Los conquistadores de Gor (18 page)

BOOK: Los conquistadores de Gor
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Un día me di cuenta que miraba a Tab. Furioso, la golpeé, pero a él no lo maté. Era un hombre demasiado valioso para mí.

Thurnock y Clitus parecían contentos con Thura y Ula, que ahora vestían sedas costosas y collares con gemas incrustadas. El que se unieran a mí demostraba que eran inteligentes, ya que se habían convertido en hombres prósperos.

Telima continuaba trabajando en las cocinas con las otras esclavas de la olla. Había dado instrucciones al jefe de cocinas para que las tareas más humillantes y desagradables le fueran asignadas y que no consintiera ociosidad alguna por su parte. No obstante, insistí en que cada noche había de servirnos a la mesa, pues disfrutaba viendo a mi antigua ama agotada por el trabajo, sucia y despeinada en su tiznada túnica de reps. Acabada la cena marchaba a mis aposentos, donde arrodillada junto a un cubo fregaba el suelo a satisfacción de uno de los Esclavos del Látigo. A continuación debía regresar a las cocinas para acabar aquello que habían dejado para ella. El resto de la noche, hasta la madrugada, era encadenada.

Usualmente cenaba con Thurnock y Clitus y las tres esclavas, aunque en general los capitanes no comían con sus hombres. De vez en cuando Tab se unía al grupo.

De nuevo volví a estar consciente de lo que ocurría en el Consejo de los Capitanes. Un marino, que decía haber escapado de la isla de Cos, informaba de los preparativos de una gran flota para atacar Puerto Kar, flota que sería reforzada con fuerzas procedentes de Tyros. Aquel informe carecía de importancia. Las islas de Cos y Tyros, cuando no enzarzadas en mutuas escaramuzas, siempre amenazaban unir sus fuerzas para atacar Puerto Kar. Aquél era un rumor constante al que nadie prestaba oídos, puesto que en los últimos cien años las dos flotas no se habían unido, y la vez que lo hicieron, hacía ya más de un siglo, las tormentas acabaron con sus ambiciones. El informe del marino, para enojo suyo, fue menospreciado por el consejo.

Ahora nuestra atención se centró en asuntos de mayor urgencia e importancia. Se precisaba un mayor número de muelles cubiertos en el arsenal bajo los que adicionales galeras de la flota del trigo pudieran ser calafateados; de lo contrario ¿cómo sería posible disponer de más de cien naves para el viaje hacia los campos de trigo al norte para la cosecha?

Creo que debo hacer constar, aunque en forma somera, que la fuerza marítima de Puerto Kar es comparable a las que las otras dos potencias, Cos y Tyros, reúnen entre sí.

Las cifras siguientes sólo se refieren a las naves de clase media y de gran tonelaje.

Los cinco Ubares de Puerto Kar, Chung, Eteocles, Nigel, Sullius Maximus y Henrius Sevarius, controlan unos cuatrocientos barcos. Los casi ciento veinte capitanes del consejo se han comprometido a depositar alrededor de mil barcos para su uso personal. Asimismo controlan otros mil barcos, en calidad de albaceas, destinados al transporte de grano, aceite, esclavos y otras necesidades. También controlan los barcos patrulla y de escolta. Aparte de todos estos barcos existen otras dos mil quinientas naves, pertenecientes a unos mil quinientos o mil seiscientos capitanes de escalafón inferior y que no pueden formar parte del consejo. Según estas cifras podríamos decir que Puerto Kar dispone de unas cinco mil naves de clase media y gran tonelaje. Ya dije que las fuerzas unidas de Cos y Tyros son equiparables, aunque, por supuesto, no todos estos barcos son barcos de guerra. Calculo que de todos ellos solamente mil quinientos son verdaderos barcos de guerra, barcos con ariete. Por otro lado, los barcos redondos, a pesar de no tener ariete o espolón, y ser mucho más lentos y menos manejables que los largos, no son despreciables en una batalla naval ya que pueden acomodar en sus puentes pequeñas catapultas, hondas y arqueros, que en conjunto son capaces de lanzar sobre el enemigo jabalinas, bolas ardiendo, rocas y flechas... El barco de guerra cuando está a punto de entrar en la batalla arría el mástil y recoge velas para guardarlos en las bodegas, cubriéndose la cubierta y los puentes con pieles húmedas.

Se votó por unanimidad la construcción de otros doce muelles dentro de los límites del arsenal.

La siguiente moción se refería a la disputa provocada entre los fabricantes de velas y los que confeccionaban maromas en el arsenal sobre prioridad en la Procesión del Mar, que tiene lugar el primer día de En´Kara del Nuevo Año goreano. Aquel año el alboroto había resultado sonado. Se llegó a la conclusión que ambos equipos habían de trabajar al unísono. Sonreí. Estaba seguro que el próximo año el alboroto sería igualmente sonado.

El rumor acerca de la preparación de las flotas de Cos y Tyros para atacar a Puerto Kar ocupó de nuevo mi mente, pero otra vez lo descarté.

La siguiente moción en la agenda trataba la petición de los constructores de quillas de recibir el mismo salario que los fabricantes de remos. Participé en la votación, pero la moción fue rechazada.

—Dales a los fabricantes de quillas el mismo salario que a los que construyen remos, y los aserradores te pedirán el salario de los carpinteros y los carpinteros el de los armadores —dijo uno de los capitanes que se sentaba a mi lado.

Todos aquellos que trabajan en el arsenal en cualquier arte que precise cierta destreza son hombres libres. Los hombres de Puerto Kar consienten que sus esclavos construyan sus hogares y las murallas, pero no permiten que participen en la construcción de sus barcos. El salario de un fabricante de velas es de cuatro discos de cobre al día, mientras que el de un buen armador alquilado por el Consejo de Capitanes es de un disco dorado al día. El horario laboral es de diez ahns, o sea, doce horas terrestres. No obstante, el tiempo empleado realmente en trabajar es muy inferior. El hombre libre que trabaja en el arsenal lleva a cabo su faena sin presión. Es frecuente que disponga de dos ahns para almorzar y un ahn, a última hora de la tarde, par una o dos copas de Paga y una charla con los compañeros. Los despidos no son frecuentes debido a la gran cantidad de trabajo que hay en el arsenal. Las organizaciones, semejantes a sindicatos, disponen de tributos que se asignan a los lesionados o a sus familiares; préstamos para aquellos que no trabajan y pensiones. Estaba seguro que si los fabricantes de velas amenazaban con desertar sus puestos conseguirían su propósito, puesto que la presión brutal jamás había formado parte de la organización del arsenal. El Consejo de los Capitanes siente gran respeto por aquellos que construyen sus barcos. Pero también los trabajadores son felices construyendo sus hermosos barcos y no es probable que abandonen su trabajo por discrepancias laborales.

¿Por qué iban a querer Cos y Tyros atacar Puerto Kar?, me preguntaba. ¿Qué es lo que había cambiado? ¡Pero si todo estaba igual, nada había cambiado! No podía ser otra cosa que un rumor, un rumor que se repetía como casi cada año.

Ahora Tersites, un anciano armador loco y medio ciego, solicitaba la palabra. En sus manos mostraba un rollo de dibujos y otro lleno de números. A una señal del escriba sentado a la larga mesa ante los cinco tronos de los Ubares, dos hombres arrastraron a Tersites, con sus rollos de dibujos y cálculos, fuera del salón.

En una ocasión le habían permitido que expusiera sus planos ante el consejo, pero éstos habían sido tan fantásticos que nadie le hizo el menor caso. Había osado sugerir que los barcos debían ser reestructurados. Pretendía profundizar la quilla, añadir un palo de trinquete y cambiar los remos cortos por otros más largos que fueran manejados por varios hombres en lugar de por uno solo. Además insistía en elevar el ariete o espolón por encima del nivel del mar. Me habría complacido escuchar los argumentos de Tersites para proponer tan drásticos cambios, pero tan pronto el consejo se percató de lo absurdo de sus consejos le obligaron a abandonar el salón.

Aún recordaba los gritos de protesta.

—¡No pueden sentarse muchos hombres juntos para manipular un solo remo! ¿Quieres que permanezcan todos de pie?

—Un remo como el que sugieres no podría ser controlado por las manos humanas.

—¡Dos mástiles con sus correspondientes velas no podrían desmontarse rápidamente antes de la batalla!

—Si haces la quilla más profunda, el barco será mucho más lento.

—¡Si son varios los hombres que manejan un solo remo, alguno de ellos puede reducir el esfuerzo!

—¿Qué utilidad puede tener un ariete que no ataque bajo la línea de flotación?

Habían consentido que Tersites hablara ante el consejo porque hacía ya tiempo fue un gran artesano. Las galeras de clase media y pesadas usaban aún una especie de espátula segadora que fuera invento suyo. Tenían forma de media luna de acero incrustadas en el mismo barco y colocadas ante los remos. Una de las más frecuentes estrategias navales, además del uso del ariete, consistía en segar los remos del barco enemigo. Para ello bastaba recoger los propios remos y pasar junto al casco del adversario segando o rompiendo sus remos. El barco así lastimado semeja un pájaro cuyas alas han sido dañadas quedando a merced del ariete del otro barco. Se había observado que en las últimas galeras de Cos y Tyros, como en algunas otras potencias marítimas, la espátula segadora había sido acoplada.

Tersites también había instigado por colocar una suspensión de goma en la popa del barco en lugar de los dos laterales que actualmente llevaba. Igualmente había defendido el aparejamiento de jarcias, velas y mástiles en simetría cuadrada tan opuesta a la bella simetría triangular común en los barcos de Thassa. Aquélla había sido la peor de las ofensas para los hombres de Puerto Kar.

Hacía cinco años que Tersites fuera destituido de su cargo en el arsenal. Había marchado a Cos y Tyros con sus ideas, pero también allí sólo encontró desprecio. Regresó a Puerto Kar, donde no había lugar para él en el arsenal, y con toda su fortuna agotada. Vivía, según afirmaba, de los desperdicios que la gente vertía en los canales. La pequeña donación que los armadores le concedían en recompensa por pasados servicios a la ciudad sólo le servía para visitar las tabernas de Paga. Aparté a Tersites de mi mente.

Desde que llegara a Puerto Kar había hecho cinco viajes. Cuatro de ellos por razones comerciales. No había intervenido en las operaciones de los demás comerciantes pues, como el bosko, no buscaba pelea pero, también como el bosko, no la eludía cuando la encontraba. Mis cuatro viajes comerciales me habían llevado a las islas libres de Thassa, regidas por los mercaderes. Varias eran las islas en tales condiciones. Las tres que conocí fueron Teletus y al sur de ésta Tabor, llamada así por su forma semejante al tambor que lleva tal nombre, y Scagnar, al norte. También pasé por Farnacium, Humneth y Asperiche. No descendí hasta Anango o Ianda al sur ni ascendí hasta Hunjer o Skjern al oeste de Torvaldsland. Estas islas, con ocasionales puertos libres en la costa, al norte y sur del ecuador goreano tales como Lydius y Helmutsport y Schendi o Bazi, hacen posible el comercio entre Cos y Tyros y las ciudades de tierra firme tales como Ko-ro-ba, Thentis, Tor, Ar, Turia y muchas más.

En aquellos viajes la carga de mi navío había sido muy variada ya que en aquel período inicial no quería arriesgarme a adquirir cargamentos de gran valor. No adquirí en aquellos primeros viajes ni metales preciosos, ni joyas, ni alfombras, tapices, ni medicinas, ni sedas, ni perfumes, ni sales de colores para la mesa, ni esclavos de calidad; me contenté con traer herramientas y piedra, frutos secos, pescado seco, madera, cuernos y cuero. En uno de ellos adquirí algunos esclavos encadenados y en otro algunas pieles del eslín del mar del norte. El último cargamento había sido el más valioso de todos. Conseguí vender aquellos cargamentos a buen precio. En dos ocasiones nos cruzamos con piratas de Tyros en sus naves pintadas de verde para pasar desapercibidos sobre el mar, pero pasaron de largo sin atacarnos. Seguramente no lo hicieron al ver lo hondo que navegábamos, pues no desean arriesgarse, excepto en situaciones desesperadas, a conquistar unas bodegas llenas de madera y piedra, ya que el beneficio es escaso.

La mayoría de mis hombres eran piratas y asesinos y sin lugar a dudas poco interesados en pertenecer a la tripulación de un honrado mercante. Preferían esperar en alta mar a que apareciera alguna galera de esclavos de Tyros o algún barco portador de tesoros con destino a la isla de Cos. Dos de aquellos hombres intentaron arrebatarme el barco, pero una docena de estocadas bastó para que acabara con ellos y el resto decidieron confiar sus resentimientos a las copas o a algún que otro compañero. Informé que aquel que no quisiera continuar a mi servicio tenía libertad de irse, y di instrucciones a Luma de que quienes desearan abandonarme fueran recompensados con el peso de media piedra de oro. Me sorprendió ver que pocos eran los que me abandonaban. No creo que en realidad desearan abandonar su antigua profesión de piratas, sino que más bien se sentían orgullosos de servir a aquel que después del incidente en la taberna de Paga había adquirido la fama de ser uno de los mejores espadas de Puerto Kar.

—¿Cuándo atacaremos a los barcos de Cos y Tyros? —me preguntó Tab.

—Cos y Tyros no se han metido conmigo —respondí.

—Ya lo harán.

—En tal caso saldremos tras ellos —informé.

En tierra mi tripulación era alborotadora y vocinglera, pero a bordo, por extraño que parezca, se portaba con seriedad y disciplina y yo procuraba tratarlos con justicia. En tierra procuraba no coincidir con ellos. Por supuesto les pagaba bien y, no siendo tontos, sabían que a mi servicio disponían de suficiente dinero para escoger las más bellas mujeres de la ciudad.

Había comprado a la chica que viera bailar en la taberna de Paga por cuarenta piezas de oro. La llamé Sandra en recuerdo de una mujer que conociera en la Tierra. Coloqué mi collar alrededor de su cuello y, después de usarla, la había relegado a complacer los deseos de mis hombres.

El quinto viaje lo había realizado por el mero hecho de satisfacer mi curiosidad. En aquella ocasión navegué en una galera ligera. Me interesaba conocer las islas de Cos y Tyros. Están situadas a unos cuatrocientos pasangs al oeste de Puerto Kar. Tyros, a unos cien pasangs al sur de Cos, es una isla escarpada con montañas. Es famosa por sus cavernas de varts, animales semejantes a los murciélagos del tamaño de perros, que consiguen entrenar para usos bélicos. Cos es una isla de gran elevación, incluso más alta que Tyros, pero en la parte oeste hay planicies donde se cultiva la uva Ta. Un día, en el silencio de la noche, mientras estábamos anclados a corta distancia de su costa, escuché la dulce llamada en celo del diminuto y lindo pez alado cosiano. Este pequeño y delicado pez tiene tres o cuatro espinas en su aleta dorsal que son venenosas. Se llama alado porque puede deslizarse a distancias cortas por el aire, valiéndose de la rigidez de las aletas pectorales, en su esfuerzo por escapar de los pequeños tharlariones que son inmunes al veneno de sus espinas. También le llaman pez cantor a causa del rito de su cortejo. Tanto los machos como las hembras sacan la cabeza fuera del agua y emiten una especie de suave silbido. El hígado de estos peces se considera un plato exquisito. Recuerdo que una vez en Turia, en un banquete en casa del mercader Saphrar, lo probé pero su gusto no me impresionó en absoluto. Saphrar había sido un perfumista de Tyros, pero al ser exiliado por ladrón marchó a Puerto Kar, desde donde se trasladó a Turia.

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