Read La vendedora de huevos Online

Authors: Linda D. Cirino

Tags: #Drama

La vendedora de huevos (17 page)

BOOK: La vendedora de huevos
11.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Nos estábamos preguntando, querida Vendedora de Huevos, quién podría ser esta hermosa criaturita. ¿Dónde encontró a una señorita tan servicial?

Sabían perfectamente que María no era ninguna ayuda. No podía defenderla basándome en aquello. Así que me disculpé y les dije que tenía prisa por llegar a casa.

De camino a casa, le pregunté a María sobre lo que aquellas tontas le habían preguntado, pero prefirió no decirme nada. En realidad, seguía negándose a hablar. Nunca nos respondía y jamás preguntaba nada. Nunca se defendió cuando le gritábamos por haber hecho alguna estupidez o haberse equivocado; se limitaba a mirarnos, por lo que nos resultaba imposible seguir amonestándola. Nuestras reprimendas y nuestros intentos por enseñarle cómo hacer algo adecuadamente le resultaban tan indiferentes que no tardamos mucho en darnos cuenta de su inutilidad. Los niños jamás se adaptaron a su presencia. Nunca imaginaron que tuvieran casi la misma edad que ella. Yo sentía un cierto afecto por María; su delicadeza despertaba en mí un sentimiento protector. Su extremo distanciamiento la alejaba de los niños, como era su intención, pero también lograba que yo fuera más paciente con ella y que la aceptara.

La Hermana me había dado a entender que esperaban una redada en el convento en cualquier momento porque alguien había alertado a la Gestapo sobre la presencia de los niños. La idea de que los niños fueran a campos de castigo tras haber encontrado un refugio en el convento gracias al compromiso de las hermanas era realmente trágica. Aunque sabía que podían castigarme por haber escondido a Nathanael, también sentía que podría soportar las consecuencias, tanto la vergüenza como el encarcelamiento. Lo que más me inquietaba era saber que mis actos podrían representar una mancha que empañara las vidas de mis hijos, aunque no creía que el sentimiento fuese mutuo.

Había tenido la sensación de que la rutina que Nathanael y yo habíamos establecido iba a durar para siempre, pero la llegada de María había alterado aquello, multiplicando las posibilidades de que Nathanael fuera descubierto. Si desenmascaraban a María, la seguridad de Nathanael y mi capacidad para protegerle correrían un grave peligro. Me preguntaba cómo podría aceptar el castigo por defender a María sabiendo que ella era la causa de que Nathanael fuese más vulnerable.

En todo momento tuve presente las cosas que me había contado la doctora. Soñaba con frecuencia y, a veces, me despertaba sudando, con dolor de garganta, pero con María a mi lado, dando suaves palmaditas en mi brazo, aliviándome las pesadillas. Le daba las gracias y me preguntaba qué podría haber dicho mientras dormía que ella hubiera entendido. Era sensible, aunque no dijera nada.

Continué disfrutando de los placeres que me proporcionaba Nathanael. Nunca perdió su amabilidad, ni aquella alegría que crecía en mi propia alegría. Sin embargo, empezaba a hacerse más patente la certeza de que las cosas dejarían de ser como hasta entonces. Todo empezaba a pesar: la llegada de María, el descubrimiento de las actividades que se llevaban a cabo en el convento, la comprensión de lo que estaba ocurriendo en la ciudad, el dolor que existía desde hacía años pero que yo acababa de descubrir. Empezó a formarse una idea en mi mente, como si un pájaro la hubiera dejado caer del cielo: para poder seguir viviendo, Nathanael debía marcharse. Me volví más distante. Ocurrió de forma progresiva, aunque no dejó de sorprenderme. Poco a poco fui entendiendo que lo nuestro se había terminado: mi vida continuaría, pero Nathanael se convertiría en un recuerdo, en un secreto. Nathanael tuvo que percibir cierta nostalgia en mi mirada distante, porque me preguntó sobre ello.

—Eva, ¿has encontrado a un nuevo amante?

—¿Qué dices, Nathanael? ¿Cómo puedes acusarme de algo semejante?

—No lo sé, Eva, debo de estar volviéndome loco. Quizás estoy dejando que las gallinas me afecten más de la cuenta. ¿Quién soy yo para sentir celos de ti?

—No es eso, Nathanael. Me halaga que puedas sentirte celoso. Pero no puedes pretender que sea la misma persona que conociste en este gallinero cuando nos vimos por primera vez. ¿Eres tú la misma persona que eras? Para mí, no. Has cambiado. Has pasado de ser un extraño a quien tenía que enseñarle cómo limpiar las judías a convertirte en una parte de mí. Jamás volverás a ser un extraño. Siempre serás lo que eres ahora, una parte de mí, mi vida, yo. No puede ser que para ti sea la misma persona que viste la primera vez.

—Es cierto que has cambiado, como dices. Primero eras una completa extraña, una persona a quien no hubiera detenido por la calle para intercambiar unas palabras. Ahora eres alguien íntimo, conocido, especial, cariñoso y querido. Pero sigues siendo inocente, sencilla, natural, directa y sincera. Esas cosas no han cambiado.

—Como digas. —No podía continuar con la conversación si no quería verme forzada a desvelar en qué había cambiado y en qué no. En cuanto Karl me describió el camino que había marcado en las montañas y sus impresiones al ver la frontera Suiza, supe que me había mostrado el camino de Nathanael hacia el futuro. Al principio, me negué a pensar en ello como en una posibilidad inminente, porque significaría que Nathanael no tardaría en marcharse. Qué pensamiento tan ruin. Qué egoísta. Cuando escuché las palabras de la doctora, me di cuenta de que no había lugar para aquel egoísmo. Los tiempos habían cambiado y los pequeños motivos egoístas debían dar paso a pensamientos mayores. Aquello era mucho más importante que dormir juntos sobre una manta en el gallinero. Nathanael no era un caso aislado, algo que me había ocurrido sólo a mí. Formaba parte de un acontecimiento mayor que superaba los límites de aquella granja. La granja no era más que un pequeño fragmento de una historia que incluía el destino de mucha gente, gente a la que nunca conocería. Los relatos de la doctora me habían mostrado algunas de las cosas que estaban sucediendo fuera del pueblo, en los lugares donde Nathanael y María habían vivido. No recuerdo haberle dicho nada a la doctora aquel día (aunque tampoco lo había esperado); tal vez no se había dado cuenta de la educación que me estaba ofreciendo, pero fue la primera noción que tuve sobre la existencia de otras vidas. Aunque reconocía que no sabía mucho de la vida de la ciudad, no podía ni imaginar lo distinta que podía ser de la vida en el campo.

La vida que había llevado hasta entonces me había dotado de una visión muy limitada. Pensaba que la vida era algo predecible, sólo condicionada por las estaciones, las semanas y los días en la granja, tan semejantes de un año al siguiente. No sabía lo diferente que podía llegar a ser la vida para los demás, no conocía su dolor, su humillación. ¿Era yo más digna y merecía mas cosas que los demás? ¿Por qué debíamos disfrutar de los privilegios sin merecerlos? Un decreto podía conferirme el derecho de propiedad de esta granja, el derecho a ir a la escuela. Pero, ¿lo merecía? ¿Y Nathanael no? ¿Y María? ¿Aprobarían un decreto que me obligaría a ocultar a mis hijos? ¿A ocultarme yo misma? ¿No existían límites?

Capítulo
12

U
n viernes a la hora de la cena, los niños me dijeron que sería inútil llevar los huevos que nos sobraban al convento porque habían oído decir que había judíos allí y que los iban a arrestar junto a las Hermanas.

—¿Qué queréis decir con que las van a arrestar? ¿Cómo pueden arrestar a las Hermanas? —les pregunté.

—Ya sabes, arrestar. Se las llevan y están arrestadas. Las Hermanas son como cualquier otra persona. Bueno, ya sabes, se las puede arrestar si esconden a judíos.

Decidí ignorar el aviso de Karl y al día siguiente me presenté en el convento, como siempre. Cuando llamé, respondió la Hermana Karoline, pero me dijo que no podría pagar el pedido de huevos.

—Quédeselo de todos modos —le dije—. Ya me lo pagará algún día. ¿Cómo le van las cosas?

—No muy bien, Vendedora de Huevos —me contestó—. Hemos perdido a unas cuantas Hermanas. Las han arrestado. Nos acusan de traición porque nos negamos a firmar el juramento de lealtad. Pronto perderemos el convento, porque alegan que no podemos tener el derecho de esta propiedad sin firmar el juramento. Hasta los pocos aldeanos que creíamos que eran nuestros amigos tienen ahora miedo de venir, ni siquiera para rezar en la iglesia. Puede que usted también decida no venir. Tal vez sea lo mejor.

—Estaré aquí la semana que viene, Hermana Karoline. No tengo miedo.

Aquella noche los niños me preguntaron por el convento y les dije que les había dado los huevos sin cobrárselos. Karl se puso muy nervioso y golpeó la mesa con la mano.

—Mamá, estás ayudando a traidores. ¿Sabes qué te pasará? ¿Sabes cuál es el castigo por ayudar a traidores? ¿Sabes qué pasará si te descubren?

—¿Cómo van a descubrir que he dejado que el convento se quede los huevos a crédito?

—No es tan simple, Mamá. Has simpatizado con un enemigo del Estado. ¿Sabes que Olga y yo hemos jurado lealtad al Estado? Es nuestra obligación contarles a nuestros superiores si vemos algo que pueda amenazar nuestra seguridad. ¿Lo entiendes?

—Karl, no puedes creer que la Hermana Karoline sea una amenaza para nadie. ¿O te estás refiriendo a mí?

—Mamá, no nos pongas a mí y a Olga en una posición comprometida. ¿Sabes que podría poner en peligro mi carrera si supiera de una amenaza al Estado y no informara a mis superiores sobre ello? Me podrían prohibir la entrada en la escuela especial de liderazgo. Sería el final de mi carrera incluso antes de empezarla. El líder del grupo me ha dicho que pretende recomendarme a la escuela por mi dedicación y mi honradez. Si se enterara que he sabido de una traición y que no he informado de ello, me quedaré toda la vida atendiendo a las gallinas.

—¿Me estás diciendo que alguien podría considerar que vender huevos al convento es una traición?

—Ya sabes, Mamá, que no soy el único miembro del grupo a quien le gustaría ir la escuela de liderazgo. Cualquiera cuyo hijo fuera escogido estaría muy orgulloso. Nadie te reprocharía nada como madre de un candidato a líder.

Levanté el rostro y el terror que vi reflejado en los ojos de María me obligó a permanecer en silencio. ¿Iba a empezar ahora a discutir con mis hijos? ¿Era la identidad de mis clientes una cuestión de seguridad de Estado? María y su terrible silencio me afectaron y di la discusión por zanjada. Felicité a Karl por el honor de ser elegido para la escuela de liderazgo.

Me sorprendí ante la facilidad con la que mentía. En cuanto empezaba, no había nada que escapara a mi engaño. Cada momento del día estaba planeado en relación con ello y calculaba cada movimiento en base a él. Las medidas para el estofado, la colada, qué llevar al gallinero, cuándo recoger los huevos. Todo lo que pensaba y hacía se centraba en la presencia de Nathanael en mi vida. Desde sus primeras y temerosas acciones, no hubo ni un momento en que no estuviera presente en mis pensamientos y planes. Nunca vacilé. Cómo iba a saber que sería así para el resto de mi vida.

No puedo recordar otros engaños antes de aquello. Jamás había sido necesario. Ni cuando era pequeña había guardado secretos. En una ocasión aprendí la lección tras mentir y no me había gustado. Mi padre me había preguntado si sabía cómo había salido la vaca del corral. Lo sabía, pero lo había descubierto por casualidad. Había visto cómo mi hermana se había olvidado de poner el cerrojo cuando se había metido en el pajar con el mozo de labranza, y cómo el viento había abierto la puerta lo suficiente como para que saliera la vaca a pastar bajo el sol de la tarde. No había causado grandes daños, por lo menos no a sí misma. Sentí en mí la tortura de aquel secreto. No entendía por qué derramaba cálidas lágrimas sobre la almohada, pero, cuando nos sentamos a la mesa a cenar la noche siguiente y mi padre nos preguntó a cada uno de nosotros si habíamos dejado la puerta del corral abierta para que saliera la vaca, noté cómo se me llenaban los ojos de lágrimas una vez más. Me concentré en la sopa con todas mis fuerzas y contuve las lágrimas, pero cuando mi padre me preguntó a mí, le dije que no. En realidad, no se trataba de una mentira, pero a mí sí me lo pareció. No he sido nunca capaz de quitarme de encima el sentimiento de que había conspirado con mi hermana. Quería levantarme y confesarle a mi padre lo que sabía, pero sabía que estaría confesándole los pecados de otra persona y no pude hacerlo. Todavía sentía la culpa presionando mi pecho con tal fuerza que afectaba mi respiración. Parece una reacción exagerada cuando no había hecho nada malo. Pero me consumía el subterfugio, el secreto.

El engaño implicaba esconder algo malo. No pensaba que hubiera nada malo que ocultar. Al principio no pensé que la situación en la que me encontraba fuese un engaño. En un principio había actuado sin pensar. Cuando más tarde supe por qué Nathanael había llegado a la granja, no encontré motivos para no seguir adelante.

A menudo Nathanael me daba las gracias por haberle dejado quedarse. En el primer aniversario del día que apareció en el gallinero, me abrazó de manera especial y me susurró muy despacio lo agradecido que estaba. Me sentía incómoda con la idea de que Nathanael se sintiera en deuda conmigo y se lo hice saber.

—Te debo mi vida, ahora y siempre. ¿Crees que no lo sé? ¿Crees que lo olvidaré? Lo valiente que eres cada día. Lo fuerte que eres. A veces me castigo a mí mismo con la idea de dejarte para librarte de mí y del peligro que represento. Pero tengo miedo. Quiero vivir.

Y le dije que callara, que no tenía que preocuparse ni por mí ni por él. Que yo también quería que viviera. Mientras los días se sucedían uno tras otro hasta el invierno, me volví más dura y más segura. Empecé a planear y a organizar la partida de Nathanael.

Los acontecimientos y mi propio entendimiento me llevaron a darme cuenta de que cuanto antes fuesen liberados Nathanael y María, mayores serían sus posibilidades de sobrevivir. Por lo que me había contado Karl, deberían partir cuando los árboles tuvieran todas las hojas. Karl decía que las vistas eran mejores en invierno cuando las hojas habían caído. En primavera corrían otro tipo de riesgos, ya que había más excursionistas por los caminos. Cuando me aseguré que aquella era la única manera de salvarlos, que ya no podía estar segura de continuar manteniéndolos a salvo en la granja, empecé con los preparativos. Cuando las lilas se hubieran marchitado a principios de mayo sería el primer momento adecuado, aunque las hojas no hubieran crecido del todo. No hablé con Nathanael de aquellos planes, pero seguí pensando en lo que necesitaría.

BOOK: La vendedora de huevos
11.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Horse Tradin' by Ben K. Green
Worth The Risk by Dieudonné, Natalie
Never Marry a Stranger by Gayle Callen
Fenix by Vivek Ahuja
The Angel Tapes by David M. Kiely
Journalstone's 2010 Warped Words for Twisted Minds by Compiled by Christopher C. Payne