Aprovecha antes de que se gaste el dinero en una bicicleta!

• • •

A mediodía, la crisis estaba bajo control. Stephanie había aprovechado la mañana para llamar a sus contactos y además había encargado la cantidad suficiente de plantas como para reiniciar su negocio. También había pedido un nuevo revestimiento de polietileno para el invernadero, y los postes y el hilo de alambre para la valla en un comercio de Saint Girons, antes de acudir a su trabajo en el Auberge al mediodía.

La policía apareció al poco de que Josette hubiera llamado. Parecían entusiasmados: por fin tenían algo que hacer en aquel valle adormilado. Fabian acompañó a los agentes durante la inspección de los daños. Hicieron muchas fotos y tomaron muchas notas, y llegaron a la misma conclusión que él: los autores de los daños debían de ser unos gamberros borrachos.

—¿Adónde iremos a parar? —preguntó Josette mientras ponía dos platos de
cassoulet
en la mesa—. ¿Crees que hay alguna posibilidad de que pillen a los vándalos?

Fabian negó con la cabeza, cogió el tenedor y su estómago rugió al ver la comida.

—La tierra estaba demasiado seca, no hay huellas. Solo han encontrado una en el barro, al lado del depósito de agua, pero la han descartado. Dijeron que era de una bota de cazador. Le Champignon o algo parecido.

—Le Chameau —corrigió Josette—. La verdad es que no es probable que unos chavales dejaran esa huella. Esas botas cuestan una fortuna. Jacques tenía un par.

Miró a su marido y le sorprendió verlo despierto y con expresión angustiada. Sin duda debía de estar preocupado por Stephanie.

—No sabía que el tío Jacques saliera de caza —dijo Fabian con la boca llena, rebañando el plato con un trozo de pan.

—Antes de que nos conociéramos, sí. Solía salir con Serge Papon.

Fabian le ofreció una sonrisa.

—¿Y lo dejó por ti?

—La verdad es que a mí me parece una estupidez: hombres adultos acechando a criaturas indefensas en las laderas de las montañas. Se disparaban entre ellos con más frecuencia que a los jabalíes. —Hizo una pausa y se encogió de hombros—. Pero yo no le pedí que lo dejara. Lo dejó la primera vez que me quedé embarazada. Al enterarse de que iba a ser padre dijo que no quería correr ningún riesgo…

Sonrió con tristeza ante aquellos recuerdos todavía nítidos a pesar de los años, y Fabian se quedó helado. Nunca antes había oído a la tía Josette hablar de sus tentativas de tener una familia. Josette miró de reojo hacia la chimenea y prosiguió.

—Cuando perdí al bebé, juró no volver a cazar nunca más. Creo que pensó que podría llegar a un acuerdo con Dios o algo así, al prometerle no matar animales salvajes a cambio de un hijo. —Se rio suavemente—. Pero no funcionó, ¡pobre tonto!

Diciendo esto, alargó el brazo y le dio unas palmaditas en la mano.

—Estaría tan orgulloso de ti, cariño. De lo que has hecho hoy.

Fabian acabó de comer, haciendo un gesto con la mano como para quitar importancia a sus halagos.

—No ha sido nada. Cualquiera habría hecho lo mismo.

—No estoy segura. Estabas obsesionado con aquella bicicleta.

—Siempre puedo ir a Decathlon y comprar una más barata para salir del paso. El dinero hará mejor servicio ayudando a Stephanie.

—Sí, tienes razón. Pobre chica. Después de todas las horas de trabajo que había invertido.

—Creo que lo que más la ha disgustado es que se trata de un acto de violencia sin sentido, y no es la primera vez que sucede. Le ha hablado a la policía del otro incidente, cuando casi se inundó todo. Ha explicado que en un principio creyó que lo hice yo, pero que ahora pensaba que ambos incidentes estaban relacionados. Pero no te preocupes —dijo al ver a su tía fruncir el ceño—: ¡no mencionó el porro!

Recogió con ayuda del pan las últimas alubias y se las llevó a la boca, saboreándolas.

—¡Muy rico, tía Josette! —exclamó mientras se ponía en pie—. Ahora, si me perdonas, tengo que irme para hablar con un hombre sobre una valla.

—¿Estás seguro de que no quieres llevarte la cama…?

Fabian la interrumpió con un beso en la mejilla.

—¡Seguro!

Josette le acompañó a la puerta y esperó a que arrancara el coche.

—¡Es un buen chico! —dijo cuando Jacques se deslizó a su lado, sin siquiera saludarla.

Pero Jacques no asintió. Se quedó mirando fijamente por la ventana, con el rostro transfigurado por la inquietud.

—Bueno. Voy a preparar comida para que se la lleve esta noche. Aunque duerma en el suelo, ¡por lo menos que coma bien!

Y con esas palabras Josette se fue, dejando a Jacques en su puesto de guardia.

Las botas Le Chameau.

En eso era en lo que estaba pensando mientras vigilaba el pueblo, maldiciéndose a sí mismo por haber bajado la guardia.

No tenía que haberse dejado amilanar por unos cuantos achaques y molestias, debía haberlo imaginado. Permitió que la comodidad del banco de la chimenea le disuadiera de hacer guardia. Y ahora Stephanie estaba pagando un precio muy alto.

Porque la última vez que Jacques había visto un par de botas Le Chameau fue justo allí, en el bar. Calzadas en las piernas robustas del forastero cuya presencia le había angustiado tanto.

Se prometió a sí mismo en su mente que, a partir de ese momento, haría todo lo que estuviera en su mano para proteger a Stephanie y a Chloé del peligro que Jacques estaba seguro que acechaba a la vuelta de la esquina.

Capítulo 14

T
res semanas en Fogas podían parecer una eternidad. Y todo ese tiempo le llevó a Alain Rougé examinar los catálogos de semillas para tomar la difícil decisión de qué variedad de judías verdes honraría su huerta ese año. El mismo tiempo que necesitó Josephine Dupuy para dar por fin con la empresa de detectores de humo y averiguar que nunca habían recibido su pedido y que el representante no había tomado nota de él. A Bernard Mirouze también le llevó veintiún días reunir el valor necesario para contestar a la única carta en respuesta a su anuncio en busca del amor. Lamentablemente, tal como explicaba, se sentía indigno del caudal de romanticismo contenido en la misiva, y por ello, muy a su pesar, debía declinar la posibilidad de futuros contactos. En honor a la verdad, las palabras amorosas le habían asustado, y prefirió seguir con su cómoda existencia, compartida con
Serge
el beagle.

También habían pasado tres semanas para Fabian, durante las cuales había estado intentando encontrar el momento adecuado para pedir a Stephanie que saliera con él.

—¡Tienes que coger el torrro por los cuerrrnos! —le aconsejó Annie, sin una pizca de comprensión.

—¡Ja! Si no hubiera sido por ese maldito toro ahora no estaría en este lío —gimió Fabian mientras le servía una taza de café en la pequeña mesa de madera situada en medio de la cocina de su nuevo hogar.

Era un lunes, su día libre, y aquella mañana había invitado a Annie a su casa. Tras mudarse a la colina de Picarets, Josette había insistido en que deberían hacer una planificación para turnarse en la tienda, arguyendo muy acertadamente que era absurdo que ambos estuvieran allí todo el tiempo. Aquel era su primer día libre, y pensaba aprovecharlo.

Annie lanzó una mirada suspicaz a su taza.

—No te preocupes —rio Fabian—. Es la misma mezcla que la del bar.

Se la llevó a los labios y tomó un sorbito.

Delicioso. ¡Y ahora también podría tomar aquel café en casa de Fabian! Miró hacia la compacta máquina de café situada sobre la encimera al lado del fregadero.

—¿Son muy carrros estos cacharrros?

—No demasiado, ¿por qué?

—Por nada…

—Annie, no creo que sea una buena idea —dijo Fabian con el tono de voz amable de un terapeuta.

—Segurrramente tienes rrrazón —admitió con una pícara sonrisa—. Si tuviera mi propia máquina en casa tal vez me sentirrría tentada de volver a caer en la cafeína.

Fabian se sonrojó.

—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

—¿Lo de la «Mezcla para Annie»? Hace tiempo.

—Nunca has dicho nada.

—No había diferencia de sabor y sabía que lo hacías por mi bien. —Annie apuró el café con un chasquido de satisfacción.

—¿Te apetece otra taza?

—¡Creí que no me lo prrreguntarías nunca! De paso puedes contarrrme los pormenores de tu desastrrrosa vida amorrrosa.

—No hay mucho que decir —se lamentó Fabian mientras se movía por la cocina en su nuevo hogar.

Y era cierto.

Desde hacía tres semanas vivía muy cerca de la mujer de sus sueños y todavía no había encontrado las palabras para comunicarle sus sentimientos.

El lunes después del atentado contra el centro de jardinería Fabian empezó a instalar el cercado. Christian pasó por allí para explicarle lo que había que hacer, pero no pudo quedarse a ayudar porque estaba muy ocupado atendiendo los partos de las vacas. De modo que Fabian estuvo trabajando solo bajo el sol de abril, colocando los postes que sujetarían la valla.

Christian dijo que tardaría un día y medio en clavar los postes en el suelo. Pero Fabian necesitó tres días enteros debido a la cantidad de rocas que había en el subsuelo, con las que no había contado. Nunca le había dolido tanto el cuerpo en toda su vida.

Cada noche, al subirse a la furgoneta, los músculos le dolían intensamente, notaba nudos en las fibras y sentía que los tendones estaban retorcidos. Pero cuando oía a Stephanie cambiar la marcha del coche, o hablar con Chloé en un agradable tono de voz, le parecía percibir el aroma del incienso y el dolor desaparecía, disipándose a medida que le llenaba una cálida sensación de bienestar.

Aquella sensación le acompañaba durante toda la noche, también durante su solitaria cena, y como no había tenido tiempo para ir a París a buscar sus muebles se metía en su saco de dormir sobre el suelo y se quedaba dormido al instante. A la mañana siguiente se levantaba ansioso por continuar con el trabajo, hasta que por fin, en la tarde del tercer día, retiró la última piedra que oponía resistencia y colocó el único poste que quedaba en un agujero con ayuda de una maza.

Christian acudió al cuarto día y juntos fijaron la malla metálica a los postes y empezaron a trabajar en la colocación de las puertas. A finales de semana ya habían terminado y el centro de jardinería estaba por fin protegido.

Stephanie estaba encantada. Y eso bastaba para que Fabian considerara que las ampollas en las manos y el dolor de sus brazos hubieran valido la pena.

Pero estaba demasiado cansado para dar el primer paso en su acercamiento a Stephanie, de modo que se limitó a volver a su casa vacía, devorar una lata de
cassoulet
de segunda categoría y quedarse dormido en el maltrecho sillón al lado del fuego.

Durante la semana siguiente trabajó en el invernadero. Enderezó las abolladuras de la estructura y lo volvió a cubrir con una lona de plástico. Cuando estuvo listo, empezó a recoger las plantas y arbustos que Stephanie había encargado a distintos proveedores de la región, cargando y descargando las pesadas macetas en la furgoneta, por lo que volvió a sentir dolores punzantes en la espalda y en los hombros. Paul le ayudó un poco, aunque tampoco disponía de demasiado tiempo, puesto que los hermosos días de primavera habían favorecido el turismo en la zona y había mucho trabajo en el Auberge. El viernes de la semana en que dieron por concluido el trabajo, Stephanie no pudo contener las lágrimas al ver su negocio resucitado, e invitó a Fabian a cenar pizza en casa con Chloé.

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