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Authors: Jeff Carlson

Tags: #Thriller, #Aventuras, #Ciencia Ficcion

La Plaga (41 page)

BOOK: La Plaga
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—No es verdad —replicó Todd—. Aún tienen el radar. Aunque vuestro avión llegue, tienen tropas...

—No va a venir ningún avión —dijo Young.

—¿Qué? —Ruth se detuvo de repente—. ¿Entonces qué...?

Young les indicó que se acercaran a una furgoneta antes de detenerse y darse la vuelta. Tenía la mejilla inflada, y la fina grieta en su visor parecía dividir su ojo derecho en mitades desiguales.

—Hay tres hospitales y un centro médico justo en esta zona de la ciudad —anunció—. Podemos encontrar aire suficiente para llegar a la montaña.

—Por Dios. —Cam pronunció aquellas palabras antes de darse cuenta, fue una reacción sincera pero que desearía haber reprimido.

—Sé que es un intento desesperado... —admitió Young.

—¡Un intento desesperado! —Todd miró a Cam en busca de apoyo—. Aunque las botellas duren lo suficiente, por mucho que invente la manera de hacer el cambio sin contaminarnos...

—Podemos improvisar algo.

—Aunque llenara un coche con cien botellas más...

Young no utilizó la intimidación física, pese a que le habría resultado fácil hacer un gesto con la pistola o simplemente acercarse demasiado. Ni siquiera levantó la voz.

—¿Quieren convencernos para que nos rindamos? Cinco de mis hombres están muertos.

—No es factible —dijo Ruth, reticente, y también se volvió hacia Cam—. ¿Cuánto crees que tardaríamos en llegar a las alturas desde aquí, con las autopistas atascadas?

Cam no contestó, se le estaba ocurriendo una idea.

—Está demasiado lejos. Tardaríamos días. No sé ni si podríamos salir de la ciudad —dijo Todd.

—Tenemos una hora —les dijo Young—. Dos o tres horas hasta que de verdad tengamos que rendirnos.

Todd volvió a llevarse la mano a la nariz.

—Tal vez podamos tomar el control del avión —dijo Newcombe.

—Tenemos que intentar algo. —Young estudió a cada uno de ellos por turnos—. Hay que ver lo que podemos hacer.

—Yo, no... —Todd se estremeció—. ¡Sabrán que los hospitales son nuestra única opción! De todos modos irán allí para conseguir oxígeno, medicamentos, todo...

—Tonterías. Tendrán las manos ocupadas recogiendo a su gente y subiendo el equipo del laboratorio a bordo.

—¿Y si nos dejan aquí?

—Es mejor que nos rindamos —dijo Ruth, despacio—. Mejor que dejar que nos atrapen. Y fue listo con el comandante Hernández. No nos harán daño.

—A ustedes no les harán daño —le corrigió Young.

—La vacuna —dijo Cam— Déjenme por lo menos intentar...

Tras ellos, un fuerte chirrido de metal resonó en la calle.

Los paracaidistas pasaron corriendo en dos parejas, la segunda siguió a la primera en un intervalo de casi sesenta segundos. Cam sólo podía imaginar lo que había sido ese ruido, el chirrido de la maltrecha puerta de un coche al apartarla del camino, algún otro escombro. Eso los salvó.

Young, de nuevo, hizo un gesto para que todos se quedaran callados cuando desaparecieron los primeros hombres. Los dos siguientes estaban bien situados para atrapar a quien saliera de un escondite pensando que estaba a salvo. Young parecía estar esperándolos y tenía razón.

La óptica no era un buen lugar para esconderse, en la planta baja, con un gran ventanal, una amplia zona de espera, el doble como espacio de exposición, flanqueado de espejos y muestrarios giratorios de gafas. Sin embargo, la entrada estaba cerrada y la capa de polvo de la sala principal permanecía intacta. Habían entrado por una puerta lateral abierta tras guarecerse detrás de un Dumpster.

Los paracaidistas apenas miraron en el interior. Vieron meras sombras por la ventana y luego nada más.

—La vacuna —dijo Young. Miró a Cam, pero se volvió hacia Ruth para continuar—: ¿Es posible? Pensaba que necesitaban mucho más tiempo.

Todos se sentaron en la moqueta, repartidos de forma irregular detrás de dos mostradores y un escritorio. En la parte superior de las paredes había carteles de jóvenes blancos y sonrientes, primeros planos que habrían sido más adecuados en una peluquería de no ser por el inhumano azul zafiro de las lentes de contacto.

A Cam le invadió una sensación de extrañeza, comedida pero penetrante. Estaba demasiado sereno, y se habían animado mientras esperaban. Lo sintió en la cara entumecida, y también lo vio en Ruth, en su mirada fija y solemne.

Aquel silencio no era propio de Ruth.

—Sólo tenemos un prototipo de primera generación —dijo Todd—. Será mejor que no salgamos corriendo hacia los malditos hospitales mientras estén ahí fuera intentando cazarnos.

—No, en eso tenía razón —dijo Young—. El hospital más cercano está a cinco manzanas, y ahora tienen que estar por todas partes. Pero es poco probable que los volvamos a ver por aquí de momento. Tienen demasiado terreno que cubrir.

Fuera, los F-15 retumbaban hacia el sur.

—Probablemente estemos a salvo si nos refugiamos aquí —añadió Young, y Ruth por fin se movió.

—Puede funcionar —dijo ella—. Si no es eficaz, es inofensiva.

—¡Si no funciona, el sujeto quedará infectado! —Todd se daba golpes con el guante en la mitad inferior de su visor, nervioso, obsesivo—. ¿Cómo esperas siquiera introducirlo en su sistema... ¿se va a comer la lámina?

—Se puede aspirar.

—El sujeto se llenará los pulmones de nanos al mismo tiempo.

—Sí —dijo Ruth.

—¿Y luego qué? —preguntó Young.

—¿Sí, qué pasa con los demás? —dijo Newcombe.

—Si funciona, lo incubará.

—Pero ¿qué significa todo eso? —dijo Young.

—Nosotros... —Ella bajó la mirada— Se puede trasmitir de una persona a otra mediante fluidos corporales... Sangre.

—Dejadme intentarlo. —Cam sacó la cajita de muestras del bolsillo del pecho para que ella identificara la vacuna.

—Deberíamos jugárnoslo a las pajitas —propuso ella.

Cam apartó la cajita de Ruth.

—No.

—De ninguna manera, doctora —coincidió Young.

Cam apretó la cajita contra el pecho.

—Tengo que ser yo.

—Eso no es verdad —le dijo Ruth—. Todos estamos en esto, todos deberíamos...

—Soy su mejor opción. Sé mejor que nadie cómo es una infección. —Primero se concentraría en las heridas más antiguas y graves, en la oreja y las manos—. Sabré si la vacuna funciona o no antes de que se queden sin aire.

Ella asintió con la cabeza.

—Sí, de acuerdo, lo siento.

Él se alegró de que Ruth dijera la última palabra. Se encogió de hombros para consolarla y dijo:

—Soy el que menos tiene que perder.

Era el que más podía ganar. En última instancia, su decisión era la misma que había tomado Hollywood cuando se esforzó en subir a su árida cima rocosa.

Así era como quería que lo recordaran. Tuviera éxito o fracasara, así quería ser él.

Los cierres del cuello emitieron un chasquido, y el aire ascendió desde el traje hacia la cara cuando se levantó el casco. Parecía de una calidad increíble en comparación con la atmósfera dentro de la óptica. Con todo, pese al aire húmedo y enrarecido, la tienda resultaba mucho más agradable que su propio hedor asfixiante. Ruth le había ordenado que no respirara, pero Cam notó el cambio incluso con la boca cerrada, el roce del viento en las fosas nasales era una promesa.

—¿Preparado? —preguntó ella, y Todd acercó la placa de la vacuna a los labios de Cam. Ruth no había querido realizar ella la operación con una sola mano, y Cam había necesitado las dos para quitarse el casco—. Una, dos, ya.

Todd empujó un dedo y el pulgar entre la dentadura abierta de Cam, rompió la placa, apretándola, mientras Cam aspiraba con fuerza. Decidieron que también podía ingerir la vacuna.

—De acuerdo, contén la respiración todo lo que puedas. —Ruth le ofreció una tira de gruesa tela blanca, cortada de una bata idéntica a la que llevaban los médicos en la televisión. Newcombe la había encontrado colgada cuando Ruth sugirió que deberían probar cualquier cosa para minimizar la exposición inicial de Cam.

Cam se envolvió con gran habilidad la nariz y la boca con la tela basta, luego se quitó la botella de aire, sintió dolor, los morados en los hombros y la espalda, y por las caderas y el estómago, donde el cinturón le apretaba. Le habría gustado quitarse el traje del todo. Le picaba y le dolía el cuerpo en mil sitios distintos, y el olor era como llevar puesto un retrete. Por desgracia, sólo llevaba una camiseta para reducir el roce de la mochila, junto con el pañal de adulto húmedo, los calcetines y las botas, y no parecía haber más ropa disponible en la tienda.

Ninguno tenía ya ningún pudor, pero no podían dejar al descubierto la multitud de escoriaciones de Cam a los nanos, aunque era probable que algunos ya se hubieran introducido en su traje.

Le colocaron otro trozo de tela alrededor del cuello, a modo de bufanda. Young agarró la mochila de Cam, comprobó tres veces que las espitas estuvieran cerradas y luego estudió su indicador. Inspeccionó a Todd y Ruth antes de revisar a Newcombe.

Luego ya no quedaba nada más que hacer.

—Cuarenta y seis minutos —dijo Young. Después, Todd se quedaría sin aire y Ruth ya estaría en reserva.

Cam se quitó los dientes rotos de las encías empujando con el dedo grueso del guante. El colmillo se desprendió con facilidad, pero hizo una mueca de dolor cuando una de las raíces de la muela se aferró. Su estómago reaccionó con vigor a los nuevos hilillos calientes de sangre que se tragó, y empezó a eructar sin cesar. Era absurdo.

Young encendió su radio y revisó los escasos canales, intentaba interceptar las emisiones del enemigo, pero sólo había un comunicado dirigido a ellos: la rendición. La apagó, pero enseguida volvió a escuchar, con el mapa extendido ante él. Saltaba a la vista que estaba planeando la ruta más rápida de vuelta a los aviones y los soldados de Leadville.

Newcombe merodeaba por la tienda, rebuscaba en cajones y armarios cualquier cosa útil. El escritorio de la recepcionista contenía una lata de Pepsi y dos paquetes de tostadas con sabor a queso. En la parte trasera encontró una bandeja de gafas de buceo graduables con snorkel y le llevó unas a Cam.

Ruth y Todd estaban sentados a ambos lados de Cam con un aire protector, descansaban e intentaban que el aire les durara. Había mucho que decir y al mismo tiempo nada.

Nadie quería comportarse como si fuera necesario decir las últimas palabras.

Dentro de la corriente sanguínea de Cam y por todo el cuerpo, o el Arcos empezaba a reproducirse sin inhibición alguna y le devoraba los tejidos para formar cada vez más parte de él, o el nano vacuna estaba desmontando a los invasores y reconstruyendo ese material para crear más defensores, como en una guerra de mareas.

Al principio el Arcos se reproduciría con toda libertad aunque el prototipo de la vacuna funcionara, por pura cuestión de cantidad, pero sin ese cáncer la vacuna no tendría nada con lo que crecer.

Pensó en Sawyer y el largo año que había transcurrido. Pensaba demasiado.

El fracaso total de la vacuna no era la peor perspectiva, Cam lo sabía. Si era efectiva en cierta medida, ralentizaría la propagación de la plaga, pero al final, como era inevitable que causara daños letales, tal vez entenderían demasiado tarde que se había comprometido con una causa perdida...

—De acuerdo —dijo Ruth.

—¿Qué? —Cam se había olvidado de ellos, absorto en el lando de su propio corazón y el ritmo de su respiración. ¿De verdad podía haber pasado casi una hora?

Ella se levantó.

—De acuerdo, vamos a prepararnos. Vamos a tener que hacerlo en los próximos cinco o diez minutos.

—¿Qué necesitan? —preguntó Young.

—Su cuchillo. Y algún tipo de recipiente.

—No ha pasado tiempo suficiente —dijo Todd, con la mano de nuevo en el visor—. No puedes...

—No me voy a quedar aquí sentada.

—Creo que funciona —intervino Cam.

La voz de Todd se convirtió en un grito.

—¡No ha pasado tiempo suficiente, es imposible saberlo!

—Tiene razón —admitió Ruth, pero sonrió a Cam, con una leve inclinación cansada. Como gesto era idéntico a encogerse de hombros, como él había hecho antes. Una muestra de determinación—. Vamos a hacerlo de todos modos —dijo ella, que aceptó la navaja de Newcombe.

—En Leadville dicen que tienen tiendas de desintoxicación —dijo Young— para cuidar a las víctimas. Y podemos movernos con bastante rapidez si es necesario cuando nos quitemos estos trajes.

Todd estaba muy silencioso.

—¿Sabes lo que hace el Arcos cuando explota en tu interior? Los nanos no se quedan quietecitos.

—Yo seré la primera —dijo Ruth.

—Cuantos más tengas en los tejidos, más tiempo nos quedaremos aquí... —Al parecer Todd no lograba hacerse entender—. Aún no es demasiado tarde. Deberíamos irnos ya. ¡Podemos estar a medio camino antes de que se nos acaben las botellas!

Ruth se arrodilló frente a Cam. Newcombe se le acercó con una vieja taza de Burger King sucia que había recogido de la basura.

Cam tendió el brazo izquierdo. Ella subió la manga y le quitó el guante. Cam sintió el aire frío en la palma de la mano. Se encogió sin querer. Ella lo miró a los ojos y él asintió. Ruth volvía a tener la boca cerrada con esa sonrisa tensa y valiente, y Cam se preguntó por el significado de esa expresión que veía en su cara.

Ruth le hizo un corte profundo en la yema del dedo, luego también le hizo una incisión en el dedo medio y el anular. El dolor no fue muy intenso. Hacía tiempo que sufría daños en los nerviosos.

Ruth se soltó los cierres del cuello y se quitó el casco, tenía el pelo enredado y lacio del sudor. Cerró los ojos un instante y levantó la cara, para deleitarse con el aire fresco, para rezar, o ambas cosas.

La sangre de Cam golpeó en la taza de papel, repleta de la plaga de Arcos y también, tal vez, de una gran cantidad de nanos vacuna.

Bebieron de ella.

30

La calma era incompleta. El silencio que envolvía la ciudad quedaba perturbado por una brisa primaveral y los golpes, aquí y allá, de las ramas de los árboles contra los edificios, el leve crujido de las estructuras por el cambio de temperatura tras la noche, el zumbido mecánico y el ronroneo de las moscas, arañas y escarabajos.

El primer sol proyectaba sombras en la calle, grandes formas cuadradas de torres y como pequeñas garras extrañas.

Una bolsa de plástico de supermercado se alejó hacia el este, levantó el vuelo debido a una ráfaga ascendente pero enseguida volvió a bajar.

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