L’épicerie (40 page)

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Authors: Julia Stagg

Tags: #Relato

BOOK: L’épicerie
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El alcalde emitió una risa seca y volvió a poner su atención en el discurso.

—… y sin más preámbulos, me gustaría que Chloé hiciera los últimos honores.

Chloé parecía sorprendida cuando su madre le hizo señas para que se acercara y le tendió unas tijeras de gran tamaño.

—Solo tienes que cortar la cinta, cariño —le susurró Stephanie mientras daba un paso atrás, para dejar que Chloé ocupara el primer plano.

La niña hizo lo que su madre le indicó. Cogió la bonita cinta roja con una mano y con la otra accionó la tijera, sintiendo una punzada de remordimientos al cortarla en dos.

—¡Oh! —exclamó la multitud maravillada. Chloé alzó la vista hacia la valla en la que ahora se veía un letrero al haber caído la tela al suelo: unas letras floridas de color verde se recortaban sobre un fondo de color crema, dando nombre al negocio por el que su madre había estado trabajando tan duro.

LE JARDIN DE CHLOÉ

—¡Mamá! —suspiró Chloé encantada—. Es precioso.

Stephanie le alborotó el pelo y luego la ayudó a abrir las puertas.

—Champán para todos los clientes —dijo Christian al tiempo que destapaba la primera botella y ocupaba su lugar tras una mesa llena de copas, mientras Lorna y Josette empezaban a sacar bandejas con comida del bar.

—¡Y el mejor vino de Burdeos para nuestros amigos! —masculló René al sacar discretamente una botella de Château Latour de 1959 de debajo de la mesa.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó Christian mientras René servía una copa al alcalde—. Creía que Fabian lo había subastado todo.

—Solo encontró once botellas. —René le hizo un guiño y se dio unos golpecitos en la nariz—. Hubiera sido una pena desperdiciarlo todo en el paladar de unos cuantos tontos parisinos.

—Tienes razón —corroboró Serge Papon, que alzó su copa para brindar con los demás y luego degustó la textura aterciopelada como de cerezas empapadas en especias, como una explosión de sabor en sus papilas gustativas.

—¿Tenéis algo para los nervios? —preguntó Fabian, que se había acercado a la mesa con una copa vacía en la mano.

—Lo mejor —declaró René, y a continuación sirvió a Fabian su propio vino con actitud magnánima—. Un burdeos de 1959.

Fabian resopló al atragantarse con la bebida. Después miró la botella que René había pasado descaradamente a Paul.

—Pero ¿cómo…? Pero esa botella vale… —se interrumpió a sí mismo. ¿Cuánto valía una botella guardada en una bodega? ¿No era mejor compartirla con sus nuevos amigos?

—Dinos, ¿cuánto vale? —preguntó Christian mientras paladeaba el rico sabor.

—¡Vale… vale la pena abrirlo para celebrar una ocasión especial! —declaró Fabian, y René le dio unos golpecitos en la espalda en señal de aprecio.

—¡Salta a la vista que está enamorado! —comentó Véronique al unirse al grupo y probar el vino—. El amor siempre hace que los hombres se vuelvan más generosos.

—¿A qué te refieres? ¿Cómo Bernard con su beagle? —bromeó René inclinando la cabeza en dirección al rollizo peón caminero, que estaba dando la carne de los canapés al perrillo sentado a sus pies mientras Pascal Souquet y su mujer, Fatima, lo miraban con desdén.

Serge emitió una carcajada gutural.

—Me parece que Bernard por fin ha encontrado el amor de su vida.

—¡Adivina cómo lo ha llamado! —dijo René suscitando las risas de todos los presentes, en anticipación a los comentarios sobre su tocayo.

El ruido impidió a Annie escuchar la reacción del alcalde. Estaba un poco al margen, observándolo todo sin participar. Había estado nerviosa toda la mañana, desde el momento en que Serge había vuelto. Cuando entró en la tienda sin previo aviso le habría podido dar un ataque al corazón.

Pero ahora ya no albergaba dudas sobre la visita de Véronique a Saint Paul de Fenouillet hacía dos meses. Su hija no había podido sonsacar nada a sus primos. Annie ahora podía estar segura, al verla conversar con Serge, haciéndole reír con sus anécdotas, totalmente ajena a la relación que los unía.

Al verlos tan cerca, la cabeza bulbosa de Serge Papon inclinada hacia Véronique para escuchar sus palabras, se preguntó si alguien podría imaginárselo.

—Se lo diré muy pronto, Thérrrèse —murmuró en voz baja Annie.

—¿Qué les tienes que decir? —preguntó Chloé, a la altura de su codo. La niña se había acercado a ella tan sigilosa como un
ninja.

—Pensaba comentarrrle a tu madre y a Fabian que creo que hacen muy buena parrreja —replicó Annie rápidamente.

Chloé hizo una mueca.

—¡Todavía no se lo ha pedido!

—Me parrrece que ayer no era el momento más adecuado, ¿no crees?

—Creo que nunca encontrará el momento —gimió Chloé, y después siguió circulando entre los invitados con la bandeja de tartaletas de espárragos.

Pero la niña se equivocaba.

Después de haber llegado a creer que había perdido a Stephanie para siempre, y tras sobrevivir al trauma de enfrentarse cara a cara a la muerte, Fabian había decidido que había llegado el momento. Espoleado por el deseo y el mejor vino francés, se acercó a Stephanie, que estaba hablando con Josette y algunos de los clientes.

—¿Sabes una cosa? —empezó a decir mientras se las arreglaba para llevar a Stephanie a un aparte, lejos de la multitud, aprovechando la intimidad que les ofrecía una camelia en flor—. Me pregunto si alguna vez te has dado cuenta del efecto que tienes sobre mí.

Habló con un tono de voz indiferente, a pesar de que su corazón estaba desbocado.

—¿A qué te refieres? —preguntó Stephanie, sin saber a ciencia cierta por qué estaba tan nerviosa.

—Verás, cada vez que me acerco a ti me caigo al suelo —explicó él con una risa floja. Después cogió su mano derecha y alargó uno de los dedos—. La primera vez fue el día en que nos conocimos.

Stephanie bajó la vista, todavía avergonzada por el arrebato que había guiado el movimiento de su brazo aquel día.

—Después me caí de la bicicleta —Fabian alargó otro de sus dedos y al recordarlo Stephanie se rio—. Y otra vez ayer. Entré para ayudarte y ¡zas! De alguna manera me las arreglé para caer al suelo delante de ti.

Fabian balanceó el peso de su cuerpo de un pie a otro, y Stephanie percibió algo en el aire que le indicó que le iba a decir algo de capital importancia.

—El caso es, Stephanie, que creo que me he enamorado de ti. Y me pregunto si tú sientes lo mismo.

Fabian la miraba a los ojos. Esperando una respuesta mientras su frecuencia cardíaca se disparaba como si estuviera subiendo la cuesta hasta Picarets en bicicleta.

Pero ella tenía la mirada fija en la mano. En los tres dedos que Fabian sostenía con delicadeza.

—Tres veces —murmuró, mientras le venía a la cabeza una antigua profecía. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta? ¿Que no hubiera relacionado aquellos sucesos con las palabras de su madre? Alzó la vista para mirarlo, ligeramente encorvada mientras él se inclinaba hacia ella, con el pelo sobre los ojos y una expresión preocupada en la cara.

El dulce Fabian. El amable Fabian. Su Fabian.

—Te has caído por mí tres veces.

—Podría expresarse de ese modo…

Fabian no pudo acabar la frase, porque Stephanie le rodeó con su brazo bueno y lo besó en los labios.

—Gracias —dijo, dando por terminado el beso al sentir que a Fabian empezaban a temblarle las rodillas—. Gracias por salvarnos la vida. Y si estabas pensando en pedirme que salgamos juntos, la respuesta es ¡sí!

Pero Fabian no era plenamente consciente de sus palabras. Solo podía percibir el trino de los pájaros, las abejas zumbando y el penetrante aroma de las flores. Y una vocecilla que exclamaba «¡Sí!», al otro lado de la camelia.

Chloé ya había visto y oído suficiente, así que se alejó de ellos sonriendo de oreja a oreja.

Seguía sin saber quién era su padre. Pero no importaba. Esa cuestión podía esperar. Por ahora, le bastaba con saber que Fabian salía con su madre.

Dejó la bandeja en manos de Véronique, sin siquiera preguntar, y corrió tras Josette, que caminaba de regreso al bar.

—¿Ya te has aburrido de la fiesta, cariño? —preguntó Josette mientras Chloé la adelantaba.

Chloé negó con la cabeza.

—No. Solo voy a contarle a Jacques las últimas novedades.

Y cuando Chloé irrumpió en el bar, Jacques alzó la vista desde su lugar al lado de la chimenea y le devolvió una sonrisa. Solo había una cosa que podía hacer sonreír de aquel modo a Chloé. Y Jacques no cabía en sí de dicha ante aquellas buenas noticias.

— FIN —

Agradecimientos

Al igual que en la novela anterior, este libro se ha beneficiado en gran medida de la ayuda de muchas personas, cuyos conocimientos y consejos, ya fuera sobre vinos o al realizar una lectura preliminar, sobre leyes aplicables a las herencias o detalles de la región, fueron muy bien recibidos, aunque debo asumir la responsabilidad por lo que decidí hacer con ellos. Aún tengo una deuda (un buen pedazo de Rogallais y una botella de hypocrás) con las siguientes personas: Ellen Mc., Edward, Craig, René, Matthew, Brenda, Claire, Ellen S., el asombroso equipo editor de Hodder y, por supuesto, Mark.

Escritora inglesa,
Julia Stagg
regenta un pequeño hostal en los Pirineos franceses junto con su marido. Con anterioridad,
Stagg
residió en lugares tan lejanos como Japón, Australia o los Estados Unidos.
L'auberge. Un hostal en los Pirineos
(2011) fue su primera novela publicada en español.

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