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Authors: Jeff Carlson

Tags: #Thriller, #Aventuras, #Ciencia Ficcion

La Plaga (39 page)

BOOK: La Plaga
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—Lo conseguiremos —dijo Young.

El C-130 enemigo se acercaba de frente por encima de las siluetas cuadradas del horizonte urbano, bajo y perezoso, y Ruth, completamente desorientada, giró la cabeza de nuevo en busca del sol.

¿Se había equivocado de camino?

—¿Dónde están...?

Otras voces provocaron una confusión en la radio: «¡Dios, están al sur del aeropuerto, van directos hacia nosotros!»

No podían haberse perdido. Sólo había un camino de vuelta por las ruinas, así que el gran avión de carga debía de estar saliendo del oeste en vez de ir hacia el este desde las montañas. Pronto pasaría por encima de la autopista directo hacia ellos.

Caían objetos por detrás del avión. Contenedores del arma basada en el nano copo de nieve.

Ruth intentó gritar y no pudo, tenía los pulmones paralizados, ya muertos... no. El copo de nieve era inútil contra los trajes de contención. Los objetos que descendían eran hombres. Se veían más grandes por el equipo que llevaban, y unos apéndices largos se elevaban de cada silueta humana, ondeaban y se hinchaban. Paracaídas.

Ya había media docena de paracaídas rectangulares que bajaban oscilando en la estela del C-130.

29

Una salpicadura de sangre golpeó el visor de Cam cuando Jennings se retiro del volante de una sacudida. El chasquido de la cabeza de aquel hombre fue brusco y despiadado. Cam se sobresaltó y gritó cuando los disparos se sucedieron en la calle.

Muerto, con el casco partido, Jennings rebotó de nuevo hacia delante y cayó sobre el volante. El todoterreno dio un viraje brusco a la izquierda, a cincuenta kilómetros por hora, y redujo la velocidad cuando se le resbaló la bota del acelerador, pero siguió embistiendo debido al peso y la inercia del remolque.

El cambio de velocidad provocó una creciente sensación de terror en Cam, parecía como si la cabeza le fuera a estallar.

Pasado el bloque treinta y ocho, Olson vio un paracaídas de color caqui, colgado en un grupo de árboles, con el arnés abierto, el paracaidista huido. El capitán Young se encogió de hombros tras ordenar seguir la marcha. Sabían que estaban rodeados, que los superaban en número. Las cuentas variaban, pero coincidían en que habían bajado del C-130 más de cuarenta paracaídas, reunidos sobre todo en un gran grupo delante de ellos y otro más pequeño detrás.

Young esperaba abrirse camino engañándolos, pero el francotirador estaba sincronizado por lo menos con otro.

Con los ojos abiertos de par en par y la mente despejada, Cam vio que Trotter quitaba el techo de la cabina de la excavadora diez metros por delante. Más allá, los destellos de los disparos surgían a lo largo del muro bajo de ladrillo de un edificio de apartamentos y por detrás de las esquinas de otro bloque de viviendas, más de una docena de detonaciones irregulares, como un fuego cruzado de sinapsis.

La excavadora fue la más afectada. Chispas y esquirlas amarillas saltaban del duro metal, y el sargento Olson corrió la misma suerte que Trotter. En el asiento del conductor, Dansfield se resistía y agitaba, destrozado por algunos disparos que se habían colado por las placas del blindaje y que ahora rebotaban en la cabina.

Young, que iba en el todoterreno, apoyó el hombro contra el cuerpo de Jennings para enderezar el volante. Demasiado tarde. Evitó que el todoterreno y el remolque chocaran, y tal vez que volcaran, pero la mala suerte había colocado una furgoneta Toyota de color rojo en su camino. Chocaron contra ella a cincuenta por hora o más, el guardabarros golpeó en una esquina de la parte trasera. Los dos vehículos sufrieron una sacudida, y el todoterreno, más pequeño pero más pesado, embistió a la furgoneta.

Nadie llevaba cinturón de seguridad. Jennings y Young no cabían en el suyo, no podían sentarse bien por las botellas de aire, y en la parte trasera Cam y los tres científicos estaban encajados.

El impacto lanzó a Cam a un lado, hacia la espalda de Young. Todd, enfrente de él, empezó a caer del todoterreno, pero el lateral de la camioneta le dio un golpe, al tiempo que Ruth y D. J. eran impulsados hacia delante, por encima de Cam, provocando una maraña de cuerpos. Un brazo le golpeó en los auriculares, estampándoselos contra el cráneo.

Debajo de ellos, contra el salpicadero, Young logró escurrirse y salir por el lado abierto del todoterreno.

En la radio un hombre sollozaba, ¿a quién más habían disparado?, y todos jadeaban como perros. Cam se arrastró hacia el espacio que Young había dejado, luego cayó al asfalto. Las piezas desiguales de un rompecabezas de cristal de seguridad rodaron como guijarros bajo sus antebrazos y su vientre.

La furgoneta y el todoterreno se habían parado en forma de «T» torcida, con el remolque doblado de manera que formaba algo parecido a un triángulo, y, para la percepción distorsionada de Cam, la furgoneta era como una enorme mole entre él y los paracaidistas.

Entonces una ráfaga de disparos de rifle se abrió paso a través del panel abollado por encima de su cabeza y chocó contra el todoterreno. «Pam, pam, pam.»

—¡Cubrios, cubrios con cualquier cosa! —Era Young. Su visor tenía una fractura. Miró al remolque con un ojo cerrado y la piel de la mandíbula y la sien en carne viva—. ¡Newcombe!

Dos minutos antes Cam había pensado en pedir una pistola. Tenían las que les habían quitado a los marines, pero Young no estaba conectado a la frecuencia general porque comunicaba con los pilotos y tal vez también con Leadville, y las pistoleras estaban en el remolque, con Newcombe y Iantuano...

Jennings. El cadáver de Jennings tenía un arma.

Mientras Cam lo pensaba y retrocedía de rodillas, Young y otro consiguieron responder con una corta descarga de los chasquidos esporádicos y pesados de las Glock de 9 mm. Young ni siquiera se molestaba en apuntar, tenía el brazo debajo de la furgoneta.

Los paracaidistas reaccionaron y Cam se quedó tumbado mientras una lluvia de cristal le caía encima, mezclada con fragmentos de pintura, plástico y tapicería. Sin embargo, los disparos de los rifles no sonaban tan concentrados como antes. Se percató de que algunos paracaidistas estaban avanzando, debían de haberse agachado ante los disparos de pistola.

Young logró que aminoraran la marcha, pero probablemente no por mucho tiempo.

Cam se levantó del asfalto contra todos sus instintos y venció a sus propios músculos, rígidos del pánico. La seguridad que en teoría proporcionaba el suelo era falsa. Si Leadville había estado negociando con Young desde su primera conversación, sólo era un ardid. Aquella emboscada era responsabilidad de Leadville, y demostraba que querían recoger las piezas que quedaran antes que arriesgarse a no rescatar nada, y si Cam y los demás eran acorralados allí, en la calle, no podían esperar más que una bala en la cabeza.

Los paracaidistas los matarían en defensa propia, para evitar que usaran los bidones de gasolina que Young había amenazado con incendiar.

Cam se agachó a un lado del todoterreno e intentó agarrarse a Jennings. Lanzó un grito cuando una bala chocó contra el todoterreno, a su lado, lo bastante cerca para que la vibración le llegara al pecho. Luego volvió a agacharse contra el suelo y arrastró a Jennings por el cuello.

Vio a Todd encima de él. Aún estaba en la parte trasera del todoterreno y utilizaba su cuerpo para proteger a Ruth y D. J. La voz de Todd era como un mantra, un murmullo, tenía los auriculares estropeados o perdidos dentro del traje: «¡Abajo, abajo, quedaos abajo!»

Era la segunda vez que Cam le veía proteger a los demás.

Más allá del todoterreno, Newcombe estaba de pie en el remolque, viajaba en una estrecha ranura entre los ordenadores. Tenía la pistola en alto, pero el equipo inestimable que lo rodeaba podía ser su mejor protección. Tal vez nadie disparaba a Newcombe. Podía ser que Sawyer también hubiera sobrevivido al accidente, con la silla metida en la parte trasera y hacia atrás, pero Iantuano no estaba en su posición. O los francotiradores lo habían acribillado o había caído a la calle.

—¡Tenemos que movernos! ¡Hacia el sur, vamos detrás de ese edificio blanco! —Young sabía mandar, pero hablaba como si organizara a gente dispersa a mucha distancia en vez de a pocos metros—. ¿Dónde están los científicos? Newcombe, puedes llegar... —Se detuvo.

Cam sujetaba una Glock de 9 mm. en una mano, mientras le quitaba el cinturón de armas a Jennings.

Young se lo quedó mirando. Estaba recargando, era vulnerable.

—¿Capitán? Eh, mierda. —Era obvio que Newcombe pensaba que Young estaba herido o muerto, y que había asumido el mando tras un instante de pánico—. ¡Mierda, eh, vamos a la casa blanca!

—Aún están en el todoterreno —dijo Cam como respuesta a Young, que volvió a hablar incluso antes de que Cam hubiera terminado.

—Asegúrate de que tienen la nanotecnología —le dijo Young—. Newcombe, ¿puedes traer las pistoleras? Cógelas todas. Vamos a tener que salir a pie.

Abandonar el equipo de laboratorio ya era todo un sacrificio, pero eso retendría a muchos de los paracaidistas allí. Pero ¿a qué distancia estaba la autopista? ¿Habían llegado siquiera a la calle treinta y cinco?

—¡Equipo científico, escuchen! —Young era extremadamente metódico—. Les quiero en el lado del conductor del todoterreno, es decir, lejos de mí. ¡Vamos a correr al sur, hacia ese edificio blanco en el lado más próximo de la calle, y necesito que se lleven todo su equipo, el portátil, las muestras, todo!

Cam intentó hacer las cuentas. Dios mío, estaban como mínimo a siete edificios del avión.

—Iantuano, ¿aún está conmigo? —preguntó Young.

—En la parte trasera del remolque, sí. Creo que me he roto el brazo.

—Necesito que lleve a Sawyer. ¿Puede pasarle su M16 a Newcombe? Síganme.

Siete bloques, a menos que les cortaran el paso.

Cam se arrastró boca abajo detrás de Young, entre el remolque y el todoterreno, mientras Todd bajaba como podía al asfalto, luego Ruth. Mirando de un lado a otro en busca de D. J., Cam vio que Iantuano le daba tres puñetazos a Sawyer en la barriga para que dejara de resistirse, y que hacía torpes intentos con la izquierda porque tenía el otro brazo roto.

—¿Dónde está el otro científico? —gritó Young a Ruth al tiempo que D. J. gritaba:

—¡Rendirnos! ¡Tenemos que rendirnos!

Aún estaba en el todoterreno. Cam podría haberlo abandonado. No había tiempo, pero Ruth y Young discutieron con él aunque no lo veían, en cuclillas, cubiertos por el vehículo.

—¡Maldita sea, no está tan lejos! —exclamó Young.

—¡Podemos hacerlo! —gritó Ruth.

—No importa si no tenemos el láser...

—¡La programación es lo más importante! —chilló Ruth—. ¡La programación y las muestras! ¡Podemos hacerlo!

Iantuano avanzó hacia ellos, en paralelo al remolque, con Sawyer en el hombro como un saco de patatas. Entre tanto, los disparos de los rifles llegaban en descargas breves y controladas que chocaban en la parte superior de la furgoneta. Sólo Newcombe respondía a los disparos. Cam notaba que los soldados de Leadville se acercaban...

Young se dio la vuelta y disparó a boca jarro al todoterreno, cinco disparos seguidos.

—¡No, no, esperad! —gritó D. J.

Pero todos los disparos acertaron en la rueda delantera, destrozaron el neumático y dieron en el motor. Los daños en el todoterreno harían que al enemigo le costara más trasladar los aparatos del laboratorio, y que por lo menos algunos soldados no los persiguieran. Los disparos también sonaron como una descarga de respuesta a D. J., y solucionaban las dudas de éste con la misma eficacia con que Iantuano había controlado a Sawyer.

—No, esperad —suplicó D. J.—. ¡Estoy atascado! ¡No puedo!

—Ayúdeme a agarrarlo. —Young miró a Cam a los ojos antes de levantarse, y Cam no pudo dejarlo solo.

La sensación de estar de pie encima del todoterreno era como tumbarse en la vía de un tren, a la espera de la muerte, a la espera de una bala. Cam se rompió un ligamento del hombro al sacar a D. J. del asiento trasero y ponerlo en el suelo con una fuerza bruta fruto de la adrenalina.

—¡Verde, verde, estamos llegando a pie! —gritó Young, y quedó claro que sus pilotos habían estado esperando, a la escucha.

—Mantengo mi posición. Mantengo mi posición. —El miembro de las fuerzas aéreas hablaba con fría precisión, luego añadió—: Moved el culo. No vamos a ninguna parte sin vosotros.

Tenían la suerte de su lado, pero la idea era una locura, Cam se dio cuenta de que habían tenido la ventaja de que los canales de radio no se hubieran bloqueado. Los auriculares funcionaban básicamente como transmisores, y Colorado estaba a una distancia infernal para afectar a sus comunicaciones, pero seguro que los paracaidistas tenían el mismo equipo que ellos.

Un transmisor del C-130 enemigo podría haberles inundado los auriculares con música o ruido blanco.

Aun así, tal vez los paracaidistas también estaban escuchando.

—Ahora. —Young los sacó a descubierto, con la Glock escupiendo fuego. Al mismo tiempo, Newcombe rodeó a gachas la furgoneta y barrió la calle con su único M16.

Ruth y Todd eran los siguientes, juntos, como dos niños en una apuesta, pero primero perdieron un instante precioso, vacilantes, mirando atrás y adelante, a Young, y a sus caras pálidas. Aún parecían estar mirándose cuando dieron los primeros pasos.

Iantuano los embistió por detrás, obstaculizado por el peso de Sawyer. Cam corrió con el miembro de las fuerzas especiales, sus disparos de pistola eran demasiado altos porque el retroceso le empujaba el brazo hacia arriba. Newcombe lo seguía con el rifle.

D. J. fue el último en salir, aunque le habían dicho que fuera con Todd y Ruth, y posiblemente se habría quedado atrás si no lo hubieran dejado a solas con su miedo. Algo lo impulsó a seguir a los demás.

—¡Esperad! ¡Esperad! —gritó.

Había tres metros de la furgoneta a la acera, seis más para llegar detrás del edificio blanco cuadrado. La excavadora y otros obstáculos los cubrían de los soldados de Leadville, y una valla caída también los ocultaría parcialmente cuando estuvieran en el patío, pero unos cinco paracaidistas habían avanzado mucho, más cerca de lo que nadie suponía.

Los disparos de los rifles sonaron por encima de sus cabezas como una marea ensordecedora.

El ruido desapareció con la misma rapidez. Tumbado detrás de la excavadora, Olson aún estaba consciente, su traje roto sangraba en el abdomen y un pie. Olson le había quitado el M16 a Trotter y vació el cargador entero en una salva salvaje y atronadora.

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