El Reino de los Muertos (23 page)

Read El Reino de los Muertos Online

Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

BOOK: El Reino de los Muertos
4.01Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Estas provisiones solo son para el rey y su séquito. Estas, destinadas a las tropas y el batallón de guardias, se están almacenando en otra nave de transporte que se adelantará a los barcos reales, y cada noche estarán preparadas para la llegada del rey y sus necesidades —dijo.

De pronto, se volvió entre dos guardias y entró en una despensa atestada hasta el techo.

—Y esto es el equipo real.

Se quedó parado con los brazos en jarras, inspeccionando todo con ojo experto. Los criados entraron en silencio, y con su permiso e instrucciones empezaron a sacarlo todo.

Había cuatro carros y un inmenso despliegue de armas, cajas incrustadas de oro y madera con flechas, arcos, lanzas, dagas, bastones arrojadizos, látigos. Sin olvidar lo necesario para la comodidad del rey: abanicos, sillas, taburetes, camas, baúles, tronos, doseles, faroles de alabastro, copas de alabastro, cálices de oro, roperos con ropas oficiales, indumentarias de caza, prendas de lino ceremoniales, joyas, collares, maquillaje, ungüentos y aceites. Todo estaba adornado con los materiales más ricos, o hecho de las maderas más exquisitas. Pero allí, amontonado en el muelle, a oscuras, iluminado tan solo por las antorchas que oscilaban en la brisa nocturna procedente de la Tierra Roja, parecía más la parafernalia de un dios sin hogar. Tantas cosas para un viaje tan breve. No me extrañó que Anjesenamón se sintiera agobiada por el peso de los asuntos de la realeza y por las exigencias de tanto oro.

Dejé que continuaran con su trabajo. Regresé al barco y vi que subían a bordo al joven león domesticado del rey, sujeto por una cadena. Olfateaba el aire desconocido y tiraba de la corta correa. Era un animal espléndido, cuyos hombros y cabeza se movieron sinuosamente cuando caminó en silencio por el muelle en dirección a la comodidad de su lujosa jaula, situada en la popa. Se acomodó en ella, se lamió las patas y contempló con ojos serios el ancho mundo de la noche, tan cercano y, al mismo tiempo, tan lejano tras los barrotes. Después, bostezó, como si aceptara el sino de su confortable prisión, y bajó la cabeza para dormir.

Pero después, sus orejas se irguieron y se volvió a mirar un pequeño alboroto en el muelle. Sonó un breve toque de trompeta. La figura esbelta y elegante del rey apareció delante de un cortejo de funcionarios y guardias. Anjesenamón lo seguía con la cabeza cubierta. Intercambiaron despedidas, con educación y en público, y vi que Ay se inclinaba para susurrar unas palabras en el oído del rey. Khay se erguía atento a un lado, como esperando que sus servicios fueran requeridos. Después, Simut, con uniforme militar de gala, invitó al rey a subir al barco. Acompañado por su pequeño mono dorado, Tutankhamón subió con cautela y elegancia por la plancha, delgado y cauteloso con sus vestiduras blancas, como un ibis que vadeara en los pantanos de cañas. Cuando pisó la cubierta del barco, se volvió y dirigió un gesto a la gente que seguía en tierra firme. Fue un momento extraño, como si se dispusiera a pronunciar un discurso o a saludar como un niño. Todo el mundo permaneció en silencio, a la espera de algo. Después, como si no se le ocurriera nada más, se limitó a cabecear y desapareció al punto en el camarote.

Anjesenamón me llamó a su lado, mientras Ay discutía con el capitán del barco.

—Cuida de él —dijo en voz baja, mientras daba incesantes vueltas a los anillos de oro que adornaban sus dedos, delicados y de manicura perfecta.

—Me preocupa tu seguridad aquí, en palacio. Con Ay…

Ella me miró.

—Estoy acostumbrada a la soledad. Por lo visto, Ay ha decidido apoyar aquello a lo que no podía oponerse —murmuró.

—¿De veras?

—Por supuesto, no confío en él más de lo que confiaría en una cobra. Es casi más desconcertante tenerle como aliado aparente que como enemigo declarado. Pero ha conseguido la colaboración de los ministerios y el apoyo de los sacerdotes. Le imagino convencido de que aún podrá manipularnos a su antojo.

—Es un hombre pragmático. Debió de comprender al instante que la oposición le habría puesto las cosas más difíciles que la colaboración. De todos modos, aún tiene grandes poderes… —dije con cautela.

Ella asintió.

—No cometeré la equivocación de subestimarlo, ni de confiar en él. Pero ahora existe un equilibrio. El uso público de sus poderes debe pasar a través del rey. Además, él y yo tenemos un enemigo común.

—¿Horemheb?

—Exacto. El rey sigue siendo ingenuo respecto al general. Estoy segura de que, esté donde esté, se hallará conspirando la siguiente fase de su campaña en pos del poder. De modo que ve con cuidado en Menfis, porque es su ciudad, no la nuestra.

Estaba a punto de contestar cuando Ay, con su perfecta habilidad para aparecer cuando menos era deseable, nos interrumpió.

—¿Tienes tus autorizaciones y papeles? —preguntó, con su estilo perentorio.

Asentí.

—El rey ha efectuado su gran proclamación, y los más cercanos a él han apoyado sus ambiciones. Ahora, la cacería real ha de coronarse con éxito. Sería una grave decepción que no regresara con el trofeo de un león —continuó, en tono más confidencial, pero seco como la arena.

—Yo no sé nada de cazar leones. Mi responsabilidad es mantenerlo a salvo, para devolverlo aquí y a un futuro seguro —contesté.

—Harás exactamente lo que se te ha ordenado. Si fracasas, el coste personal será muy alto.

—¿Qué quieres decir?

—No pueden existir malentendidos, ¿verdad? —replicó, como sorprendido por la inocencia de la pregunta.

Y entonces, sin más palabras, hizo una reverencia y propuso a Anjesenamón que se prepararan para la partida del barco.

Los sesenta remeros pasaron sus remos a través de las regalas y, gracias a una serie de grandes esfuerzos, al ritmo del tambor, empezaron a alejar el gran barco del muelle. Al otro lado de la distancia que iba aumentando poco a poco, vi que Anjesenamón observaba nuestra partida, acompañada de Ay. Después, sin despedirse, como una pálida figura que regresara al inframundo, desapareció en el interior del oscuro palacio. Ay siguió mirando hasta que nos perdimos de vista. Contemplé las aguas negras que remolineaban en corrientes secretas, como si algún hechicero estuviera agitando extrañas fortunas y tormentas del destino.

25

Simut se reunió conmigo en la popa de la nave dorada, mientras la ciudad se alejaba de nosotros. Tebas, la ciudad donde nací y vivía, oscura bajo el cielo nocturno, las sombras de los suburbios y chabolas, los muros altos y empinados de los templos y torres, de un blanco puro cuando estaban encarados hacia la luna. Se me antojó que, pese a la cantidad de vidas que albergaba en su interior, la ciudad parecía vacía, en precario equilibrio, hecha de papiros y cañas, como si pudiera derrumbarse en caso de que las cosas vinieran mal dadas. La imaginación es capaz de conquistar la distancia, me di cuenta, pero el corazón no. Pensé en los niños dormidos, y en Tanefert despierta en nuestra cama, la vela todavía encendida en la mesa contigua, pensando en mí a bordo de este barco dorado que estaba desapareciendo. Había decidido dejar a Tot con ella, para que vigilara la casa de noche. El animal se mostró desconsolado por mi partida, como si supiera que iba a abandonarle durante un tiempo.

—¿Dejas familia aquí? —pregunté a Simut.

—Yo no tengo familia. Tomé una decisión, al principio de mi carrera. Tuve poca familia de pequeño, y no me ayudó en nada. Decidí que no la echaría de menos cuando fuera adulto. El ejército ha sido mi familia. Durante toda mi vida. No me arrepiento.

Era el discurso más largo que me había dedicado. Al cabo de una pausa, como si hubiera estado meditando si podía confiar en mí más a fondo, continuó.

—Creo que este viaje es más peligroso que proteger al rey en palacio. Al menos, allí podíamos controlar la situación de la seguridad. Habríamos podido controlar los accesos, la estabilidad…, pero aquí podría suceder cualquier cosa.

Estuve de acuerdo con él, pero allí estábamos, sobrepasados por circunstancias que no podíamos controlar.

—¿Qué te dijo el arquitecto del templo, con relación a la profanación de la talla? —pregunté.

—Dijo que las últimas semanas de construcción fueron un caos. Todo iba con retraso, tardaban en terminar las tallas y nombró artesanos siguiendo el consejo del jefe de artistas. Debido al pánico, hubo lapsos en los procedimientos de examen, muchos de los obreros y artesanos no fueron registrados como era debido, y ahora nadie acepta la responsabilidad de la talla, por supuesto… No debió de ser demasiado difícil que un granuja accediera al lugar de los trabajos…

Contempló ceñudo el follaje oscuro de la orilla del río, como si asesinos invisibles acecharan detrás de cada palmera.

—No me siento más complacido que tú con la perspectiva de esta misión. Menfis es un nido de víboras…

—La conozco bien. Allí recibí mi instrucción. Por suerte, tengo mis propios aliados en la ciudad —dijo.

—¿Qué opinas de Horemheb? —pregunté.

Miró el río oscuro.

—Como militar, es un gran general. Pero no podría decir lo mismo del hombre…

En aquel momento, un funcionario de rango inferior se acercó, saludó a Simut y se dirigió a mí.

—El rey solicita tu presencia.

Fui admitido en los aposentos reales. Habían corrido gruesas cortinas para que el espacio de recepción quedara más privado. No vi ni rastro del rey o su mono. Iluminado por lámparas de aceite perfumadas, estaba adornado con elegancia y riqueza. Contemplé el despliegue de tesoros, cualquiera de los cuales habría podido financiar a una familia durante toda su vida. Levanté una copa de alabastro en forma de loto blanco. Tenía inscripciones jeroglíficas negras. Las leí en voz alta:

Vive tu ka

y que pases millones de años,

amante de Tebas,

con la cara vuelta hacia la fresca brisa del norte,

contemplando la felicidad.

—Un hermoso poema —dijo el rey con su voz aguda y suave.

Había entrado sin que yo me diera cuenta. Dejé la copa en su sitio con cuidado. Después, hice una reverencia y le ofrecí mis mejores deseos de paz, salud y prosperidad.

—«Vive tu
ka
…», una frase enigmática pero hermosa. Me han dicho que antes escribías versos. ¿Qué crees que significa? —preguntó.

—El
ka
es la fuerza misteriosa de la vida que se encuentra en todas las cosas, en cada uno de nosotros…

—¿Es eso lo que nos diferencia de los muertos y de las cosas muertas? Pero ¿qué significa en verdad vivirla plenamente?

Medité.

—Supongo que es una invocación para que cada persona viva de acuerdo a esa verdad, y al hacerlo así, si creemos en el poema, acceder a la felicidad, es decir, a la felicidad eterna. «Millones de años…»

Sonrió y reveló sus dientes pequeños y perfectos.

—Es un gran misterio. Yo, por ejemplo, siento en este momento que, por fin, estoy viviendo de verdad mi
ka
. Este viaje y esta cacería son mi destino. ¿No crees en los sentimientos que expresa el poema, quizá? —preguntó.

—Forcejeo con la palabra «felicidad». Soy agente de los medjay. No consigo contemplar mucha felicidad. Pero tal vez busco en los lugares que no debo —repliqué con cautela.

—Consideras el mundo un lugar duro y peligroso.

—Sí —admití.

—No careces de razón —dijo—, pero de todos modos creo que puede ser lo contrario.

Después, se sentó en la única silla de la estancia. Como todo lo demás, no era una silla normal, sino un pequeño trono hecho de ébano, cubierto en parte de hoja de oro e incrustado de dibujos geométricos de vidrio y piedras de colores. Me sorprendió ver, justo antes de que se sentara, en lo alto, el disco de Atón, el símbolo del poder y reinado de su padre, prohibido desde hacía mucho tiempo. Acomodó sus zapatillas sobre el apoyapiés incrustado y su imagen de los enemigos de Egipto, los cautivos atados, y me miró con extraña intensidad.

—¿Te desconcierta este trono?

—Es un objeto hermoso.

—Lo hicieron para mí en tiempos de mi padre.

El mono saltó sobre su regazo y me miró con sus ojos nerviosos y húmedos. El rey acarició su diminuta cabeza y habló un momento con él. Le dio de comer una nuez. Acarició un bello amuleto protector que colgaba de una cadena de oro alrededor de su cuello.

—Pero el simbolismo ya no está permitido —comenté con cautela.

—No. Está prohibido. Pero no todo lo que hizo mi padre estuvo equivocado. Creo que contigo puedo hablar de esto, ¿no te parece extraño? Fui educado en su religión, y tal vez por ese motivo me parece verdadera, en espíritu, ya que no en la letra; tan legítima como el propio corazón.

—Pero tú propiciaste su prohibición, señor.

—No tuve elección. La marea del tiempo se volvió contra nosotros. No era más que un niño. Ay se impuso, y en aquel momento estaba en lo cierto, pues ¿de qué otra manera habríamos podido restablecer el orden en las Dos Tierras? Pero en la intimidad de mi corazón y de mi alma, todavía venero al dios único, el Dios de la Luz y la Verdad. Y sé que no estoy solo.

Las implicaciones eran asombrosas. Aquí estaba el rey, confesando su devoción a la religión ilegal, pese a la destrucción de sus iconos y el destierro de sus sacerdotes en nombre del rey. Me pregunté si Anjesenamón también compartía sus ideas.

—Deja que te confiese, Rahotep, que si bien sé que es deber de un rey conquistar y matar al león, la más noble de las bestias, la verdad es que no albergo deseo personal de acometer algo semejante. ¿Por qué querría matar a un ser tan maravilloso, de espíritu tan indómito? Preferiría observar su poder y gracia, y aprender de su ejemplo. A veces, en mis sueños, tengo el cuerpo poderoso de un león, y la cabeza sabia de Tot con la que pensar. Pero después, despierto y recuerdo que soy yo. Y un momento después recuerdo que soy, y debo ser, rey.

Examinó sus miembros como si le resultaran ajenos.

—Un cuerpo poderoso no es nada sin una mente poderosa.

Sonrió, casi con dulzura, como si agradeciera mi torpe intento de halagarle. De pronto, se me ocurrió la extraña idea de que tal vez sentía afecto por mí.

—Háblame de mi padre —dijo, y señaló un taburete, en el cual podría sentarme a sus reales pies.

Me había vuelto a pillar por sorpresa. Su mente funcionaba de una forma extraña, cambiaba de tema repentina e inesperadamente, por asociación, como un cangrejo.

Other books

Relics by Shaun Hutson
How to Piss in Public by McInnes, Gavin
Land of Marvels by Unsworth, Barry
Fairfield Hall by Margaret Dickinson
Angel: Rochon Bears by Moxie North