La fortaleza (17 page)

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Authors: F. Paul Wilson

Tags: #Terror

BOOK: La fortaleza
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Pareció que se formaba una respuesta en los labios de papá. Magda rezaba porque no dijera nada que pudiera irritar a los alemanes. Él pareció pensarlo mejor.

—No tengo conexiones políticas y no sé de ningún grupo activo en esta área. No puedo ayudarles —murmuró.

—Ya no creemos que haya un motivo político aquí —aseguró el capitán.

—Entonces, ¿qué? ¿Quién?

La respuesta pareció casi físicamente dolorosa para el capitán Woermann:

—Ni siquiera estamos seguros de que sea alguien.

Las palabras colgaron en el aire durante un momento interminable y entonces Magda vio que la boca de su padre formaba una mueca pequeña, un óvalo de dientes que últimamente pasaba por sonrisa. Una forzada sonrisa que hacía que su cara pareciera muerta.

—¿Creen que lo sobrenatural actúa aquí, caballeros? Unos cuantos de sus hombres han sido muertos y porque no pueden encontrar al asesino no quieren creer que un partisano rumano pueda ser más listo que ustedes, y entonces se vuelven hacia lo sobrenatural. Si realmente quieren mi…


¡Silencio, judío!
—ordenó el mayor de la SS con la furia desnuda en su cara mientras se acercaba—. La única razón por la que está aquí y la única razón por la que no hago que les disparen a usted y a su hija en este momento, es el hecho de que ha recorrido esta región extensamente y es un experto en su folclor. El tiempo que permanezcan vivos depende de qué tan útil resulte ser. ¡Hasta ahora no ha dicho nada que me convenza que no he perdido mi tiempo trayéndolo aquí!

Magda vio que la sonrisa de su padre se evaporaba al mirarla y luego se dirigía de vuelta hacia el mayor. La amenaza a ella había surtido efecto.

—Haré lo que pueda —aceptó gravemente—. Pero primero deben decirme todo lo que ha sucedido aquí. Quizá logre formular una explicación más realista.

—Espero que sí, por su bien.

El capitán Woermann contó la historia de los dos soldados que penetraron la pared del sótano en donde encontraron la cruz de oro y plata en lugar de una de latón y níquel; habló de esa angosta grieta que llevaba a lo que parecía ser una celda cerrada, de la ruptura en la pared del corredor, de la caída de parte del piso hacia el subsótano, del destino del soldado Lutz y de aquéllos que lo siguieron. El capitán también se refirió a la envolvente oscuridad que había visto en la rampa hacía dos noches y de los dos hombres de la SS que de algún modo llegaron al cuarto del mayor Kaempffer después de que sus gargantas fueron desgarradas.

La historia aterrorizó a Magda. Bajo otras circunstancias se hubiera reído de eso. Pero la atmósfera de la fortaleza esa noche y las caras ceñudas de los dos oficiales alemanes le daba credibilidad. Y mientras el capitán hablaba, se dio cuenta con sorpresa de que su sueño de viajar al norte pudo haber ocurrido casi al mismo tiempo que muriera el primer hombre.

Pero no podía preocuparse por eso ahora. Tenía que ver por su padre. Había visto su cara mientras escuchaba y observó que su fatiga mortal se disipaba mientras era relatada cada nueva muerte y cada extraño evento. Para cuando el capitán Woermann terminó, su padre se había transformado de un viejo enfermo hundido en su silla de ruedas, en el profesor Theodor Cuza, un experto que estaba siendo desafiado en el campo que había elegido. Hizo una larga pausa antes de responder.

—La suposición obvia aquí es que algo fue liberado de ese pequeño cuarto en la pared, cuando el primer soldado irrumpió allí —manifestó por fin—. Por lo que sé, nunca hubo una sola muerte en la fortaleza, antes de ésa. Hubiera pensado que las muertes eran obra de patriotas —enfatizó esta palabra— rumanos, excepto por los sucesos de las dos últimas noches. Que yo sepa, no hay una explicación natural para la forma en que la luz se extinguió en la pared, ni para la animación de los cadáveres desangrados. Así que quizá debamos buscar la explicación fuera de la naturaleza.

—Es por eso que está aquí, judío —afirmó el mayor.

—La solución más simple es irse.

—¡Está fuera de toda discusión! —rechazó el mayor.

El profesor caviló y agregó:

—No creo en vampiros, caballeros. —Magda captó una rápida mirada de advertencia de él, pues sabía que no era completamente cierto—. Por lo menos, ya no creo. Ni en hombres lobo o fantasmas. Pero siempre he supuesto que hay algo especial en la fortaleza. Desde hace mucho ha sido un enigma. Su diseño es único y, sin embargo, no hay ningún registro de quién la construyó. Se mantiene en perfectas condiciones y, no obstante, nadie reclama su propiedad. No hay registro de propiedad en ningún lado; lo sé porque he dedicado años a saber quién la construyó y quién la mantiene.

—Estamos trabajando ahora en eso —le informó Kaempffer.

—¿Quiere decir que se han puesto en contacto con el Banco del Mediterráneo en Zurich? No pierdan su tiempo, ya estuve allí. El dinero viene de una cuenta en fideicomiso establecida en el siglo pasado, cuando el banco fue fundado. Los gastos de mantenimiento de la fortaleza son pagados con los intereses del dinero en la cuenta. Y creo que antes de eso, fue pagada a través de una cuenta similar en un banco diferente, posiblemente en un país distinto… los registros del posadero sobre las generaciones dejan mucho que desear. Pero el hecho es que en ningún lado existe eslabón alguno con la persona o personas que abrieron la cuenta; el dinero debe ser guardado y el interés pagado
in perpetuum
.

El mayor Kaempffer estrelló el puño contra la mesa.

—¡Maldición! ¡Para qué nos sirves, viejo!

—Soy todo lo que tiene, herr mayor. Pero déjeme seguir adelante con esto: Hace tres años llegué tan lejos como para pedirle al gobierno rumano, entonces bajo el rey Carol, que declarara a la fortaleza tesoro nacional y la expropiara. Era mi esperanza que tal nacionalización
de facto
revelara a los propietarios, si es que aún viven. Pero la petición fue rechazada. El paso Dinu fue considerado demasiado remoto e inaccesible. Además, como no hay una historia relacionada específicamente con la fortaleza, no podría ser considerada de manera oficial como un tesoro nacional. Y por último, lo más importante: la nacionalización requeriría el uso de fondos del gobierno para el mantenimiento de la fortaleza. ¿Por qué habría de desperdiciarse eso cuando el dinero privado realiza una labor tan excelente?

»No tuve defensa contra esos argumentos. Y así, caballeros, me di por vencido. Mi mala salud me confinó a Bucarest. Tuve que quedar satisfecho con haber agotado todos los recursos de investigación, con ser la más grande autoridad viviente sobre la fortaleza, sabiendo más sobre ella que cualquier otro. Lo que significa absolutamente nada.

Magda se encolerizó por el uso constante de su padre de la palabra «yo». Ella realizó la mayor parte del trabajo para él. Sabía tanto sobre la fortaleza como él. Pero no dijo nada. No era propio contradecir a su padre, no en presencia de otros.

—¿Qué hay con éstos? —preguntó Woermann señalando a una variada colección de pergaminos y libros forrados de cuero que estaban en un rincón del cuarto.

—¿Libros? —preguntó el profesor levantando las cejas.

—Hemos comenzado a desmantelar la fortaleza —explicó el mayor Kaempffer—. Pronto esto que perseguimos no tendrá ningún sitio dónde esconderse. A la larga, expondremos a la luz del día cada piedra que hay en el lugar. ¿A dónde irá entonces?

—Es un buen plan… mientras no liberen algo peor —comentó papá encogiendo los hombros. Magda lo vio volver la cabeza casualmente hacia la pila de libros, pero no antes de tomar nota de la expresión sorprendida de Kaempffer, ya que esa posibilidad nunca se le había ocurrido al mayor—. Pero ¿dónde encontraron los libros? Nunca hubo una biblioteca en la fortaleza y los aldeanos apenas saben leer sus nombres.

—En el hueco de una de las paredes desmanteladas —informó el capitán.

—Ve a ver qué son —le pidió papá a Magda.

Magda llegó al rincón y se arrodilló junto a los libros, agradecida por la oportunidad de no estar de pie durante unos minutos. La silla de ruedas era el único asiento en el cuarto y nadie se ofreció a conseguirle una silla a ella. Miró la pila. Aspiró el familiar aroma de almizcle del papel viejo; amaba los libros y ese olor. Tal vez eran una docena más o menos, algunos parcialmente podridos, y uno en forma de rollo. Magda se abrió paso entre ellos lentamente, permitiendo que los músculos de su espalda se estiraran durante el mayor tiempo posible antes de levantarse de nuevo. Tomó un volumen al azar. Su título estaba en inglés:
The Book of Eibon
. La sorprendió. No podía ser… ¡era una broma! Miró los demás, traduciendo los títulos de los varios idiomas en que estaban escritos, y el asombro y la inquietud la invadieron rotundamente. Eran genuinos sin el menor asomo de duda. Se puso en pie y retrocedió, casi tropezando, en su precipitación, con sus propios pies.

—¿Qué pasa? —preguntó papá cuando vio su cara.

—¡Esos libros! —respondió ella, incapaz de esconder su impresión y repulsión—. ¡Ni siquiera se suponía que existieran!

—¡Tráelos acá! —ordenó su padre acercando más su silla a la mesa.

Magda se inclinó y levantó cautelosamente dos de ellos. Uno era
De Vermis Mysteriis
, por Ludwig Prinn; el otro,
Cultes de Goules
, por Comte d'Erlette. Ambos era extremadamente pesados y la piel le hormigueó con sólo tocarlos. La curiosidad de los dos oficiales fue despertada a tal grado, que ellos también se agacharon hasta el montón y llevaron a la mesa los volúmenes que quedaban.

Temblando con una excitación que crecía con cada nuevo libro que depositaban en la mesa, el profesor murmuraba bajo el aliento nombrando el título cuando lo veía.

—¡
The Pnakotic Manuscripts
en pergamino! ¡La traducción de duNord del
Libro de Eibon
! ¡Los
Siete Libros Crípticos de Hsan
! ¡Y aquí,
Unaussprechlichen Kulten
, por von Juntz! ¡Estos libros eran invaluables! Fueron universalmente suprimidos y prohibidos a través de los siglos, y tantas copias fueron quemadas que sólo quedaron los murmullos de sus títulos. En algunos casos, se dudaba si realmente habían existido alguna vez. ¡Pero aquí están, tal vez sean los uniros que se salvaron de ser destruidos!

—Quizá fueron prohibidos por una buena razón, papá —comentó Magda, sin gustarle la luz que había comenzado a brillar en sus ojos. Encontrar estos libros la sacudió. Tenían el propósito de describir ritos impuros y contactos con fuerzas más allá de la sanidad y la razón. Saber que eran reales, que ellos y sus autores eran más que rumores siniestros, resultaba profundamente perturbador. Torcía la textura de todo.

—Tal vez lo fueron —opinó su padre sin levantar la vista. Se quitó con los dientes los guantes de cuero exteriores y estaba poniéndose un casquillo de hule en la punta del índice que todavía tenía guantes de algodón. Ajustándose los bifocales, comenzó a hojear las páginas—. Pero eso fue en otra época. Éste es el siglo veinte. No puedo imaginar que haya nada en estos libros a lo que no podamos enfrentarnos ahora.

—¿Qué puede ser tan horrible? —indagó Woermann sacando el ejemplar encuadernado en piel con bisagras de hierro de
Unaussprechuchen Kulten
—. Mire. Éste está en alemán —abrió la cubierta y pasó las páginas, deteniéndose finalmente cerca de la mitad y leyendo.

Magda estuvo tentada de advertirle, pero decidió no hacerlo. No le debía nada a estos alemanes. Vio que la cara del capitán palidecía y que su garganta sufría espasmos mientras cerraba el libro de golpe.

—¿Qué clase de mente enferma es responsable de este tipo de cosa? Es… es… —comenzó a decir, pero no pudo encontrar las palabras que expresaran lo que sentía.

—¿Qué tiene allí? —preguntó papá, levantando la vista de un libro cuyo título todavía no había anunciado—. Oh, el libro de von Juntz. Éste fue publicado privadamente en Dusseldorf en 1839. Es una edición extremadamente pequeña, tal vez sólo una docena de copias… —su voz se perdió.

—¿Pasa algo malo? —quiso saber Kaempffer. Se había mantenido apartado de los otros, mostrando poca curiosidad.

—Sí. La fortaleza fue construida en el siglo quince… eso lo sé con seguridad. Todos estos libros fueron escritos antes, todos excepto el libro de von Juntz. Lo que significa que a mitad del siglo pasado, posiblemente más tarde, alguien visitó la fortaleza y depositó este libro con los otros.

—No veo en qué nos ayuda eso ahora —desairó Kaempffer—. No hace nada para prevenir que otro de nuestros hombres… —sonrió mientras lo alcanzaba una idea— …o quizá incluso usted y su hija, sean asesinados esta noche.

—Sin embargo, arroja una nueva luz sobre el problema —refutó papá—. Estos libros que ve ante usted han sido condenados, a través del tiempo, como malditos. Yo niego eso. Digo que no son malos, sino que tratan
acerca
del mal. Éste es especialmente temido, es el
Al Azif
en el original árabe.

—¡Oh, no! —jadeó Magda. Ése era el peor de todos.

—¡Sí! No sé mucho árabe, pero sé lo suficiente para traducir el título y el nombre del poeta responsable de él. —Miró a Magda y de regreso a Kaempffer—. La respuesta a su problema bien podría residir en las páginas de esos libros. Empezaré con ellos esta noche. Pero primero quiero ver los cadáveres.

—¿Por qué? —habló ahora el capitán Woermann. Había recuperado la compostura después de mirar el libro de von Juntz.

—Quiero observar sus heridas, para ver si se presenta algún aspecto ritual en sus muertes.

—Lo llevaremos allí inmediatamente —aceptó el mayor llamando a dos de sus einsatzkommandos, como escolta.

Magda no quería ir, no quería ver a los soldados muertos, pero temía esperar sola el regreso de todos, así que tomó las manijas de la silla de su padre y lo empujó hacia las escaleras del sótano. En la cima la hicieron a un lado mientras los dos soldados de la SS seguían las órdenes del mayor y cargaban a su padre con todo y silla, por los escalones. Hacía frío allá abajo. Deseó no haber ido.

—¿Qué hay acerca de estas cruces, profesor? —consultó el capitán Woermann mientras caminaban por el corredor, con Magda empujando otra vez la silla—. ¿Qué significan?

—No lo sé. No hay siquiera una sola historia folclórica en la región que hable sobre ellas, excepto en relación con las especulaciones de que la fortaleza fue construida por uno de los papas. Pero el siglo quince fue una época de crisis del Sacro Imperio Romano y la fortaleza está situada en un área que estaba bajo la amenaza constante de los turcos otomanos. Así que la teoría papal es ridícula.

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