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Authors: José Luis Corral Lafuente

Tags: #Novela histórica

La Prisionera de Roma (53 page)

BOOK: La Prisionera de Roma
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—No tengo apetito —dijo el ateniense.

—Bohra cocina las mejores empanadas de carne de Palmira; deberías saberlo. Das un bocado y ya no puedes parar. No es necesario tener hambre para comer una de éstas.

Zabdas le dio un buen mordisco a la suya y animó a Giorgios a hacer lo mismo con la propia.

—¿Qué tipo de carne es ésta? —preguntó el ateniense.

—Cría de camello, la más sabrosa. Bohra macera durante tres días la carne en leche especiada y luego la soasa para que suelte la grasa sobrante antes de picarla, especiarla, empanarla y freiría en aceite puro de oliva. Así es como consigue que la carne quede jugosa y tierna por dentro y la pasta de la empanada crujiente por fuera.

—En una taberna de Atenas llamada
Las delicias de Mnemosina
, la madre de las nueve musas a la que dejó preñada Zeus, muy cercana precisamente al templo de Zeus Olímpico, servían unos pasteles semejantes. Los rellenaban con carne de cerdo mezclado con berenjenas, cebolla, ajos y varios tipos de hierbas aromáticas, tomillo, orégano y romero, y le añadían queso de cabra frito. Hace mucho tiempo que nos los pruebo, pero recuerdo todavía cuán sabrosos eran.

—Aquí no tendrían éxito; los árabes no comemos cerdo.

—Ya me he dado cuenta de eso; vosotros os lo perdéis. La carne de cerdo es sabrosa y nutritiva, y se aprovecha todo el animal. Los griegos preferimos el jamón, el lomo y el costillar, asados a fuego lento con hierbas, pero a los romanos les encantan la tetina frita en aceite y empapada de miel, las manilas deshuesadas, hervidas y rellenas con el hígado, las orejas y morros fritos y servidos con salsa de uvas y, sobre todo, los riñones, el corazón y los pulmones refritos con cebolla y ajos.

—El cerdo transmite muchas enfermedades; nosotros lo consideramos un animal inmundo.

Giorgios se encogió de hombros y siguió masticando su empanada.

—Aureliano no tardará en venir a por nosotros —soltó de pronto mientras contemplaba la sabrosa empanada, dorada y crujiente, recién frita en aceite de oliva.

—¿Crees que no lo sé? Hace meses que espero ese momento. En la embajada iba uno de mis informadores. En Roma averiguó por su cuenta lo que se estaba tramando y se enteró de que Aureliano no ha hecho sino intentar ganar tiempo para preparar un ataque a Palmira. Está retirando pequeñas unidades de algunas legiones de la frontera del Danubio y las está concentrando en el norte de Grecia. Sabe que ahora misino no puede con nosotros. En las actuales condiciones, un ataque a Palmira resultaría un suicidio, pero sus agentes están tratando de cerrar acuerdos con magistrados de ciudades de Anatolia, Egipto y Siria para que, llegado el momento, se pasen de nuevo al lado de Roma y abandonen la lealtad jurada a Palmira.

—Su posición es débil.

—Todavía…, pero se refuerza por momentos. No tengo la menor duda de que cuando se considere lo suficientemente preparado vendrá aquí para reclamar su dominio sobre todo el Imperio. Tenías razón: Aureliano no está dispuesto a compartir con nadie el gobierno del mundo y hará todo cuanto esté en su mano por ser el único emperador. Me temo, amigo, que pronto regresaremos al campo de batalla.

—Somos soldados; la guerra es nuestro oficio y debemos estar preparados para ello. —Giorgios dio otro mordisco—. En electo, ese Bohra cocina las mejores empanadas de Palmira.

—No tiene ningún secreto. Simplemente utiliza aceite de oliva sin mezclar con grasas sospechosas y lo cambia a menudo, carne fresca de camellos muy jóvenes y la cantidad oportuna de especias para que potencien el sabor pero no camuflen la frescura y la calidad. Sencillo.

—No todos los mesoneros lo hacen así.

—En Palmira, sí. En esta ciudad se come mejor que en ninguna otra parte del mundo. Aquí los hosteleros no te engañan, como suele ocurrir en otras ciudades. La carne de los rellenos es la que se pregona y siempre está en buenas condiciones; y si alguna pieza se estropea, se echa de inmediato a los perros.

Zabdas tenía razón. Los magistrados de Palmira velaban porque todos los productos que se consumieran en la ciudad, fueran o no alimenticios, estuvieran en unas condiciones excelentes. Palmira se había ganado a pulso su reputación de centro de comercio donde no había lugar para la estafa ni el engaño. Los oficiales del Concejo de la ciudad recorrían permanentemente tiendas y mercados para comprobar que nadie promovía fraudes ni en la calidad ni en la medida de las mercancías. De este modo los palmirenos se habían ganado la confianza como mercaderes honrados y serios en todas las partes donde comerciaban. Palmira era la ciudad más cara de todo Oriente, tal vez de todo el mundo, pero quien compraba en cualquiera de sus bazares podía estar seguro de que no lo habían estafado.

—¿Y cuándo crees que ocurrirá? —Giorgios dio el último bocado a la exquisita empanada y se chupó los dedos.

—¿A qué te refieres?

—Al ataque de las legiones romanas.

—Aureliano se ha consolidado en el poder y, por lo que me han contado, creo que se hará con toda la mitad occidental del Imperio. Calculo que eso le llevará dos años, tal vez tres a lo sumo; será entonces, con sus espaldas cubiertas, cuando venga a por nosotros. Además de un soldado arrojado y un luchador muy valeroso, está demostrando una notable habilidad política. Miami me ha enviado un mensaje en el que me informa de que uno de los usurpadores de la Galia, un tal Victorino, ha sido misteriosamente eliminado (sin duda la larga mano de Aureliano ha estado muy cerca de esa ejecución), y de que ha cerrado un acuerdo de paz con la tribu de los sármatas, que como bien sabes son muy buenos jinetes, por el cual dos mil miembros de ese pueblo han pasado a formar parte de la caballería auxiliar de las legiones V Macedónica y XIII Gemina. Si no me equivoco, sobre esas dos legiones está construyendo Aureliano la base del ejército con el que piensa recuperar Oriente.

—¿Crees que podremos con ellos?

Zabdas miró a Giorgios con cierto aire de resignación.

—He combatido codo con codo con los romanos y contra los romanos. ¿Recuerdas la batalla de Tebas durante la conquista de Egipto? Aquellos esforzados legionarios sólo eran dos cohortes y nosotros conformábamos una legión completa, con dos batallones de catafractas y varios regimientos con los mejores arqueros del mundo. Sabían que no tenían la menor oportunidad de victoria y, pese a ello, salieron a campo abierto, formaron la tortuga, nos plantaron cara y se dirigieron directos hacia una muerte segura.

—Ese día Kitot se bastó para abrir una buena brecha en aquella maraña de escudos y lanzas.

—Ese loco armenio… Debí haberlo crucificado allí mismo.

—Fue muy valiente y nos facilitó el camino a la victoria.

—Fue un insensato; pero sí, menuda fuerza tiene ese cabrón malnacido.

—Su actitud en esa batalla me recordó a la del gigante Ajax de Telamón, en algunos de los combates que Homero narra en la
Ilíada
, peleando ante las puertas de Ilion, aplastando troyanos con su maza de guerra…

—Una maza no; una lanza de madera de fresno y de bronce, ésa era el arma que utilizó Ajax en la guerra de Troya.

—¿Has leído a Homero? —Se sorprendió Giorgios ante la precisión que le hizo Zabdas—. En una ocasión me dijiste que eras un soldado, y que los libros…

—Un general tiene que conocer tácticas de combate, y es en algunos libros donde se aprenden.

—Claro, claro…

—En cualquier caso, en la batalla siempre hay que obedecer las órdenes del general que la dirige. Kitot obró por su cuenta, y en esa ocasión tuvo éxito; Ajax también venció a los Troyanos pero luego enloqueció, decidió vengarse de los suyos y acabó matando vacas y ovejas creyendo que eran soldados aqueos, para luego suicidarse con su propia espada, clavándosela bajo la axila.

—¡Vaya, también has leído a Sófocles!

—En una ocasión asistí a la representación de una de sus tragedias en el teatro de Palmira y allí fue donde aprendí cómo se quitó la vida Ajax.

Palmira, mediados de otoño de 270;

1023 de la fundación de Roma

El cadáver de Antioco Aquiles, embalsamado al modo egipcio, fue enterrado al fin en la necrópolis sur de Palmira. El que fuera socio del padre de Zenobia no tenía familia y no se había preocupado de construirse una tumba en vida. Solía decir que nadie lo aguardaba más allá de la muerte y que, en consecuencia, él tampoco esperaba encontrarse con nadie.

Zenobia había enviado a Aquileo a buscar el cadáver a Egipto, y cuando lo trajeron a Palmira ordenó que lo inhumaran en la tumba familiar que había ordenado excavar Zabaii ben Selim, donde estaban enterrados los padres de la reina y sus hermanos pequeños, muertos al poco de nacer. Aquiles no se negó. Los restos de Antioco fueron colocados en un nicho cerca de la entrada de la tumba. Zenobia lloró ante la lápida que cubrió el sepulcro, en la que se podía leer una simple inscripción en griego y palmireno que decía: «Antioco Aquiles, de nación griega, reposa aquí. Amó a Palmira. Que la tierra le sea leve.» Y recordó que en una ocasión, durante un funeral al que asistió en el valle de las tumbas, mientras los sacerdotes celebraban el ritual, Antioco Aquiles, al que nunca le había interesado qué había más allá de la vida, y, en consecuencia, ni se había molestado en prepararse una sepultura, le citó al oído una sentencia que el sabio griego Anaxágoras de Clazomenas pronunció a la vista de la inmensa y lujosa tumba del rey Mausolo de la ciudad de Halicarnaso: «Una rica tumba es la imagen de una fortuna petrificada.»Aquileo, el sobrino del mercader, lloraba la muerte de su tío, pero la mitad de sus bienes llenaban ya su abultada bolsa.

Mientras regresaban a Palmira tras el sepelio del mercader, Zabdas y Giorgios comentaron el duelo de Aquileo.

—Me parece que ese joven no era sobrino de Antioco —supuso Giorgios.

—¿A qué te refieres? —le preguntó Zabdas.

—¿Viste u oíste alguna vez a Antioco hablar de mujeres?

—No…

—Nunca lo hizo, no estaba casado y no tuvo mujer alguna conocida; y por lo que sé, jamás visitó los burdeles de Palmira.

—Bueno, hay algunos hombres que han decidido ser célibes toda su vida. Tal vez era Antioco uno de ellos —dijo Zabdas.

—Creo que Aquileo era su amante, y que se inventaron esa li istoria del sobrino.

—¿Estás seguro?

—Sí, pero no puedo demostrarlo. Sé que vino reclamado por Antioco, y que lo hizo tras un viaje del mercader a las islas griegas del Dodecaneso. Allí debió de conocerlo. Pero ya no importa nada: Antioco está muerto y Aquileo posee la mitad de su fortuna.

—Es un hombre muy sereno y callado, parece incapaz de matar a un escarabajo.

—No te fíes. Estos tipos tan calmados llevan dentro una liera que suele despertar en algún momento.

CAPÍTULO XXIX

Palmira, finales de otoño de 270;

1023 de la fundación de Roma

Poco antes de que acabara el año según el cómputo romano, y cuando se conocieron los rumores de que Aureliano había ordenado a sus generales que evaluaran la posibilidad de un ataque masivo e inmediato sobre Palmira, Zenobia convocó en la Sala de Banquetes del ágora a los consejeros del reino, a los magistrados del Consejo urbano y a los sumos sacerdotes de todos los templos de la ciudad; a instancias de la reina, los allí reunidos ratificaron por unanimidad un decreto real por el cual el joven Vabalato era investido con los títulos de cónsul, duque de los romanos y emperador.

La noticia de aquel nuevo desafío para Roma no tardó en llegar a conocimiento de Aureliano, que impartió órdenes tajantes para acelerar todo lo posible la preparación de las legiones y lanzar una gran ofensiva sobre Oriente. Cuando sus generales le preguntaron cuál sería el objetivo de aquella campaña, Aureliano no lo dudó y se limitó a contestar con contundencia: «Palmira.»De nuevo fue un agente de Miami quien, reventando caballos, sin apenas descanso y tras recorrer mil quinientas millas en treinta días, trajo la noticia a Palmira: Aureliano había conseguido derrotar a todos los bárbaros en la región del Danubio, había pacificado la frontera norte del Imperio, había firmado acuerdos de paz y treguas con varias tribus germánicas y se preparaba para encabezar una gran expedición militar con destino a Oriente.

Longino mostraba un gesto serio y un semblante sombrío.

El filósofo había sopesado lo que se les venía encima y procuró convencer a la reina de que quizá fuera el momento de intentar de nuevo acordar un tratado de paz con Roma, aunque para ello hubiera que ceder en algunas concesiones.

—Roma es como el Ave Fénix, mi señora. Cada cierto tiempo se inmola para resurgir de sus cenizas con más fuerza; lo hizo con la República, tras la caída de la monarquía, y luego con Augusto, al forjar el Imperio; parecía que tras los reinados del cruel Calígula y del veleidoso Nerón se desharía, pero Trajano y Adriano la colocaron en la cumbre de su poder, y algo similar parecía que iba a ocurrir a la muerte de Marco Aurelio con el desdichado gobierno de su hijo Comodo; pero tras casi un siglo de zozobras y revueltas, de sucesiones de emperadores ineptos y de pronunciamientos militares, ha llegado Aureliano y en apenas unos meses ha restablecido el poder y el prestigio del emperador y de las legiones. Tal vez debamos plantear una nueva relación con el Imperio —propuso Longino.

La reina Zenobia, que había escuchado atenta los razonamientos de su consejero, maestro y preceptor, reflexionó durante unos instantes. Se acercó a la balaustrada que cerraba hacia el sur la terraza del jardín de palacio, desde donde se divisaba la ciudad de Palmira, se apoyó en ella y, sin dejar de contemplar su amada ciudad, dijo:

—Ya le ofrecimos firmar una paz duradera, y la rechazó. No he conquistado Egipto, Siria y Asia para nada. Soy, y tú lo has argumentado con razones y demostrado con hechos, reina legítima de todo Oriente. No, no voy a renunciar a mis derechos y no voy a consentir que esos mismos derechos le sean privados a mi hijo Vabalato, heredero de mi esposo Odenato, a quien el Senado y el pueblo romanos concedieron el título de augusto y a quien han jurado fidelidad las provincias y ciudades de Siria y de Egipto. La soberanía no se discute; prefiero morir como soberana de Palmira que vivir como sierva de Roma.

—La situación ha cambiado, señora. Aureliano no es uno más de esos pusilánimes e ineptos emperadores que se han sucedido como efímeros cometas en las últimas dos generaciones. Tuviste ocasión de comprobar su determinación cuando visitó Palmira como simple oficial de una legión. Ahora se ha convertido en emperador y está ejerciendo como tal, y, por lo que sé, lo hará hasta las últimas consecuencias. Los ojos de todos los ciudadanos del Imperio están puestos en él, y todas las esperanzas de los romanos están depositadas en su gobierno. Pacificado el
limes
del Rin y del Danubio, Roma puede movilizar contra Palmira diez legiones al menos, tal vez doce. No podremos detener a una fuerza semejante.

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