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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Malditos (43 page)

BOOK: Malditos
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—¿Y si estaba equivocada? —protestó Orión, frustrado—. ¿Y si es nuestra forma de ayudarlas?

Helena observó los ojos verdes y brillantes de Orión, y sacudió la cabeza sin musitar palabra. No sabía que podían hacer. La más pequeña de las tres hermanas asomó la cabeza de entre las sombras.

—Gracias —susurró antes de sumergirse en la penumbra extrema del otro lado del tronco del árbol.

—Tenemos que ayudarlas —revolvió el chico—. ¡No podemos permitir que sigan sufriendo de esta manera para siempre!

—Y no lo permitiremos. Te juro que seguiremos intentándolo hasta que consigamos dar con el río apropiado.

De pronto, a Helena se le nubló la vista y tuvo que agarrarse de la camisa de Orión para evitar caerse de bruces.

—¿Qué pasa? —preguntó el chico.

El paisaje empezó a disminuirse y el mundo se ralentizó, como si estuviera a punto de despertarse.

—Creo que nos están echando —dijo.

Se abrazó al cuello de Orión e intentó no soltarse…

Matt y Claire dejaron el coche abandonado en la cuneta cuando descubrieron que el tráfico nocturno había quedado cortado y que ningún otro vehículo circulaba por la carretera. Se apearon del automóvil y empezaron a correr bajo los últimos rayos del sol que bañaban la calle desierta en dirección al centro del pueblo.

En teoría, ninguno de los dos debía de estar haciendo eso, pero no estaban dispuestos a quedarse cruzados de brazos mientras los vástagos salían a pelear. Matt se sintió más que insultado cuando Ariadna le rogó que se quedara en casa, como si fuera un crío incapaz de defenderse. Intentó rebatirle para exponer sus argumentos pero Ari, Lucas y Jasón salieron escopeteados de casa a tal velocidad que apenas pudo meter baza. Cuando se marchaban como balas, Matt no podía evitar sentirse molesto e irritado.

Casandra los advirtió de que no se fueran de casa. A nadie le gustaba que lo regañaran. De hecho, Matt prefería que Casandra utilizara su sentido común en vez de su talento como oráculo para dilucidar el futuro. No soportaba ver como los destinos se apoderaban de su diminuto cuerpecillo como si se arrastraran por debajo de su piel hasta alcanzar la cabeza.

Ese era uno de los muchos detalles que hacían a Matt poner en duda el valor de los dones y talentos que los vástagos habían heredados de los famosos dioses. ¿Qué bondad había en los destinos si su único propósito era utilizar a las personas como vasos que podían llenar y vaciar para después romper en mil pedazos? Por mucho que Matt aborreciera la violencia, cuando reflexionaba sobre la influencia de los destinos sobre los vástagos le entraban ganas de hacer algo físico, preferentemente con un par de puños americanos en los nudillos.

De camino al centro del pueblo, Claire y él no dejaron de oír gritos y alaridos. Llegaron a un cruce donde oyeron claramente chillidos de miedo, pero cuando alcanzaron la siguiente manzana percibieron tremendas carcajadas de alegría. En cierto modo, daba la sensación de que cada zona del pueblo estuvieran proyectando películas distintas.

—Espera, Claire —dijo Matt cuando rodearon una esquina poco iluminada—. Las farolas están fundidas.

—Pero la cafetería de Kate está por ahí —protestó.

—Ya lo sé. Rodeemos la manzana y entremos por el callejón. Prefiero echar antes un vistazo y saber a lo que nos estamos enfrentando, en vez de entrar de sopetón.

Claire estuvo de acuerdo con la opción de Matt, así que se deslizaron hacia el oscuro callejón que daba a la cafetería. A pesar de estar bastante tranquilo, podían distinguir los gritos de la muchedumbre, como si hubieran entrado a hurtadillas por el vestíbulo lateral de un estadio mientras tocaba una banda de rock en el escenario. Intuyeron que algo desastroso estaba ocurriendo.

—Dios mío, está oscuro —murmuró Claire, un tanto asustada.

—Sí, y mucho me temo que no es una oscuridad normal —susurró Matt un tanto nerviosos mientras cruzaba la entrada trasera de la cafetería.

—Creo que esto ya lo he visto antes —musitó la jovencita mientras se frotaba los brazos tanto por el frío como por el miedo—. Cuando Automedonte y los Cien Primos atacaron a Héctor en mi reunión de atletismo, esta misma negrura cubrió todo el paisaje. Si no me equivoco, significa que un maestro de la sombra ha estado aquí.

Dentro, el local estaba hecho un desastre. Las mesas estaban tiradas de cualquier modo, los botes de cristal que solían contener caramelos estaban hechos añicos en el suelo y toda la tienda estaba cubierta por una fina capa de harina. Sin duda, algún enajenado había vaciado varias bolsas de forma deliberada. Matt y Claire se abrieron camino hasta llegar a la parte delantera. Buscaban clientes malheridos que hubieran quedado inconscientes, con la esperanza de no encontrar ni a Jerry ni a Kate. Por suerte, la cafetería estaba vacía; no había ni un alma.

La penumbra parecía hacerse más intensa en la parte delantera, de forma que Matt y Claire tropezaron varias veces antes de salir a la calle. Tuvieron que detenerse en el umbral para dejar que la vista se ajustara a aquella oscuridad nebulosa que había dejado el maestro de la sombra a su paso.

Fue entonces cuando vislumbraron a una turba de personas disfrazadas encabezadas por una mujer alta y esbelta. A medida que la penumbra se disipaba, Matt instintivamente se encogió.

—Debe de ser Eris —murmuró a Claire.

—¿Y entonces quien es ese? —preguntó señalando la calle opuesta.

Se refería al chico delgaducho y alto que parecía estar cosido por partes de cuerpos ajenos. Tenía unos brazos demasiados largos para su constitución y caminaba patizambo. A pesar de su altura, daba la sensación de que reptaba en vez de caminar. Sin dejar de señalarle con el dedo y muerta de miedo, Claire optó por esconderse tras su buen amigo Matt. La joven estaba temblando y cada vez le costaba más respirar, como si cualquier momento se fuera a poner a gritar.

Matt la conocía desde la guardería; si había algo de lo que estaba absolutamente seguro, era que Claire Aoki no era una chica asustadiza.

Miró a su alrededor fijándose en el comportamiento de la muchedumbre.

La gente, aterrorizada, huía de aquel grupito disfrazado. Era como si los persiguieran sus peores pesadillas.

—Debe de ser otro dios, como Eris —sospechó con voz temblorosa—. ¡Piensa Claire! Eris es la hermana de Ares y es la personificación del caos.

Trastoca a los humanos y los incita a causar estragos. Dime, ¿qué sentimos cuando miramos a ese tipo?

—¿Pánico? —resolló Claire, esforzándose por no hiperventilar—. ¡Pero creía que el dios Pan era mitad cabra y mitad humano!

—¡No, no! ¡No me refiero al maldito sátiro! Había otro —refunfuñó Matt, rebuscando en su memoria. El enrevesado y endogámico árbol familiar de los dioses se le apareció en forma de esquema en su cabeza—. Ares, el dios de la guerra, pasea con su hermana Eris, la diosa de la discordia, y, con ellos, el hijo de Ares, Terror. Ese niño tan rarito tiene que ser Terror.

—Matt —jadeó Claire utilizando ambos brazos para apuntar a las dos calles—. ¡Las dos bandas se van a enfrentar!

A Matt se le encogió el corazón. Eris y su sobrino guiaban a sus enloquecidas manadas por las calles adyacentes que se cruzaban en una gigantesca intersección en cuya esquina se alzaba la cafetería de Kate.

Con cada paso, los detestables dioses conducían a sus desamparados seguidores a un choque inevitable. Hasta Matt y Claire, que intentaban con todas sus fuerzas controlar sus reacciones, se notaban más nerviosos a medida que los dioses se acercaban. Al fin, como el tapón de una botella de champán al descorcharse, el grupo que seguía los pasos de Terror alcanzó al séquito de Eris, y se produjo una estampida descomunal. Entre el alboroto Matt distinguió la figura de Eris, determinándose de la risa acompañada de su sobrino, Terror, que se reía satisfecho.

La gente estaba asustada y se peleaba con los alborotadores disfrazados, golpeándose en un frenesí de miedo y destrucción. Matt y Claire solo podían hacer una cosa, salir de inmediato. Matt agarró a Claire de la mano y la arrastró hacia un coche que había aparcado, se agacharon y el joven utilizó su cuerpo como escudo para proteger a su amiga de los cristales rotos y del mobiliario urbano que volaba por los aires.

Los dos se abrazaron para controlar sus emociones y evitar unirse a la refriega. El aire apestaba a leche agria y plástico quemado; en ese momento, Matt se dio cuenta de que los nauseabundos aromas influían en las emociones de las personas; cuánto más intenso era el hedor, más crecía la rabia entre la muchedumbre.

El tenue resplandor de la farola que los alumbraba se fue apagando poco a poco, hasta que Matt y Claire se vieron envueltos por un paño mortuorio que oscureció toda la intersección. En cuestión de segundos, el chico descubrió que no veía más allá de medio metro de distancia.

—¿Qué estáis haciendo vosotros dos aquí? —gruñó una voz desde el interior de la penumbra.

«Es la voz de Lucas», acertó Matt.

—Vamos —ordenó Lucas. Alzó la mano entre la capa de sombras e hizo un gesto invitándolos a seguirle—. Os esconderé aquí hasta que pueda llevaros a un lugar seguro.

Matt y Claire vacilaron, pues les aterrorizaba acercarse a él. Se mostraron reacios a obedecer sus órdenes y, de repente, la penumbra se disolvió y se alejó de la figura de Lucas. Había algo amenazador en el sonido de la voz del joven y en el rastro de las tinieblas que dejaba a su paso. Su mirada azul se había ennegrecido y parecía muy pero muy furioso.

—¿Ah, Lucas? —preguntó Claire con cierta timidez, lo cual era muy poco característico de ella—. ¿Eres una especie de maestro de la sombra?

El chico bajó la mirada y asintió con ademán triste.

—¿Cuántos secretos más nos has ocultado? —dijo Matt, estupefacto ante la nueva noticia.

Lucas abrió la boca y miró varias veces a Matt y a Claire con expresión de disculpa pero antes de que pudiera articular palabra le interrumpieron.

Con una velocidad que Matt no logró apreciar, Jasón y Ariadna aparecieron mágicamente a su lado, haciendo una docena de preguntas al mismo tiempo. Lucas alzó las manos y procuró explicarles que recientemente había descubierto que poseía el talento de los maestros de sombras; en mitad de su discurso, le volvieron a interrumpir por segunda vez.

—¡Chicos! ¡Dónde está Helena! —gritó Kate, desesperada.

Todos se dieron media vuelta y vieron que la mujer avanzaba cojeando.

Llevaba la ropa rasgada y rota; el pelo, alborotado, y estaba manchada de pies a cabeza con mugre y harina, como si hubiera dado volteretas en el suelo durante la pelea.

Héctor apareció junto a ella, con Jerry entre los brazos. El padre de Helena estaba inconsciente y tenía una herida en la sien que no dejaba de sangrar.

De inmediato, Héctor abrió los ojos de par en par, sorprendido. Matt se giró para comprobar la reacción de Lucas, Ariadna y Jasón. Los tres tenían el vello de punta y estaban rígidos, en tensión. No tenía el oído tan agudo como ellos, pero, a juzgar por sus miradas, todos los vástagos estaban poseídos por las furias.

—¡Jasón, no! —gritó Claire abalanzándose sobre él para impedir que atacara a su hermano.

—¡Tengo a Ari! —chilló Matt tras abordarla.

Ariadna le bufó como un felino y le arañó el cuello y el pecho, pero al ver que Matt empezaba a sangrar, enseguida se detuvo. Haciendo caso omiso a las heridas, el chico tapó los ojos de Ariadna con la mano y la estrechó entre sus brazos mientras ella se sacudía con rabia. Miró hacia arriba y vio a Lucas, que ladeaba la cabeza como un león antes de cazar a su presa.

No quedaba nadie que pudiera contenerlo.

Capítulo 14

Helena abrió los ojos y vio la almohada congelada y vacía junto a ella, lo cual significaba que estaba de vuelta en su habitación. Asomó la cabeza por la ventana y, a pesar de estar oscuro, intuyó que acababa de atardecer, pues las estrellas no titilaban con toda su fuerza. Se tumbó boca abajo y reparó en que se había tumbado sobre algo irregular y cálido, algo que, sin duda, no era su colchón.

Se apoyó sobre los codos para comprobar de qué se trataba y advirtió el rostro durmiente de Orión. Se repitió varias veces que tenía que levantarse de allí, pero vaciló. El joven tenía el ceño fruncido mientras soñaba y, por alguna razón, a Helena le parecía adorable.

En el Submundo, Orión era hermoso, pero ahora que lo contemplaba en el mundo real, cambió de opinión: era hipnótico. Cada rasgo encajaba a la perfección con los demás, formando así un equilibrio armonioso, como si fuera una sinfonía visual. Recorrió con la mirada la curva de sus mejillas y el cuello hasta alcanzar el suave balanceo de su pecho. Como hijo de Afrodita, Helena sabía que la belleza irresistible era uno de sus dones vástagos, pero el hecho de saberlo no le hacía menos magnético. Seguía necesitando con urgencia un buen corte de pelo, pero, aun así, era un verdadero Adonis, el pináculo de la belleza masculina. Helena se dio cuenta de que, cuánto más tiempo pasaba observándole, más le costaba apartar la vista.

Incapaz de controlarse, le acarició los labios con un dedo curioso. Solo quería comprobar que eran tan suaves como lo recordaba, tan dulces como Morfeo los había imitado.

De pronto, el cuerpo de Orión se contrajo de forma espasmódica y el muchacho abrió los ojos. Sin detenerse a mirar dónde se encontraba, agarró a Helena y a punto estuvo de la lanzarla contra el suelo.

—¡Soy yo! —gritó Helena aferrándose a los hombros de Orión para impedir que la propulsara contra la pared.

El muchacho se incorporó en la cama y echó un vistazo a la habitación, un tanto absorto y desconcertado. Soltó a Helena y pasó la mano por encima de la fina capa de hielo que cubría la cama y el resto de la habitación.

Dibujó una divertida sonrisa en sus labios al frotar los cristales de hielo para fundirlos.

Helena intuyó que Orión empezaba a atar los cabos sueltos en su cabeza.

Enseguida hizo la conexión entre la gélida temperatura que reinaba en su habitación y el constante e insoportable frío de la cueva que actuaba como portal. La chica se maravilló al percatarse de cómo comprendía las expresiones de Orión. Le resultaba tan familiar que incluso creía que podía leerle la mente. Era como si le conociera de toda la vida. O incluso de antes, pensó tras sentir un pequeño escalofrío.

—¿Esta es tu habitación? —preguntó. Helena sonrió y asintió con la cabeza. Orión la miró con la frente arrugada y añadió—: Esto… ¿por qué utilizas sábanas para niños que mojan la cama?

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