Read Los Días del Venado Online
Authors: Liliana Bodoc
Supe que en la mismísima Casa de las Estrellas, quizás muy cerca de mí, los otros mensajeros pasaban por pruebas semejantes. Sin embargo nunca vi a ninguno de ellos. Supe también, por boca de Zabralkán, que uno de esos mensajeros viajaría a la Tierra sin Sombra en busca de los Pastores del Desierto. Pensé que teniendo en común un largo trecho del camino, lo haríamos en compañía. Mucho me hubiese gustado tener con quien compartir las canciones, el pan y el miedo, pero no pudo ser. ¿Partió antes? ¿Partió después? ¿Siguió una ruta diferente a la que me ordenaron seguir? No lo sé. Lo único que puedo asegurar es que, desde la escalera de la Casa de las Estrellas hasta esta casa, viajamos solos mi alma y yo.
Partí de Beleram un amanecer. Recuerdo haber visto varios hombres alisando el terreno de juegos, más algunos vendedores rezagados que recién llegaban al mercado. Debo confesar que me detuve en un puesto de comidas para comprar una tortilla envuelta en hojas. Aquella pausa no estaba contemplada en mi itinerario. ¡Pero cuántas veces el sabor de esa tortilla me devolvió la entereza para seguir el camino!
El relato de Cucub iba llenando la habitación de apariciones. Nombró el zitzahay la tortilla y todos los labios se humedecieron de aceite aromado. Y cuando los labios empezaban a secarse, se ensordecieron los oídos con el silbo de miles de pájaros que llegaron desde el valle más hermoso del mundo para aventar el fuego que se dormía. El zitzahay recordó el torso de las mujerespeces contra el viento, y los hombres soñaron. Contó el sol del desierto y todos se aflojaron las mantas que los abrigaban. El rebaño de llamellos que Cucub arreó con sus palabras se demoró en partir, porque los grandes animales se quedaron atorados en la pequeña casa de madera. Al fin llegó un águila que anidó sobre la pila de lanas de Vieja Kush, y luego ya no estaba. Pero estaba el bosque de Los Confines que en boca del zitzahay pareció más familiar que nunca.
—Tanto me guió el paisaje —continuó Cucub —que, como hacía en mi tierra, caminé cantando. Gracias a eso me resultó posible saber en todo momento, y con suficiente exactitud, a qué distancia estaba de las casas husihuilkes. Aunque jamás vi las aldeas, podía extender mi brazo y señalarlas: una aquí y otra allá. Así de cercanas o así de distantes de mi canción.
Los Supernos Astrónomos me dieron muchas noticias sobre Los Confines. Y por alguna razón, unas más que otras reaparecieron en mi memoria a lo largo del bosque. "El Pantanoso es río que separa la Tierra sin Sombra de Los Confines. Bien nombrada ha sido esta tierra que es, en verdad, el último extremo del continente. En Los Confines, viven y mueren los husihuilkes. Sus aldeas se agrupan demarcando los dominios de un linaje. Cada linaje tiene un mismo antepasado fundador que une a las familias en la sangre y en las armas. Por los linajes, esos hombres son husihuilkes. Y por los linajes, suelen ser adversarios..."
Lo estoy repitiendo aquí tal como los Astrónomos me lo dijeron, sin quitar ni agregar. A menudo, cuando hacía un alto para descansar, recordé estas palabras. Encaramado a un árbol, escudriñando el cielo de Los Confines en busca de una estrella familiar que me alumbrara el desvelo, oía las voces de Bor y de Zabralkán: "El Pantanoso es río que separa..." En esas noches, por extraño que les parezca, yo pensaba en Dulkancellin. Así es, guerrero, pensaba en ti y me preguntaba qué clase de hombre serías. No cualquier hombre, de seguro, si habías sido señalado para representar en el concilio tanto a tus vecinos como a tus adversarios.
Según entendí, hay linajes aliados por el honor o el parentesco de sus jefes originales. Y hay otros que, habiendo sido empedernidos rivales, han puesto fin a las guerras casando a sus hijas con sus hijos. Pero sé, porque me fue debidamente explicado, que otros linajes no aceptan más alianzas que sus sangres mezcladas en los campos, ni más pacto que el de la tregua acordada para que cada uno levante a sus muertos.
Dulkancellin deberá tomar graves decisiones, en nombre de todos ellos. Este hombre que vengo a buscar, recuerdo que me decía mientras esperaba el sueño, este hombre tendrá que poder hacerlo sin menguar a ninguno.
La primera etapa del camino, amanecer en que abandoné la Casa de las Estrellas amanecer en que crucé el puente sobre el Pantanoso, me tomó trece veces diez jornadas y otras nueve. Y cada jornada fue una marca en mi correa. En la etapa siguiente, extremo sur del puente la puerta de esta casa, solamente tracé la mitad de esas marcas. Y no es que las distancias sean tan diferentes, ¡el Pantanoso está casi en el punto medio del trayecto!, es que el bosque me permitió avanzar mucho más de prisa que el desierto.
No mentí cuando dije que a través del bosque mi travesía se tornó apacible. No obstante eso, y haciendo memoria, podría narrarles una buena cantidad de sucesos por los que tuve que pasar; rematando el relato con el alto que hice, muy cerca de aquí, a fin de verificar que la pluma de Kúkul estuviese en donde debía. Pero no lo haré. Voy a escamotear tantas minucias; y a suponer que llegué al punto en que el guerrero abrió esa puerta y yo volví a ver un rostro humano, después de haber viajado doscientos nueve soles viendo, solamente, mi reflejo en el agua.
Se equivocan si le atribuyen al desgano, la decisión de poner término al repaso del viaje. No me detengo porque me falten ganas de contar... El causante de esta interrupción es Piukemán. El muchacho resistió durante largo rato, pellizcándose las manos y cambiando de posición en su alfombra. Pero se durmió. Miro y reflexiono. ¿Quiénes hemos permanecido despiertos?: Kush, Dulkancellin, Thungür y, lógicamente, este zitzahay.
He aprendido que nada sucede porque sí en los tiempos que corren. Por eso, interpreto estos sueños no como una ofensa a mi arte sino como una valiosa oportunidad que no estoy dispuesto a perder. Si alguna duda guardaba sobre la conveniencia de referirles ciertos conocimientos susurrados en la Casa de las Estrellas esto, que no llamo casualidad, ha acabado con ella. Duermen los pequeños. Y los tres que han conseguido mantener los ojos abiertos son quienes pueden y deben conocer antiguos sucesos, origen de lo que hoy ocurre y mañana ocurrirá.
Dulkancellin se enterará de ellos apenas arribemos a la Casa de las Estrellas. Pero mientras antes sepa de estas cosas, más y mejor podrá meditarlas. Con respecto a Vieja Kush y a Thungür... Supongo que Kupuka tendrá planeado informarlos de todo a su regreso. Mi pregunta es: ¿Y si Kupuka jamás pudiera volver? No olvidemos, ni por un momento, que vivimos días de incertidumbre. En cada región de la Tierras Fértiles se habla de aconteceres inexplicables. Y entre ellos, de varias desapariciones. ¿El Brujo de la Tierra regresará? Si Kupuka no vuelve, si Dulkancellin y Cucub ya no vuelven, dos personas habrá en Los Confines que conozcan los hechos y decidan cómo continuar. Así pienso, y espero no equivocarme.
Eso sí, antes de comenzar preferiría llevar los niños a sus camastros; porque se me ocurre que han de ser buenos en las mañas de despertar sin que se les note. Si me permiten, yo cargaré a Wilkilén. Creo tener fuerza suficiente.
¡Ah!, Vieja Kush... Mientras tanto, tú puedes traer leche tibia y algunos trozos de pan de maíz.
Cuando Dulkancellin, Thungür y Cucub volvieron a sentarse junto a la chimenea, el pan y la leche estaban dispuestos.
—Bébela caliente —le dijo Kush al zitzahay—. Tu voz te lo agradecerá.
—A ti —respondió Cucub, con un amago de reverencia.
La tormenta no amainaba. Al contrario, el viento helado acumulaba cerrazón, y el cielo se caía en los pantanos.
Cucub había aprendido a confiar en el techo que tenía sobre su cabeza. Apenas llegado, pensó que no iba a transcurrir demasiado tiempo hasta que aquella casa de troncos, techada con paja y brea, dejase entrar el agua. Y recordó con melancolía las paredes de piedra que levantaban los zitzahay. Pero ahora, seco y abrigado, oliendo las buenas hierbas que se quemaban en la chimenea, se decía a sí mismo que la casa de Vieja Kush era el mejor lugar del mundo donde escuchar la lluvia.
Zitzahay, continuaremos escuchándote porque prometes decir cosas provechosas —anunció Dulkancellin—. Pero la noche corre hacia el amanecer, y todos debemos descansar un poco. Mañana estaremos en vísperas del viaje, y con mucho trabajo sin hacer. Te ruego que no demores más de lo necesario.
No diré ni una sola palabra ociosa. Pero les advierto: pocas o muchas, las oyen y las olvidan, en tanto no sea forzoso recordarlas —el artista hizo un silencio de oficio —. El día de mi llegada mencioné, como al pasar, algo esencial para entender la turbiedad de estos asuntos. En esa oportunidad, fue Kupuka el único que percibió la verdadera importancia de mi comentario. Lo adiviné en su mirada ensombrecida. Esta vez, seré más explícito; sin la intención de ensombrecerlos a ustedes, sino de alertarlos. Los hechos que se avecinan han conseguido confundir a la Magia. La comprensión del verdadero propósito que tienen los extranjeros y, por supuesto, la decisión de recibirlos con pan o con guerra trazan una línea. De ambos lados, la Magia interpreta de diferente modo las mismas señales. Todo es confuso. Donde unos leen noche, otros leen día; y nunca, en lo que se recuerda, había sucedido nada similar. Mi humilde entender se atreve a vaticinar que, si esto no cambia, el riesgo será muy alto. Si el concilio equivoca su palabra final, si nuestras acciones no son desde el comienzo las acertadas, algo terrible nos sucederá.
—¿Cómo es posible que tú lo comprendas, que yo mismo lo comprenda, y no pueda comprenderlo la Magia? —preguntó Dulkancellin.
—¡Claro que lo comprende! —respondió Cucub—. Pero no halla el modo de remediarlo, ni de arribar a un solo justo discernimiento. No hay en la Magia, así lo espero, mezquindades ni soberbias. No hay traiciones. Hay sabidurías que todavía no pueden encontrarse. En eso, y sólo en eso, cifro mis esperanzas. Tal vez, cuando lleguemos a la Comarca Aislada encontremos que el movimiento de los astros en el cielo, las profecías, los sueños sagrados, los calendarios, las visiones de los iniciados y los indicios de la tierra han sido, finalmente, interpretados de una única manera.
Dulkancellin marcó con un gesto que la idea ya estaba comprendida. Luego se aseguró de que Cucub siguiese avanzando sobre lo importante.
—Zitzahay, has hablado con precisión. Ahora dinos, si es que puedes, por dónde pasa esa línea que mencionaste. ¿Qué dicen unos y otros?
—Tu pregunta se adelanta al asunto que estaba a punto de tratar —dijo Cucub, molesto por la impaciencia del guerrero—. Ya que lo exiges, se los diré en pocas palabras. Hay quienes creen que son los bóreos los que llegan. Diría mejor, los que regresan. Y hay quienes temen, ¡las estrellas se conjuguen para protegernos!, que sean las sombras de Misáianes las que vienen, tal como una vez les fue advertido a nuestros antepasados.
Cucub se quedó esperando, seguro de que los husihuilkes le pedirían que se explicase mejor. Para su asombro, Vieja Kush empezó a recordar:
—El primero de los nombres que pronunciaste no me es desconocido. Bóreos... Escuché sobre ellos cuando era tan pequeña como Wilkilén. Fue de boca de uno de mis abuelos, en una noche casi igual a esta.
—Es posible —replicó Cucub—. Muchos oyeron hablar sobre los bóreos. Y algunos, viejos y memoriosos, todavía recuerdan lo que oyeron. Tú, Vieja Kush, habrás escuchado de sus cabellos rojos y de su piel sin color. Pero qué hicieron entre nosotros, eso difícilmente lo sepas.
—Dices bien. Cierro los ojos, y oigo la voz del abuelo describiendo a esos hombres. También recuerdo que nos decía que ellos jamás habían pisado Los Confines. Hasta allí nomás, y se me acaba la memoria.
—Hermana Kush, no podrías recordar lo que no sabes —dijo el zitzahay—. No un abuelo, sino siete abuelos atrás deberíamos remontarnos si quisiéramos llegar al tiempo en que los bóreos nos visitaron. Y a lo remoto debemos añadirle lo secreto; puesto que la verdad sobre estos hechos fue preservada en códices cifrados, sólo a la mano de unos pocos. Y así permaneció, en espera de días propicios para volver a ser contada. Los días propicios son estos que corren, y nosotros somos de los primeros en saberla. ¿Gracia o desgracia este destino que nos ha tocado? Yo no lo sé.
—Dinos, por fin, lo que debemos conocer —pidió Dulkancellin.
Cucub tenía la palabra, y se sintió en casa.
—Un día de un lejanísimo pasado, los bóreos desembarcaron en la Comarca Aislada. Por aquel entonces, muy poco se conocía... Diría mejor, muy poco se recordaba de ellos: que habitaban en las Tierras Antiguas, al otro lado del mar. Y que eran vástagos directos de una inmemorial y noble raza de hombres. La expedición que los bóreos enviaron trajo malas primicias. Pero digo tan malas como ninguna de las que hubiesen recorrido las tierras. Nuestros grandes los escucharon. Y, como antes dije, todo lo que los bóreos dijeron fue escrito en lenguas herméticas sobre láminas de corteza plegadas que metieron en estuches lacrados, que guardaron en un cofre de piedra, que ocultaron en una cámara reservada, que...
—¡Aguarda un momento, zitzahay! —lo detuvo Dulkancellin—. ¡Procura llegar a lo esencial! Explícanos, por favor, por qué dijiste "malas primicias".
—¿Quién dijo "malas"?
—¡Tú!
—¿Yo?
—¡Así es! —confirmó el guerrero, con evidente impaciencia.
—Pues, entonces, no supe expresar mis reales pensamientos —respondió Cucub—. Debí decir mejor "primicias escalofriantes". O, en otras palabras, noticias de dar vuelta el cielo. Presagios del fin.
—Zitzahay, en honor a la gravedad de lo que mencionas, deja que descansen tus virtudes de artista y respóndeme. ¿De qué hablas? ¿De qué noticias estás hablando?— Dulkancellin fue terminante en sus maneras.
Cucub enrojeció en silencio. Y, en silencio, los husihuilkes esperaron a que se recobrase de la vergüenza.
—Estaba juntando ánimo —murmuró el zitzahay como disculpa. Y luego se dispuso a responder, con el sincero propósito de moderar la lengua—. Una guerra comenzaba en las Tierras Antiguas; tan absoluta, tan diferente a las muchas que se habían librado a lo largo del tiempo que los bóreos cruzaron el mar con el anuncio. De las Tierras Antiguas a las Tierras Fértiles. Nadie correría ese riesgo sólo para hablar de una guerra parecida a todas. Nuestros antepasados fueron bien advertidos por los bóreos: "Hermanos de las Tierras Fértiles, el motivo que nos ha traído hasta ustedes no podría ser otra contienda de las Criaturas, por grande que ella fuera. Venimos a decir que en las Tierras Antiguas se prepara la última guerra. Sepan que nos enfrentamos a uno al que su propia madre llamó Misáianes. Y esto, en lenguas remotas, significa "Odio Eterno". Los bóreos dijeron que Misáianes había sido gestado en las tripas de la Muerte. Creado y crecido para elevar sobre nuestro mundo el poder de la ferocidad.