Tiberio, historia de un resentimiento (16 page)

Read Tiberio, historia de un resentimiento Online

Authors: Gregorio Marañón

Tags: #Biografía, Historia

BOOK: Tiberio, historia de un resentimiento
12.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

Para los antiguos como para los modernos, cuando no son capaces de generosidad. Para los resentidos que viven obsesionados por la venganza, no para el hombre generoso, especie, por fortuna, de todas las épocas. Entonces y siempre hubo seres humanos abiertos a la clemencia e inaccesibles al rencor y a la «vendetta». Lo seguro es que Tiberio no fue uno de ellos.

CAPÍTULO XI - EL DRAMA DE SEJANO
Vida y ambición de Sejano

Hemos aludido constantemente a Sejano y ahora vamos a hilvanar su historia para no dejarla dispersa en fragmentos. Además, porque en el calvario de las desilusiones de Tiberio, Sejano representa, al decir de los historiadores, la de la amistad. Su estudio nos permitirá, asimismo, terminar la crónica de la lucha entre claudios y julios.

Sejano ha pasado a la Historia como un monstruo de maldad. Los partidarios de Tiberio acentúan la perfidia de su ministro para exculpar al príncipe y trasladar a aquél la responsabilidad de sus últimas crueldades. Y los enemigos la acentúan también para que, a través del ministro infame, se juzgue de la infamia del César. De este modo, hostigada por unos y por otros, la memoria del valido se desliza por el escenario de la Roma antigua cubierta de perfidia y deshonor.

Tenemos una descripción apologética de Sejano en Veleio
[44]
que le conoció personalmente.

«Hombre de una gravedad serena, de una alegría que recuerda a la de nuestros abuelos; es activo sin parecerlo, no reclama nada para sí y por lo mismo todo lo obtiene; se cree siempre indigno de la estima que los demás le acuerdan; su rostro es tranquilo como su vida; su espíritu vigila siempre». Frente a este juicio, Tácito nos dice: «su alma era audaz; hábil para disimular y para confundir a los demás; trepador y orgulloso a la vez, ocultaba bajo las apariencias de la modestia una sed desenfrenada de grandezas; para llegar a donde quería, afectaba, a veces, la generosidad y el fasto; otras, la vigilancia y la actividad». Es difícil encontrar la verdad justa detrás de esos dos retratos contradictorios, trazados, uno con el pincel de la adulación, y el otro con el del desprecio.

Era Sejano, o Aelio Sejano, porque fue adoptado por la familia Aelia, hijo de Seio Estrabon, simple caballero de origen toscano que, bajo Augusto, llegó a ser por sus méritos gobernador de Egipto y comandante de las cohortes pretorianas; puestos los dos de confianza suma. Hizo un buen matrimonio con una mujer de la familia de los junios. Su hijo, Sejano, decidido a tomar buenas posiciones en la vida desde su principio, casó joven con Apicata, hija del rico Apicio, sin que al parecer le trastornase el amor: a esto se refiere Tácito cuando nos dice que se prostituyó por el dinero de Apicio
[45]
.

En el año 1 a.C. le vemos formar parte del séquito de Caio César en el solemne viaje de éste al Oriente, lo cual indica que Augusto, que con tanto empeño había preparado esta expedición, trasmitía ya al hijo la confianza que tenía en su padre. El hábil Sejano, no obstante, jugaba ya su carta al sol naciente, al futuro emperador, que según sus cálculos era Tiberio, a pesar de que estaba entonces en desgracia y retirado en Rodas. Este juego a la carta futura, a la que no todos creen la buena, contra la cierta y presente, es típico de los grandes ambiciosos; en un libro reciente me he ocupado de la cuestión. Caio llevaba como gran mentor a Marco Lolio, enemigo de Tiberio, que atizaba la enemistad entre los dos príncipes: el que parecía ascender, Caio, y el que parecía declinar, Tiberio. Sejano contrarrestaba a favor de Tiberio la mala influencia de Marco Lolio. Sejano fue más eficaz, y a poco, Lolio caía en desgracia. Aquí puede suponerse que nació la amistad, que había de hacerse histórica, entre Tiberio y Sejano.

En el mismo año 14 d.C. en que muere Augusto y le sucede Tiberio, vemos a Sejano de lugarteniente de su padre y en seguida de sucesor suyo al frente de las cohortes pretorianas. Éstas, que estaban dispersas en varios cuarteles de Roma y de fuera de la ciudad, fueron reunidas en un único campamento. De este modo, Tiberio se apresuró a preparar su defensa personal apoyándose en las cohortes unidas y disciplinadas, bajo el mando de un hombre enteramente suyo: es un rasgo típico de su psicología llena de suspicacias y precauciones. Otra prueba de la confianza del nuevo César en Sejano es que cuando este mismo año se sublevaron las legiones en la Pannonia, y Druso II, el hijo del propio Tiberio, fue enviado a sofocarlas, iba a su lado como consejero Sejano, ya entonces «todopoderoso cerca del emperador». Y, a la vez, actuaba en contra de Germánico, que por aquellos días luchaba contra las otras legiones, también sublevadas, en Germania. Sabemos que era él el que, sutilmente, atizaba en Tiberio el resentimiento que le causaron las adhesiones fervorosas de los soldados a Germánico y las intromisiones varoniles de Agripina I.

La fortuna del ministro a partir de entonces fue extraordinaria. Es evidente que el jefe pretoriano tenía en su mente, como supremo modelo, el ejemplo aun no remoto de Agripa: simple caballero como él, que terminó siendo colega de Augusto, esposo de su hija y presunto heredero del sumo poder. Sejano alcanzó, como Agripa, que su imagen figurase al lado de la de Tiberio, en los sitios de honor de la ciudad, en las insignias de las legiones
[46]
y hasta en las monedas, como en algunas de las encontradas en nuestra hispánica Bilbilis; que fuera designado cónsul, como colega del propio César, para el año 31 d.C. (el mismo en que había de morir) y, por último, que Tiberio le prometiera su ingreso en la familia imperial mediante el matrimonio «con alguna de las princesas» de su casa
[47]
.

La reproducción exacta de la fortuna de Agripa parecía, por lo tanto, lograda por el audaz ministro. Su error consistió en olvidar que él no era Agripa y que Tiberio no era Augusto. Augusto poseyó la virtud de la generosidad, que es la contraria a la pasión del resentimiento, que atenazaba a Tiberio.

Agripa fue un gran hombre de Estado y un gran general, del que pudo decir Horacio que sus hazañas necesitaban, para ser cantadas, otro Homero; para él, lo importante era la actividad eficaz, y sólo, como añadidura del goce de la acción, le importaba el triunfo; mientras que Sejano era un hombre de cualidades superficiales; hipnotizado por el triunfo y, atento a la meta, no sabía dónde apoyaba el pie para avanzar. Como casi todos los hombres que conocen bien a las mujeres, conocía mal a los hombres; ignoraba, por ejemplo, las reacciones de violencia de que son capaces las almas de los tímidos. Esta ignorancia le perdió. Creyó que dominando a Tiberio lo tenía todo en su mano; y, acaso, perdida ya la cabeza, pensó en llevar su ambición hasta más allá del crimen, frontera a la que el recto Agripa no se hubiera acercado jamás.

Intrigas de Sejano

Por eso le vemos complicado en oscuras y múltiples intrigas al final del reinado de Tiberio; sobre todo después que, muerto el hijo de éste, Druso II, se planteó agudamente el problema de la sucesión. Sabemos ya que el César había adoptado a su nieto Tiberio Gemelo, asociándole a los dos hijos mayores de Germánico: Nerón I y Druso III; y que, al principio, mantuvo esta juiciosa unión.

Pero a poco, su sensatez de gobernante empezaba a ser superada por su resentimiento. Un año más tarde (24 d.C.) enviaba, en efecto, una dura reprimenda a los cónsules y pontífices porque éstos, sin duda por halagar al César, habían encomendado a los dioses a estos mismos príncipes. Su cambio de actitud se debió, como sabemos también, a que Nerón, al lado de su madre, empezaba a ser popular y a tener en torno suyo un partido, como su padre y su abuelo. La impulsividad de Agripina animaba a esta popularidad y a la vez atizaba la reacción agresiva del emperador. Pero era, seguramente, Sejano el que encarecía a Tiberio los peligros del partido de los últimos julios, excitándole a proceder contra él y especialmente contra sus cabecillas.

Que Sejano jugó este papel, está fuera de toda duda. Tácito nos cuenta que era él «el que animaba la cólera imperial»; el que le hacía ver «a la República devorada por una guerra civil y el nombre del partido de Agripina pronunciado por hombres envanecidos de pertenecer a él». Entonces fue cuando Livila, que quería la supremacía de su hijo Tiberio Gemelo sobre la de los otros herederos, Nerón y Druso, buscó un apoyo en Sejano con el que intentó casarse, proyecto que caía como la lluvia en el terreno sediento de la ambición del ministro. Para contrarrestar esta alianza, sabemos también que Agripina intentó, a su vez, casarse con Asinio Gallo. Y conocemos la negativa o el aplazamiento prudente y solapado que Tiberio dio a ambos proyectos matrimoniales, porque comprendía que el realizarlos equivaldría, no a dar maridos a dos viudas más o menos inconsoladas, sino el dar dos jefes efectivos y oficiales a la guerra de las dos castas.

A pesar de esta evasiva de Tiberio para el matrimonio, la influencia de Sejano era casi absoluta sobre el decadente César. Se contentó con la esperanza, para más adelante, de la boda; y —como hacen los hombres hábiles— lejos de enojarse, redobló su asiduidad y sus servicios al viejo Tiberio, resentido y asqueado de cuanto le rodeaba, hasta conseguir que se retirase, dejando sus responsabilidades de príncipe a la merced de su secuestrador. Éste aprovechó bien su situación, y, al fin, la balanza de la arbitrariedad imperial se inclinaba en contra de Agripina y de sus hijos.

Procesos de Silio y de Sabino

La ofensiva no empezó descaradamente contra éstos, sino contra dos hombres representativos de su partido: G. Silio, gran militar, que había alcanzado siete años antes los honores del triunfo en Germania; muy amigo de Germánico y casado con Sosia Galla, que gozaba de la intimidad de Agripina; y Tito Sabino, caballero dignísimo que supo tener esa virtud, tan rara y tan noble, de acompañar en la desgracia a los que le tuvieron cerca en la fortuna. Silio se suicidó para no ser ejecutado (24 d.C.) El proceso contra Sabino, planeado a la vez que el de Silio, no se verificó hasta cuatro años después (28 d.C.) Condenado a perder la vida, murió valerosamente, gritando a voces su inocencia y la maldad de sus verdugos, que tuvieron que sofocar sus palabras justicieras, amordazándole con su propia túnica: inútil recurso, porque aun las estamos oyendo.

La muerte de Sabino impresionó tanto al pueblo, que pronto se creó sobre el suceso esta leyenda: el perro de la víctima no quiso abandonar el cadáver; mientras éste estuvo expuesto en las Gemonías, el fiel can le llevaba alimentos en la boca y los dejaba junto a la boca del muerto; y cuando el cadáver fue arrojado al Tíber, el animal se lanzó al agua y sostuvo el cuerpo a flote, ante la admiración del pueblo, que se agolpaba en las orillas
[48]
El perro simboliza aquí claramente la virtud y la fidelidad frente a la infamia del poderoso.

Ambos procesos fueron modelo de maldad y de hipocresía. Sobre todo es repugnante el de Sabino; lo recordaremos porque parece historia de todos los tiempos. Cuatro antiguos pretores, que aspiraban al consulado, idearon, para hacer méritos ante Sejano, ofrecerle la cabeza de Sabino; se llamaban —debe repetirse el nombre de los malvados— Latino Laciano, Forcio Cato, Petelio Rufo y M. Opsio. Laciano se fingió amigo y confidente del infeliz Sabino y excitó con sus mentidas críticas a Sejano y a Tiberio, la natural aversión que el amigo de Germánico sentía hacia el César y hacia su ministro. A pocas conversaciones más, Sabino confiaba al traidor Laciano todos sus pensamientos. El día convenido para su pérdida, llevó Laciano a la víctima a su casa y provocó de nuevo la conversación, con tal arte, que Sabino explayó con palabras más duras que nunca, su dolor por la muerte de Germánico y su indignación contra Tiberio y el favorito. Ignoraba que a través de agujeros artificiosamente preparados, le escuchaban los otros tres cómplices, escondidos en un desván; y que, a las pocas horas, el testimonio detallado de su discurso estaba en poder del César. El efecto que esta infamia causó en la ciudad fue inmenso. «Jamás —dice Tácito— jamás la consternación y el miedo reinaron como entonces en Roma.» Ya nadie dudó de la suerte que esperaba a Agripina y a sus hijos y secuaces.

En el capítulo anterior hemos dicho que probablemente Agripina y los suyos fueron defendidos de esta amenaza por Livia. Pero ahora debemos añadir que otra mujer velaba también por ellos o, por lo menos, por el menor de los hijos de Germánico, por Calígula; esta mujer era Antonia, viuda impecable de Druso I, de la que hablaremos por lo largo más adelante.

Persecución contra Calígula e intervención de Antonia

Antonia no quiso o no pudo evitar la condena de Agripina, que era la víctima más amenazada por su larga historia de imprudencias y apetitos desordenados de venganza y de poder. Con ella cayó Nerón, su hijo predilecto, que estaba envuelto en su misma popularidad; y Druso III, unos años después.

La habilidad de Antonia se concentró desde entonces en la defensa del hijo más pequeño, Calígula, el único superviviente.

La mayoría de los historiadores han puesto de relieve la persecución de Sejano contra Agripina y sus dos hijos mayores, pero apenas hacen alusión a la persecución contra Calígula, que, sin embargo, es incuestionable; y de gran importancia para nuestra historia. En efecto, sabemos que apenas desterrada su madre (29 d.C.) Calígula fue recogido por su bisabuela Livia, y que al morir ésta, poco después, pasó a la casa de su abuela Antonia. Tenía entonces 17 años. Con Antonia vivió, en Roma, hasta dos años después, el 31 d.C. en que Tiberio les hizo ir a los dos a Capri, seguramente muy poco antes de la caída de Sejano
[49]
.

Todo esto, que indica la voluntad de las dos mujeres, Livia y Antonia, de salvar a Calígula, nos lo refiere con certeza Suetonio. Es indudable que tales cuidados se debían a que Sejano meditaba también la eliminación de Calígula: era el último julio y debía perecer como los demás. En la serie de procesos que siguieron a la ejecución del favorito, figura uno contra Sexto Paconiano, antiguo pretor, acusado de ser el instrumento de Sejano para preparar la desgracia de Calígula. En los cargos que se hicieron a otros acusados figuran también ataques que dirigían a este príncipe: tal ocurrió en los procesos contra Mesalino Cota y contra Sexto Vestilo; ambos, amigos de Sejano, fueron acusados de haber calumniado a Calígula, motejándole por sus costumbres corrompidas, probablemente homosexualidad e incesto. Es, pues, seguro que desde las alturas se urdía la pérdida de Calígula y no sólo la de sus hermanos.

Other books

The Dragon and the George by Gordon R. Dickson
The Alpha's Domination by Sam Crescent
Guilt by Elle, Leen
Greenshift by Heidi Ruby Miller