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Authors: Clive Barker

Tags: #Fantástico, Terror

Sortilegio (47 page)

BOOK: Sortilegio
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—De todos modos, aquí estoy, y con buenas noticias.

—¿Qué noticias? —quiso saber Suzanna.

—Volvemos a casa. Y muy pronto.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo dice Capra.

—¿Capra? —
inquirió Jerichau. Aquello fue suficiente para hacer que se olvidase de la copa—. ¿Cómo puede ser?

—Lo dice el Profeta. Todo está ya planeado. Capra habla con él.

—¡Espera, espera! ¿Qué profeta?

—Dice que tenemos que hacer correr la voz —le explicó Nimrod con un entusiasmo sin límites—. Hallar a los que salieron del Tejido y decirles que la liberación se acerca. He estado en todas partes haciendo precisamente eso. Ha sido una pura casualidad que haya encontrado vuestro rastro. Qué suerte, ¿eh? Nadie sabía dónde estabais.

—Y así era como debían continuar las cosas —le interrumpió Suzanna—. Era yo quien tenía que establecer contacto cuando
a mí
me pareciera conveniente, cuando
yo
considerase que el rastro se había enfriado.

—Ya
se ha enfriado —le indicó Nimrod—. Está frío como la piedra. Seguro que vosotros también lo habréis notado, ¿no? —Suzanna permaneció en silencio—. Nuestros enemigos han abandonado la persecución —continuó Nimrod—. El Profeta lo sabe. El nos cuenta lo que dice Capra, y lo que Capra dice es que nuestra Supresión ha tocado a su fin.

—¿Quién es ese profeta? —preguntó Suzanna.

La excitada palabrería de Nimrod cesó de repente. Frunció el ceño al tiempo que la miraba fijamente.

—El Profeta es el Profeta —repuso. Por lo visto no hacían falta más explicaciones.

—¿Ni siquiera sabes cómo se llama? —dijo Suzanna.

—Vivía cerca del Torbellino —comenzó a explicarle Nimrod—. Eso es todo lo que yo sé. Era un ermitaño hasta que se tejió la alfombra. Y esa noche, el verano pasado, Capra lo llamó. Él abandonó el Tejido para empezar sus enseñanzas. La tiranía de los Cucos está a punto de terminar y...

—Eso lo creeré cuando lo vea —apuntó Suzanna.

—Lo verás —insistió Nimrod con ese inamovible fervor de los verdaderos conversos—. Esta vez la tierra se elevará con nosotros. Eso es lo que dice la gente. Los Cucos han hecho demasiado mal. Su Era ha terminado.

—A mí eso me suena a cumplimiento de deseo.

—Puedes dudar... —dijo Nimrod.

—Dudo.

—Pero yo he visto al Profeta. He escuchado sus palabras. Y estoy seguro de que proceden de Capra. —Los ojos le brillaban de júbilo evangélico—. Yo estaba en el arroyo cuando el Profeta me encontró. Hecho pedazos. Era presa de todas las maldades de los Cucos. Y entonces oí la voz del Profeta y me acerqué a él. Y miradme ahora.

Suzanna ya había discutido con fanáticos en otras ocasiones —su propio hermano había vuelto a nacer a los veintitrés años, fecha en que había entregado su vida a Cristo—, y sabía por experiencia que no había manera de contradecir la intolerancia que produce la fe. De hecho una parte de sí misma deseaba unirse al feliz enjambre de creyentes que Nimrod describía; ansiaba desembarazarse de la carga que era la alfombra y dejar que la Fuga empezase una nueva vida. Ya estaba cansada de no atreverse a mirar a la gente a los ojos, de aquel continuo errar. Cualquier placer que hubiera podido hallar en ser una marginada, en la posesión de un secreto maravilloso, se había avinagrado hacía ya tiempo. Ahora deseaba volver a meter los dedos en la arcilla, o sentarse a coquetear con los amigos. Pero por muy tentador que fuese, no podía aceptar aquella gazmoñería y quedarse callada. Todo aquello apestaba.

—¿Cómo sabes que no pretende hacernos daño a todos nosotros? —le preguntó a Nimrod.

—¿Daño? ¿Qué daño hay en ser libres? Tienes que devolver el Tejido, Suzanna. Yo se lo llevaré a él... —Le cogió una mano bruscamente mientras decía aquello, como si estuviera dispuesto a llevarlo a cabo en aquel momento. Suzanna apartó los dedos de aquella mano—. ¿Qué problema hay? —inquirió Nimrod.

—Yo no pienso abandonar la alfombra sólo porque tú hayas oído la Palabra —repuso la muchacha, furiosa.

—Tienes
que hacerlo —insistió Nimrod con tanta incredulidad como ira había en el tono de voz.

—¿Cuándo vuelve a hablar el profeta ese? —le preguntó Jerichau.

—Pasado mañana —repuso Nimrod sin dejar de mirar a Suzanna—. La persecución ha terminado —dijo dirigiéndose a ella—. Tienes que devolver la alfombra.

—Y si no lo hago, ¿va a venir él a quitármela? —preguntó la muchacha—. ¿Es eso lo que hay que sobrentender?

—Vosotros los Cucos... —Nimrod lanzó un suspiro—. Siempre estáis haciendo las cosas condenadamente difíciles. El Profeta ha venido a cumunicarnos la sabiduría de Capra. ¿Por qué no eres capaz de comprender eso? —Guardó silencio durante unos instantes. Cuando volvió a hablar consiguió modular en parte aquel tono estridente—. Yo respeto las dudas que tienes —le dijo a Suzanna—. Pero debes comprender que ahora la situación ha cambiado.

—Yo creo que lo que tenemos que hacer es ver al Profeta por nosotros mismos —dijo Jerichau. Le dirigió una mirada fugaz a Suzanna—. ¿No te parece?

La muchacha asintió.

—¡Sí! —Nimrod sonrió—. Sí, él os lo hará ver toda con claridad.

Suzanna anheló que aquella promesa se viera hecha realidad.

—Pasado mañana —dijo Nimrod—. Habrá un final para las persecuciones.

II. VIENDO LA LUZ
1

Aquella noche, cuando Nimrod se hubo ido y Jerichau estaba durmiendo la borrachera del champán, Suzanna hizo algo que nunca antes había hecho. Evocó al menstruum simplemente para buscar compañía. Le había mostrado muchas visiones en aquellas últimas semanas y la había salvado de Hobart y su malicia, pero la muchacha aún recelaba de aquel poder. Todavía no sabía con certeza si era ella quien lo controlaba a él o viceversa. Aquella noche, sin embargo, decidió que ésa era una manera de pensar propia de los Cucos, que siempre estaban haciendo separaciones: separando al que ve de lo que ve; y al melocotón del sabor que deja en la lengua.

Tales comportamientos sólo eran útiles como herramientas. Al llegar a cierto punto había que dejarlos atrás. Para bien o para mal, ella
era
el menstruum y el menstruum era ella. Ella y el menstruum, indivisibles.

Bañada en una luz plateada puso de nuevo los pensamientos en Mimi, que se había pasado toda la vida esperando; los años se le habían ido haciendo polvorientos mientras esperaba un milagro que tardó demasiado en llegar. Pensando en todo aquello, Suzanna empezó a llorar en silencio. Pero ese silencio no fue suficiente, pues despertó a Jerichau, Suzanna oyó unos pasos y luego varios golpecitos a la puerta del cuarto de baño.

—¿Señora? —la llamó Jerichau. Era un nombre que él sólo empleaba cuando había alguna disculpa flotando en el aire.

—Estoy bien —repuso ella.

Suzanna no había tenido la precaución de cerrar la puerta con llave, y él la abrió. Lo único que Jerichau llevaba puesto era la camiseta larga con la que acostumbraba dormir. Al ver que la muchacha se sentía tan desgraciada se le apagó la expresión del rostro.

—¿Por qué estás tan triste? —le preguntó.

—Todo ha salido mal —fueron las únicas palabras que Suzanna pudo encontrar para expresar la confusión en que se hallaba inmersa.

La mirada de Jerichau ya se había fijado en los sedimientos del menstruum, que se movían por el suelo entre ellos y cuya brillantez parpadeaba al mismo tiempo que abandonaban la inmediata vecindad de la muchacha. Jerichau se mantenía a una respetuosa distancia.

—Yo iré al lugar de reunión con Nimrod —le dijo—. Tú quédate aquí con el Tejido, ¿de acuerdo?

—¿Y si nos lo piden?

—Entonces tendremos que tomar una decisión —le indicó Jerichau—. Pero primero veremos a ese Profeta. Es posible que se trate de un charlatán. —Hizo una pausa sin mirar a la muchacha, sino al espacio vacío que había en el suelo entre ellos—. Muchos de nosotros lo somos —dijo al cabo de un momento—. Yo, por ejemplo.

Suzanna se quedó mirándolo mientras Jerichau se entretenía en el quicio de la puerta. No era el agonizante brillo del menstruum lo que lo mantenía a distancia, la muchacha lo comprendió ahora. Pronunció el nombre de él en voz muy baja.

—Tú no —le dijo.

—Oh, sí —repuso Jerichau. Hubo un doloroso silencio, al cabo del cual dijo—: Perdóname, señora.

—No hay nada que perdonar.

—Te he fallado —continuó Jerichau—. Quería ser mucho para ti, y mira cómo he fallado.

Suzanna se puso en pie y se acercó a Jerichau. La pena de éste era tan grande que su peso le impedía levantar la cabeza. La muchacha le cogió una mano y se la apretó con fuerza.

—Yo no hubiera podido sobrevivir estos meses sin ti —le confió—. Has sido mi amigo más querido.

—Amigo —dijo él con una vocecita—. Yo nunca quise ser tu
amigo
.

La muchacha notó que la mano de Jerichau temblaba en la suya, y aquella sensación le evocó el recuerdo de la aventura que habían corrido juntos en la calle Lord, cuando ella lo condujo de la mano entre la multitud y compartió sus visiones y sus terrores. Desde entonces también habían compartido la cama, y ello había resultado placentero, pero poca cosa más. Suzanna había estado demasiado obsesionada con aquellas bestias que tenía pisándole los talones para detenerse a pensar en mucho más; había estado a la vez demasiado cerca y demasiado lejos de Jerichau para darse cuenta de cómo éste estaba sufriendo. Ahora lo veía y ello la asustó.

—Te amo, señora —murmuró él tragándose las palabras casi antes de pronunciarlas. Luego liberó la mano que Suzanna mantenía entre las suyas y se apartó. La muchacha fue tras él. La habitación estaba oscura, pero había la suficiente iluminación como para grabar la ansiosa expresión de Jerichau de sus miembros inquietos.

—No lo comprendí —dijo Suzanna al tiempo que extendía una mano para acariciarle la cara.

Desde la primera noche en que lo conociera, Suzanna no había vuelto a pensar en Jerichau como un ser no humano; el ansia que éste sentía por empaparse de las trivialidades del Reino había logrado oscurecer aún más aquel hecho. Pero ahora lo recordó. Vio ante ella otras especies y otra historia. Y aquella sensación hizo que le latiera el corazón con fuerza. Jerichau advirtió —o vio— la excitación de la muchacha, y todos los anteriores titubeos se evaporaron. Dio medio paso hacia ella, hasta que estuvo lo bastante cerca como para recorrerle los labios con la lengua. Suzanna abrió la boca para saborear el beso, y abrazó a Jerichau al mismo tiempo. Y el misterio, a su vez, la abrazó a ella.

Las veces que se habían apareado anteriormente habían resultado bastante reconfortantes, pero no extraordinarias. Ahora —como si el hecho de que él le hubiese declarado su amor lo hubiera liberado— Jerichau tomó la iniciativa, y desnudó a la muchacha casi como en un ritual, besándola una y otra vez y susurrándole entre los besos palabras en un idioma que debía de haber sabido que Suzanna no podía entender, pero que Jerichau hablaba con una voz que mostraba infinita destreza, de modo que, aun sin comprender, ella le entendió. Era su amor lo que él le expresaba; eróticas rimas y promesas; palabras que tenían la misma forma que el deseo.

Su falo, una palabra; su semen, una palabra; la vagina de Suzanna, en la que él derramó sus poemas, una docena de palabras o más.

Suzanna cerró los ojos y sintió que aquel recital la consumía. Respondió, a su manera, con suspiros y tonterías que encontraron un lugar en la morada de magia de Jerichau. Cuando la muchacha volvió a abrir los ojos se encontró con que el intercambio entre ellos había llegado a prender el mismo aire a su alrededor, y que sus palabras —y los sentimientos que expresaban— escribían un léxico de luz que halagaba la desnudez de ambos.

Fue como si de pronto la habitación se hubiera llenado de faroles hechos de humo y papel. Se elevaban al calor del cuerpo de sus creadores, haciendo con aquella luz que cada rincón de la habitación cobrara vida. Suzanna vio los fuertemente rizados cabellos que él había derramado sobre la almohada, y que describían un alfabeto propio; vio el sencillo tejido de la sábana ensalzado; vio por todas partes un sutil intercambio de unas formas con otras; la convergencia de las paredes con el espacio que contenían; la pasión de las cortinas por la ventana; la de la silla por el abrigo que yacía sobre ella y por los zapatos que había debajo.

Pero sobre todo lo vio a él, y era una maravilla.

Captó las diminutas fluctuaciones de los iris de Jerichau cuando la mirada de éste se trasladó desde la oscuridad del cabello de Suzanna a la almohada sobre la que se hallaba esparcido; vio el pulso del corazón de él en la ondulación de sus labios y en su garganta. La piel del pecho presentaba una tersura que casi resultaba misteriosa, pero que sin embargo era profundamente musculosa; Jerichau tenía unos brazos nervudos que no consentían en dejarla ni un momento, sino que la abrazaban tan fuerte como la muchacha lo abrazaba a él. No había ninguna señal de machismo en aquella posesividad, sólo una urgencia que Suzanna igualaba con creces.

Fuera la oscuridad cubría el hemisferio, pero ellos dos brillaban.

Aunque a Jerichau ya no le quedaba aliento para palabras, la ternura de ambos alimentaba las luces que los acunaban, de modo que éstas no palidecían, sino que hacían eco a los amantes, casando color con color, luz con luz, hasta que la habitación se puso a resplandecer.

Se amaron, durmieron y volvieron a amarse, y las palabras montaron guardia en torno a ellos, suavizando el espectáculo hasta convertirlo en un tranquilo parpadeo cuando el sueño vino por segunda vez.

Cuando Suzanna se despertó a la mañana siguiente y abrió las cortinas para dar paso a otro ansioso día, recordó la noche anterior como una visión de espíritu puro.

2

—Estaba empezando a olvidar, señora —le dio Jerichau aquel día—. Pero tú conservabas muy claro en la mente lo que estabas haciendo. En cambio yo lo estaba dejando escapar. El Reino es muy fuerte. Puede apoderarse de la mente de uno.

—Tú no habías olvidado —le corrigió Suzanna. Él le acarició la cara y le recorrió el borde de una oreja con la punta del dedo—. Tú no.

Luego Jerichau dijo:

—Ojalá pudieras venir conmigo a ver al Profeta.

—Ojalá, pero no es prudente.

—Ya lo sé.

—Estaré aquí, Jerichau.

—Eso me hará darme prisa.

III. CARISMA

Nimrod estaba esperándolo en el lugar que dos días antes habían acordado para la cita. A Jerichau le dio la impresión de que el fervor de Nimrod había aumentado en aquellos dos días de intervalo.

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