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Authors: Katherine Webb

El Legado (33 page)

BOOK: El Legado
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—Y pronto te irás, ¿verdad?

—Sí, muy pronto. Después de Año Nuevo.

—¿Y no volverás a mirar atrás? —pregunta él, con una nota de amargura.

—No —responde Beth, pero las palabras no suenan tan firmes como deberían.

El aire frío me hace tiritar y vuelve a inundarme la desesperación por saber qué saben ellos, por recordar.

—Ya me voy. —Dinny suena derrotado—. Dale las gracias a Erica de mi parte. Espero... volver a verte, Beth. Antes de que desaparezcas.

No oigo la respuesta de Beth, solo la puerta que se cierra y un repentino suspiro, como si mil palabras encerradas salieran de golpe y resonaran por el pasillo.

Me quedo un rato en las escaleras y oigo a Beth entrar en la biblioteca. Oigo el ruido sordo de un sofá cuando se sienta bruscamente en él, luego nada más. Creo que sería más fácil sonsacar verdades de estas paredes antes que de mi hermana. Frustrada, vuelvo a la buhardilla y abro la tapa del baúl rojo sin mi cuidado habitual, y paso los dedos por las pertenencias de Caroline una vez más. Tiene que haber algo más, algo que he pasado por alto. Algo que me diga quién es el bebé de la foto y qué le pasó. Algo que me explique por qué Caroline odiaba tanto a los Dinsdale que no quedó espacio en su interior para amar a sus propios hijos. Pero una vez que lo he sacado todo, sigo sin saber. Me siento sobre los talones y noto que me tiemblan las manos. Luego cojo un paquete de papel y al devolverlo a su sitio algo me llama la atención. Un desgarrón en el forro del fondo del baúl; un desgarrón que ha formado una especie de bolsillo. Medio escondido dentro hay un sobre; lo cojo y veo que la letra no es de Meredith. Mientras leo la carta que hay dentro, se me acelera el pulso.

Me levanto bruscamente y bajo corriendo a la biblioteca. El fuego está devorando un enorme montón de leña, derramando calor.

—¡Beth..., he encontrado algo entre las cosas de Caroline!

Me mira con la cara demacrada. Aún no me ha perdonado por lo que le he dicho en el estanque.

—¿Qué es? —pregunta inexpresiva.

—Es una carta a Caroline que se había perdido. La he encontrado dentro del forro del baúl y es muy antigua, de antes de que viniera a Inglaterra. Escucha esto.

El sobre es muy pequeño; el papel que hay dentro es tan antiguo que la tinta se ha vuelto de un marrón apagado. Las páginas están manchadas y rasgadas de tanto manosearlas; han sido leídas una y otra vez a lo largo de los años. Cuando abro la carta, las hojas se rompen un poco por los pliegues. La toco con la máxima delicadeza. En ciertas partes apenas se lee lo que pone, pero basta para demostrar una teoría.

—«Veintidós de abril de 1902 —leo en voz alta—. Mi querida Caroline: Recibí tu carta y me quedé horrorizado al enterarme de que no habías recibido la mía, ¡y al parecer tampoco la anterior! Por favor, puedes estar segura de que te he estado escribiendo, lo hago casi cada noche. Hay tanto trabajo que hacer aquí, para prepararlo todo antes de tu llegada, que acabo los días agotado. Pero aun así pienso en ti cada noche, te lo aseguro. Hemos tenido muchas trabas con las tormentas de primavera. ¡Anteayer cayó granizo del tamaño de mi puño en un chaparrón que podría haber matado a un hombre! Esta tierra salvaje necesita una suave mano femenina que la domestique, cariño. Y sé que ya no me preocuparán más las tempestades una vez que estés aquí a mi lado.

»"Por favor, no te preocupes por la partida de tu tía... ¡Aquí tendrás el hogar y la familia que necesitas! Sé que te angustia no tener una buena relación con ella, pero seguro..." No entiendo lo que pone aquí. De hecho, es todo el párrafo... —Fuerzo la vista—. "Me he ocupado de que... Me duele... Ten un poco más de paciencia, querida, y antes de que te des cuenta estaremos juntos. He buscado un lugar junto a la casa para hacerte un jardín. Recuerdo que me dijiste una vez lo que te gustaría tener un jardín. Bueno, pues tendrás uno para ti sola muy pronto y podrás plantar en él lo que quieras. La tierra aquí es algo arenosa, pero florecerán muchas cosas en ella. Y aquí floreceremos, lo sé. Mi corazón me recuerda cada día tu ausencia, y doy gracias a Dios de que vayamos a estar pronto juntos."»Aquí hay un gran párrafo que no se entiende..., parece que se ha mojado o algo así. —Me interrumpo, bajando la vista hasta el final—. Y termina así: "Estoy deseando volver a verte, y me alegra el corazón saber que pronto emprenderás el viaje hacia mí. Estate tranquila, cariño, muy pronto empezaremos el resto de nuestras vidas. Tuyo siempre, C.". ¿Qué me dices?

—¡Entonces estuvo casada! —exclama Beth.

—Eso parece... No lo dice, pero no puedo imaginar otra razón para que él le escribiera sobre empezar una vida juntos y tener una nueva familia y demás.

—¿Adónde iba a viajar? ¿Lo indica el matasellos?

Miro el sobre con atención.

—No se lee. Está totalmente borrado.

—Lástima. ¿Y si viajó para casarse con él y antes de que llegara allí pasó algo?

—Pero ¿qué hay del bebé?

—Es cierto. Entonces perdió un marido y un bebé antes de venir aquí. ¿Era lo bastante mayor entonces?

—Tenía veintiún años, creo. Acababa de heredar su fortuna.

—¡Qué extraño... que no apareciera en la partida de matrimonio o que no se haya sabido hasta ahora! Me sorprende que haya podido olvidarse.

Me encojo de hombros.

—¿Quién sabe? Si se divorció de él, tal vez quisiera mantenerlo en secreto. Mary dijo que Caroline nunca quería hablar de esos primeros años. Tal vez tuviera algo que ocultar. Y ¿recuerdas esa carta que te enseñé de la tía B.? Le decía que lo que había sucedido en Estados Unidos debía quedarse en Estados Unidos. Es evidente que le preocupaba que se produjera un escándalo de alguna clase. Si el marido hubiera muerto, en la partida de matrimonio con lord Henry habría indicado «viuda». Ella debió de dejarlo. Y si el bebé murió, tal vez se explique por qué siempre fue tan gélida e impenetrable.

Entonces Beth guarda silencio.

No ha mencionado la visita de Dinny. No me ha transmitido su agradecimiento, y no puedo averiguar si es deliberado o un descuido sin confesarle que he estado escuchando. Pero me intriga. Me muero por saber qué quiere decirle Dinny.

—¿Qué pasa?

—Erica, ¿por qué estás tan interesada en saber todo esto? ¿En saberlo todo? —Me mira desde la sombra de su pelo, con sus largas pestañas. El fuego le da un brillo naranja.

—¿No te parece interesante? Quiero saber por qué..., por qué nuestra familia odia a los Dinsdale. Mejor dicho, odiaba a los Dinsdale —me corrijo—. Quiero saber por qué Meredith se volvió tan cruel, amargada y retorcida. Y la respuesta parece estar en que lo heredó de Caroline. Solo quiero saber por qué...

—¿Y crees que lo has averiguado?

—¿Por qué odiaban a los Dinsdale? No. No tengo ni idea. No podía ser solo prejuicio de clase..., tenía que haber algo más. Era algo más. Era una cuestión personal. Y, de todos modos, en sus cartas Meredith no parecía muy preocupada cuando empezaron a caer las barreras de clase durante la guerra. Pero al menos creo saber por qué Caroline era tan fría. Por qué nunca quiso a Meredith, como dijo mamá.

—¿Porque perdió un hijo?

—Parece ser que perdió toda una vida. ¿Te acuerdas del baile de verano en el que creyó reconocer a una camarera? —Sí.

—Me pregunto quién se creía que era y por qué le afectó tanto.

Beth vuelve a guardar silencio, se cierra de esa forma que no puedo soportar.

—¡Y no puedo quitarme de la cabeza esos malditos lirios! Estoy segura de que recuerdo algo relacionado con ellos...

Pero Beth ya no me escucha.

—Perder un hijo... No puedo imaginar lo que debe de ser eso. Un niño que ha tenido la oportunidad de crecer, de ser una persona real. Cuando tu amor por él ha tenido años para hacerse más profundo. No puedo imaginarlo.

—Yo tampoco.

—No, pero es lógico que tú no puedas, Erica, porque no sabes lo que es, no sabes lo fuerte que es ese amor... —me dice con vehemencia.

—Hay muchas cosas que no sé —respondo, dolida.

En el silencio, el fuego crepita, cambia de forma a medida que se consume.

—Nunca echamos de menos a Henry —murmura, hundiéndose tanto en la sombra del sillón que no le veo bien la cara—. Vimos que lo buscaban y que la familia casi se desintegraba. En cierto modo vimos las consecuencias... de lo que pasó. Pero nunca le echamos de menos. Siempre estuvimos al margen de ello..., del desastre. El dolor que causó...

—Costaba echarlo de menos, Beth. Era perverso.

—Sí, pero solo era un niño. Solo un niño, Erica. ¡Tan pequeño! No sé... No sé cómo Mary sobrevivió —dice, y se le cierra la garganta alrededor de las palabras.

No creo que Mary haya sobrevivido, o al menos no del todo. Durante un odioso momento imagino a Beth convertida en Mary. Beth, con veinte años más, tan vacía y muerta como Mary. Porque así es como acabará si no consigo curarla; si me he equivocado y solo he logrado empeorar las cosas al traerla aquí. No me fío de mí misma para hablar. En mis manos, la carta de Caroline es tan ligera como el aire; las palabras de ese hombre perdido son tan insustanciales que apenas tocan las páginas, su voz se ha ido debilitando con los años, hasta desvanecerse en el pasado. Toco con las yemas de los dedos la C con que ha firmado y le envío un pensamiento silencioso, a través del tiempo, como si de algún modo pudiera oírlo y obtener consuelo.

Ya es tarde y hace horas que Beth se ha acostado. Solo han pasado dos días desde el día de Navidad, desde la última vez que vi a Dinny, pero siento una especie de desesperación callada debajo de mis costillas. Si Beth no me dice qué pasó, tendrá que ser él quien lo haga. Tiene que hacerlo, lo que significa que tengo que preguntárselo, y sé que no quiere que lo haga. Fuera está negro, pero no me he molestado en correr las cortinas. Me gusta sentarme a contemplar la noche. Echan una película tonta por la televisión y el volumen está muy bajo, y he estado viendo cómo se consumía la lumbre mientras pensaba, pensaba. No hay nadie oyendo este mal tiempo aparte de mí, pero es reconfortante saber que ella está arriba. La casa me produce una sensación de vacío. Sin ella sería insoportable. De vez en cuando una gota de lluvia cae sobre las brasas y sisea. En la rejilla hay un trozo de papel de regalo, ahora gris fantasmal, atascado. Se dobla de un lado para otro con el aire que entra por el cañón. Lo miro hipnotizada.

¿Qué habría pasado si Henry no hubiera desaparecido? Tal vez Meredith no se habría vuelto tan desagradable como lo fue. Mamá no habría roto con ella al llegar al límite de su paciencia, de su perdón. Clifford y Mary habrían seguido viniendo, no habrían dejado de lado la casa cuando llegó el momento. Sé que a Clifford le fastidia mucho haber perdido la casa. Un rey sin un castillo. Siguió yendo pero no era suficiente. La negativa de Mary a acercarse siquiera a ella irritó a Meredith. «¿Quiere ser una Calcott o no, Clifford? ¡Qué cobardía!» Henry sería el honorable Henry Calcott, y estaría esperando a que Clifford muriera para heredar el título de lord. Beth y yo habríamos pasado más veranos aquí. Tal vez habríamos crecido con Dinny. Beth y Dinny juntos; adolescentes apasionados, tímidos, torpes. Cierro los ojos y borro el pensamiento.

Oigo un golpe detrás de mi hombro y veo en el cristal negro una cara que me impulsa a gritar. Es Dinny, y me quedo mirándolo estúpidamente, como si acabara de salir de mis pensamientos. La lluvia le ha pegado el pelo a la frente y lleva el cuello subido para protegerse del viento. Abro la ventana y el viento casi me la arranca de la mano.

—Siento..., siento que sea tan tarde, Erica. He visto la luz encendida. Necesito ayuda. —Tiene los labios cubiertos de agua de lluvia, casi puedo probarla. Jadea con fuerza, parece asustado.

—¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?

—Honey se ha puesto de parto... y algo va mal. Erica, algo va mal y todas las furgonetas están atascadas en el barro, después de esta lluvia de mierda... Necesitamos ir al hospital. ¿Puedes llevarnos, por favor? Será más rápido que esperar que venga una ambulancia a...

—Por supuesto. Pero si voy allí con el coche, yo también acabaré...

—No, no..., espéranos en lo alto del camino verde. La llevaré hasta allí.

—Está bien, está bien. ¿Estás seguro de que puedes llevarla tú solo?

—Ve, por favor... ¡Deprisa!

Dinny desaparece por la ventana, en medio de la oscuridad. Busco las llaves del coche y el abrigo, y me paro un momento para pensar. Debería decírselo a Beth. Pero probablemente está dormida y no puedo perder tiempo explicándoselo. Me meto el móvil en el bolsillo y corro a buscar el coche. La lluvia cae por el parabrisas en una ola ininterrumpida. Tengo los hombros empapados por la corta carrera desde casa. Estoy jadeando. Me tiemblan las manos cuando intento poner en marcha el motor y tengo que parar para calmarme. El camino de entrada está lleno de charcos y los cruzo al salir a la carretera, con los limpiaparabrisas moviéndose sin parar.

No los veo cuando freno en lo alto del camino verde. Los faros iluminan el seto vivo, se desplazan hacia el campamento. Bajo el sendero, resbalándome. El suelo está cubierto de barro. La hierba retrocede bajo mis pies, se disuelve en nada. Oigo el viento azotar los árboles en la oscuridad. Rugen como un océano invisible. Me detengo donde terminan los haces de los faros y miro hacia la negrura. La lluvia se me cuela por las costuras de los zapatos. De pronto los veo avanzar lentamente y, mientras me precipito hacia ellos, Dinny resbala y cae sobre una rodilla, luchando por mantener el equilibrio con la mole de la chica embarazada que lleva en brazos. Honey le aferra los hombros, el miedo convierte sus manos en garras.

—¿Puedes caminar? —le pregunto cuando los alcanzo.

Ella asiente con una mueca.

—¡Dinny, suéltala! ¡Que vaya andando!

Él se inclina hacia un lado, le apoya los pies en el suelo y la levanta. Ella se queda erguida un momento antes de doblarse en dos y gritar.

—¡Mierda!

Le cojo la otra mano y me clava las uñas. El pelo empapado le cae alrededor de la cara.

—Esto no está bien..., no puede estar bien.

—Ha roto aguas y tenían un color sucio —me dice Dinny.

—¡No sé qué significa! —grito.

—Significa problemas, que el niño está en apuros. ¡Significa que tenemos que darnos prisa!

Pero Honey sigue doblada en dos y está llorando. De dolor o miedo, no sabría decirlo.

BOOK: El Legado
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