Visiones Peligrosas I (26 page)

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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas I
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Durante unos segundos se oyó el zumbido de un abejorro, Luego cesó.

Una compacta multitud de personas vestidas con ropas de plástico desembocó de un gris agujero que vibraba en el aire, martilleó unos instantes la calzada con sus pasos, y desapareció tras la esquina de una calle de donde llegaba un ruido de toses prolongadas. El silencio se hizo de nuevo.

Una gota de agua, densa como el mercurio, cayó al suelo, golpeó la calzada, rebotó, se elevó varios centímetros, y luego se vaporizó en una mancha escarlata en forma de diente de ballena que cayó inerte al suelo.

Dos edificios se hundieron en el suelo, y el revestimiento de metal permaneció liso e ininterrumpido, a excepción de un árbol de metal de delgado tronco plateado, coronado de un follaje brillante hecho de fibras de oro irradiadas en un círculo perfecto. No se oyó el menor ruido.

El abuelo de la difunta Juliette y el hombre de 1888 siguieron andando.

—¿Adónde vamos?

—A casa de Van Cleef. Normalmente no andamos nunca; algunas veces, sí, pero ya no es un placer como antes. Lo hago especialmente por usted. ¿Le gusta el lugar?

—Es. poco habitual.

—Sobre todo con respecto a Spitalfields, ¿eh? Pero confieso que me gusta volver a aquella época. Soy yo quien posee el único transportador, ¿lo sabía? El único que haya sido fabricado nunca. Construido por el padre de Juliette, por mi hijo. Tuve que matarlo para conseguirlo. No quería mostrarse razonable. Sin embargo no representaba mucho para él, se lo aseguro. Era el último de los grandes artesanos, hubiera podido dármelo fácilmente. Pero era obstinado. Por eso le he hecho cortar a mi nieta en rodajas. De otro modo, habría sido ella quien lo hubiera hecho conmigo. Por aburrimiento; simplemente porque no encontraba otros medios de divertirse.

Una gardenia se materializó en el aire y se transformó ante sus ojos en un rostro de mujer de largos cabellos blancos.

—¡Hernon, no podemos aguardar más!

Parecía irritada.

El abuelo de Juliette palideció.

—¡Especie de hija de puta! Te dije que al paso. Pero tú no podías, ¿eh? Saltar, saltar, saltar, eso es lo que haces siempre. Bueno, eso representará varios feddels menos, eso es todo. Feddels, maldita sea. Había previsto marcar el paso; de hecho, estaba marcándolo, ¡pero tú.!

Levantó el brazo y una espuma verdosa surgió instantáneamente en dirección al rostro. El rostro desapareció y un instante después la gardenia reapareció unos pocos metros más allá. La espuma se convirtió en polvo y cayó, y Hernon, el abuelo de Juliette, dejó caer el brazo como descorazonado por la estupidez de aquella mujer. Una rosa, un nenúfar, un jacinto, un par de phlox, una celidonia silvestre y un cardo gigante aparecieron al lado de la gardenia. Cuando cada flor tomó la apariencia de un rostro distinto, Jack dio un paso atrás, aterrado.

Todos los rostros se volvieron hacia el que había sido antes un cardo gigante.

—¡Traidor! ¡Inmundo marrano! —gritaron al unísono al tembloroso y pálido rostro que había sido un cardo.

Los ojos de la mujer gardenia se abrieron enormemente, pareciendo que iban a salirse de sus órbitas; la pintura violácea que rodeaba completamente sus globos oculares la hacía semejarse a un animal al acecho a la entrada de una caverna.

—¡Turd! —gritó, dirigiéndose al hombre-cardo—. Todos estábamos de acuerdo, todo el mundo había aceptado. ¡Y tuviste que formar un cardo, so galápago! Ahora verás. —Se volvió rápidamente hacia los demás—. ¡Adelante! ¡Al diablo con la espera! ¡Ahora! ¡En formación!

—¡No, mierda! —gritó Hernon—. ¡Habíamos dicho al paaaso!

Pero ya era demasiado tarde. El aire se enturbió alrededor del hombre-cardo como el fondo de un río cuando se agita el limo; la atmósfera se ennegreció, y se formó un torbellino, con la cabeza ahora aterrada del hombre-cardo en su centro. El torbellino avanzó, atrapando a Jack, Hernon, las cabezas-flores, la ciudad; y de pronto fue de nuevo Spitalfields por la noche, y el hombre de 1888 estaba de nuevo en 1888, con su maletín en la mano, avanzando al encuentro de una mujer en una calle de Londres envuelta en la niebla.

(Había ocho nódulos adicionales en el cerebro de Jack.)

Era una mujer de unos cuarenta años, de aire cansado y algo desaliñada. Llevaba un traje negro de tela basta que descendía hasta sus botines. Un mandil blanco, manchado y arrugado, rodeaba su talle. Las amplias mangas le llegaban hasta la muñeca, e iba abotonada hasta el cuello. Llevaba un pañuelo anudado en torno a la garganta, y un deformado sombrero de ala ancha con una cinta adornada de una minúscula y patética flor de origen indeterminado. De su muñeca pendía un bolsito de cuentas de capacidad apreciable.

Retardó su paso cuando lo vio, o mejor lo adivinó, inmóvil en las sombras.

Él surgió de las sombras e hizo una ligera inclinación.

—Buenas noches, señorita. ¿Tomamos una copa?

El rostro de la mujer —de un patetismo conocido tan sólo por aquellas que han servido de blanco a innumerables dardos henchidos de sangre masculina— recuperó su expresión normal.

—Oh, bueno. Creí que era él. El Carnicero en persona. Dios del cielo, me ha puesto usted la carne de gallina.

Quiso sonreír, pero sólo consiguió hacer una mueca. Sus brillantes mejillas evidenciaban el abuso de la ginebra y la enfermedad. Su voz era ronca, un instrumento roto y mellado apenas utilizable.

—Tan sólo un corredor de comercio en busca de algo de compañía —aseguró Jack—. Enormemente feliz de poder ofrecer una jarra de cerveza a una dama tan encantadora como tú y pasar una o dos horas contigo.

Ella se le acercó y enlazó su brazo con el de él.

—Emily Matthews, señor. Feliz de haberle encontrado y andar un poco en su compañía, ya que con esta noche tan mala, y con el anguila de Jack merodeando por alguna parte en libertad, una dama respetable no debe pasear sola.

Descendieron por la calle Thrawl, pasaron ante los hoteluchos donde la desgraciada terminaría indudablemente por pasar la noche si conseguía sacarle unas monedas a aquel desconocido bien trajeado de ojos negros.

Giraron a la derecha en la calle Commercial; en el momento en que pasaban ante un infecto callejón sin salida, casi a la altura de la calle Flower amp; Dean, él la empujó vigorosamente a un lado. Ella se metió en el callejón y, creyendo que él quería palpar la mercancía, se apoyó contra la pared y separó las piernas, subiéndose la falda hasta la cintura. Pero Jack había agarrado las puntas del pañuelo. Asegurando su presa, apretó a fondo. La mujer boqueó, privada de aire. sus mejillas se hincharon y, a la vacilante luz de un farol de gas, él vio sus pupilas color avellana adoptar instantáneamente un tono de hoja muerta. En su rostro se leía, por supuesto, el terror, que se mezclaba también con una profunda tristeza, la de haber perdido la jarra de cerveza, la de no haber podido asegurarse un cobijo para la noche, la de no haber tenido suerte, esa suerte que nunca le había sonreído a Emily Matthews, la de haber caído aquella noche en manos del único hombre susceptible de despreciar sus favores. Era una expresión de desconsolada tristeza ante la inevitabilidad de su destino.

Vengo a ti, surgido de la noche, descendiendo cada minuto de nuestras vidas hasta este instante, enviado por la noche hasta ti. Para siempre, los hombres desearán descubrir el secreto de este instante. Arderán en silencio con el deseo de hallar de nuevo este instante, nuestro instante; de ver mi rostro y de saber mi nombre; sin tan siquiera querer tal vez arrestarme, puesto que entonces ya no sería quien soy sino tan sólo alguien que lo ha intentado y ha fracasado. Oh, tú y yo creamos una leyenda que fascinará eternamente a los hombres; pero nunca comprenderán por qué hemos sufrido, Emily. Nunca comprenderán realmente por qué ambos hemos muerto de un modo tan horrible.

Ella jadeó una súplica inarticulada, y sus ojos se empañaron mientras él deslizaba su mano libre en el bolsillo de su abrigo. Desde el momento en que supo que lo necesitaría había buscado, mientras andaba, en su maletín. Y cuando su mano surgió de nuevo, estaba armada con el escalpelo.

—Emily. —dijo suavemente.

Luego cortó.

Con un gesto preciso: inclinando la punta del escalpelo, que penetró en la blanca carne por debajo y por detrás de la oreja izquierda. Sternocleidomastoideus. Forzando suavemente el cartílago, que cedió con un ligero chasquido. Manteniendo el escalpelo con mano firme para desgarrar de un solo corte toda la longitud de la garganta siguiendo la línea dura de la mandíbula. Glandula submandibularis. La sangre brotó en un chorro espeso sobre sus manos, luego a borbotones que salpicaron la pared de enfrente; se introdujo por sus mangas, empapando los puños blancos de su camisa. Con un gorgoteante estertor, ella se derrumbó blandamente, retenida por el pañuelo del que él no podía retirar sus dedos. Habían aparecido marcas negras allí donde había cortado la carne. Al llegar al extremo de la mandíbula, continuó, sajando el lóbulo de la oreja. Luego la depositó sobre la mugrienta calle. La tendió boca arriba, y abrió sus ropas con un golpe de escalpelo, dejando al descubierto un vientre desnudo e hinchado a la débil y vacilante luz del farol. Hizo la primera incisión en el hueco de la garganta. Glandula thyreoeidea. Trazó con mano firme una delgada línea de sangre negra hacia abajo, entre los senos, siempre hacia abajo. Sternum. Hizo una profunda incisión en forma de cruz en el interior del ombligo. Brotó un humor amarillento. Plica umbilicalis medialis. Más abajo; siguiendo el hinchado vientre, hundiendo más el escalpelo, trazando una limpia línea recta. Mesenterium dorsale commune. Siempre más abajo, hacia la protuberancia del monte, húmedo de transpiración. Un poco más difícil allí. Vesica urinaria. Y finalmente, para terminar, vagina.

Cavidad putrefacta.

Infecta y hedionda cloaca de prostitución.

Y en la cabeza de Jack, súcubos. En su cabeza, ojos vigilantes. En su cabeza, intrusos. En su cabeza, centelleos

de una gardenia

un nenúfar

una rosa

un jacinto

un par de phlox

una celidonia silvestre

y una flor negra con pétalos de obsidiana, estambres de ónice y pistilos de antracita, con la mente de Hernon, el abuelo de la difunta Juliette.

Contemplaron todo el horror de la loca lección de anatomía. Le observaron cortar los párpados. Le observaron retirar el corazón. Le observaron seccionar las trompas de Falopio en rodajas. Le observaron apretar en su mano, hasta reventarlo, el riñón henchido de ginebra. Cortar los senos hasta que sólo fueron informes montones de carne sangrante, que depositó sobre cada uno de los ojos muy abiertos, de mirada fija, sin párpados. Miraron.

Miraron y bebieron de la turbia marea que agitaba su espíritu. Sorbieron con avidez en la húmeda y temblorosa fuente de su inconsciente. Y gozaron.

Oh Dios es delicioso mirad eso se diría que es la costra de una pizza a medio cocer y esto otro se diría que son lumaconi ooooh Dios me pregunto qué gusto tendrá esssssso. Mirad el brillo del acero.

Cómo las odia a todas, todas por el mismo rasero, debe de tratarse de una historia con alguna mujer, una enfermedad venérea, el temor de Dios Cristo, el reverendo Barnett, la. ¡Quiere poseer a la mujer del reverendo!

La reforma en materia social no puede ser sino labor de unos pocos. Es un fin en sí que justifica el utilizar cualquier medio, sea el que sea, incluso la exterminación de más del cincuenta por ciento de aquellos que se convertirán en sus beneficiarios. Los mejores reformadores son también los más atrevidos. ¡Él cree en ello! ¡Es maravilloso!

¡Pandilla de vampiros, basura, inmunda gentuza.!

¡Nos ha sentido!

¡Que se vaya al diablo! Y tú con él, Hernon; has caído demasiado bajo; sabe que estamos aquí y eso me disgusta. ¿Para qué seguir?; me retiro.

¡Espera, vuelve, vas a romper la forma! El torbellino los atrapó de nuevo, los llevó a un vertiginoso abismo donde la noche de 1888 ya no existía. La espiral se desenrolló, se desenrolló, y se concretizó en su punto más infinitesimal en un rostro, el rostro ennegrecido y carbonizado de aquel que había sido un cardo gigante. Estaba muerto. La parte interior de sus órbitas había ardido por completo. Algunos restos calcinados subsistían allí donde había anidado la inteligencia. Se habían servido de él como de un punto de focalización.

El hombre de 1888 recobró instantáneamente sus sentidos, así como el recuerdo total, eidético, de lo que le había ocurrido. No se trataba de una visión ni de un sueño ni de una alucinación. Había ocurrido realmente. Lo habían enviado al pasado de donde procedía, tras haber eliminado su recuerdo del futuro, de Juliette, de todo lo que había tenido lugar tras el instante en que se había encontrado frente al número 13 de Miller’s Court. Y le habían hecho trabajar para su placer, gozando con sus emociones y sus pensamientos inconscientes, alimentándose y saciándose con sus más íntimas sensaciones, la mayor parte de las cuales, hasta ahora, habían permanecido completamente ignoradas para él.

Y mientras descubría uno a uno los conceptos inyectados en su conciencia por un efecto inesperado de retroalimentación, sintió que la nueva conciencia de sí mismo le iba ganando poco a poco. Antes que afrontar ciertas revelaciones, su mente hubiera preferido sumergirse en los más negros abismos. Pero las barreras habían sido alzadas: nuevas configuraciones se presentaban ante él, y podía descifrarlas y retenerlas fácilmente. Infecta y hedionda cloaca de prostitución: ¡que mueran todas! No, no era cierto, él no pensaba así de las mujeres, de ninguna mujer, por rastrera y despreciable que fuera su condición. Él era un caballero; respetaba a las mujeres. Recordó: ¡Ella le había pegado la blenorragia! La vergüenza, las aprensiones sin fin, hasta que había reunido el valor para contárselo todo a su padre, el médico. La expresión del rostro de aquel hombre. Ahora lo recordaba todo. La forma como su padre lo había curado, como hubiera curado a un apestado. A partir de entonces, nada había vuelto a ser como antes. Había querido dedicarse a la cruzada de remediar aquella situación. La reforma en materia social y bla bla bla. Todo ilusión. Había sido un charlatán, un payaso. algo mucho peor. Había matado por una cosa en la que ni siquiera creía. Habían dejado su mente completamente abierta, y sus pensamientos derivaron con rapidez, siguieron su sobresaltado camino. hasta la ¡EXPLOSIÓN EN SU MENTE!

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