Mientras los conducía cruzando las puertas, Tracey dijo:
—¡Espero que no se trate de un sabotaje de los rusos! Supongo que esta planta será secreta.
Smith se lo quedó mirando sorprendido.
—¿Se ha vuelto usted loco, señor Fevertrees? Los rusos tienen cronofactorías como nosotros. El año pasado fueron ustedes de luna de miel a Odessa, ¿no?
—¡El año pasado estuve en el servicio activo en Corea, gracias!
—¿Corea?
Con un potente ruido de sirenas, una forma negra destellando con luces rojas se detuvo en el patio de la cronofactoría. Era una unidad de bomberos autopilotada procedente de la ciudad, pero su dotación humana saltó de ella en una terrible confusión, y un tipo joven se derrumbó en el suelo gritando que le cambiaran los pañales, antes de que el personal de la factoría pudiera proveerlos a todos de máscaras anticronogás. Y no había tampoco ningún fuego que extinguir, sólo el gran surtidor de invisible tiempo que en aquellos momentos dominaba toda la factoría y la ciudad entera, y soplaba a los cuatro vientos, arrastrando consigo inimaginadas u olvidadas generaciones en su aliento a prueba de polillas.
—vamos a ver lo que ocurre —dijo Smith—. Aunque sería lo mismo meternos en casa y tomar unas copas que quedarnos aquí y no hacer nada.
—Es usted un joven muy estúpido si quiere decir lo que imagino que quiere decir —dijo Fifi, con una voz vieja y severa—. La mayor parte del licor disponible es clandestino y no apto para el consumo…, pero en cualquier caso, mi opinión es que debemos apoyar al presidente en su loable intento de detener el alcoholismo. ¿No lo crees tú así, Tracey querido?
Pero Tracey estaba perdido en las abstracciones de extraños recuerdos, mientras silbaba para sí mismo La paloma.
Tambaleándose detrás de Smith, penetraron en el edificio, donde dos oficiales de la policía los detuvieron. En aquel momento un hombre gordo vestido con un traje civil apareció y habló con uno de los policías a través de su máscara antigás. Smith lo llamó, y se saludaron como si fueran hermanos. Resultó que lo eran. Clayball Smith los condujo a todos al interior de la planta, tomando galantemente a Fifi del brazo…, lo cual, para revelar su tragedia personal, fue todo lo que obtuvo jamás de una chica.
—¿No deberíamos ser presentados convenientemente a este caballero, Tracey? —susurró Fifi a su esposo.
—Tonterías, querida. Hay que echar por la borda las reglas de la etiqueta cuando uno entra en los templos de la industria.
Mientras hablaba, Tracey parecía estar acariciándose unas imaginarias patillas.
Dentro de la cronoplanta reinaba el caos. Ahora se veía claramente la magnitud del desastre. Estaban sacando a los primeros mineros del pozo donde se había producido la explosión temporal; uno de los pobres tipos maldecía débilmente y culpaba a Jorge III de todo lo ocurrido.
Toda la industria del tiempo estaba aún en su infancia. Apenas habían pasado diez años desde que el primero de los subterráneos, prospectando a gran profundidad bajo la corteza terrestre, había descubierto la primera cronobalsa. Todo el asunto era aún origen de maravillas, y las investigaciones se hallaban todavía en sus primitivos estadios.
Pero los grandes negocios habían metido mano en aquello y, con su habitual generosidad, se habían preocupado de que todo el mundo tuviera su ración correspondiente de tiempo, a su debido precio. Ahora la industria del tiempo tenía más capital invertido que cualquier otra industria en el mundo. Incluso en una ciudad pequeña como Rouseville, la factoría estaba valorada en millones. Pero la planta acababa de sufrir una terrible fuga.
—Es terriblemente peligroso estar aquí…; no deberían permanecer ustedes mucho tiempo —dijo Clayball.
Estaba gritando a través de su máscara antigás. El ruido allí era terrible, especialmente desde que un locutor había comenzado a retransmitir su reportaje a la nación a pocos metros de ellos.
En respuesta a una pregunta gritada por su hermano, Clayball dijo:
—No, es más que una fuga en la canalización principal. Eso es sólo lo que hemos dicho para calmar los ánimos. Nuestros valientes chicos de ahí abajo han hallado un nuevo filón temporal, han reventado la bolsa, y ahora se está esparciendo por toda la zona. ¡No podemos dominarla! La mitad de nuestros muchachos habían vuelto a la conquista normanda antes de que llegáramos a sospechar qué era lo que ocurría.
Señaló dramáticamente hacia abajo a través de las losas sobre las que apoyaba sus pies.
Fifi no podía comprender de qué demonios estaba hablando. Desde que había dejado Plymouth había estado derivando, y no metafóricamente precisamente. Ya era bastante malo el ser una Madre Peregrina acompañando a uno de los Padres Peregrinos, y además aquel Nuevo Mundo no le gustaba en absoluto. Se hallaba ahora más allá de sus posibilidades el entender que los enormes recursos de la tecnología moderna estaban trastornando todo el tiempo de un planeta.
En su actual situación, no podía saber que las ilusiones del geiser temporal se estaban extendiendo ya por todo el continente. Casi todos los satélites de comunicaciones que giraban en torno al planeta estaban difundiendo informes más o menos ajustados del desastre y de los acontecimientos que estaba provocando, mientras los alucinados escuchas se sumían generación tras generación, como gente hundiéndose en un ventisquero sin fondo.
De aquellos depósitos procedían las reservas de tiempo que eran canalizadas al millón de millones de hogares en el mundo. Los expertos habían calculado ya que al actual índice de consumo todos los depósitos de tiempo quedarían agotados en doscientos años. Afortunadamente, otros expertos estaban trabajando ya en el intento de desarrollar sustitutivos sintéticos para el tiempo. Sólo el mes anterior, el pequeño equipo de investigaciones de la Time Pen Inc., de Ink, Pennsylvania, había anunciado que habían conseguido aislar una molécula nueve veces más lenta que cualquier otra molécula conocida por la ciencia, y que esperaban firmemente poder aislar otras moléculas aún más lentas.
Una ambulancia llegó derrapando al frenar, con otra tras ella. Archibald Smith intentó apartar a Tracey del camino.
—¡Quitad de mí vuestras manos, bellaco! —exclamó Tracey, intentando desenvainar una imaginaria espada.
Los hombres de la ambulancia estaban saltando de sus vehículos, y la policía estaba acordonando toda la zona.
—¡Van a traer de vuelta a la superficie a nuestros valerosos terranautas! —exclamó Clayball.
Apenas se le oía por encima de todo aquel tumulto. Había hombres con máscaras por todas partes, con la esbelta silueta aquí y allá de alguna enfermera también con máscara acompañándoles. Se estaban trayendo provisiones de oxígeno y sopa, se instalaban proyectores un poco por todas partes, enfocándolos a la cuadrada boca del pozo de inspección. Los hombres con monos amarillos penetraban en el pozo, comunicándose entre sí por medio de radios de muñeca. Desaparecieron. Por un momento un silencio respetuoso cayó sobre los edificios y pareció transmitirse a la multitud de fuera.
Pero el momento se transformó en minutos, y el ruido halló su camino de regreso hasta su nivel normal. Otros hombres de rostros hoscos se adelantaron, y los locutores fueron apartados a un lado.
—Es parecer mío que irnos de aquí deberíamos, por el soplo de Dios —susurró débilmente Fifi, aferrándose a sus ropas caseras con una temblorosa mano—. ¡Esto no me gusta nada!
Finalmente, hubo actividad en la boca del pozo. Sudorosos hombres con monos tiraron de cuerdas. El primer terranauta fue extraído a la vista, llevando el característico uniforme negro de los de su clase. Su cabeza colgaba, su mascarilla había sido arrancada, pero estaba luchando valerosamente por mantener la conciencia. Una sonrisa jovial cruzó sus pálidos labios, y agitó una mano a las cámaras. Una estentórea ovación brotó de los espectadores.
Pertenecía a la intrépida raza de hombres que se sumergían en los desconocidos mares del gas temporal bajo la corteza terrestre, arriesgando sus vidas para extraerle a lo desconocido una pizca de conocimiento, empujando cada vez más lejos los límites de la ciencia, anónimos y jamás honrados excepto por las constantes baterías de la publicidad mundial.
El as de los locutores se había abierto camino a codazos por entre la multitud para alcanzar al terranauta, y estaba intentando entrevistarlo, acercando un micrófono a sus labios mientras el torturado rostro del héroe aparecía en primer plano ante los incrédulos ojos de mil millones de espectadores.
—Ahí abajo…, un infierno… Dinosaurios y sus crías —consiguió jadear, antes de ser metido en la primera ambulancia—. Ahí en lo profundo del gas. Manadas de ellos, hambrientos… Unos cientos de metros más abajo y hubiéramos encontrado…, hubiéramos encontrado la creación… del mundo.
No pudieron oír más. Nuevos refuerzos de la policía estaban limpiando el edificio de todas las personas no autorizadas antes de que los otros terranautas fueran devueltos a la superficie, aunque su cápsula terrestre no estaba aún a la vista. Cuando el cordón armado se les acercó, Fifi y Tracey retrocedieron. No podían permanecer más tiempo allí, no podían comprender nada de lo que ocurría. Se dirigieron apresuradamente hacia la puerta, ignorando los gritos de los dos Smith con sus máscaras. Cuando echaron a correr hacia la oscuridad, por encima de sus cabezas se erguía muy alto el gran chorro del geiser temporal, derramando, derramando su destino sobre el mundo.
Durante un momento permanecieron jadeando junto a una cerca próxima. Ocasionalmente uno de ellos balbuceaba como una niñita, o el otro gruñía como un hombre viejo. Mientras tanto, respiraban pesadamente.
Estaba a punto de amanecer cuando reunieron sus fuerzas y siguieron su camino por la carretera en dirección a Rouseville, manteniéndose junto a los campos.
No estaban solos. Los habitantes de la ciudad huían también, abandonando sus hogares que ahora les eran extraños y estaban mucho más allá de su limitada comprensión. Mirándoles bajo sus fruncidas cejas, Tracey se detuvo y arrancó una rama de un árbol cercano para fabricarse un burdo bastón.
Juntos, el hombre y su mujer treparon la ladera de la colina, regresando a las tierras salvajes como la mayor parte del resto de la humanidad, sus pesadas y encorvadas figuras silueteándose contra los primeros resplandores de luz solar en el cielo.
—Ugh glumph hum herm morm glug humk —murmuró la mujer.
Lo cual significa, groseramente traducido del antiguo piedrés: «¿Por qué demonios siempre tiene que ocurrirle esto a la humanidad justo en el momento en que está a punto de volver a civilizarse?»
* * *
Si alguna vez una visión peligrosa se ha enraizado en la vida real, La noche en que todo el tiempo escapó es esa visión. Debo explicar que en la actualidad estoy viviendo en un remoto rincón de Oxfordshire, Inglaterra, donde he comprado una maravillosa casa del siglo XVI, toda de piedra, con vigas de madera y techo de bálago, y en un estado casi ruinoso. Le dije a mi amigo Jim Ballard, el escritor de ciencia ficción:
—Parece alguna extraña forma vegetal que creciera del suelo. Y él replicó:
—Sí, y parece como si estuviera volviendo a él de nuevo.
En un esfuerzo por mantener la casa por encima del suelo, mi esposa y yo decidimos conectarla al sistema de desagüe general y rellenar la vieja fosa séptica. Nuestros constructores rodearon inmediatamente el lugar con gigantescos sistemas de drenaje y enormes tuberías. En pleno caos de todo aquello, me pregunté cómo se las arreglarían las generaciones futuras con problemas similares. Acaban de leer ustedes el resultado.
Aproximadamente, ésta debe de ser mi historia número ciento diez publicada. Abandoné el trabajo hace diez años para dedicarme a escribir. Fue una de las mejores ideas que haya tenido nunca. Creo que la historia que he presentado aquí contiene una de las ideas más excéntricas que se me hayan ocurrido en toda mi vida. (Esperemos que queden aún algunas otras ideas extravagantes en mi cabeza… Odiaría tener que volver a ponerme a trabajar…)
FIN
HARLAN JAY ELLISON, nacido en Cleveland (Ohio, el 27 de mayo de 1934), es un prolífico y destacado escritor de novelas e historias cortas especializado en literatura fantástica, de terror y, sobre todo, de ciencia ficción.
En 1956 comenzó a enviar historias de ciencia ficción a diversas revistas (más de cien relatos cortos y artículos) hasta que al año siguiente lo llamaron para servir dos años en el ejército de los EE. UU. (desde 1957 hasta 1959). Posteriormente, en 1962, se mudó a California y comenzó a tener contacto con el mundo de la televisión, para la que ha escrito numeroso material para series de ciencia ficción como
The Outer Limits
,
The twilight zone
,
Star Trek
(
la serie original
) o
Babylon 5
.
A lo largo de cuarenta años de carrera ha ganado multitud de premios por la gran cantidad de libros que ha escrito o editado, así como por sus historias, ensayos artículos y columnas periodísticas, series de televisión. Entre dichos premios cabe destacar los premios Hugo (el mayor que se concede en literatura de ciencia-ficción), Nébula, Bram Stoker, el premio de la Horror Writers Association, varios Edgar Allan Poe y varios Audie.
Sus cuentos más famosos son
La bestia que gritaba amor en el corazón del universo
(
The beast that shouted love at the heart of the world
),
No tengo boca y debo gritar
(
I have no mouth and I must scream
) y ¡
Arrepiéntete, Arlequín
!,
dijo el señor Tic
-
tac
(
Repent
,
Harlequin
!
Said the Ticktockman
).