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Authors: Katherine Webb

El Legado (35 page)

BOOK: El Legado
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—Tiene la mejor ducha —contesto con naturalidad.

—Parece... inapropiado estar aquí.

—Creo que te debe una ducha, por lo menos —digo suavemente.

Dinny no dice nada. Empieza a desabrocharse la camisa y me apresuro a salir de la habitación.

Al alejarme sin hacer ruido por el pasillo oigo la ducha, las cañerías que borbotean ruidosamente en las paredes, y cierro los ojos, esperando que Beth no se despierte. Pero mientras lo pienso veo asomar su cabeza por detrás de la puerta de su habitación en el otro extremo del pasillo. Le cuelga el pelo a cada lado de la cara, y sus pies se ven blancos y vulnerables.

—¿Erica? ¿Eres tú? —Su voz suena tensa e inquieta.

—Sí..., no pasa nada —susurro.

No quiero que Dinny sepa que está despierta.

—¿Qué estás haciendo levantada? ¿Qué hora es? —Bosteza.

—Es muy temprano. Vuelve a la cama, cariño.

Beth se frota la cara. Tiene los ojos muy abiertos y confusos de sueño.

—¿Erica? ¿Quién se está duchando?

—Dinny. —Me mira los pies, con los calcetines mugrientos, moviéndose culpables.

—¿Cómo? ¿Qué está pasando?

—Nada. Honey ha tenido el bebé esta noche... Les he acompañado en coche a Devizes y hemos acabado empapados y cubiertos de barro, y... cuando hemos vuelto le he preguntado si quería ducharse aquí —digo, sin pararme para respirar.

—¿Has estado en Devizes? ¿Por qué no me lo has dicho?

—¡Estabas dormida! ¡Y no había tiempo que perder! Honey no se encontraba bien... y teníamos que darnos prisa, eso es todo. —Aplasto un pie debajo del otro, reacia a mirarla a los ojos. Luego sonrío—. ¡Imagina cómo se habría puesto Meredith... al enterarse de que hay un Dinsdale en su ducha! —susurro, pero Beth no me devuelve la sonrisa.

—Dinny está en la ducha y tú estás esperando fuera de la habitación como... qué sé yo.

—No estoy esperando fuera de la habitación. Iba a buscarle una camisa limpia.

—Erica, ¿qué estás haciendo? —me pregunta, muy seria.

—¡Nada! No estoy haciendo nada —respondo, pero mientras lo digo sé que no es cierto—. ¿Vas a decirme que no debería haberlo invitado?

—Tal vez no deberías haberlo hecho —dice secamente.

—¿Por qué no?

—¡Es... prácticamente un desconocido, Erica! ¡No puedes ir por ahí invitando a la primera persona que se te ocurre en mitad de la noche!

—Dinny no es una persona cualquiera —digo con firmeza.

Le sostengo la mirada y veo que he ganado esta discusión. Ella no puede explicarme su objeción, no sin explicar otras cosas. Da media vuelta y cierra la puerta.

Corro a mi habitación, saco de la maleta la camiseta grande que utilizo de pijama y la dejo caer fuera de la puerta de Meredith. Sale vaho por debajo, y flota el olor mineral del agua caliente. Me apresuro a bajar las escaleras y me refugio en la biblioteca, donde me acabo mi coñac.

Salgo al oír a Dinny bajar las escaleras. El pasillo está sumido en sombra. Se detiene al verme.

—¡Erica! Me has dado un susto —dice con voz cansada, pasándose los dedos por el pelo.

Le caen gotas de agua de las puntas que le empapan los hombros de mi camiseta de los Rolling Stones.

—¡Para eso te he dado ropa seca!

—Está más seca. —Sonríe—. Volveré a mojarme en cuanto salga, pero gracias igualmente. Tengo que admitir que es una gran ducha.

No puedo responder; no puedo respirar con normalidad. Tengo la sensación de que he olvidado cómo hacerlo, como si cada exhalación no fuera seguida de una inhalación. Llega al pie de la escalera y se detiene a mi lado, y tengo la sensación de estar demasiado cerca de él. Pero él no se mueve y yo tampoco. Inclina la cabeza y me mira confundido. La misma mirada de hace décadas, cuando le dije que había visto trolls en el hueco entre las colinas. De pronto me siento acosada por recuerdos de él: enseñándome a bucear, observando mis incontables intentos fallidos; enseñándome a chupar el néctar de las flores blancas de las ortigas muertas, arrancando una y ofreciéndomela. Poco a poco su expresión cambia, se pone más serio. Podría disolverme bajo su mirada, pero no puedo volverme, como debería, ni apartarme. Veo cómo le baja una gota de agua por el brazo, cómo se le pone la piel de gallina a su paso. Mi mano se mueve sin que le dé ninguna orden.

La llevo al lugar donde se detiene la gota, le recorro el brazo con los dedos, borrando su fría estela. La forma de sus músculos sobre los huesos. El calor de la sangre bajo la piel. Siento en carne viva las yemas de los dedos con que lo toco, pero no los levanto de su brazo; estoy clavada en el suelo, no puedo moverme. Durante un segundo él también está inmóvil, tan inmóvil como yo, como si mi roce inesperado nos hubiera inmovilizado. El larguísimo pasillo, con el techo lleno de ecos dispersos, parece encogerse a mi alrededor. Finalmente él se aparta; solo un poco, pero lo suficiente.

—Debo irme —murmura—. Gracias por... tu ayuda esta noche. .., de verdad.

Parece confuso.

—No... te preocupes. Cuando quieras —digo, parpadeando sorprendida.

—Hasta pronto. —Sonríe incómodo y sale a la lúgubre luz de antes del amanecer.

Lamento, 1904

Caroline se encontró a sí misma fuera, calada hasta los huesos y temblando, sin ser consciente siquiera de que se había movido. El agua le caía sobre los ojos, a través del pelo y por la espalda del vestido de algodón, pero al ver los dos caballos entrar a trote en el patio se acercó corriendo a ellos. El hediondo olor a caballo mojado le penetró las fosas nasales. Reconoció a Hutch y a Joe, con el sombrero encasquetado sobre la cara, y mientras tomaba aire para preguntar vio al tercer jinete, colgando inerte delante de la silla de Hutch, con la cabeza descubierta, la lluvia chorreando por su pelo color cobrizo que se había vuelto oscuro y brillante.

—¿Corin? —susurró, alargando una mano para sacudirlo ligeramente.

No le veía la cara, no podía conseguir que levantara la cabeza y la mirara.

—¿Dónde está su sombrero? ¡Cogerá un resfriado! —gritó a Hutch.

No reconoció su propia voz; demasiado aguda, demasiado quebradiza.

—Señora Massey, apártese. Tenemos que llevarlo a la casa. ¡Deprisa! —le dijo Hutch con severidad, tratando de hacer girar al caballo.

—¿Dónde está Strumpet? ¿Qué le ha pasado a Corin...? ¿Qué tiene? ¡Dígamelo! —preguntó ella, frenética.

Agarró las riendas del caballo y tiró de ellas, deteniéndolo cuando pasaba con su precioso cargamento. Hutch dijo unas palabras bruscas, y Joe desmontó y cogió las riendas de las manos de Caroline. Gritó algo, con voz grave y fuerte. Ella no hizo caso. Llegaron más hombres para llevarse los caballos y cargar a Corin. Caroline los siguió tambaleándose hasta los escalones de la casa; se cayó y no pudo ponerse de pie de nuevo. No se acordaba de andar, no podía doblar las piernas, ni levantar o bajar los pies. Unas manos fuertes la recogieron del suelo y, aunque la llevaron en la dirección que ella quería ir, forcejeó violentamente, como si pudiera resistirse a lo que estaba ocurriendo, impedir que ocurriera.

Tendieron a Corin en la cama. Caroline le secó el pelo cuidadosamente con una toalla de lino, le quitó la camisa mojada y le sacó las botas empapadas, arrojando agua al suelo. Fue a buscar mantas limpias y lo tapó bien. Corin tenía las manos heladas y ella las sostuvo entre las suyas, palpando los callos familiares, tratando de infundirle un calor que no sentía dentro de ella. Fue a buscar un tazón de caldo de conejo, humeante y oloroso, y lo dejó junto a la cama.

—¿No quieres un poco? —murmuró—. Te hará entrar en calor.

—Perseguía un gran coyote. Era el último que íbamos a cazar, porque habíamos visto acercarse la lluvia. Strumpet... siempre era la más veloz. También era ligera sobre sus patas, que no es lo mismo. Esa yegua era ágil. Pensaba rápido. Nunca he visto un jinete tan compenetrado con su caballo como Corin y esa yegua... —Hutch hablaba con tono bajo y monótono; tenía los ojos clavados en Corin y movía las manos en círculo, retorciéndolas una y otra vez. Caroline apenas oyó una palabra de lo que decía—. Y de repente dio un traspiés y se levantó por el aire, con los cascos por encima de la cabeza. Fuera lo que fuese lo que la hizo tropezar, y creo que fue un hoyo en la arena, no lo vio venir, o estoy seguro de que lo habría rodeado. Corin se vio arrojado con fuerza por los aires y... entonces Strumpet cayó encima de él. ¡Todo ocurrió tan rápido! Como si Dios hubiera alargado una mano y dado la vuelta a ese pobre caballo con un dedo. Se rompió las patas delanteras. Joe le pegó un tiro. Le pegó un tiro y tuvimos que dejarla allí a merced de los malditos coyotes. ¡Esa yegua tan valiente! —Se interrumpió, con lágrimas cayéndole por las mejillas.

Caroline parpadeó.

—Bueno, tendréis que ir a buscarla —dijo por fin, muy despacio, como si estuviera borracha—. Corin no querrá ningún otro caballo.

Hutch la miró confuso.

—¿Ya ha llegado el médico? —preguntó ella, volviéndose de nuevo hacia la cama.

Una mancha de agua se extendía alrededor de Corin, oscureciendo los cuadrados de seda de la colcha. Un color rojizo asomó bajo la piel del pecho y de los brazos, como un desagradable rubor. Tenía el hombro derecho colocado en un ángulo extraño y la cabeza inclinada hacia la izquierda, siempre hacia la izquierda. Caroline deslizó las manos por debajo de la colcha para ver si entraba en calor, pero tenía la piel fría y dura, algo no iba bien. Apoyó la cabeza cerca de la suya y se negó a escuchar el silencioso y aterrador rincón de su mente que le decía que estaba muerto.

Enterraron a Corin en su propia tierra, en lo alto de una colina verde a cincuenta metros de la casa y a una distancia considerable de un pozo de agua dulce. El clérigo llegó de Woodward e intentó persuadir a Caroline de que sería más apropiado celebrar el funeral en el cementerio de la ciudad, pero como ella estaba demasiado aturdida para responder, fue Hutch quien tomó finalmente la decisión, e insistió en que Corin habría preferido que lo enterraran en la pradera. Angie Fosset y Magpie se ocuparon de acompañar a Caroline aquel día, y de abrocharle un vestido negro prestado que era demasiado grande y le colgaba de su delgado cuerpo. También encontraron un sombrero con velo con dos largas plumas negras de avestruz que sobresalían detrás de ella.

—¿Has escrito a su familia, Caroline? —preguntó Angie, pasando un cepillo por su pelo enmarañado—. Cariño, ¿has escrito a su madre?

Pero Caroline no contestó. No le quedaba voluntad para tomar aire y formar palabras. Angie lanzó a Magpie una mirada sombría e hizo un aparte con ella para preguntarle algo en susurros que Caroline no trató de oír. La llevaron a la colina, donde permaneció de pie junto a la tumba mientras el pastor leía un sermón a una multitud de rancheros, vecinos y gente de Woodward. El cielo tenía un color deslustrado. Un viento cálido sacudió la corona de rosas blancas que había sobre el ataúd y llevó unas gotas de lluvia sobre los congregados.

Concluidas las oraciones, Hutch dio unos pasos y se detuvo junto al ataúd. Los dolientes esperaron, con la mirada respetuosamente baja. Al ver que no hablaba esperaron, levantando la vista de vez en cuando. Hasta Caroline alzó al final sus ojos empañados para ver qué ocurría. Hutch tomó por fin una larga bocanada de aire y habló con voz profunda, suave y firme.

—El pastor, aquí presente, ha dicho unas bonitas palabras que estoy seguro de que pretendían ofrecer consuelo. Y es posible que para algunos sea un consuelo pensar que Corin Massey se ha ido antes que nosotros al Reino de los Cielos. Quiero creer que, con el tiempo, este mismo pensamiento me proporcionará cierto consuelo. Espero que le guste estar allí. Espero que haya buenos caballos y grandes explanadas para montar en ellas. Espero que el cielo sea del color del amanecer en primavera sobre la pradera. Pero hoy... —Hizo una pausa, con la voz quebrada—. Hoy solo espero que Dios me perdone por no aceptar que se haya llevado a Corin tan pronto. Hoy creo que podemos sentirnos destrozados porque se ha ido. Porque vamos a echarlo muchísimo de menos. Lo voy a echar muchísimo de menos. Más de lo que soy capaz de expresar. Era el mejor, y no ha existido hombre más bueno o más justo que él. —Tragó saliva mientras dos gruesas lágrimas le caían por las mejillas. Se las secó bruscamente con el dorso de la mano, carraspeó y empezó a cantar:

Where the dewdrops fall and the butterfly rests,

The wild rose blooms on the prairie's crest,

Where the coyotes howl and the wind sports free,

They laid him there on the lone prairie.

La canción era tan fúnebre como el viento vacío y atravesó a Caroline. Se sentía insustancial como el aire, intangible como las nubes sobre su cabeza. Volvió a clavar la mirada en el ataúd de madera clara. Nada de ese ataúd hablaba de Corin, le recordaba a él. Era como si lo hubieran erradicado de la faz de la tierra, pensó, y parecía imposible que hubiera ocurrido. No tenía fotos ni retratos de él. Su olor ya estaba desapareciendo de su almohada, de su ropa. Hutch, Joe, Jacob Fosset y otros tres hombres rodearon el ataúd, cogieron las cuerdas en sus curtidas manos y aguantaron el peso. El pastor volvió a hablar, pero Caroline dio media vuelta y se alejó tambaleándose por la colina, con los pliegues del vestido prestado arrastrándose como un oscuro eco de su traje de novia. No soportaba ver el peso que sostenían esas cuerdas, la tensión en esas manos. No soportaba imaginar lo que pesaba dentro de ese ataúd, y la negrura de la tumba abierta que aguardaba le horrorizó.

—No la dejes sola ni un segundo, Magpie —susurró Angie antes de irse—. Ni un segundo. Pobrecilla, ya estaba bastante sola cuando Corin vivía.

Caroline estaba de pie al lado de ellas, pero Angie supuso que le traía sin cuidado. Se volvió hacia ella y le puso las manos con firmeza en los hombros.

—Volveré el martes, Caroline —dijo con tristeza, pero mientras abría la puerta, Caroline recuperó por fin la voz para gritar.

—¡No te vayas! —dijo con voz ronca.

No soportaba que la dejaran sola, no soportaba el vacío. El interior de la casa era tan aterrador como el espacio exterior.

—Por favor..., no te vayas, Angie.

Angie se volvió, con el rostro contraído de compasión.

—¡Oh, Caroline! —exclamó con un suspiro, abrazando a su vecina—. Lo siento tanto por ti.

Caroline se echó a llorar, desplomándose sin fuerzas contra ella.

BOOK: El Legado
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