Cualquier otro día hubiera mordido la manzana. Pero había quedado con el director del banco por la tarde, y quería ver cómo estaba el centro de jardinería antes de acudir a la cita, de modo que, muy a su pesar, dio la espalda al claro anegado de sol y se dispuso a regresar a casa.
Se tomó su tiempo para volver por la pista, intentando sortear los baches por miedo a dejarse la mitad de la furgoneta en el suelo con cada sacudida. Aceleró un poco la marcha cuando llegó al asfalto, pero todavía se lo tomó con calma por respeto a las curvas cerradas y al barranco que se abría bajo ellas. Salió de la última curva justo a tiempo de ver a un ciclista en la carretera a poca distancia delante de ella. Iba muy rápido, con el cuerpo pegado al manillar. De pronto el ciclista frenó derrapando y empezó a gritarle algo a alguien que estaba en el campo situado a su izquierda.
Y en ese momento reconoció a Chloé y el mundo se desintegró.
• • •
Fabian se detuvo en seco, aferrándose con ambas manos a los frenos como si le fuera la vida en ello, aunque en realidad era la de Chloé la que estaba en juego. La bicicleta pareció doblarse bajo él, la rueda trasera quedó atravesada en la carretera y su pie izquierdo ya estaba en el asfalto mientras el derecho se desenganchaba del pedal. Dejó la bicicleta a un lado y echó a correr con sus largas piernas hacia el campo.
—¡No te muevas, Chloé! —gritó, aunque en realidad no tenía experiencia en situaciones similares.
Chloé alzó una mano para saludarlo, y en ese momento oyó tras ella un ruido. Alguien resollaba.
Fabian vio que la niña volvía la cabeza hacia atrás y se quedaba paralizada, con el brazo todavía en el aire, sin poder concluir el saludo al comprender por fin el alcance del peligro.
Sarko,
el toro de raza lemosín de Christian, galardonado en varias ocasiones, también estaba en el campo, con alambres enredados en sus colosales hombros, arrastrando el poste de una valla tras él.
—¡Fabiiiiaaaannn, ayúdame! —gritó Chloé mientras el parisino saltaba por encima de la cerca electrificada, aunque no pudo esquivarla por completo. Sintió una punzada de dolor al rozar el cercado con la pantorrilla izquierda que le hizo caer sobre la pierna al aterrizar al otro lado.
—¡No te muevas, Chloé! —repitió al tiempo que se ponía en pie, corría hacia ella e intentaba calibrar la situación.
El toro había bajado su enorme frente y estaba piafando hacia el suelo con las pezuñas, echando espuma por la boca. Con la mirada fija en Chloé.
Incluso Fabian, un hombre de ciudad, pudo darse cuenta de que aquello no pintaba bien.
No había tenido oportunidad de leer el manual sobre cómo impedir el ataque inminente de una bestia enfurecida, así que decidió seguir sus instintos.
Tenía que distraer al toro. Pero ¿cómo? Empezó a agitar los brazos frenéticamente por encima de su cabeza al tiempo que echaba a correr. Pero
Sarko
lo ignoraba.
—¡Fabiiiiaaaannn, por favor! ¡Date prisa!
Podría arrojarle algo. Pero ¿qué? Se encontraba en un campo en el que no había nada, aparte de un toro.
¡Sus zapatillas!
Siguió avanzando a la pata coja para poder desabrochar las tiras de velcro de las zapatillas, quitándoselas de una en una. Ahora lo tenía a tiro, apuntó y disparó: un zapato plateado de ciclismo cruzó el aire y aterrizó en el ancho lomo de
Sarko.
El animal ni se inmutó. Fue como si le hubiera picado una mosca. Siguió mirando fijamente con sus ojos marrones a Chloé, que estaba de pie, absolutamente inmóvil, y cuya respiración agitada por el miedo era claramente audible para Fabian a pesar de la distancia que los separaba.
—¡La segunda es la buena! —exclamó al arrojar la otra zapatilla, que trazó un arco sobre el campo y golpeó al toro con fuerza en la frente. Las calas de la zapatilla estaban ahora manchadas de sangre.
Sarko
sacudió la cabeza de un lado a otro y profirió un bramido, dirigiendo ahora su maligna mirada hacia Fabian.
—¡Venga! —dijo Fabian en un tono provocador—. ¡Métete con alguien de tu tamaño!
El toro volvió a piafar el suelo, encorvando los hombros, con las venas destacando entre los músculos de su cuello.
¡Diantre! ¡Le iba a tomar la palabra!
La tierra empezó a temblar cuando la tonelada que pesaba aquella bestia atravesó el prado cargando contra él, con las afiladas puntas de los cuernos centelleando bajo la luz del sol.
La chaqueta de ciclismo.
Los dedos de Fabian desabrocharon a tientas la cremallera, sacó el brazo derecho, luego el izquierdo; el toro estaba cada vez más cerca, pero ahora ya tenía en sus manos la chaqueta y se había convertido en un torero, haciendo girar una capa roja y negra mientras el animal se abalanzaba directamente hacia él y la extensión de hierba que los separaba disminuía por momentos.
Ahora todo dependía de Fabian. El toro no se dejó engañar por la chaqueta dispuesta en el costado derecho del parisino, sino que apuntó a su pecho. Él se echó a un lado, percibió un olor a sudor rancio —que no hubiera podido decir que no procediera de su propio cuerpo— y el animal pasó a su lado embravecido, lo bastante cerca como para que Fabian pudiera sentir el calor que emanaba de sus oscilantes flancos. Demasiado cerca.
—¡Está dando la vuelta, Fabian! —La voz de Chloé se quebró al gritar su nombre—. ¡Vuelve a la carga!
Fabian no necesitaba que se lo dijeran. Desde el lugar en el que seguía tumbado en el suelo pudo ver al toro dando media vuelta, resoplando, agachando la cabeza. Se levantó con dificultad.
Esta vez tenía que hacerlo bien. Si lo conseguía, tendría vía libre para escapar. Si no…
Sintió frío en el cuerpo. Por los dedos que sostenían el cuello de su chaqueta de ciclista había dejado de circular la sangre. Debía mantenerla fija ante él. No había otra opción.
Sarko
era demasiado astuto para fijarse en nada más.
Se obligó a concentrarse en el toro. Una zancada. Otra. Las pezuñas moviéndose veloces. Dos zancadas más y…
Ahora.
Fabian hizo una pirueta, girando el cuerpo hacia la izquierda, dejando como único objetivo para
Sarko
un trozo de nailon rojo y negro. Había perforado con un cuerno la fina tela y el animal ahora descendía por el campo. Las manos de Fabian estaban vacías, pero en los orificios de la nariz notaba el hedor agrio del miedo mientras veía alejarse corriendo al toro.
Decidió aprovechar la oportunidad, llamó a Chloé y ella revivió, corriendo hacia él con los brazos extendidos. Fabian la alzó en sus brazos y se apresuró a llevarla a un lugar seguro, todavía con el toro bramando tras él. No tenía tiempo de mirar: sus piernas cruzaron el prado a toda velocidad, con Chloé jadeando en su oreja, y le dolían los brazos bajo su peso. Únicamente después de dejar a la niña al otro lado de la valla electrificada, y de tirarse tras ella, volvió la vista atrás.
Sarko
había arrojado la chaqueta al suelo y la perforaba con los cuernos, haciéndola jirones. Había pisoteado también una de las zapatillas de ciclismo, sumergiéndola en el barro, y Fabian no tenía ganas de salvar la otra.
Cuando los niveles de adrenalina en sangre bajaron, Fabian, todavía con los nervios destrozados, empezó a realizar cómputos automáticamente, como siempre, y una hoja de cálculo de Excel se desplegó en su mente de forma espontánea:
Chaqueta ciclista Assos Ultimate / Desgarrada por toro / 280 €
Zapatillas Sidi Carbon Lite / Pisoteadas por toro / 330 €
Calcetines térmicos Assos / Cubiertos de estiércol / 35 €
De pronto oyó el chirrido de los frenos de un coche y un ruido como de metal aplastado.
—¡Mamá! —gritó Chloé, que se había recuperado del susto mucho más rápido que su rescatador—. ¡Fabian me ha salvado la vida!
El caso es que Fabian en realidad tenía la atención puesta en otras cosas. Estaba demasiado ocupado mirando su bicicleta, su hermosa bici de fibra de carbono.
Oyó la puerta del coche cerrándose de un portazo, y después unos pasos, y de repente vio que Stephanie tenía a Chloé fuertemente abrazada contra su pecho.
—¿No te has roto nada? —preguntó, recorriendo cada centímetro del cuerpo de su hija con las manos—. ¿Estás segura de que no te has hecho daño?
—¡Fabian me salvó! —repitió Chloé, dando brincos de un lado a otro por la emoción.
Fabian, por el contrario, estaba inmóvil, con la mirada fija en la rueda delantera, que todavía seguía girando y que ahora era el único componente visible de su amada bicicleta. Automáticamente siguió rellenando la hoja de cálculo.
Cuadro bicicleta Time Vxr Proteam / Destrozado por furgoneta azul / …
Pero antes de que pudiera rellenar la última columna sintió unas manos suaves en sus mejillas que le hicieron bajar el rostro, y mientras inhalaba un aroma a incienso y flores silvestres, unos labios suaves se posaron en los suyos. Una descarga similar a la que había sufrido al saltar por encima de la valla electrificada recorrió cada uno de los nervios de su cuerpo.
—Nunca podré agradecértelo bastante —dijo Stephanie al separarse de él.
—¿Eh? —Fabian parpadeó varias veces seguidas, como si no estuviera acostumbrado a la brillante luz que ahora le rodeaba.
—¡Mamá! —exclamó Chloé en un tono apremiante que hizo a Stephanie volverse hacia ella. La niña señalaba hacia la furgoneta. Más concretamente, hacia lo que había bajo ella.
—¡Oh, no, mierda! —Stephanie se llevó las manos a la cara—. La bicicleta. ¡Oh, dios mío! Lo siento muchísimo. He destrozado tu bicicleta.
—¿Eh? —Fabian intentaba concentrarse en el contenido de aquellas palabras, pero estaba hipnotizado por la boca de Stephanie, con los ojos fijos en los deliciosos labios rojos cuyo roce le había sorprendido por su frescor y su delicado regusto a miel.
—¿Cuánto te ha costado? —preguntó con un hilo de voz, temiendo la respuesta.
—¡Ah, eso! —Fabian se obligó a sí mismo a mirar hacia la fibra de carbono hecha trizas. Intentó acceder a la hoja de cálculo, pero su procesador interno quedó bloqueado por la visión de las curvas del cuerpo de Stephanie cuando ella se agachó para intentar liberar la bicicleta: la camiseta se le pegó al pecho y la falda ajustada marcó la forma de los muslos mientras tiraba del maltrecho bastidor. Posó la vista en los hermosos huecos de sus tobillos desnudos, y tuvo que luchar contra el impulso de recorrerle las piernas con las manos y alojar el pulgar y el índice en las tentadoras cavidades. Por primera vez en la vida de Fabian, los números no llegaron a materializarse.
Cuadro bicicleta Time Vxr Proteam / Destrozado por furgoneta azul / #VALOR!
—Te compraré una nueva —dijo Stephanie al incorporarse, con la cara lívida.
—No te preocupes —se oyó a sí mismo decir—. Chloé es más importante que mi vieja bicicleta.
Seguramente había dicho las palabras correctas, puesto que Stephanie se puso de puntillas para volver a darle un beso.
Chloé, de pie a su lado, les observaba sonriente, mientras Fabian rodeaba con sus largos brazos a su madre en un abrazo. ¡Realmente había valido la pena estar a punto de morir embestida por
Sarko
!
—¡Arpía!
En lo alto de la colina, por encima del campo que había sido el escenario de aquellos dramáticos acontecimientos, un hombre retiró los prismáticos de sus ojos azules, pero su mirada penetrante seguía fija en las tres personas que todavía se encontraban en el campo situado más abajo.
—Pagarás por esto —farfulló, mientras arrojaba la colilla de su cigarrillo al suelo y la enterraba con el tacón de la bota—. Muy pronto, mi querida Stephanie, pagarás por ello.
Se colgó los prismáticos al hombro y se adentró en el bosque, oculto a los ojos de cualquier posible observador gracias a la chaqueta de camuflaje.
M
anzanos en flor, abejas volando de flor en flor, majestuosos lirios flanqueando la carretera, terneros en los prados al otro lado del río, y el sol bañándolo todo con sus rayos.
La primavera había llegado por fin a Fogas, pero a Véronique no le importaba lo más mínimo.
Estaba de pie, al lado de la ventana de la cocina de su apartamento, malhumorada, con una desagradable sensación que la atormentaba desde hacía un par de días y que la había asaltado durante su viaje a St. Paul de Fenouillet. Una sensación de la que todavía no había podido deshacerse.
Había llegado a la pequeña ciudad situada entre viñedos llena de optimismo, con la convicción de que por fin podría descubrir algo sobre su pasado. Gracias a Internet y a los fragmentos que había podido deducir de la vida pasada de su madre durante todos aquellos años buscó a los primos de Annie, que se mostraron muy contentos de conocerla y la acogieron en su casa en la ladera de una montaña, con vistas a las viñas de las que se habían ocupado durante generaciones, marcando el paso del tiempo con una hilera de botellas de la cosecha anual en la bodega.
Pero durante aquella semana en que fue su invitada, ninguno de ellos fue capaz de arrojar una luz sobre el misterio que rodeaba la identidad de su padre.
Gerard y Marc, quienes llevaban el negocio familiar, no habían sido de gran ayuda, puesto que apenas recordaban la corta estancia de su madre. En aquella época eran adolescentes y estaban más preocupados por las chicas y el rugby que por una prima que se había metido en un lío.
Marie, hermana de aquellos, tampoco pudo decirle gran cosa. Recordaba a Annie con cariño, había pasado con ella largas jornadas de trabajo en el campo y se había mostrado encantada de ayudarla cuando nació el bebé. Pero a su madre, Yvette, no le gustaba que su hija se familiarizase con la maternidad a tan temprana edad a través de alguien que había tenido que afrontarla desde una situación poco ortodoxa, de modo que poco a poco empezó a pasar menos tiempo con su prima.
Así que solo quedaba Yvette, la mujer que había aceptado acoger a su sobrina embarazada fuera del seno del matrimonio. Ahora tenía casi ochenta años, era viuda desde hacía mucho tiempo y pasaba sus días sentada frente a la ventana, en aquella enorme granja que en el pasado había constituido sus dominios y que ahora gestionaba su nuera, una mujer a la que no podía soportar. Se había mostrado encantada de caminar del brazo de Véronique por los viñedos, y de contarle historias de las cosechas de hacía tiempo mientras enumeraba una larga lista de todos los errores que cometían sus hijos respecto al negocio. Pero cuando Véronique insistió en que le diera información sobre el embarazo de Annie, solo reveló algo que ella ya sabía.