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Authors: Paul Kearney

Tags: #Fantástico

Naves del oeste (29 page)

BOOK: Naves del oeste
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—Golophin tiene razón. Nasir necesitará a esos hombres para restaurar el orden en la capital. Tendremos que arreglarnos sin ellos.

Heria estaba muerta, realmente muerta. Corfe luchó contra la oleada de desesperación que trataba de apoderarse de él.

—Nasir pasará cinco o seis días en el camino antes de llegar a Aurungabar. Golophin, ¿hay algún otro pretendiente al trono que pudiera causarle problemas antes de llegar?

El mago lo pensó un momento.

—No que yo sepa. Aurungzeb ha tenido más descendencia con sus concubinas, pero Nasir es el único varón, y es muy conocido. No preveo dificultades con la sucesión.

—Muy bien. ¿Quién tiene la autoridad en Aurungabar en estos momentos?

Golophin inclinó la cabeza en dirección al alférez Baraz, que permanecía olvidado entre las sombras.

—El pariente de ese muchacho, Shahr Baraz el Joven. Fue guardaespaldas de la reina, y después continuó siendo su confidente. Ha sido él quien ha tomado el mando cuando las doncellas han encontrado los cadáveres.

—¿Has hablado con él?

—Brevemente. —Golophin no reveló sus sospechas sobre Shahr Baraz. El más recto y honorable de los hombres, se había guardado algo para sí mientras informaba al mago sobre los asesinatos. Pero Golophin estaba convencido de que no lo había hecho en provecho propio. Shahr Baraz el Joven pertenecía a la antigua
Hraib
, y creía que decir una mentira era sufrir una forma de muerte.

Corfe se levantó.

—Formio, que envíen mensajeros rápidos a Aurungabar expresando nuestro apoyo al nuevo sultán. Un apoyo incondicional y, si es necesario, material. Que uno de los escribientes lo redacte en el lenguaje apropiado, pero quiero tres copias en camino al amanecer.

Formio asintió y tomó nota en su pergamino. El rasguear de su pluma y el siseo de los troncos en la chimenea eran el único sonido en el vacío del salón de armas.

—Necesitaremos tropas —continuó Corfe con tono firme—. Tendré que reducir el contingente que irá con Melf al sur si quiero conseguir las cantidades necesarias para las operaciones principales.

Se dirigió al fuego y, apoyando los puños en la repisa de piedra, contempló los troncos ardientes.

—El enemigo se moverá ahora, con nuestro aliado temporalmente incapacitado. Formio, otro despacho a Aras, en Gaderion. Que esté preparado para un asalto a gran escala muy pronto. Y que el correo repita el mensaje a Heyn de camino al norte. Desde allí se moverá a marchas forzadas.

»Respecto a la propia Torunn, quiero que el ejército de campo reciba órdenes de ponerse en marcha al momento. Ya hemos perdido bastante tiempo. Saldremos antes de una semana.

La pluma de Formio quedó en silencio.

—Todavía hay mucha nieve en las colinas —dijo.

—No puede evitarse. En mi ausencia te quedarás aquí como regente.

—Corfe, yo…

—Obedecerás tus órdenes. —El rey se apartó del fuego y sonrió a Formio para suavizar sus palabras—. Eres la única persona en quien confío para ese cargo.

El fimbrio se calló. De la punta de su pluma cayó una gota de tinta que formó un círculo negro sobre el pálido pergamino. Corfe se volvió a Golophin.

—Me tranquilizaría saber que os quedaréis aquí con él.

—No puedo hacer eso, majestad.

Corfe frunció el ceño, y se volvió.

—Comprendo. No es tu responsabilidad.

—Me habéis entendido mal, majestad. Iré con vos.

—¿Qué? ¿Por qué demonios…?

—Prometí a una mujer moribunda, majestad, que permanecería a vuestro lado durante los tiempos de prueba que se avecinan. —Golophin sonrió—. Tal vez me he acostumbrado a servir a reyes. En cualquier caso, os acompañaré en esta campaña… si queréis llevarme.

Corfe se inclinó, y algo de vida regresó a sus ojos.

—Será un honor, maese mago.

Al enderezarse, se volvió hacia el alférez Baraz, que no se había movido.

—Me gustaría mucho que tú también me acompañaras, alférez.

El joven dio un paso al frente, y luego recuperó de inmediato la posición de firmes.

—Sí, majestad. —Le brillaban los ojos.

—Hay algo más. —Corfe hizo una pausa, y los que le observaban vieron un destello en sus ojos, algún dolor instantáneamente disimulado—. Mirren debe marcharse a Aurungabar al momento, para casarse.

Formio asintió, pero Baraz pareció descorazonado. Fue Golophin quién habló.

—¿No podríais esperar un poco? —preguntó suavemente—. Apenas he empezado su instrucción.

—No. Si nos demoramos, parecerá que no tenemos claro lo de Nasir. No. Ellos enviaron a Aria, nosotros debemos enviar a Mirren. Cuando se case con Nasir, todo el mundo verá que la alianza es tan fuerte como siempre, pese a la muerte de Aurungzeb y el regreso de los refuerzos merduk.

—Es la señal más clara que podemos enviar —asintió Formio.

«Y también es justo», pensó Corfe, «que yo tenga que sufrir algo de lo que sufrió Heria». Había cierta simetría irónica en todo ello, como si se hubiera planificado para diversión de algún dios intrigante. Daba igual. Enterraría aquel dolor junto a todos los demás.

—Alférez Baraz —dijo—. Ve a buscar al senescal de palacio, por favor. Formio, envía esas notas a los escribientes y despierta al alto mando. Nos encontraremos aquí dentro de una hora. Felorin, cierra bien la puerta.

Una vez a solas con Golophin en el gran vacío del salón, Corfe apoyó la frente contra la piedra cálida de la repisa.

—Golophin, ¿cómo ha muerto ella?

El mago se sorprendió. Pareció tardar un instante en comprender la pregunta.

—¿La reina merduk? Un cuchillo, según me ha dicho Shahr Baraz. Había doncellas cerca, pero no han oído nada. Eso es lo que dice.

Las lágrimas de Corfe cayeron invisibles sobre las llamas, para desaparecer sin siquiera un siseo que marcara su paso.

—Majestad… Corfe… ¿Ocurre algo más?

—Ésta es mi noche de bodas —dijo el rey, mecánicamente—. Mi nueva esposa me está esperando.

Golophin le apoyó una mano en el hombro.

—Tal vez deberíais volver un rato con ella, antes de que se entere de la noticia por otra persona.

Dios, casi lo había olvidado. Levantó la cabeza con una especie de extrañeza distante.

—Tienes razón. Lo mejor es que lo sepa por mí. Pero antes debo hablar con Cullen.

—Tomad un trago de esto, entonces. —El mago le ofreció un pequeño frasco de acero.

Corfe lo tomó automáticamente y se lo llevó a la boca. Brandy fimbrio. Los ojos le escocieron y le lloraron al llenarse la boca y tragar el líquido.

—Siempre llevo conmigo algo para entrar en calor —dijo Golophin, bebiendo a su vez—. Ninguna otra cosa parece ahuyentar el frío en estos días.

Corfe lo miró. El mago lo estudiaba con gentil paciencia, como invitándolo a hablar. Por un momento todo estuvo allí, a punto de salir de sus labios, y hubiera sido un alivio descargar aquel peso, apoyarse en aquel anciano como habían hecho otros reyes antes que él. Pero se tragó las palabras. Bastaba con que lo supiera Albrec. No podría soportar la compasión de nadie aquella noche. Se derrumbaría. Y alguien más necesitaría de su compasión antes de que acabara la noche.

Un ruido de pasos, y Baraz regresó con el anciano senescal. Corfe se irguió.

—Cullen, debes despertar de inmediato a la princesa Mirren. Tiene que hacer el equipaje para un largo viaje. Que los establos preparen una docena de carretas ligeras, suficientes para un séquito apropiado. Alférez Baraz, te autorizo a seleccionar a un tercio de coraceros para escoltarla.

—¿Adónde debo decir a la princesa que irá, majestad? —preguntó Cullen, algo desconcertado.

—Va a Aurungabar para casarse. La veré antes de que se vaya, pero debe estar lista para partir al amanecer. Eso es todo.

El senescal permaneció indeciso por un instante, abriendo y cerrando la boca. Luego se inclinó y salió a toda prisa, arrebujándose en su bata como si el rey exudara un frío contagioso. Baraz lo siguió tristemente.

Hubo un bendito silencio de varios minutos. Corfe sintió un impulso irrefrenable de dirigirse a los establos, ensillar un caballo y partir solo hacia la montaña. Escapar de aquel mundo y sus decisiones, sus complicaciones, su dolor. Suspiró y volvió a erguirse. Le dolía la pierna lesionada.

—Será mejor que te quedes aquí —dijo a Golophin—. Volveré pronto.

Y salió, para comunicar a su nueva esposa que se había quedado huérfana.

Los transportes de tropas ocupaban cuatro millas de la orilla del río. Había más de cien barcos anchos y de calado bajo, cada uno de ellos capaz de transportar cinco tercios de soldados en su cavernosa bodega. Llevaban dos días izando la carga, y los muelles de Torunn todavía estaban abarrotados de hombres, caballos, mulas y montones de provisiones y equipamiento. Se habían perdido una docena de caballos y varias toneladas de provisiones, pero lo peor había pasado y los transportes levarían anclas con el reflujo de la marea en el estuario, empezando su ascenso, lento pero constante, contra la corriente del río Torrin.

—Por fin ha llegado el día —dijo Formio, con ligereza forzada.

—Sí. Pensé que nunca llegaría. —Corfe tiró del borde de sus guanteletes—. Te dejo a tres mil soldados regulares. Junto con los reclutas, formarán una guarnición respetable. Con Aras y Heyd en Gaderion, y Melf y Bersa en el sur, es posible que ni siquiera tengan que ver una batalla.

—Echaremos de menos a los refuerzos merduk antes de que esto acabe —dijo Formio, muy serio.

—Sí. A mí también me hubieran tranquilizado. Pero no sirve de nada lamentarse por eso, Formio. He hecho todo el papeleo con Albrec. En cuanto suba a bordo del transporte, te convertirás en regente, y lo seguirás siendo hasta mi regreso. He destacado a unos cuantos centenares de tus Huérfanos para que releven a mi guardia personal en las tareas de adiestramiento. Los demás ya están a bordo.

—Te llevas a la crema del ejército —dijo Formio.

—Lo sé. Les espera un viaje muy duro, y no hay lugar para los reclutas.

—Y el mago también irá.

—Puede ser útil —sonrió Corfe—. Y creo que es un buen hombre.

—No me fío de él, Corfe. Está demasiado cerca del enemigo. Sabe demasiado sobre ellos, y nunca ha explicado de dónde saca sus conocimientos.

—Saber ese tipo de cosas es su oficio, Formio. Por mi parte, me alegraré de sus consejos. Y además, tendremos que combatir contra magos antes de que esto acabe. Estará bien poder pagar con la misma moneda.

—Me gustaría ir con vosotros —dijo Formio en voz baja.

—A mí también, amigo mío. Tengo la impresión de que, cuanto más alto es el rango que uno alcanza en el mundo, menos puede hacer lo que prefiere.

Formio apretó el brazo de Corfe.

—No te vayas. —Su rostro, normalmente inexpresivo, ardía de intensidad—. Deja que los dirija yo, Corfe. Quédate aquí.

—No puedo hacer eso. No sería capaz, Formio, y tú lo sabes.

—Entonces ten mucho cuidado, amigo mío. Tú y yo hemos visto muchas batallas, pero algo en mi interior me dice que la que te espera será la peor.

—¿Qué eres ahora, vidente?

Formio sonrió, aunque había poco humor en su rostro.

—Tal vez.

—Espéranos a principios del verano. Si todo va bien, volveremos por el paso de Torrin.

Los dos hombres se miraron durante largo rato. No había necesidad de decir nada más. Finalmente, se abrazaron como hermanos. Luego Formio retrocedió y se inclinó.

—Adiós, mi rey. Que Dios te proteja.

Media ciudad acudió a los muelles para despedirlos, agitando los brazos y vitoreando mientras barco tras barco soltaba amarras y se asomaba al centro del estuario. Los grandes transportes ajustaron su rumbo para aprovechar el viento del sureste que soplaba desde el mar Kardio, y emprendieron su largo viaje río arriba.

La única princesa de Torunna había partido ya hacia Aurungabar y su boda, pero la nueva reina del país se encontraba allí, en medio de una nube de damas de honor, cortesanos y guardaespaldas. Levantó una mano en dirección a Corfe, con el rostro pálido y sin sonreír, y los ojos enrojecidos. Él la saludó a su vez, y luego apartó la mirada de la multitud y la dirigió al oeste, donde las montañas Címbricas se erguían relucientes bajo el sol, con las laderas aún cubiertas de nieve y las cumbres tapadas por las nubes. En algún lugar de aquellas terribles alturas, existía un paso que conducía hasta el mar de Tor, y aquél era el camino que aquel gran ejército que comandaba debía tomar hacia la victoria. No sentía nerviosismo ni aprensión al pensar en aquella expedición por las montañas ni en las batallas que vendrían a continuación. Su mente estaba clara al fin.

Tercera parte

Anochecer

Los hombres se postraron ante el dragón que había entregado el poderío a la bestia y se postraron también ante la bestia diciendo: «¿Quién hay como la bestia? ¿Quién puede competir con ella?»

Apocalipsis
, capítulo 13,

versículo 4

Capítulo 16

Al sol le llevaba mucho tiempo superar las montañas de Thuria por las mañanas, y el paso de Torrin seguía oscuro y gélido hasta mucho después de que los picos de alrededor hubieran empezado a relucir con el amanecer. Los centinelas recorrían las murallas de Gaderion, maldiciendo y soplándose en las manos, mientras ante ellos el estrecho valle se abría gris y sombrío, pálido de escarcha, y en las tinieblas las hogueras del enemigo relucían por decenas de miles.

El general Aras estaba recorriendo el circuito de las murallas con un grupo de asistentes y correos, saludando a los centinelas en voz baja, deteniéndose de vez en cuando para echar un vistazo a las constelaciones ardientes de abajo. Lo hacía todas las mañanas, y todas las mañanas sus ojos se encontraban con el mismo espectáculo desde hacía once días.

Los defensores del dique de Ormann habían debido experimentar algo parecido. La certeza de que no había otra cosa que hacer más que aguardar a que el enemigo se moviera. La tensión nerviosa de la espera. El general himeriano, quienquiera que fuera, sabía tomarse su tiempo.

Finalmente el sol levantó la cabeza por encima de las gélidas montañas de Thuria, y un resplandor de luz rojiza y amarilla barrió las laderas del Candorwir, en el brazo occidental del valle. Iluminó el acantilado monótono y lleno de muescas que era el Nido de Águilas, recorrió toda la longitud de la muralla, encendió la piedra del Reducto, creando relieves vívidos y perfectos en los ángulos de las fortificaciones, y finalmente se detuvo al pie de las murallas de la Torre del Homenaje, dejando la fortaleza en la sombra. Sólo la cima de la Estaca era lo bastante alta para atrapar el sol cuando éste se derramaba sobre los picos blancos de detrás. En la Torre del Homenaje, Aras escuchó el sonido de los triángulos de hierro, llamando a la guardia nocturna a desayunar, y enviando a la diurna a sus puestos. Había empezado un nuevo día en Gaderion.

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