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Authors: Dan Simmons

Tags: #Terror

La canción de Kali (22 page)

BOOK: La canción de Kali
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Krishna. Ese demencial hijo de puta. «¿Para qué es la pistola?» Intenté convencerme de que aquel regalo era otro de los gestos melodramáticos e insensatos de Krishna, pero ¿y si formaba parte de alguna elaborada intriga? ¿Y si se hubiera puesto en contacto con la policía y les hubiera dicho que el americano llevaba ilegalmente un arma? Me senté en la cama sintiendo la piel pegajosa. No. ¿Cómo diablos podría beneficiar eso a Krishna? ¿Eran ilegales en Calcuta las armas pequeñas? Hasta donde yo sabía Calcuta era la casa central de la Asociación Nacional de Tiro con Rifle.

En algún momento, antes de la medianoche, me levanté y encendí la pequeña lámpara de la mesilla de noche. Amrita se movió, pero sin despertarse.

Victoria estaba dormida con su pequeño trasero levantado debajo de la ligera manta. En el silencio los cierres de la cartera hicieron un ligero clic.

Las hojas estaban amarillentas, manoseadas y desperdigadas dentro de la cartera, aunque habían sido numeradas con vigorosos trazos de estilográfica y sólo necesité unos minutos para ponerlas en orden. Había más de quinientas hojas y suponían un buen fondo de poesía. Sonreí tristemente al pensar en alguno de los editores de revistas americanos al verse enfrentado a quinientas páginas de poesía.

No había página de cubierta, como tampoco título, ni el nombre del autor en las páginas. Si no hubiera sabido de antemano que aquel cúmulo de trabajo se decía que lo había escrito M. Das, no habría habido forma de saberlo por el manuscrito.

La primera página parecía una mala copia de papel carbón. Inclinándome más hacia la luz empecé a leer.

Y el demonio Mahishasura

Surgió de su perversa cárcava

Convocando a ella su vasto ejército,

Y Devi, Bhavani, Katyayani;

Parvati con sus muchas túnicas,

Dio sus adiases a Siva y se alejó

Para la batalla final con sus enemigos.

Otras estrofas de este tosco poema describían una espantosa imagen del demonio Mahishasura, algo poderoso y perverso que amenazaba incluso a los dioses. Luego, en la página tres, la métrica y la «voz» cambiaban de manera tajante. Traduje una anotación garrapateada al margen: «Kumarambhava 400 A.D. nueva tran.»

Una pavorosa bandada de aves malignas, prestas

a darse el placer de comerse un ejército de demonios

voló sobre las huestes de los dioses

y ensombreció el sol.

De súbito serpientes monstruosas, tan negras como polvo

de hollín, esparciendo veneno con sus cabezas erguidas,

de forma aterradora,

aparecieron en el sendero de Parvati.

El sol se cubrió con una túnica fantasmal

de grandes y terribles serpientes enroscándose juntas

como mostrando su alegría

por la muerte de dios o demonio.

Bostecé. «Una pavorosa bandada de aves malignas. Que Dios me ayude cuando entregue esto a Chet Morrow, y nada me ayudará si presento esto como la nueva épica de Das a Abe Bronstein.» Me estremecí a lo largo de varias páginas de semejantes versos pomposos. La única razón de que no abandonara en ese mismo momento fue una vaga curiosidad por saber cómo iba a derrotar Parvati al demonio Mahishasura, al parecer invencible.

Estrofa a estrofa se describía el inicio de la batalla entre dioses y demonios. Era de la cosecha de Hornero pasada por Rod McKuen.

Iluminando el cielo de un extremo al otro

con llamas estallando alrededor,

con un espantoso estruendo colmando de terror el

corazón, un rayo cayó de un cielo sin nubes.

Las huestes de los adversarios fueron arracimadas

juntas. Los grandes elefantes tropezaron, los caballos

cayeron, y todos los lacayos se apretaron juntos, aterrados,

mientras la tierra temblaba y el océano se alzaba para sacudir las montañas.

Y ante las huestes de los adversarios de los dioses, los perros

alzaron sus hocicos para contemplar el sol, luego aullando

juntos con gañidos que destrozaban los tímpanos se

escabulleron de forma lamentable.

Con aquello podía orientarme. Aun así seguí leyendo. Las cosas parecían ponerse feas para la diosa Parvati. Incluso con la ayuda del gran dios Siva, no podía superar al poderoso Mahishasura. Parvati renació como la guerrera Durga, diez manos blandiendo armas de batalla. Transcurrieron milenios mientras la lucha progresaba, pero Mahishasura seguía inconquistable.

Y ante el mismo disco del sol

los chacales aullaron ferozmente juntos,

como terriblemente ansiosos de lamer la sangre

del más poderoso de los dioses, caído en la batalla.

Los dioses se retiraron del campo de batalla para revisar sus opciones. Los simples mortales les suplicaban que no abandonasen la tierra en las nada tiernas manos de Mahishasura. Se tomó una decisión terrible. Se doblegó la voluntad de todos los dioses con propósitos tenebrosos. De la frente de Durga brotó una diosa más demoníaca que divina. Era la encarnación del poder, la violencia personificada, liberada incluso de las ligazones del tiempo que sujetaban a los otros dioses y a los simples mortales. Recorría los cielos envuelta en una oscuridad más profunda que la noche, provocando el miedo incluso en las deidades que contribuyeron a su aparición.

Se la convocó a la lucha. Aceptó la llamada. Pero antes de enfrentarse a Mahishasura y sus turbulentas legiones de demonios, exigió su sacrificio. Y fue uno terrible. De todos los pueblos y aldeas de la joven tierra fueron llevados ante la hambrienta diosa hombres y mujeres, niños y ancianos, las vírgenes y los depravados. En la nota marginal de Das, apenas descifrable, se leía:
Bhavabhuti Malatimadhava
.

Ahora despiertan los terrores del lugar,

Acosado por demonios arrolladores y perversos; las llamas

De las piras funerarias apenas prestan su triste luz

Ahogadas con carnosa víctima para disipar

La pavorosa oscuridad que las cerca. Fantasmas pálidos

Alientan con viles trasgos y sus risas disonantes resuenan

por todas partes en estridentes chillidos resplandecientes.

Todos saludan la Era de Kali,

La Era de Kali ha comenzado.

Todos saludan la Era de Kali.

Se entona el Canto de Kali...

Aquello hubiera sido más que suficiente por una noche, pero el texto siguiente me dejó clavado en el asiento. Parpadeé asombrado a medida que leía.

A: la Oficina Central de Construcción

De: I. A. Topf e hijos, Erfurt.

Objeto: Crematorios 2 y 3

Acusamos recibo de su pedido

de cinco hornos crematorios triples

Incluidos dos elevadores eléctricos

Para alzar los cuerpos

Y un elevador de emergencia.

También se encargó

Una instalación práctica para almacenar carbón

Y otra para transportar cenizas.

Garantizamos la eficacia de

Los hornos y chimeneas mencionados

Así como su duración,

La utilización de los mejores materiales>

Y nuestra perfecta fabricación.

A la espera de sus nuevas noticias,

Quedamos a su servicio,

I. A. Topf e hijos,

Erfurt.

Y luego, sin transición, el estilo revertía a la
sambhava
del siglo v.

El cielo derramó torrentes de cenizas incandescentes, con

Las que iban mezcladas sangre y huesos humanos,

Hasta que los llameantes extremos del cielo quedaron rebosantes de humo

Y mostraron el color gris del cuello de un asno.

¡Salve! ¡Salve! Camunda, Kali, Diosa Poderosa, ¡Salve!

Glorificamos tu agilidad cuando en el baile

Que colma la corte de Siva de placer,

Tu pie, descendiendo, maltrata el globo terráqueo.

Con tus pasos, la oscuridad que te oculta y te envuelve

Oscila de un lado a otro; las garras, girando, arrancan el creciente de tu frente;

del orbe desgarrado

Cae goteando el néctar y todos los cráneos

Que adornan tu gargantilla ríen con horrenda vida,

La Era de Kali ha comenzado; ahora puede entonarse tu canto.

Todo ello era sólo un preludio, y el poema iba abriéndose como una flor sombría. Ocasionalmente surgía la profunda vena poética de Das para desaparecer de inmediato siendo sustituida por un veda clásico, una noticia sacada de los archivos o los tonos banales del periodismo. Pero el canto era el mismo.

Durante eras más allá del tiempo, los dioses conspiraron para contener ese poder negro que ellos mismos habían creado. Quedó limitado, aplacado y oculto en el panteón, pero no podía negarse su naturaleza esencial. Ello solo, ella sola, fue fortaleciéndose, mientras otras divinidades se extinguían de la memoria mortal, ya que sólo ella encarnaba el oscuro envés de un universo esencialmente benigno, un universo cuya realidad se había forjado a través de milenios por la conciencia, tanto de los dioses como del hombre.

Pero ella no era producto de la conciencia. Era el centro y residuo de todos los instintos y acciones atávicos que diez mil años de esfuerzos habían confiado en dejar atrás.

El poema se desarrollaba a lo largo de incontables relatos cortos y anécdotas populares. Todos ellos tenían el regusto indefinible de la verdad. Cada historia reflejaba un desgarrón en el tejido de la realidad, un jirón a través del cual podía oírse levemente el Canto de Kali. Gentes, lugares y momentos del tiempo se convertían en conductos, agujeros a través de los cuales se derramaban poderosas energías.

En este siglo el Canto de Kali se había convertido en un coro. El humo de sacrificio se alzaba hasta la morada envuelta en nubes de Kali, «y la diosa se despertó para escuchar su canto».

Una página tras otra. A veces versos enteros eran una especie de jerigonza, como mecanografiados por alguien que tecleara con los puños. En otras ocasiones había páginas enteras garrapateadas en inglés que resultaban indescifrables. Pasajes perfectamente claros aparecían interrumpidos por fragmentos en sánscrito o bengalí y anotaciones en los márgenes. Permanecían las imágenes sin orden ni concierto.

— En la calle de Sudder una prostituta mató a su amante y devoró codiciosa su cuerpo en nombre del amor.

La Era de Kali ha comenzado.

— Se arrancan alaridos de los vientres muertos de los millones de víctimas masacradas en nuestra era moderna; un coro de ultrajes desde las fosas comunes que fertilizan nuestro siglo.

Ya se entona el Canto de Kali.

— Las siluetas de niños jugando se fijaron permanentemente sobre el destrozado muro cuando el resplandor de la bomba abrasó el cemento al instante, ennegreciéndolo.

La Era de Kali ha comenzado.

— El padre esperó pacientemente a que llegara a casa del colegio la última de sus cuatro hijas. Aplicó suavemente el revólver contra la sien de la niña y disparó dos veces. Luego colocó el cuerpo todavía caliente junto a los de su madre y sus hermanas. La policía lo encontró susurrando una dulce canción de cuna a las formas inertes.

Ya se entona el Canto de Kali.

Lo dejé cuando sólo me quedaban por leer las últimas cien hojas. Los ojos se me cerraban y por dos veces me desperté con la barbilla sobre el pecho. Metí torpemente el manuscrito en la cartera y comprobé la hora en mi reloj, que estaba sobre el tocador.

Eran las tres cuarenta y cinco de la madrugada. En pocos minutos sonaría el despertador y tendríamos que prepararnos para ir al aeropuerto. El vuelo a casa, incluida la escala en Londres, sería una maratón de veintiocho horas.

Gemí exhausto y como pude me acosté junto a Amrita. Por primera vez la habitación parecía agradablemente fresca.

Me cubrí con la sábana y cerré los ojos unos minutos. Unos minutos para echar una cabezada antes de que sonara el despertador y tuviéramos que vestirnos. Sólo unos minutos.

Me despierto en alguna otra parte. Alguien me ha traído hasta aquí.

Está oscuro pero no tengo dificultad en saber dónde me encuentro.

Es el templo de Kali.

La diosa se encuentra en pie ante mí. Tiene el pie alzado sobre el vacío. Sus cuatro manos están vacías. No puedo verle la cara porque estoy tumbado en el suelo, a un lado del ídolo.

Pero no tengo miedo.

Me doy cuenta de que estoy desnudo. No importa. Debajo de mí hay una alfombrilla de juncos y siento frescor en la piel. Unas cuantas velas iluminan la estatua. El aire huele a almizcle e incienso. En alguna parte voces agudas de hombre cantan suavemente. O acaso sea tan sólo el rumor del agua corriendo. No tiene importancia.

El ídolo se mueve.

Kali vuelve la cabeza y me mira.

Únicamente siento admiración. Me maravilla su belleza. Su rostro es ovalado, perfecto y sonrosado. Tiene los labios llenos y húmedos. Me sonríe.

Me pongo en pie. Siento bajo los pies descalzos la trama paralela de la alfombrilla. Una brisa hace estremecer mi abdomen y vientre desnudos.

Kali también se despereza. Los dedos se mueven. Arquea los brazos y se equilibra. Su pie baja a reposar sobre el pedestal y se mantiene ligera sobre ambas piernas. Sus ojos luminosos jamás se apartan de los míos.

Cierro los párpados pero la visión persiste. Veo la suave luz sobre su carne. Sus senos son altos, llenos y rebosantes de promesas. Los anchos pezones se proyectan erectos desde los suaves círculos de su aureola. Tiene la cintura alta e increíblemente esbelta, ensanchándose luego hasta formar unas caderas amplias, hechas para acoger la pelvis vigorosa de un hombre. Su bajo vientre es una loma suave y protuberante que protege con su sombra la oscuridad púbica que hay debajo. Los muslos de danzarina no se tocan, aunque se curvan sensualmente hacia adentro en su juntura. Tiene los pies muy pequeños y de empeine alto. Unas ajorcas ciñen sus tobillos. Tintinean cuando se mueve. Sus piernas se separan y puedo ver los pliegues en el triángulo de sombra. La hendidura suave, curvada hacia dentro.

Mi pene se estremece, se endurece y se yergue rígido al aire nocturno. Mi escroto se tensa mientras siento fluir la energía y concentrarse allí.

Kali baja con ligereza de su pedestal. Su gargantilla suena

con suavidad, las ajorcas de sus tobillos tintinean levemente y las plantas de sus pies descalzos producen sonidos blandos y carnosos sobre el suelo de piedra.

BOOK: La canción de Kali
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