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Authors: José Luis Corral Lafuente

Tags: #Novela histórica

La Prisionera de Roma (58 page)

BOOK: La Prisionera de Roma
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—¿Lo has conseguido? —le preguntó Zabdas.

—Sí, pero los persas no han precisado cuál será el tipo de ayuda militar que nos prestarán si Aureliano viene a por nosotros, que vendrá.

—Estoy seguro de que intentará someternos, pero lo estaremos esperando, y con la alianza con Persia tal vez lo piense dos veces antes de atacarnos. Dices que los persas no han querido concretar la ayuda tal cual les planteaste…

—Esa gente está loca de remate. Sapor es un anciano al que apenas le interesan los asuntos del mundo. El verdadero muñidor de la política de ese reino es Kartir, un tipo listo y agudo como pocos. Controla todos los resortes del Imperio y nombra y depone a los sátrapas y gobernadores de sus provincias. Se ha rodeado de un imponente cuerpo de guardia seleccionado de entre los mejores catafractas y predica que la religión que enseñó el profeta Zaratustra es la verdadera y única.

Me parece que el hijo de Sapor, un débil y enclenque tipo llamado Ormazd, será un juguete en sus manos cuando el heredero ocupe el trono.

—No te fías de Kartir.

—No le daría la espalda ni un solo instante. Es un iluminado que sólo atiende a sus deseos de gloria. Ha borrado todas las inscripciones de la dinastía de los partos, la anterior a los sasánidas, y ha derruido templos y asesinado a sacerdotes de otros cultos. Creo que sólo nos ayudará si con ello obtiene algún beneficio.

—¿No existe alternativa a ese sacerdote?

—Persia es una gigantesca jaula de locos. Sus calles están llenas de orates que predican los más alucinados discursos; sus desiertos acogen a eremitas que buscan la soledad rezando a un dios del que no conocen ni el nombre; sus montañas están pobladas por tribus tan primitivas que adoran al fuego y le sacrifican jóvenes doncellas; sus soldados se creen teólogos y hablan de religión como los fruteros de la calidad de los dátiles; sus sacerdotes conforman una casta de chupasangres…

—En eso no difieren demasiado de los nuestros —rió Zabdas—. Vamos, general, me recuerdas a uno de esos cristianos que abogan por la pobreza y la igualdad de todos los hombres. .. ¿No te habrás bautizado?

—No, no me he convertido en cristiano. Sólo pretendía explicarte lo complicada que es Persia, un país lleno de magos, adivinos, hechiceros y astrólogos.

—Pues tal como están las cosas, no tendremos más remedio que recabar su ayuda. Aureliano es tenaz y rocoso. Ha logrado rehacerse tras la derrota que sufrió en los primeros meses de su reinado a manos de los bárbaros y ha conseguido que el Senado le otorgue el título de cónsul, pues sabe que para mantener su poder debía resistir en el centro del Imperio y consolidar su dominio en la propia Roma.

—Pero la Galia sigue en manos de los usurpadores y Oriente obedece a Zenobia. Nada más ocupar el trono, para ganar tiempo Aureliano recurrió al soborno y entregó generosos donativos a varios caudillos bárbaros que se comprometieron a no cruzar el Danubio; hizo lo que la mayoría de los últimos emperadores. Pero una vez asentado ha decidido plantar cara a los invasores y hacerles frente con las armas. Es un profundo creyente en la deidad del Sol encarnada en Mitra; cuando lo nombraron general de caballería, yo mismo fui testigo de cómo juraba ante su dios que defendería el Imperio con la espada y que no permitiría que volvieran a producirse las afrentas que habían sufrido en el pasado. Ahora que es emperador, lo imagino decidido a emplear toda su fuerza y toda su determinación en ello.

—Durante tu estancia en Persia han llegado varios mensajeros a Palmira para traer las nuevas de Roma. La reina está al corriente y nos espera para tomar una decisión en cuanto la informes de lo pactado con Sapor; confío en que no la decepcione demasiado. Miami ha pasado varios meses recorriendo el Danubio con dos de sus barcos vendiendo un cargamento de pimienta, cardamomo y canela, además de algunos perfumes y afeites, en las poblaciones y campamentos romanos ubicados a lo largo del curso de ese río. También transporta medicamentos, pócimas, ungüentos y remedios para curar heridas y calmar enfermedades, de manera que todos se benefician con su actividad y a todos interesa que siga con sus empresas. Se dedica a este negocio desde hace varios años, pero sobre todo es nuestro principal informador sobre cuanto ocurre en esa zona. Su misión es arriesgada, pero le reporta cuantiosos beneficios. Sus barcos parten cargados de mercancías desde el puerto de Tiro, en la costa de Fenicia, surcan las orillas del Mediterráneo oriental y del Egeo, atraviesan los estrechos de Dardanelos y Bósforo y navegan por el Ponto hasta la desembocadura del Danubio, que remontan a base de velas y de remos.

—Es una travesía peligrosa. Esas costas están infestadas de piratas y a veces las surcan navíos cargados de soldados de tribus bárbaras en busca de botín.

—Miami se las ha ingeniado para salir airoso de las más comprometidas situaciones. En sus barcos, además de sacos de especias y cajas con frascos de perfumes y rollos de seda, embarcan varias decenas de mercenarios armados hasta los dientes, entre ellos los mejores arqueros persas y palmirenos, que disparan sus flechas con una precisión asombrosa.

»Dispone, además, de una especie de arma secreta con la que ahuyenta a los barcos que se le acercan levantando alguna sospecha. Se trata de un tubo de metal por el que mediante un mecanismo parecido al de las catapultas se lanzan unas vasijas de cerámica rellenas de un material inflamable elaborado con betún, azufre y salitre, que se mezcla con un producto llamado nafta que brota del suelo en una región del norte de Mesopotamia, poco antes del curso medio del río Tigris. Dichas vasijas llenas de nafta incendian las velas o las cubiertas de los barcos cuando se rompen y derraman su contenido, y provocan un incendio pavoroso que no es posible sofocar de ninguna manera, pues si se arroja agua sobre ese fuego, lejos de apagarlo, lo aviva todavía más. El lanzamiento se produce con una precisión extraordinaria, de modo que, a una distancia inferior a un quinto de milla, el impacto sobre el objetivo es seguro.

»Los barcos de Miami enarbolan sobre su mástil mayor un emblema bien conocido en todo el Mediterráneo oriental: una palmera verde dibujada sobre una banderola blanca. Cuantos lo conocen lo respetan, pues saben que es el único capaz de llevar al centro mismo de la más feroz de las batallas un saquillo de cardamomo picante de la India o un frasco de perfume de esencia de rosas de Samarcanda y vendérselo en pleno combate a los dos enemigos en lucha para regresar de inmediato airoso a por más productos, siempre que haya por ello una pieza de oro a ganar, por supuesto.

En cuanto llegaron al palacio real de Palmira, la reina, que esperaba ansiosa sus noticias, recibió a los dos generales; también a Miami y a los consejeros Longino y Nicómaco.

—Te doy la bienvenida a Palmira, Giorgios.

—Gracias, mi señora.

El general agachó la cabeza; la mirada de Zenobia era distante, como si nada hubiera ocurrido entre ellos. El corazón del ateniense se compungió pues esperaba una acogida murilo más cálida de su amante.

—Todos los dioses del mundo o todos los demonios, o ambos grupos a la vez, deben de estar de tu parte, Miami —le dijo Zenobia al espía mientras lo invitaba a levantarse del suelo, en donde había permanecido tumbado boca abajo desde que ella apareció. Los consejeros reales se habían quedado en pie, pues era un privilegio que tenían en las audiencias privadas—. Serías capaz de bajar al mismísimo Averno, venderles tizones ardientes a los condenados y regresar cargado de oro.

—Cuestión de suerte, mi señora.

—Espero ansiosa tus noticias.

—Roma tiene al frente a un emperador decidido a restablecer su grandeza.

—Otros lo han intentado antes y han fracasado.

—Este es diferente, mi reina. Aureliano está absolutamente convencido de que la razón y la justicia están de parte de Roma. Considera que la divinidad eligió a esa ciudad para ser la dueña y señora de todo el mundo y que nada podrá cambiar ese designio. Todo lo que no es romano lo considera bárbaro, y por tanto inferior y despreciable. Se cree investido con derecho para someter y humillar a todos los pueblos de la Tierra.

—No obstante, la situación para Roma sigue siendo difícil.

—Sí, pero Aureliano, una vez derrotados los bárbaros, se siente capaz de superar todos los problemas que se le presenten por muy complejos que parezcan. Tras poco más de medio año de reinado ha logrado lo que parecía imposible: asentar la seguridad en las fronteras del Danubio y convencer a los siempre recelosos senadores de que está haciendo lo correcto y lo más apropiado para el Imperio.

—¿Y crees que lo va a conseguir?

—Ya lo ha logrado, mi señora. En su primera batalla como emperador fue derrotado por una banda de yutungos coaligados con un grupo de marcomanos, dos tribus de harapientos germanos cuyo olor apesta a una docena de millas de distancia. Pero aprendió la lección: para demostrar su auténtico espíritu romano y su fidelidad a las tradiciones del Estado realizó una consulta a los
Libros sibilinos
, unos extraños textos que se conservan en el Senado y que contienen escrito, al parecer, el futuro del mundo, aunque es preciso saber interpretarlos. Hacía tiempo que no se consultaban porque nadie lo consideraba necesario, pero Aureliano lo hizo y con ello se ganó la fidelidad de los sacerdotes y de buena parte del pueblo romano, siempre propicio a creer en supersticiones; éstos han visto a su emperador como al único hombre capaz de salvar las creencias tradicionales y genuinas de la Roma eterna, y al elegido por los dioses para devolver al Imperio su antiguo prestigio y su poder. Algunos ya lo comparan con Trajano y con el mismísimo Octavio Augusto.

»En Roma se produjeron algunos altercados tras aquella primera derrota, pero Aureliano se dirigió a la ciudad, ejecutó a los cabecillas de la revuelta y a los senadores que se oponían a su política, realizó cuantiosas ofrendas a los dioses, se ganó al Senado apoyándose en su suegro, Ulpio Critinio, descendiente del gran Trajano, calmó a la inquieta plebe con promesas y regalos, garantizó su seguridad al dar la orden de construir una muralla que protegiera a Roma, reorganizó el ejército y persiguió y aplastó a los bárbaros que lo habían derrotado, liquidando a todos sus efectivos con una crueldad tal que otras tribus germanas quedaron amedrentadas por lo que luego supieron.

»Sobornó a arúspices y sacerdotes para que hicieran correr la noticia de que los dioses estaban con él y le habían ayudado en la batalla, luchando a su lado y regalándole notables prodigios. Y se presentó ante el pueblo romano como el emperador capaz de ser vigoroso y despiadado con los enemigos de Roma, sumiso y devoto con sus dioses y sus tradiciones, y, a la vez, generoso con el pueblo.

»Inmediatamente después de su victoria se dirigió a la frontera del Danubio y atacó a los suevos, a los sármatas y a los fieros alamanes y vándalos.

—Un hombre con mucha determinación —intervino Zabdas.

—De ese mismo modo actuaba cuando sólo era el comandante de un regimiento de caballería en la IV Legión —terció Giorgios.

—Sigue, Miami —le indicó Zenobia.

—Lo que ha sucedido a continuación, y en lo que sigue metido de lleno Aureliano, es terrible. Decenas de miles de bárbaros han sido masacrados en los campos de batalla, varios senadores críticos con sus decisiones han sido ejecutados sin juicio alguno y los opositores al emperador están siendo buscados por todas partes y asesinados sin piedad. El Senado, amedrentado por su determinación, le ha concedido el título de gótico máximo, en honor a sus victorias ante los godos y otras tribus.

»Antes de regresar a Palmira pasé un par de días en Singidunum, una importante ciudad romana a orillas del río Danubio, y pude comprobar con mis propios ojos los cruentos resultados de la campaña contra los bárbaros: centenares de esclavos encadenados se apiñaban en los muelles del puerto fluvial para ser transportados a los mercados de Grecia, África e Italia. Sólo había mujeres y niños pequeños. Cuando pregunté dónde estaban los ancianos, los hombres maduros y los varones jóvenes, un decurión sonrió avieso y me dijo que Aureliano los había ejecutado en el campo de batalla.

»Allí mismo también me enteré de que había firmado un tratado con las tribus germanas que habían sobrevivido a su ira por el cual éstas se comprometían a no atravesar el curso del Danubio; además, se vieron obligadas a devolver la provincia de la Dacia, la única al norte del Danubio, a la soberanía romana, aunque creo que los romanos no la ocuparán, pues no se sienten seguros en esa región.

—Mi señora —intervino Giorgios—, en el tiempo en que serví a las órdenes de Aureliano, sus soldados lo llamaban «Mano a la espada» por su habilidad en el combate, y le dedicaban canciones…

—Todavía se las siguen dedicando. Hace tres semanas, en una aldea cercana a las bocas del Danubio, escuché a unos soldados cantar una en la que se hablaba de él. Déjame recordar… ¿Cómo decía?… ¡Ah, sí!: «
Miles, miles
,
mille occidit
»—Miami cantó en latín—. Que en griego significa «El soldado, el soldado mató a mil». Un juego con las palabras en latín.

—¿Mil ya, eh? Sí, tal vez. Una de sus obsesiones era llevar personalmente la cuenta de los enemigos abatidos con su propia mano; la última vez que recuerdo haberlo oído hablar de ello aseguraba que eran cuatrocientos, y de eso hace varios años; tal vez sea verdad —supuso Giorgios.

—Parece que maneja bien la espada, pero para comportarse como un buen emperador no basta con ser un soldado eficaz; es necesario poseer dotes de mando, capacidad para la política, ambición… —Zenobia parecía impresionada por la determinación de Aureliano.

—Aureliano se ha presentado como la garantía de la unidad y la fortaleza que reclaman algunos para el Imperio tras tantos años de inseguridad y alteraciones, y lo ha hecho acogiéndose a la protección del culto solar del dios Mitra. Su perfil de experto soldado que ha ocupado todos los puestos del ejército lo hace muy válido a los ojos de cuantos creen que Roma necesita ser gobernada por una dictadura de un militar de sus legiones. El emperador también lo cree así y por eso no ha cesado de otorgar privilegios a los soldados y ha ensalzado el papel que ejercen como garantes de la pervivencia del Imperio. De este modo, se presenta como señor absoluto y supremo, como la columna sobre la que asentar la paz y el bienestar de Roma —intervino Longino.

—Yeso sólo es posible restaurando la autoridad imperial y la unidad de todos los territorios que en alguna ocasión han estado bajo dominio del Imperio romano —supuso Giorgios.

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