Visiones Peligrosas I (29 page)

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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas I
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Había sido un buen trabajo. El nuevo y pequeño diente nacarado estaba empezando a crecer ya firmemente en la rosada encía. Fifi llegó a la conclusión de que tenía una boca muy sexy, como decía Tracey. El dentista había extirpado el viejo diente con gas temporal. Tan sencillo… Un simple golpe de spray y ella estaba de vuelta al día de anteayer, reviviendo aquel agradable interludio cuando había tomado café con Peggy Hackenson, sin sentir el menor dolor. El gas temporal estaba tan de moda… Ardía de impaciencia pensando en que iban a tenerlo en su casa, a su disposición en cualquier momento.

El taxi burbuja se remontó y salió por una de las compuertas dilatables del gram domo que cubría la ciudad. Fifi sintió un momentáneo pesar al abandonarla. Las ciudades eran tan agradables hoy en día que nadie deseaba vivir fuera de ellas. Todo era también el doble de caro fuera, pero afortunadamente el gobierno pagaba una elevada asignación por penuria a todos aquellos que, como los Fevertrees, se veían obligados a vivir en el campo.

En un par de minutos descendían de nuevo al suelo. Fifi indicó su granja lechera, y el taxista se posó expertamente en su balcón de aterrizaje antes de tender su garra reclamando un exorbitante número de kilopayts. Sólo cuando hubo recibido el dinero se inclinó y abrió la puerta de Fifi con un pie. Uno no podía fiarse para nada de esos chimpancés conductores.

Lo olvidó todo cuando echó a correr a través de la casa. ¡Aquél era el gran día! Los constructores habían necesitado dos meses para instalar la central temporal —dos semanas más de lo que habían calculado al principio—, y todo el mundo había estado de un humor de perros durante ese tiempo, mientras los hombres hacían rodar sus tuberías y arrastraban sus hilos por todas las habitaciones. Ahora todo volvía a estar ordenado. Casi bailaba cuando bajó las escaleras en busca de su esposo.

Tracey Fevertrees estaba de pie en la cocina, hablando con el constructor. Cuando entró su esposa, se volvió y tomó su mano, sonriéndole de una forma que para ella era relajante pero que alteraba el sueño de muchas chicas de Rouseville. Sin embargo, su apostura quedaba empañada por la belleza de su esposa cuando estaba excitada, como ahora.

—¿Todo listo para funcionar? —preguntó Fifi.

—Sólo hay una pequeña complicación de última hora —dijo de mala gana el señor Archibald Smith.

—¡Oh, siempre hay alguna complicación de última hora! Hemos tenido quince de esas complicaciones la semana pasada, señor Smith. ¿Qué ocurre ahora?

—No es nada que les afecte directamente. Sólo que, como saben, hemos tenido que tender muchas canalizaciones de gas temporal desde la factoría central de Rouseville hasta aquí, y parece que tenemos algunos problemas para mantener la presión. Se dice que hay una fuga en el pozo principal de la central, y que no consiguen localizarla. Pero eso no tiene por qué preocuparles.

—Hemos hecho algunas pruebas, y parece que todo funciona bien —dijo Tracey a su esposa—. ¡Ven y te lo mostraré!

Le dieron la mano al señor Smith, que evidenciaba la tradicional reluctancia de los constructores a abandonar su lugar de trabajo. Finalmente se fue, prometiendo volver a la mañana siguiente para recoger los últimos útiles, y Tracey y Fifi se quedaron solos con su nuevo juguete.

El panel temporal apenas se distinguía entre todos los demás elementos de la cocina. Estaba situado cerca de la unidad nuclear, un pequeño y discreto accesorio con una docena de diales y el doble de manecillas.

Le mostró cómo habían regulado las presiones temporales: bajo para pasillos y cocina, alto para dormitorios, variable para el salón. Ella se frotó contra él e imitó un ronroneo.

—Estás contento, ¿verdad, amor? —preguntó.

—No dejo de pensar en todas las facturas que vamos a tener que pagar. Y en las que vendrán luego… Tres payts la unidad base… ¡Guau! —Entonces vio la mirada decepcionada de ella y añadió—: Pero, por supuesto, me encanta, querida. Sabes bien que me encanta.

Luego recorrieron toda la casa, con los controles en marcha. En la propia cocina, se conectaron a una reciente velada. Flotaron en el pasado hasta la hora del día en que Fifi gozaba más del trabajo de la cocina, cuando terminaba el desayuno y faltaba aún un rato para que tuviera que empezar a pensar en la comida y discarla. Fifi y Tracey seleccionaron una mañana en la que ella se había sentido particularmente tranquila y feliz; el ambiente de aquel período flotó sobre ellos y los envolvió.

—¡Maravilloso! ¡Delicioso! ¡Puedo hacer cualquier cosa, cocinar lo que quieras!

Se besaron y corrieron al pasillo, gritando:

—¡La ciencia es maravillosa! Se detuvieron bruscamente.

—¡Oh, no! —gritó Fifi.

El pasillo estaba en perfecto orden: las cortinas en su lugar, resplandeciendo metálicamente junto a las dos ventanas, controlando la cantidad de luz que penetraba por ellas y almacenando el exceso para las horas sin sol; la reptalfombra en su lugar y recién limpiada, llevándolos suavemente hacia delante; los paneles de la pared, cálidos y suaves al tacto. Pero habían sido cronocontrolados hacia atrás a las tres de la tarde de hacía un mes, una tranquila hora del día…, sólo que un mes atrás los constructores habían estado trabajando allí.

—¡Querido, van a estropear la alfombra! ¡Y estoy segura de que no sabrán volver a poner los paneles correctamente en su lugar! Oh, Tracey, mira…, ¡han desconectado las cortinas, y Smithy prometió que no lo haría!

Él la sujetó por el hombro.

—¡Cariño, todo está bien, de veras!

—¡No! ¡No está todo bien! Mira todos esos viejos tubos temporales por todas partes, ¡y esos cables colgando aquí y allá! Han estropeado nuestro maravilloso techo absorbepolvo… ¡Mira cómo el polvo se está acumulando por todas partes!

—¡Cariño, es el efecto del tiempo!

No obstante, tuvo que admitir que no podía decir que el corredor que tenía ante sus ojos estuviera en perfectas condiciones; hacía un mes él también se había dejado llevar por los nervios como Fifí, cuando vio cómo estaba el pasillo en manos de Smithy y sus terribles hombres.

Llegaron al final del pasillo y pasaron al dormitorio, escapando a otra zona temporal. Echando una mirada hacia atrás desde la puerta, Fifi dijo entre lágrimas:

—¡Cielo santo, Trace, qué poder tiene el tiempo! Creo que deberíamos cambiar los controles del pasillo, ¿no crees?

—Claro. Los sintonizaremos con el año pasado, digamos con una hermosa tarde de verano. ¡Tú di cuál, y la discaremos! ¿No es ése el eslogan de la Compañía Central del Tiempo? Y hablando de tiempo, ¿qué te parece el que tenemos aquí?

Tras echar una ojeada a la habitación, ella bajó sus largas pestañas y lo miró.

—Hummm, parece tranquilo, ¿no?

—Las dos de la madrugada, amor, a principios de la primavera, y con todo el mundo durmiendo su primer sueño. ¡Es difícil que suframos de insomnio ahora!

Ella se acercó y se apretó contra él, reclinándose contra su pecho y alzando la vista.

—¿No crees que quizá las once de la noche sería una hora más…, más propia de un dormitorio?

—Ya sabes que para ese tipo de cosas prefiero el sofá. Vamos a sentarnos allí, y de paso veremos qué piensas del salón.

El salón estaba en el piso de abajo, con sólo otros dos pisos, el garaje y la vaquería, separándolo del suelo. Era una habitación hermosa y grande, con amplias ventanas dando a un bello paisaje que alcanzaba hasta el distante domo de la ciudad, y tenía un espléndido sofá en el centro.

Se sentaron en su voluptuoso sofá y, siendo las que eran las asociaciones con el pasado, empezaron a hacerse arrumacos. Al cabo de un rato Tracey tanteó en el suelo y tiró de un control remoto que estaba conectado a la pared.

—Desde aquí podemos controlar nuestro propio tiempo sin tener que levantarnos, Fifi. Dime el tiempo que deseas y volveremos a él.

—Si estás pensando en lo que yo pienso que estás pensando, será mejor que no retrocedamos más de diez meses, porque antes de eso aún no estábamos casados.

—Oh, vamos, señora Fevertrees, ¿te estás volviendo chapada a la antigua o algo así? Nunca dejaste que eso te preocupara antes de que nos casáramos…

—¡No es cierto!… Claro que, mirándolo desde esta perspectiva, quizás alguna vez me dejara llevar por el entusiasmo… Él le revolvió suavemente el pelo.

—¿Quieres que te diga lo que me gustaría que intentáramos alguna vez?… Discar hasta cuando tú tenías doce años. Debías de ser una chica muy sexy en tu pre adolescencia, y me gustaría comprobarlo. ¿Qué te parece?

Ella iba a protestar con alguna argumentación convencionalmente femenina, pero su imaginación tuvo otra idea.

—¡Podríamos ir hacia atrás hasta nuestra infancia!

—¡Espléndido! ¡Ya sabes que siempre he tenido un toque de complejo de Lolita!

—Trace…, debemos ir con cuidado para evitar que en nuestra excitación rebasemos el día de nuestro nacimiento y nos encontremos siendo montoncitos de protoplasma o algo así.

—¡Amor mío, has leído los folletos! Cuando obtengamos la suficiente presión como para rebasar nuestras fechas de nacimiento, simplemente entraremos en la conciencia de nuestros más próximos antepasados del mismo sexo…, tú de tu madre, yo de mi padre, y luego de tu abuela y de mi abuelo. No creo que la presión temporal de la factoría de Rouseville nos permita ir más lejos que eso.

La conversación languideció ante otros intereses, hasta que Fifi murmuró con voz soñadora:

—¡Qué invención celestial es el tiempo! Sabiendo eso, incluso cuando seamos viejos, canosos e impotentes seremos capaces de volver atrás y gozar como gozábamos cuando éramos jóvenes. Discaremos nuestro regreso a este mismo instante, ¿eh?

—Hummm —dijo él.

Era un sentimiento universalmente compartido.

Aquella noche cenaron una enorme langosta sintética. En su excitación por hallarse conectados a las conducciones temporales, Fifi había discado sin saber cómo una mezcla ligeramente incorrecta —aunque ella juró que debía de tratarse de algún error en la programación del recetario que había introducido en el cocinordenador—, y el plato no salió como debiera haber salido. Pero entonces discaron hacia atrás en el tiempo hasta una de las primeras y mejores langostas que habían comido en su vida juntos, poco después de conocerse, hacía dos años. El sabor recordado hizo olvidar la decepción del sabor actual.

Mientras estaban comiendo, la presión falló.

No hubo ningún sonido. Exteriormente, todo seguía igual. Pero dentro de sus cabezas se sintieron torbellinear a través de los días como hojas secas arrastradas sobre un páramo. Las horas de las comidas vinieron y se fueron, y la langosta adquirió mal sabor en sus bocas cuando tuvieron la impresión de estar masticando sucesivamente pavo, cordero, bizcocho, helado, budín, copos de cereal. Durante algunos desconcertantes momentos permanecieron sentados a la mesa, petrificados, mientras centenares de sabores variados se desplazaban unos a otros sobre sus papilas gustativas. Tracey se puso en pie jadeando y cortó el flujo temporal del interruptor junto a la puerta.

—¡Algo se ha estropeado! —exclamó—. Eso ha sido cosa de ese tipo, Smith. Voy a llamarle inmediatamente. ¡Voy a matarlo!

Pero cuando el rostro de Smith flotó en el videotanque, estaba más impasible que nunca.

—No es culpa mía, señor Fevertrees. De hecho, uno de mis hombres acaba de llamarme para decirme que tienen problemas en la cronofactoría de Rouseville, de donde toma su suministro la canalización de ustedes. El gas temporal está escapando. Le dije esta mañana que tenían algunos problemas allí. Vayase a la cama, señor Fevertrees… Hágame caso. Vayase a la cama, y probablemente por la mañana todo estará arreglado de nuevo.

—¡Irnos a la cama! ¿Cómo se atreve a enviarnos a la cama? —exclamó Fifi—. ¡Esa sugerencia es inmoral! Ese hombre está intentando ocultar algo. Apostaría a que ha cometido algún error, y está intentando cubrirse con esa historia acerca de una fuga en la cronofactoría.

—Podemos comprobarlo muy pronto. ¡Vayamos allí y veámoslo!

Tomaron el ascensor hasta la planta baja, y subieron a su vehículo terrestre. La gente de las ciudades se reía de esos pequeños aerodeslizadores con ruedas, tan parecidos a los automóviles del pasado, pero no había ninguna duda de que eran indispensables en el campo, fuera de los domos, por donde no pasaba el transporte público gratuito.

Las puertas se abrieron y ellos salieron al exterior, despegándose inmediatamente del suelo y flotando a medio metro de altura. Rouseville estaba sobre una pequeña colina, y la cronofactoría estaba al otro lado. Pero cuando empezaron a ver las primeras casas, ocurrió algo extraño.

Aunque todo estaba tranquilo, el vehículo terrestre empezó a oscilar terriblemente. Fifi se vio proyectada hacia todos lados, y al cabo de un momento se empotraban contra una cerca.

—¡Diablos, esos trastos son pesados! ¡Algún día tendré que decidirme a aprender a conducir uno! —dijo Tracey, saltando fuera.

—¿No vas a ayudarme, Tracey?

—¡Anda ya, soy demasiado mayorcito para jugar con niñas!

—¡Pero tienes que ayudarme! ¡He perdido mi muñeca!

—¡Tú nunca has tenido ninguna muñeca! ¡Al diablo contigo!

Echó a correr por el campo y ella tuvo que seguirlo, llamándolo mientras corría. Era realmente tan difícil intentar controlar el torpe y pesado cuerpo de un adulto con la mente de un niño…

Halló a su esposo sentado en medio de la carretera de Rouseville, pateando y agitando los brazos. Al verla se echó a reír.

—¡Tace anda patín-patán! —dijo.

Pero en unos pocos momentos eran capaces de avanzar de nuevo a pie, aunque era doloroso para Fifi, cuya madre había cojeado mucho al final de su vida. Avanzaron penosamente, dos personas jóvenes con posturas de viejos. Cuando entraron en la pequeña ciudad desprovista de domo, fue para descubrir a la mayor parte de sus habitantes fuera de sus casas, cruzando por todo el espectro de las características de la edad humana, desde los balbuceos infantiles hasta el tartamudeo de la senilidad. Obviamente, algo serio le había ocurrido a la cronofactoría.

Diez minutos y unas cuantas generaciones más tarde, llegaron a las puertas. De pie bajo el gran cartel de la Compañía Central del Tiempo se hallaba Smith. No lo reconocieron; llevaba una máscara anticronogás, cuyos orificios de escape escupían viejos momentos.

—¡Imaginaba que vendrían aquí! —exclamó—. No me creyeron, ¿eh? Bien, será mejor que vengan conmigo y lo vean por sí mismos. La fuga original se ha convertido en un surtidor, y las válvulas no han podido resistir la presión y han saltado. Me temo que habrá que evacuar el área antes de pensar en repararlo.

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